Artículos de Detalles

La vida cotidiana en Cuba vista a través del lente de importantes fotógrafos de la Isla.

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Con su lente que mira y atrapa donde otros quizás no vean nada hermoso, el amigo Kaloian atrapó y me hizo llegar imágenes de tendederas en Caibarién, ese pueblo de pescadores al centro de la Isla. El solo nombre de Caibarién me enternece. Y de especial modo, si de pronto un amigo me muestra a ese universo con sus tendederas al aire libre, como para recordarme que el cubano gusta de orear sus cariños y costumbres leves, sin que por eso sienta la menor vergüenza.

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Si alguien pensó que los días glaciales por los cuales tiritó la Isla detuvieron ciertos caprichos nuestros, pues no alcanzó a imaginar todo el atrevimiento que puede embargar al cubano si de darse gustazos se trata. En las horas más frías de La Habana, cuando lo común era que la gente estuviera buscando abrigo bajo las colchas, o cazando el calor del pan, o asomándose al borde de un plato con sopa caliente, un grupo de muchachos se lanzaron a perseguir las crestas más altas de las olas del mar.

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Nadie se atrevería a decir que él ya no es venerable: ahí está el rumor de su cuerpo, y el verdor que de cerca lo escolta y que nace de gigantes árboles, de telones tejidos de raíces y hojas, de troncos desde los cuales sigue empinándose la vida. Permanece su hechizo que atrae a los cubanos ávidos de purificación, del buen destino, o sencillamente de una paz a cuyo abrigo pueda tejerse un diálogo de cómplices.

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En traspaso siempre notable de un año al otro, el cubano se luce con todas sus añoranzas, aguardos y supersticiones. No solo se le puede ver caminado con una maleta llena de sueños, sino también quemando lo viejo que se va; o botando en un balde salvador, en forma líquida, todos los sinsabores vividos en los últimos doce meses. Esperando este 2010, esos rituales se mezclaron con la fiesta y el comer excedido al borde de la mesa donde no faltó la carne de cerdo -aunque sea pequeña-, ni la yuca, ni el tomate, ni los frijoles, ni los dulces.

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Cuba es una Isla llena de ventanas que, como las columnas y los portales, están situadas en puntos cardinales de nuestras vidas. Son para abrirnos al paisaje, y para mirar la suerte que discurre afuera como corriente en la cual nos sumergimos día a día para pescar nuestras fortunas, pesadumbres y sorpresas. Abramos las ventanas de este 2010 con Cuba. Asomémosnos a un nuevo año de la Revolución y a la esperanza de un mundo más solidario y más feliz.

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Disparando el obturador de su cámara, Liborio Noval se ha visto a sí mismo convertido en un reflejo. Armado de su máquina nos devuelve un universo paralelo al real: es el de los edificios curvos como seres vivos —arquitectura comestible, diría un genio— reflejados en los cristales; es el de las nubes, las cumbres y el follaje condensados como esencia fina sobre una hoja vertical; es el cielo de Madrid colado en la coraza de plata de un centinela; o nuestra palma real, como protagonista de una foto en sepia, mostrando sus penachos desde el parabrisas de un automóvil.

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Hoy salí a asaltar la ciudad con mi cámara... rara vez escucho música cuando estoy haciendo fotos pues no quiero perderme ningún sonido ambiente. Y hoy no sé por qué extraña razón tenía conectado el mp3. En fin que caminando y escuchando un temazo de Santiago Feliú que se llama "Planeta Cuba" encontré está foto... y en el momento de opturar por casualidad o alguna divinidad se terminaba la canción que concluye así: "Por la Virgen de la Caridad,/ por la sangre de San Ernesto,/ sigue CUBA, sigue de verdad, sigue CUBA sigue resistiendo..." »

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Desde el muro del Malecón se han visto crepúsculos inolvidables. Y desde él se han lanzado flores y preguntas a las aguas; se han vivido abrazos; se han tejido sueños; y se han susurrado promesas. El muro pardo no dejará de sostener los ímpetus de familias enteras, de enamorados, de amigos, de pescadores... Así será hasta el final de los tiempos.

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El rostro del Che atrapado en los instantes terribles del entierro de nuestras víctimas cobradas por la explosión del buque francés La Coubre, en marzo de 1960, se acentúa definitivamente en la trascendencia. El Che, escapado de toda medida, fórmula o mediocridad, salta desde su presente al nuestro como evidencia de que la impronta de un revolucionario tan hondo seguirá siendo, por mucho tiempo, clave que nos obligue a buscar en el futuro.

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En estos días en que La Habana ha sido escenario predilecto de los amantes del séptimo arte, se han visto todo tipo de colas. Estas se han dado a veces a modo de estrechas ristras; y otras, como nubes densas. Y esa diversidad no ha impedido que cada quien conozca de sobra quién va delante del que va delante de él. Agentes del orden, taquilleras, porteros y transeúntes ajenos a la batalla, miran atónitos el oleaje encrespado del cual emergían manos abiertas, cabellos desordenados, bolsos, papeles y pañuelos.

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Hace unos seis años existe cerca de La Habana un escenario para la monta a caballo con fines terapéuticos. Acuden por gestión propia madres y padres con pequeños que padecen autismo o síndrome de Down, todos alentados por la esperanza de que el tono del día a día pueda mejorar. A pesar de su poder restaurador, esta práctica suele ser un lujo en muchas latitudes del planeta. Entre nosotros la disciplina se expande y da fe de una Isla que pelea contra todos los fantasmas de la soledad.

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¿Cómo no había visto antes esa imagen? Es Julio Antonio Mella en el año 1928, acostado sobre la hierba, con los ojos cerrados, con el torso desnudo y un brazo delicadamente extendido hacia delante. Para contemplar la estampa aludida, habrá que tener como destino el Pabellón Cuba de la Rampa habanera, y transitar por un túnel rojo donde habita una exposición fotográfica en homenaje a Mella y a Tina Modotti, la mujer que acompañó al joven en sus últimos meses de existencia »

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