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¿Existe el reino de Jauja?

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Durante años, decenios, ¿siglos?, hemos recibido la imagen de Estados Unidos como un país próspero, infinitamente opulento, el reino de jauja, de la abundancia inextinguible, donde las calles están pavimentadas de oro y de los árboles cuelgan monedas de plata. El cine hollywoodense, ese valiosísimo instrumento de propaganda, nos ha hecho creerlo, pero ¿es realmente así?

Un estudio del centro de investigación económica y política, difundido el pasado mes de agosto y publicado en el diario francés Le Monde, revela que 700 mil norteamericanos ingresaron al más bajo nivel de pobreza durante el año 2003.

El desnivel entre ricos y pobres aumenta sin cesar y la polarización entre el bienestar y la miseria se acrecienta vertiginosamente. En una palabra, los acaudalados son cada vez más pudientes y a los infortunados le crecen  sus desdichas. En cifras redondas los pobres se extendieron a 36.4 millones, contra 35.7 que eran en 2002. Es el resultado del  gobierno de Bush, con su sistema de protección fiscal para las grandes corporaciones capitalistas y para los ciudadanos de más altos ingresos y su política de reducir fondos a los programas de beneficio social.

El umbral de la pobreza corresponde a ciudadanos con un ingreso inferior a 9,537 dólares anuales, lo cual, con el oneroso nivel de precios y el alto costo de la vida equivale a privarse de muchas  necesidades y a vivir con lo más elemental. En la actualidad el 12.8 de los estadounidenses vive en la pobreza. Ese nivel ha aumentado con la progresión demográfica. La recesión que se ha padecido bajo el gobierno de Bush ha contribuido a reforzar las privaciones y si a ello se suma la inflación, las adversidades se acumulan.

En los barrios humildes se advierten, más a menudo, las cocinas a patio abierto que preparan sopas populares para los desheredados de las colectividades.  Los suburbios marginales, construidos apresuradamente con materiales de segunda mano, se han ensanchado en torno a las grandes ciudades. La economía que llegó a crecer en un  7.4% en el 2002 ha descendido a 3% este año. Más de un millón de puestos de trabajo se ha perdido desde que Bush asaltó el poder.

El nivel de gastos de los consumidores también ha descendido notablemente. El costo de la energía se ha elevado y los estadounidenses deben pagar más cara la gasolina que mueve sus gigantescas carrozas cromadas que engullen combustible con un apetito descomunal. De igual manera tendrán que sufragar el costo redoblado de su calefacción en el próximo invierno. El nivel de la deuda interna ha subido a un 115%. El pago de hipotecas,  préstamos y obligaciones morosas absorbe el 10% del presupuesto familiar. El dólar sigue perdiendo terreno frente al euro.

Pese a este cuadro calamitoso, todavía es alto el número de ciudadanos que apoya a Bush y continúa escuchando, embelesado, sus cantos de sirena sobre su papel protector de la seguridad nacional. Por ello es más que probable que los dos debates presidenciales próximos versen fundamentalmente sobre la economía declinante.

Es más que natural que Bush haya querido pagar la deuda contraída con  las grandes corporaciones petroleras que le elevaron a la Casa Blanca entregándoles Irak como una nueva colonia destinada a ser esquilmada. Es también lógico que Bush haya querido premiar a la burguesía industrial que le proporcionó los fondos para sus campañas.

Lo que resulta más inexplicable es que los borregos trasquilados, una parte del  pueblo que sufre esa política de exacciones, aún le favorezca con su apoyo. Y ello solamente es comprensible debido a que los grandes medios de comunicación masiva tergiversan los hechos, tuercen sutilmente la información para beneficiar al mandatario y a su pandilla. Logran así convencer a los vasallos que la sumisión es útil y que la explotación es virtuosa.   

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Lisandro Otero

Lisandro Otero

Novelista, diplomático y periodista. Ha publicado novelas y ensayos, traducidos a catorce idiomas. Falleció en La Habana en 2008.