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Lo que el viento no se llevó

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Las ventanas de hierro y cristal de la sala se habían desprendido y todo quedó reducido a escombros. Foto: Amelia Duarte de la Rosa/Cubadebate.

Aquel domingo, a las 8 y 20 de la noche, mi mundo se derrumbó. Literalmente. Todo cayó a pedazos sin explicación. Fue cuestión de segundos: la lluvia, dejar al niño gateando en la sala, cerrar una ventana, regresar a la sala o intentarlo.

Una insólita oscuridad lo inundó todo. No podía ver más allá de mis pies. Entonces llegó el viento, con un sonido ensordecedor. Ese silbido que recuerdo obnubilando mi juicio. El Apocalipsis, pensé. Y me di cuenta enseguida: no tenía a mi hijo conmigo. No podía verlo, escucharlo, alcanzarlo…

En ese punto estaba medio agachada aguantado a mi mamá. Ni siquiera sé bien cómo terminé en esa esquina sosteniendo sus manos, apretándonos para no irnos con el viento. Solo sé, eso sí, que comencé a gritar por mi hijo. Esos gritos todavía me atormentan.

Las explosiones a lo lejos, en el horizonte, como si fueran relámpagos o bolas de fuego, iluminaban esporádicamente el lugar y permitían ver el destrozo, justo en la sala, y en el comedor, en el cuarto, en la cocina.

Pasó el viento casi tan rápido como se lee esta oración y entonces medio a rastras comencé a escarbar en la tortuosa y exasperante escombrera de techo, puertas, adornos, vidrios y ventanas que quedaba por sala.

Ahí encontré también a mi esposo, haciendo lo mismo que yo. No puedo olvidar el terror y desconcierto en su cara, el mismo que se le reflejó en el rostro cuando nueve meses atrás vio la cabecita del bebé atascada en el canal del parto y la doctora me dijo que si no pujaba bien fuerte el bebé tendría sufrimiento fetal y se iba a morir.

De repente alguien gritó: ¡Aquí está! Y salimos corriendo los dos en busca de las voces.

Las manos me temblaban cuando cargué a mi hijo. Estaba resguardado en el pecho de una amiga, de visita en la casa minutos antes. Lo revisé, lo besé, lo apreté contra mí. Tenía los ojitos asustados pero nada más. Intenté entender cómo había ido a parar con ella dentro de un closet, pero no era momento para pensar, solo agradecer.

Nos miramos todos como quien revisa a último minuto su equipaje y chequea que está bien. No entendíamos qué había pasado pero lo que sí estaba claro que era habíamos sobrevivido.

Lo peor ya pasó”, dijo mi mamá en medio de la oscuridad y el destrozo. Había una lluvia finísima apenas perceptible, pero los chasquidos del viento, arremolinado e imprevisible, le daban al aire una atmósfera de estado de sitio.

Entonces me atreví a preguntar: ¿Qué pasó? Y mi esposo, con su experiencia de guajiro, me contestó: Un tornado.

Recuerdo que mi primera reacción fue la negación. ¿Un tornado en la ciudad?, ¡imposible!, le dije. Pero para ese entonces ya medio edificio estaba en mi casa y la noticia era oficial.

Comenzamos a evaluar daños aunque había poca luz y solo se oían los latigazos del viento contra los árboles y las ventanas de los edificios. Olía a lluvia y a hojas húmedas. Las ventanas de hierro y cristal de la sala se habían desprendido y todo quedó reducido a escombros: las figuritas de Biscuit de mi abuela, las cotorras de Murano, los candelabros de cristal, las mesas de mármol, los budas de la buena suerte, la estatua de terracota de Venus, el cuadro de gobelino de temática versallesca, las fotos de familia. Un cúmulo de antigüedades de herencia familiar.

En la cocina, platos, vasos, cubiertos, copas y el refrigerador Haier que debió haber salido disparado como proyectil porque lo encontramos en la terraza sin puertas, ni gavetas ni nada (tan bueno, lo armamos y, aunque se llovizna bastante, funciona).

En pie quedaron pocas cosas. Foto: Amelia Duarte de la Rosa/Cubadebate.

Había sillas y juguetes por el piso, faltaban cristales en las ventanas y no había techo en más de la mitad de la casa. Todo se mojaba a mares.

En pie quedaron pocas cosas. La mesa del comedor, el corral del niño, un sofá y una pequeña Santa Bárbara que mi abuela se trajo de España en los años noventa.

Algunos vecinos nos ayudaron a recoger y a acomodar en los cuartos lo que quedaba. Fuimos al piso de abajo bastante desconcertados mientras llovía.

El resto de lo que pasó esa noche es aún demasiado difuso. Nos acostamos los cuatro en mi cuarto. Recuerdo el sonido de las sirenas de los bomberos y la policía, acercándose o alejándose por las avenidas.

A mitad de la madrugada vi a mi mamá despierta, con la mirada perdida. Le di un beso en la frente y la felicité por su cumpleaños. Era 28 de enero de 2019.

Fue con la luz del amanecer que tuvimos conciencia real del daño. El ventanal desprendido de la sala había dejado un hueco en la pared de unos tres metros de largo. Como vivimos en un cuarto piso, en la punta de una de las lomas de la Víbora, tenemos una vista panorámica de La Habana.

La Habana, 28 de enero de 2019. Foto: Amelia Duarte de la Rosa/Cubadebate.

La atmósfera estaba enrarecida. No llovía pero el cielo estaba gris. Olía a yerba mojada, a llanto, a desastre. Postes de electricidad caídos, árboles desenterrados de raíz, listones de cinc enredados en muros, pedazos de piedras, tejas, ladrillos, tanques rotos, virados, techos caídos, ramas levantadas por el aire. Desolador.

Tras el tornado quedaron familias desconcertadas sobre montones de escombros, carros destruidos, enterrados en concreto, teléfonos muertos, casas a oscuras.

Comenzamos a recoger las cosas que quedaban en el piso, con la pesadumbre de comprobar que el verdadero trabajo recién comenzaba. Dos horas después mi casa era un hervidero de gente ayudándonos a rescatar lo que se pudiera.

Acordé con mi esposo salir de la casa y quedarnos donde su prima, porque en esas condiciones no podíamos mantener al niño. Bajé a la calle con el bebé en brazos y estuve como 30 minutos petrificada en la acera. El árbol frente a la entrada de casa cayó encima del parabrisas trasero de un Peugeot 206, uno de los pocos autos que estaban estacionados en la cuadra. Una fina capa de vidrios cubría casi toda la acera, se mezclaba con las raíces levantadas de los árboles y con los cables de electricidad y teléfono. Tuve que trazarme bien una ruta mental para poder seguir el camino.

Me sorprendió ver bastante gente en la calle. Algunas tenían el gesto serio y concentrado de quien se prepara para una jornada difícil; otras caminaban sin rumbo fijo y hacían fotos con su celular; mientras, más adelante, un grupo de curiosos estaba congregado alrededor de los árboles caídos.

Los fenómenos climáticos en general, y los tornados en particular, generan una sensación de comunidad incluso entre vecinos que no se conocen o no se ven casi nunca.

En la tercera cuadra no pude más y rompí a llorar. Lloré de impotencia, de dolor. Lloré por sentirme afortunada de estar viva con mi hijo en los brazos.  Lloré por lo que pudo haber sido y no fue. Solté lágrimas por los árboles, por los pájaros que vi desfallecidos en las aceras. Lloré mucho, durante meses.

En la televisión, las imágenes eran conmovedoras. Había historias impresionantes en cada reportaje, en cada foto. Por primera vez me sentí parte de algo mucho más grande que el miedo que experimenté aquella noche.

La recuperación comenzó poco a poco. Empezamos a organizarnos, a buscar la mejor variante para levantar aquello que se había caído. Había tanto desastre, tanta gente en peores condiciones que las nuestras, que sabíamos que era un problema que teníamos que resolver por nuestra cuenta, sin sentarnos a esperar.

Un mes más tarde nos otorgaron un subsidio para reparar la casa con esfuerzo propio. Lo de la construcción es una historia aparte, aunque sería oportuno acotar que tras nueve largos meses de ver cómo se encabilla o se funde un arquitrabe, de cambiar varias veces de albañil, de comer bajo las estrellas (literalmente) y de ver el daño que ocasionan el sereno y la lluvia, logramos tirar la placa.

En todos estos meses, adquirimos un status quo de “damnificados del tornado” y eso nos permitió recibir muchas donaciones de cosas útiles y otras a las que todavía les estamos buscando un significado. Recibimos donaciones de gente que ni siquiera conocíamos, de personas a las que no puede agradecer sencillamente porque no sé quiénes son. Aprendimos, eso sí, que la buena voluntad existe cuando tiene la convicción de ser auténtica.

Comprendí, también, que la inconstancia de lo material no suple la fuerza esencial del espíritu, que lo ideal es sentir más y tener menos, que ciertas verdades de la vida son difíciles de conocer, pero, una vez descubiertas, lo importante es comprenderlas.

Doce meses exactos me ha tomado escribir sobre el tema. Preferimos hablar poco sobre ese día. Quizás dentro de unos años se vea como algo distante y difuso en la memoria colectiva.

En mi caso sé que no será así. Algo cambió adentro de mí. Y solo el viento, con su soplo silbante, puro, duro, me permite sentir, dramáticamente, que estoy más viva.

Fue con la luz del amanecer que tuvimos conciencia real del daño. Foto: Amelia Duarte de la Rosa/Cubadebate.

Todo quedó reducido a escombros. Foto: Amelia Duarte de la Rosa/Cubadebate.

En la cocina, platos, vasos, cubiertos, copas y el refrigerador Haier que debió haber salido disparado como proyectil. Foto: Amelia Duarte de la Rosa/Cubadebate.

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Se han publicado 40 comentarios



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  • The Wall dijo:

    Realmente conmovedor y a la vez escalofriante. Cuando suceden este tipo de eventos te marcan la vida para siempre. Fui víctima de un robo con fuerza ,casi ya un año, y sé lo doloroso que es perder lo que con mucho sacrificio logras tener, pero al igual que tú me dije: podía haber sido peor, todos estamos vivos. Desde ese momento me di cuenta de la importancia, como bien dices, de vivir y sentir más. Te deseo mucha suerte en este duro proceso. Lo mejor que leído en CUBADEBATE.

  • Lucía dijo:

    Conmovedor, Amelia, muy buen artículo. Ojalá esta vivencia no te dejé una cicatriz tan grande que te recuerde siempre la profundidad de la herida. Que estén vivos, es la mejor cura. Felicidades porque estás con las personas que tanto amas.

  • Nancy dijo:

    Buen artículo y horrible experiencia. Por suerte, no sufrió ninguna pérdida humana y lo material, poco a poco se va sustituyendo, pues hay cosas que no se recuperan jamás. Y sí, ese evento la dejará marcada para toda la vida, así como estamos todos los santacruceños ( Camagüey ), luego del huracán PALOMA, que todo se lo llevó no sólo el viento, sino el mar....

  • Elizabeth dijo:

    Excelente crónica por su manera de narrar el desastre, ...el miedo, ...la solidaridad y el recuerdo. Gracias a Amelia Duarte de la Rosa por su pluma encantada que nos hace ser partícipe de entender el dolor de tanta gente. Gracias por formar parte de esta generación de periodistas.

  • Saphira dijo:

    No puedo ni imaginar lo que vivieron esas personas, yo soy de santos suerez, me rozo pues solo vi las luces en el cielo y un fuerte viento que no ocaciono daños me entere lo que paso al otro dia cuando me llamo mi sobrina preocupada preguntandome muy alterada si estabamos bien, no teniamos electricidad y asi estuvimos por cuatro dias pero sanos y salvos, cuando reunimos valor fuimos a las areas mas afectadas y mi corazon se apretaba pensando en las personas que la vida se les dio un vuelco en solo minutos, pero por suerte vivimos en Cuba.

  • Molina dijo:

    Lo que el viento no se llevo, la voluntad, la soliridaridad, la revolución y las ganas de vivir de una familia cubana, la vida y un Presidente y un Partido que son el alma de nuestras esperanzas, adelante cubanos que el futuro nos pertenece.

  • LAI dijo:

    Leyendo este articulo, pienso en lo que vivio aquella familia y se me estremece el pecho imaginandome lo que pasaron ese dia y el susto que paso con el niño, yo tengo niño chiquito y si me pasa eso me pondria igual o peor por dios que bueno que al final por lo menos todos salieron bien y no les paso nada, lo material duele porque se sabe el sacrificio que se hace para alcanzarlas pero se puede recuperar lo importante es la colaboracion y el apoyo de todo un pueblo ante estos desastres

  • Catalina dijo:

    Conmovedora descripción Amelia de aquel día.
    Solidaria respuesta de nuestro pueblo.
    Así somos nos crecemos ante las adversidades.
    Felicidades por tú bebé.
    Se te extraña en los medios audivisuales.
    Exitos en la recuperción total de la vivienda.

  • Madelín dijo:

    Amelia, excelente artículo.
    Puede que muchos lo lean e imaginen tu experiencia, yo derramé muchas lágrimas al leerlo, una magistral descripción de los hechos de aquella inolvidable noche, soy reglana, sé perfectamente lo que sientes.
    Ese día disfrutaba el último capítulo de una serie española, aún hoy no me atrevo a terminarla...”Vivir sin permiso”...un título que describe lo que hemos hecho después del suceso. Te leía y reviví todo otra vez. Mi mamá por poco pierde el pie y temimos que muriera desangrada. Como tú vivo en un 4to piso, como tú estoy traumada, como tú... me es imposible olvidar; tal vez otros no lo entiendan, yo no sólo te entiendo, sino que me identifico totalmente contigo y con tus sentimientos. Soy una habanera que la vida le cambió después de ese día, con huellas en el alma que ojalá el tiempo logre borrar…

  • Martha dijo:

    Bello relato, conmovedor, lleno de dramatismo, y de esperanza y fe en la continuidad de la vida que como bien relatan aún conservaban, gracias por compartirlo, yo vivo en el reparto Martí, lugar por donde "desembarcó" el fatal tornado, no fui afectada, pero aun hoy no se borran de mi mente el miedo que en cuestión de segundos se apoderó de mi al escuchar el atronador y raro ruido de algo que se acercaba, pero que no sabía que era, ni que depararía, imagino lo horrendo que debe haber sido para estas personas que si les pasó literalmente por encima. Ya todo pasó, se impuso la solidaridad, hemos seguido nuestras vidas, la gente lentamente se fue reacomodando, eso es lo que importa.

  • Govea dijo:

    soy de Bejucal, y mi madre era una niña cuando sucedió lo del tornado, ella vivía en una finca en el Cacahual, y recuerda que su abuelo llegó a galope en un caballo y no se le olvida aquellas palabras: Bejucal se ha derrumbado...

  • yanet dijo:

    Francamente conmovedora tu historia Amelia, soy de Santo Suárez y aunque no fui directamente afectada por ese evento te confieso que fue impactante el sonido de ese fenómeno, y luego las horas de desvelo por el desconocimiento de lo sucedido y por el paso de las ambulancias y bomberos, ha pasado mucho tiempo para que vuelva a sentir sin un sobresalto total las conocidas sirenas. En ese momento me solidarisé con lo que pude aportar, ya sea material o espiritualmente y vi y sentí a un pueblo unido, y me enorgollezco por eso, pues el cubano demostró ser ese el solidario de simpre. Saludos

  • Nerelis dijo:

    Me emociona mucho este escrito lo vivi en carne en propia,y es cierto que deja huellas para siempre.

  • VIÑA dijo:

    JAMAS LOS HABANEROS OLVIDAREMOS EL TORNADO DEL 19, QUE CAUSO TANTAS PERDIDAS Y DESTROZOS, AUNQUE MUCHOS NO LO PADECIMOS, TODAVIA SENTIMOS TRISTEZA AL ESCUCHAR LAS ANECDOTAS Y VER LAS VISTAS DE LOS DESTROZOS.

  • Observador dijo:

    Se me aguan los ojos de solo imaginarme tal situación.

  • tere dijo:

    Terrible tiene que haber sido para todos los que se vieron afectados por el tornado, sobre todo por lo inesperado del fenómeno y el horror de no saber qué estaba pasando; y, de contra de noche, que menos puedes ver para percatarte de qué sucede. He visto documentales sobre tornados en otras partes del mundo pero nunca había pensado que algo así pudiera suceder en La Habana.

  • Josep dijo:

    Lindisimo reportaje pero muy triste también, creeme que leyéndolo se me a echo un nudo en la garganta que no se me quitó hasta el final, vivo en Guanabacoa pero no tuve ninguna afectación y vi a la mañana siguiente 7am los destrozos en el Roble y también daban ganas de llorar, no es facil perder lo que con tanto sudor vamos logrando y que en 3 ó 4 minutos todo se pierda, pero lo que hay es que estar vivos y echar palante, como hicieron con la ayuda de todos

  • alinabb dijo:

    Excelente relato leerlo conmueve hasta las lágrimas y nos hace sentir el dolor ajeno como propio, esos momentos nos marcan para toda la vida y también nos enseñan a dar valor a lo que realmente lo merece, saludos desde Artemisa.

  • Nancy dijo:

    Excelente relato y dramática experiencia. Gracias a Dios tu familia no salió lesionada físicamente y lo material, poco a poco se va sustituyendo, no recuperando, pues hay cosas de valor sentimental que nunca se vuelven a recuperar. Y sí, como tú misma dices, algo cambió dentro de ti, nunca olvidarás esos terribles momentos que te marcarán de por vida, como marcados quedamos todos los santacruceños (en Camagüey) tras el paso del huracán PALOMA el 8 de noviembre del 2008 que dejó a nuestro pueblo completamente destruido, y que no fue sólo lo que el viento se llevó, sino también lo que el mar arrasó.
    Amelia, ni en sueños quisiera pasar por lo que pasaste con tu bebé, gracias a Dios toda tu familia salió ilesa.

  • Raisa dijo:

    Que duro, es un trauma que deja huellas para toda la vida, gracias por confiarnos aquel sufrimiento, mi primo y su esposa vivieron lo mismo, afortunadamente hoy ya tienen una nueva casita gracias al gobeirno en Diez de Octubre, pues la de ellos no se pudo recuperar

  • RBK dijo:

    Amelia ,conmevedor reportaje , en sus palabras se refleja el sentir de todos los que vivieron ese fenomeno, muy sensible y humana sus palabras escritas ,excelente articulo.

  • Un tipo ahí dijo:

    He llorado leyendo tus vivencias, Amelia. Eventos como ese sacan lo mejor del see humano (solidaridad, humanismo, altruismo) y a veces lo peor (desidia, desinterés por el otro porque yo también sufro).
    Fue un golpe terrible, el arañazo feroz de una bestia. Gracias al apoyo de muchísima gente tu vida y la de otros no fue peor, aunque el infierno que vivieron haría palidecer al Dante.
    Es hermoso que hayas podido hacer catarsis y contarnos. Envío besos y abrazos a toda tu familia, en especial a tu mamá a punto de cumplir un doble aniversario, el de su natalicio y el de la sobrevida.
    Que esa Santa Bárbara airosa pese a la furia de la naturaleza sea siempre el símbolo que, más allá de la fe, les recuerde que siempre se puede salir adelante.

  • Alexis Chirino Pérez dijo:

    Quiso el azar que en el momento exacto del tornado no estuviese presente, vivo 2 pisos abajo y daños materiales no sufrimos, al llegar al barrio nada se parecía a lo que apenas una hora antes había dejado atrás, hoy se respira diferente, la solidaridad nos fortaleció, la Revolución no nos abandonó, como mar de pueblo salimos a combatir contra los embates dejado por ese traicionero Tornado. Buen artículo vecina, Felicidades.

  • grissel dijo:

    Buen articulo de verdad, no he terminado de leerlo porq me deprimo mucho, yo vivo detras del Hospital hijas de galicia y aquello fue aterrador, cuando se hace referencia de aquel dia se me hace un nudo en la garganta y me conmuevo mucho,mi mama de 83 años y yo estabamos viendo la TELE cdo oi ese ruido e iba a salir a la terraza a ver q era aquello q venia , jamas pense en un tornado sino en un avion q venia rozando el edificio con una carga enorme, fuimos corriendo para el comedor y nos abrazamos pense q ese era el ultimo dia de nuestras vidas , y cuando mire para el cuarto ya no tenia ventanas ,cosas q tenia encima del closet no se donde fueron a parar, entro por una ventana se la llevo y arranco la sobrecama q estaba puesta con algunas cosas y todo salio por la otra ventana arrancando las hojas ,solamente quedaron los marcos,pero doy gracias a DIOS porq quedamos vivas y en comparacion con otras personas fue una boberia,yo no le deseo a nadie que pase x ese momento,todos salimos de nuestros aptos constatando los daños , ya al otro dia temprano todos los vecinos nos ayudabamos unos a otros las diferencias de vecinos que pudieran existir en ese momento se olvidaron solo existia la solidaridad humana sin mediar diferencias de ninguna indole y esa es la grandeza del cubano.

  • Alegre dijo:

    Amelia, te felicito por este reportaje, feliz de que toda tu familia este bien, pero desde que empece a leer se me hizo un nudo en la garganta hasta el final, soy de gtmo, nunca he vivido semejante situación, hemos tenido ciclones, pero lo que tu narras no es ni comparable, mucha suerte para ti y tu familia, y bendiciones para ese bebe, de una guantanamera.

  • DAM dijo:

    QUE DOLOR DIOS MIO, TRISTE LO QUE PASO QUE BUEN ARTICULO.

  • Gladys dijo:

    Yo sé lo que es sentir ese miedo. Tuve la dicha de no ser víctima del tornado pero digo que sé lo que se siente porque una y otra y otra vez he sido víctima de las penetraciones del mar y todo lo que arrasó cuando la Tormenta del Siglo, Wilma, Irma, etc. Esa misma experiencia del niño, ese miedo lo pasé porque en casa estaba mi sobrino pequeñito cuando la Tormenta del Siglo, que se inundó tan rápido que apenas pudimos levantar un par de cosas como colchones, ropa y comida, todo lo demás quedó bajo el agua.
    En medio de eso apenas nos quedó tiempo de evacuar a los más frágiles (niños y ancianos). Recuerdo que pusimos al niño en el mueble más alto de la casa y de ahí terminamos poniéndolo sobre un muro divisorio entre patios de vecino y subirlo a la casa de los altos, sacar a mi muy anciana abuela con el agua a la altura de la cintura y llevar a mi hermana cargada a la espalda para que llegara seca al hospital.
    Cuando logramos salir todos y evacuarnos en casa de la vecina, desde la ventana pudimos ver que estábamos en medio de un mar lodoso y que las pertenencias de muchos vecinos nadaban y se perdían en la corriente de mar. Al retornar a casa al día siguiente, quedamos de piedra al ver que todo, muebles, libros, incluso ropas que estaban en gavetas bajas en escaparates estaban todas llenas de lodo, incluido el fogón y el refrigerador.
    Afortunadamente somos varias personas en casa, y además, tuvimos el apoyo de algunos vecinos que escobas y cubos en mano vinieron a ayudarnos, y otros cocinaron para los que ni agua teníamos. SOLIDARIDAD DE VECINOS y más tarde también ayuda de los organismos del país. Que mantuvieron el apoyo durante varios días con comida elaborada, pipas de agua, brigadas de higienización, etc.
    Desde entonces hemos tenido otras no tan grandes como esa o sí, porque Wilma también golpeó duro, aunque Irma me dejó un sabor muy amargo; pero ya con experiencia pusimos a resguardo y en alto todo lo que se pudo, colocamos la compuerta y abandonamos la casa con bastante tiempo.
    Cada vez que pensamos en eso se nos ponen los pelos de punta y ante cualquier aviso de posibles penetraciones de mar... nos adelantamos bastante y empezamos a evacuar objetos y pertenencias y sacar a la mano la compuerta que ya es parte de la familia (a veces por gusto y sin que luego pase nada), pero ya sabemos que tenemos que irnos de casa porque la vida es lo más importante.
    Ese niño que pasó de un mueble a otro más alto hasta que lo llevaron a lugar seguro hoy tiene 33 años y no lo ha olvidado.
    Por eso... te comprendo perfectamente a ti y a todos los afectados con los que en su momento mostré mi apoyo y solidaridad.

  • lazarita dijo:

    Tremendo articulo querida Amelia y escalofriante a su vez ,mas cuando tenemos hijos de por medio,pero siendo cubana se que te levantaras e intentaras continuar tu vida y la de tu familia ,nosotros tenemos algo que no existe en ningun pais que es humanismo,solidaridad,y que a pesar de las dificultades que tengamos siempre encontramos quien nos de la mano y siempre tendremos a nuestra Revolucion para ayudarnos a levantarnos .bella historia

  • ARF dijo:

    Conmovedor este articulo, me saco las lagrimas temprano en la mañana, pero lo importante es que estas viva junto a tus seres queridos

  • Tin Duarte de la Rosa dijo:

    Amelita, mi Hermana tan admirada, qué privilegio volver a leerte y que me vuelvas a estremecer como en tu inolvidable "Haití, despertar de la muerte". Que testimonio tan visceral y conmovedor, no sabía que habían pasado ustedes por eso, estaba pacientemente esperando que terminaras tu tiempo de maternidad y volvieras a las páginas culturales de Granma. Salvando las distancias, yo, como tú, después de leer que la inconstancia de lo material no suple la fuerza esencial del espíritu, que lo ideal es sentir más y tener menos (¡Martí a pulso!), que ciertas verdades de la vida son difíciles de conocer, pero, una vez descubiertas, lo importante es comprenderlas... me siento más vivo también.

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Amelia Duarte de la Rosa

Amelia Duarte de la Rosa

Graduada en 2008 en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Fue jefa de la página de Cultura en el periódico Granma. Actualmente es periodista de la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina.

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