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El español nuestro (II): “Que aquéllos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento”

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A veces, contra excesos sin timón, el idioma nos pide sentido común, como el de Sancho. “Mire vuestra merced, que aquéllos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas”.

 

“¡Vete jievo feo!”, dice Vifelán al mago que pretende el Rubí Rey que él y Tofelán trajeron en la misteriosa maleta con la que llegaron al Valle de los Mumín.

Cuando, ya todos en paz, se apresta a marcharse el mago y concede un deseo a todos los amigos, quedan para el final Vife y Tofe. Pero deben pedir un deseo para los dos, “porque no se puede distinguir el uno del otro”. Entonces pregunta Tofelán al mago: “¿No vas a depir algo rapa ti?”. Pero él no puede, solo es capaz de cumplir deseos de los demás.

Los dos pequeños seres entrañables, graciosamente empecinados y luminosos, se van aparte y muy pronto regresan. “Hemos cidedido depir un deseo para ti, porque eres muy pimsático. ¡Requemos un rubí tan dangre y bello como el nostreu!”, dice Vifelán. Al mago se le ilumina el rostro, se llena de un brillo rojo el jardín y aparece un gemelo del Rubí Rey. “¿Por fin eres lefiz?”, le pregunta Tofelán, y el mago, de tan feliz, anuncia que estará hasta el amanecer concediendo deseos a todas las criaturas del valle.

A mí también se me iluminaban las horas cuando de pequeño leía las tantas historias de Mumín, su familia y amigos y todos los personajes que aparecían por el valle. Todavía hoy, décadas después. Cada vez que puedo, lo recomiendo a padres amigos, o les envío versiones digitales. Extraño aquellas viejas ediciones de los Mumín. Tofelán y Vifelán, con su lenguaje risueño y enrevesado, se me quedaron grabados.

Llegué a jugar con las palabras y organizar frases como ellos. ¿Quién sabe?, intentar emular a Tofe y Vife, rearmar sus palabras como piezas de Lego para darles sentido, puede haber sido un camino divertido y revelador para explorar las posibilidades y gracias del idioma. Pocos años después, estaba yo, desarrapado en cuestiones de la lengua, llenando cuartillas de términos desconocidos mientras leía, embelesado por el ritmo y lo nuevo que descubría, pero casi angustiado por cuánto necesitaba para cabalmente entender, las novelas de Carpentier y Hermann Hesse.

Hay otro personaje que “juega” con la gramática: el maestro jedi Yoda. Con sus hipérbatos –“Difícil de ver es. Siempre en movimiento el futuro está”, “Imposible nada es. Difíciles, muchas cosas son”, “Mucho que aprender todavía tienes”, “El muchacho que adiestraste desaparecido ha”, “La ira el verdadero enemigo es”...–, escuetos destellos de sabiduría, ha ganado el interés y la simpatía de seguidores y no seguidores de la saga La guerra de las galaxias; incluso, de lingüistas.

Pero una cosa son el juego de barajar sílabas de Tofe y Vife o el hipérbaton sabio de Yoda –que siguen una lógica y son perfectamente entendibles aun cuando alteran el orden–, el klingonés o el élfico de Tolkien (hay cursos para aprenderlo), y otra los desaguisados y malos usos que cotidianamente nos están arroyando y arrollando el español. Ahí el tema (sí, “el tema de” es uno de los asuntos) se complica, porque, peor, la tendencia se va haciendo “nueva normalidad”, quién sabe si camino a convertirse en normativa.

Hace un año, en otro artículo a propósito de esta fecha, Día Internacional de la Lengua Materna, señalaba que ningún ámbito está a salvo de la tendencia: de los filmes muy mal traducidos y subtitulados a publicaciones, informes y discursos en que se maltrata el español, malas ediciones, carteles o anuncios (publicitarios o no, no solo los de cartón u otro material que vemos en cualquier reja o puerta de barrio y dan lugar a fotos divertidas); de las apps que nos completan las palabras en el móvil a las que traducen (he visto en reputados medios de prensa internacionales serios desaciertos, como que en un contexto electoral el término landslide se traduzca como “deslave” y no “triunfo aplastante”, o a uno de esos traductores tomar “China” por “porcelana” en un escenario geopolítico); de la familia a la escuela y los medios de comunicación.

Me preguntaba: ¿influyen las nuevas tecnologías y la ola de estímulos visuales? ¿Los juegos digitales? ¿El sino de nativos digitales, el vértigo de la vida en el siglo XXI? Y agrego ahora: ¿el escaso tiempo y las muchas preocupaciones, limitaciones de tiempo y vicisitudes de los padres en época de crisis, cambios drásticos y precariedad? ¿La desprofesionalización en no pocos ámbitos? ¿Son las tecnologías, el cambio de época y paradigma, o somos los humanos?

Cada cual tiene su experiencia personal. De mi infancia y adolescencia temprana, hijo de guajiros obreros que llegaron al noveno grado en la nocturna Facultad Obrero Campesina, en un pueblo en las estribaciones de Guamuhaya (el macizo montañoso que llaman Escambray), recuerdo el librero en mi cuarto y los títulos que leía y releía, porque era una biblioteca casera limitada: La expedición de la Kon-Tiki, Los viajes de Equiano, Ouoro el chimpancé, Dos años de vacaciones y otras obras de Verne, las obras de Salgari, Michael Kohlhaas, El último de los mohicanos, Los Mumín, Tartarín de Tarascón, Pippa Mediaslargas, El maravilloso viaje de Nils Holgersson, Oros viejos, Cuentos de la selva

No recuerdo cómo llegó a mis manos Invitación a la lectura, de Camila Henríquez Ureña, pero me abrió el entendimiento y me mostró caminos nuevos, como poco después lo haría Libro de quizás y de quién sabe, de Eliseo Diego, poéticamente sabio, como una conversación en la que uno siempre aprende y encuentra algo nuevo, de esos que uno nunca deja de querer y buscar.

¿Quién sabe?, quizás entre las condiciones básicas de esa noción o aspiración de que hablan muchos, mantener vivo el niño que llevamos dentro (y en primera persona del plural el verbo “llevar”, convenientemente para este caso, tiene conjugación igual en presente y en pretérito perfecto), esté ese cuerpo literario que descubrimos (y nos descubrió mundo) siendo pequeños. Quedan las vivencias y sensaciones, el conocimiento, a veces consciente y puntual; otras, inconscientemente, como parte del sustrato de lo que somos. Esto último es tan importante como lo primero.

Décadas, muchos libros y densos informes y noticias diarias después, yo sigo recordando y buscando aquellos libros de la infancia; a veces, incluso, siento el deseo imperioso de releerlos, como me sucede con el café cuando paso unas horas sin tomarlo. Salvo que, en el caso de los libros, no es por adicción, y médicos y estudios científicos no recomiendan limitarse a unas cuantas tazas diarias. Hoy no soy lingüista, gramático, literato ni semiólogo, pero de algún lado me viene el amor por mi lengua materna.

La lengua materna –la “primera que una persona aprende a hablar”; de maternus: mater (madre) y nus (procedencia, pertenencia)– es nuestro instrumento natural de pensamiento y comunicación, de expresión de nuestra identidad y nuestra cultura. De ella provienen nuestras primeras palabras, con ella comenzamos nuestro aprendizaje del mundo. Crecemos con ella. Nunca nos abandona.

Conociéndola mejor es más probable que dominemos mejor una lengua extranjera, que podamos adentrarnos en cualquier rama del conocimiento, asimilar más cabalmente los flujos crecientes de información que recibimos y transmitir nuestras ideas más clara y exactamente, participar en la vida social.

El idioma y sus estructuras, la ortografía, el léxico, se pueden fijar con la lectura muy temprano, desde la infancia, mucho antes, incluso, de que los niños conozcan las reglas de la lengua. Cuando sucede así, nunca se olvidan. Se ganan capacidades y herramientas vitales para el aprendizaje posterior y el desarrollo de capacidades cognitivas, de atención y concentración, comunicación, imaginación y procesamiento de información.

Algunos dirán que en los setenta y ochenta del siglo XX, cuando yo era niño y adolescente, era más fácil. Sí, es evidente. Leer no creaba adicción ni trastornos asociados a eso que llaman “la cara oculta del nativo digital”.

Teníamos muñes solo en las tardes (multiculturales, lo mismo rusos, checos, húngaros y polacos que estadounidenses y japoneses), no los había casi todo el día en colores y de todo tipo, como hoy; tampoco había PlayStation ni el constante aluvión de juegos para móviles, tabletas y PC con sus consiguientes sagas cinematográficas. Como no era adicto, yo solo vivía la lectura en largos ratos y luego, sin ansiedad alguna, me iba a correr por el campo, a pescar o nadar en el río, a los combates de piedras con los amigos, a jugar pelota o fútbol o a los escondidos, robar frutas, montar patines o la bicicleta rusa 28 de mi padrastro.

Era más fácil entonces. Pero, volviendo al maestro Yoda, “imposible nada es. Difíciles, muchas cosas son”. A sus ocho años, mi hijo menor (hoy con 11), se aficionó a los juguetes Lego y a los videos que de ellos veía en YouTube sobre batallas históricas. Por ahí Rodrigo llegó a la historia, y al poco tiempo leía sobre historia y me describía episodios completos de distintas épocas. Descubrió la identidad del verdadero Robinson Crusoe y muchas cosas más. Antes, había tenido una fase de dinosaurios. Mi hijo mayor (hoy 25), se apasionó con la saga de Harry Potter a sus nueve, leyó cada libro del mago, continuó hacia otra literatura y ya no dejó de leer.

Siempre hay caminos. “Siempre llegarás a alguna parte si caminas lo suficiente” o “depende en gran parte del sitio al que quieras llegar”, le dice el Gato de Cheshire a Alicia. Indudablemente, trabajo, preocupaciones, incertidumbres y sobrevivencia diaria nos abruman, nos drenan energía, nos “quitan las ganas”, pero hay que intentarlo.

A la hora del descanso, en algún momento –en lugar de dar el móvil al niño o dejarle la PC para que juegue y nos deje en paz y ver la serie, la telenovela o un filme– compartamos con nuestros hijos, conversemos, escuchemos sus ideas o sus cuentos del día, contemos historias e inventemos personajes, leamos junto a ellos (al menos un cuento breve o varios párrafos), comprobemos su vocabulario y corrijámoslo si es necesario, propongamos nuevas palabras, preguntemos para que nos expliquen su visión de las cosas.

Porque leer –como contar y reflexionar– no es solo para niños que queremos vayan un día a la universidad o sean másteres y doctores. Leer es para todos: desarrolla imaginación, valores y capacidades cognitivas y herramientas vitales para el aprendizaje posterior en un campo cualquiera, para enfrentar la vida en un mundo donde son crecientes los retos y la importancia del conocimiento y la información.

Cuando los libros se hacen caros, busquemos en formato digital, tanto como buscamos películas y series infantiles.

No es que las nuevas tecnologías anulen o hayan hecho anacrónica la necesidad y la responsabilidad de enseñar, inculcar valores, dar el ejemplo para educar, conversar e intercambiar con nuestros hijos, proponer y propiciar, estimular sin imponer.

En una tableta o PC caben muchos libros y hay espacio para una enciclopedia infantil y para un diccionario. Y hay espacio aún para libros de papel y tabletas a la par. No son excluyentes. En pantalla o papel, igual el Quijote arremeterá contra los molinos.

Verbos cansados, ¿qué quisiste decir? y lenguaje inclusivo

En ediciones de libros, en ambientes académicos, políticos y empresariales; en TV, radio y prensa escrita… Alteramos estructuras gramaticales, usamos mal verbos y preposiciones, sustantivos y signos; hablamos empleando –a veces por pereza, por no buscar otras o mejores y más exactas palabras (y así vamos olvidando palabras, se achican nuestro vocabulario y el pensamiento, perdemos posibilidades de decir con todos los colores y señas lo que realmente queremos y necesitamos decir)– términos clichés, repetitivos o con acepciones erradas.

A menudo escucho “intencionar”: tenemos/ queremos/ vamos a intencionar el proyecto/ las acciones/ el trabajo en… ¿Qué significa realmente en nuestro entorno “intencionar”, recogido en el Diccionario de americanismos como “tener la intención de hacer algo” (Honduras y Colombia) e “impulsar la realización de algo” (Ecuador, poco usado)?

Sospecho que puede, en la intención de nuestros hablantes, significar lo mismo intensificar, centrar, concentrar o escalar que hacer hincapié, dedicar especialmente… Ponga usted las acepciones que quiera. Es un verbo “gelatinoso”, útil para aludir a cualquier intención que el oyente, lector o interlocutor generalmente se queda sin dilucidar. Terminamos no sabiendo qué se quiso decir exactamente con “intencionar”. Peor aún, uno tiene la impresión de que, en algunos casos, el hablante no sabe con claridad qué es.

También leo y escucho “el tema de” la agricultura/ la inflación y los precios/ la pandemia/ la sequía… ha causado, genera, afecta… “El tema de” me suena a “ropa” con que, consciente o inconscientemente, vestimos el término principal de la declaración o reflexión para evitar decirlo dura y francamente… Uno se pregunta: ¿el problema es la inflación o el tema de la inflación?

No recepcionemos más. No somos aparatos de radio o televisión que recepcionan ondas. Nosotros recibimos en la recepción, en la sala de la casa, en el almacén o en la mano, sea un pago o un paciente, una mercancía o una queja. No digamos más “la decepción conllevó a que se alejara de él”, porque “conllevar” no es “llevar a”, “hacer que”, “provocar que”, sino “implicar, suponer o acarrear algo”, entre otras acepciones.

Tengamos moderación con “aperturar”, que en 2021 la actualización del DLE incluyó como “abrir algo, especialmente una cuenta bancaria”, aunque la RAE mantuvo la recomendación de usar preferentemente “abrir”. Y pudieran agregarse “inaugurar”, “iniciar”, “comenzar”, “empezar”, entre otros verbos, porque hay quienes “aperturan” todo.

¿Impacto?, uso poco claro y excesivo. Vayamos al Diccionario de la lengua española y comprobemos los significados de “impacto” e “impactar”. Últimamente, cada vez más, todo impacta o tiene impacto en todo: la lluvia en la agricultura, la inflación en el bolsillo, la guerra en la economía mundial, una bella mujer en los reunidos, la crisis mundial en los precios… Leo un artículo o escucho un discurso o una conferencia y aparecen “impacto” e “impactar” (en distintas conjugaciones) más de 10 veces. ¿Olvidamos “influir”, “afectar”, “repercutir en”, “condicionar”, “tener efecto en”, “influenciar”, “causar”, “modificar”, “determinar” y otros muchos verbos, según sea el caso?

“De cara a” está entre las expresiones que usamos con demasía. Es, sí, una locución preposicional válida, pero con valores diversos –finalidad, intencional, relacional, de posición o dirección–, que podemos dosificar empleando “para” o “con vistas a”, “ante”, “con la intención puesta en” o “la intención de”, “pensando en”, “en relación con”, “hacia”, “mirando a”, “con el objetivo de”, “con el fin de”...

Se les llama “verbos asesinos”, yo le agrego “cansados”: hoy muy poco “es” o “está”, mayormente “constituye” (sea el amor, una aspiración, un objetivo, la paz, un par de zapatos, el calentamiento global o un dolor de cabeza) y “se encuentra” (hospitalizado, ubicado en, en, no disponible, en Asia, presente, en peligro de extinción, entre los principales asuntos). Sucede lo mismo con “representar” (lo mismo un estímulo que un fracaso, un porciento que una amenaza) y “resultar” o “tratarse de” por el sencillo y preciso “es”.

Todo se realiza, desde un acto y una tarea a una visita o viaje, aunque ahí están “visitar” o “viajar”, “hacer”, “celebrar”, “ejecutar”, “llevar a cabo”, “efectuar”, “desarrollar”, “fabricar”, “elaborar”, “componer”, “construir”, “producirse”, “crear”…

Y “expresar”… Tenemos, también en este caso, que ir al DLE. Uno expresa algo con palabras, gestos, acciones, miradas. Cada vez que decimos “fulano expresó que la obra está concluida / que seguiremos trabajando/ que el cronograma se ha cumplido”, nos estamos expresando mal. Se expresa diciendo, hablando, gesticulando, pero “expresar” no es “decir” (como tampoco lo son “recalcar”, “significar”, “subrayar”, “destacar”, “enfatizar”, “insistir”, “abundar”, “ejemplificar”, cada uno con acepciones específicas y, en algunos casos, marcando intenciones distintas del hablante).

Llegamos a “enrocar” preposiciones: con frecuencia leo “enfatizar en que” e “insistir que” (se enfatiza que, se insiste en que). Persistimos en “de conjunto con” (en conjunto con, junto con, conjuntamente con, en colaboración con), entre otros malos usos de preposiciones que se suman a incorrecciones en prefijos, comillas y cursivas, acrónimos lexicalizados o no, el abuso de mayúsculas (injustificado, incorrecto) y las incongruencias de género y número.

Cada vez más, se nos ha colado el uso incorrecto del infinitivo al inicio de oración, conocido como “infinitivo introductorio, como verbo principal o radiofónico”: reconocer que, recordar que, destacar que, manifestar que, informar que, agradecer que, decir que, señalar que, comentar que (verbos declarativos o dicendi). Son, contrariamente a este uso, infinitivos parte de una perífrasis o expresión pluriverbal.

Hay una larga lista de alternativas para usarlos correctamente, que incluye: queremos, hay que destacar, es justo decir, es necesario recordar que; debemos o es importante u oportuno informar que… O, más simplemente: les recordamos que, informamos que, agradecemos o agradecemos a…

Hay muchos más casos y tendencias, como el casi olvido del adjetivo relativo posesivo “cuyo/ cuya”. Por eso, pueden leerse frases como “la doctrina Monroe, de la que este año se cumplen 200 años de su formulación pública” (de cuya formulación se cumplen 200 años) o “es un sitio que su único valor es la ubicación” (cuyo único valor es la ubicación). Caemos en el llamado “quesuismo”, fea palabra, otro error que quita brillo al idioma.

En los últimos años, se ha abierto paso el debate en torno a “lenguaje inclusivo” y “lenguaje sexista”, descrito este último, entre otros argumentos, como aquel que perpetúa estereotipos, perjudica o invisibiliza a las mujeres y prioriza o “univisibiliza” la realidad de los hombres como “medida de todas las cosas”.

En ocasiones, se ha señalado a la RAE como responsable de la resistencia al cambio, y, por extensión, supongo que al resto de las 23 instituciones que conforman la Asale (Asociación de Academias de la Lengua Española). En todo caso, hay unos 600 millones de hispanohablantes en el planeta, a quienes, llegado el momento, habría que preguntar su opinión.

Como simple hispanohablante, sin ser ni pretender ser voz autorizada, opto por la racionalidad, el sentido común. Rechazo el discurso, las actitudes, el pensamiento y las acciones sexistas, como también la aplicación del sello de “lenguaje sexista” a quien opte por el masculino plural de interpretación inclusiva, de uso mayoritario y plenamente vigente en nuestras normas lingüísticas, acorde con las convenciones gramaticales y léxicas que el español comparte con otros idiomas (y hay más que eso en el español).

Al hablar de eliminar el léxico “discriminatorio”, se plantea, entre otras cosas, feminizar los cargos y profesiones ejercidos por mujeres. Ya tenemos la incorporación del femenino en los pares música/músico, médica/médico, pilota/piloto y otros en términos antes considerados como “sustantivo común en cuanto al género”.

Por supuesto que llegarán otros, y es bueno, aunque uno duda de la pertinencia en casos incorporados al DLE como lideresa/ líder, juglar/ juglaresa, bachiller/ bachillera o chofer/ choferesa (aun cuando sigue en uso la forma común), dado que aquellos sustantivos de terminación -ar -er -ir -ur funcionan (o funcionaban) únicamente como de género o desinencia común. “Militara” aparece en el DLE como “esposa, viuda o hija de militar”, una de las definiciones a limpiar.

Entre los casos de “sustantivo común en cuanto al género” (tienen una sola forma para ambos géneros gramaticales, con el género del referente señalado por determinantes y adjetivos con variación genérica), si se sigue la tendencia a la adición de femeninos, ujier se desdoblaría, por ejemplo, en ujieresa o ujiera, y canciller en cancilleresa o cancillera (iría como otra acepción junto a “cuneta o canal de desagüe en las lindes de las tierras labrantías”). Sin embargo, más allá de tecnicismos gramaticales, a ojos del hablante las terminaciones -ar -er -ir -ur no tienen una marca de género masculino, como sí es apreciable en -or: compositor/ compositora, autor/ autora, deudor/ deudora, escritor/ escritora, profesor/ profesora, gobernador/ gobernadora (desinencia variable).

Otros ejemplos de “sustantivo común en cuanto al género” son el/ la profesional, rehén, estudiante, organista, terapeuta, dentista, maquinista, oficinista, periodista, violinista, referencista, cosmonauta, policía, pluralista, sexista, rescatista, submarinista, intensivista, anestesista, jurista, velocista, triplista, jabalinista, recordista, violonchelista, guitarrista, ajedrecista, futbolista, voleibolista, alergista, psiquiatra, gobernante, comerciante, vidente, oyente, intérprete, doliente, televidente, concursante, paciente, testigo, modelo, bebé, espía, accionista, mártir, joven, atleta, cineasta, logopeda, pediatra, guía…

Si líder, chofer y bachiller, entre otras, se han desdoblado y dejado de ser exclusivamente “sustantivo común en cuanto al género”, es posible imaginar que, en algún momento, con un cierto nivel de uso en algunos países, aunque siga considerándose “raro”, veamos estudiante/ estudianta, gobernante/ gobernanta (que se sumaría como una acepción de la existente entrada “gobernanta”), comerciante/ comercianta (dado que ya tenemos gerente/ gerenta, cliente/ clienta, comediante/ comedianta o bedel/ bedela)

¿Qué pasará con los hombres y las terminaciones -a -ista en los casos de “sustantivo común en cuanto al género”? Hasta ahora, no he conocido a uno a quien incomode o suene raro ser violinista, accionista, cineasta, logopeda, dentista, policía, rescatista, socorrista, pediatra, guía, periodista, jurista, pianista, alergista, inversionista, taxista, artista, ceramista, novelista, guionista, comentarista, caricaturista, humorista, columnista, paracaidista, electricista, economista… Se sumarían unos cuantos -isto (por ahora solo me viene a la mente el ya incorporado “modisto”).

Según un informe de la RAE de hace unos años, “aunque muy extrañas y aún sentidas como anómalas, ya han salido a la escena voces como testaferra, guardiacivila, correveidila y portavoza (que se relaciona ya con un derivado: ‘portavocía’)”. ¿Qué de raro tendría, entonces, que algunos o todos los -ista se sumen un día a “modisto” en la lista de desdoblamientos, si “salen a la escena” en uno u otro país o sector? Yo espero que no.

En cuanto a los epicenos (tienen una forma única con un solo género gramatical para referirse a individuos de uno u otro sexo. El género gramatical es independiente del sexo del referente), los hay masculinos (ella/él es un ídolo, portento, genio, talento, personaje, ejemplo, ejemplar, caso…) y femeninos (ella/ él es una persona, víctima, autoridad, voz autorizada, personalidad, celebridad, criatura…). Todavía no los imagino pasando a “sustantivo común en cuanto al género” o de “desinencia variable”.

En cuanto a los desdoblamientos niña(s)-niño(s), hijo(s)-hija(s), cubana(s)-cubano(s) y otros por el estilo, sigue siendo viable, práctico y correcto el uso del masculino como género no marcado y el plural masculino con interpretación inclusiva. Independientemente de cualquier visión sexogenérica, no veo solo varones cuando leo o escucho “niños cubanos” o “los cubanos” en un contexto general.

Es preferible esto, junto con el uso racional de sustantivos o términos colectivos (ciudadanía, población, alumnado, humanidad, público…) y pronombres (cuantos, nadie, alguien, ninguno, cualquiera…), a los desdoblamientos que pueblan de repeticiones y circunloquios un texto, aunque son válidos y necesarios en casos de posible confusión o ambigüedad, o cuando se requiera diferenciar por la lógica interna del discurso.

Veo frecuentes incongruencias de género y número en el uso de los desdoblamientos de género, y también inconsistencias, incluso en textos legales. En un texto legal, cuando se usa constantemente el desdoblamiento de género y luego aparece el plural masculino con interpretación inclusiva (a veces en un mismo artículo), pueden generarse confusiones, malas lecturas o errores de interpretación.

Recursos como el uso artificioso del símbolo de arroba (@), que no es un signo lingüístico ni tiene sonido, como supuesto morfema de género inclusivo, o el empleo del femenino como género no marcado en contraposición al masculino, no contribuyen al diálogo o a una mejor comprensión del asunto.

Tampoco ayudan, como decía, inconsistencias y contradicciones del tipo (y los ejemplos serán o no de Cuba, pero uso el nombre de Cuba o el gentilicio para ilustrarlos)los electores cubanos y cubanas”, “para que los padres de nuestros alumn@s (y nuestros alumn@s adultos)”, “las y los ciudadanos”, “los y las ciudadanas”, “las niñas y niños”,las hijas e hijos”, “las demás hijas e hijos”… En cierto contexto político se dijo (y traslado el ejemplo, como expliqué, al entorno cubano, aunque no haya ocurrido en él) que “el problema de Cuba es un problema entre cubanos y cubanas”, y recientemente un vecino me comentó que el parque “estaba lleno de niños, pero niños y niñas, ¿oíste?”.

Hace pocos días, el diario The Guardian informó que una editorial, Puffin, ha decidido reescribir los libros de Roald Dahl, autor británico de ascendencia noruega, para retirar lenguaje considerado ofensivo. Así, en Charlie y la fábrica de chocolate, Augustus Gloop no será más “gordo”, sino “enorme”, y otros personajes serán de género neutro. En James y el melocotón gigante han sido eliminados versos completos.

Según The Guardian, “se han hecho ediciones en las descripciones de la apariencia física de los personajes”, “se hicieron cientos de cambios al texto original y se agregaron algunos pasajes no escritos por Dahl”.

“Se han agregado términos de género neutral: en lugares donde Charlie y los Oompa Loompas de la fábrica de chocolate eran ‘hombres pequeños’, ahora son ‘personas pequeñas’. Los Cloud-Men (hombres) de James y el melocotón gigante se han convertido en Cloud-People (personas)”.

En Las brujas, un párrafo que explica que las brujas son calvas debajo de sus pelucas concluye con una nueva línea: “Hay muchas otras razones por las que las mujeres pueden usar pelucas y ciertamente no hay nada de malo en eso”.

La editorial y Roald Dahl Story Company, la compañía que maneja los derechos y las marcas registradas del escritor, fallecido en 1990, hicieron los cambios en colaboración con Inclusive Minds, “un colectivo para personas apasionadas por la inclusión y la accesibilidad en la literatura infantil”.

Una portavoz de Inclusive Minds declaró que “apuntan a garantizar una representación auténtica”. Un portavoz de Roald Dahl Story Company dijo que “nuestro principio rector en todo momento ha sido mantener las tramas, los personajes y la irreverencia y el espíritu afilado del texto original”.

Entre cientos de comentarios que alcancé a leer en las publicaciones de The Guardian y otros medios en Instagram, había muchos que coincidían en que “ya no serán los libros de Dahl”, “tendré buen cuidado con los ejemplares que tengo y compraré copias de viejas ediciones”, “una locura”, “este método de censura no permitirá a los jóvenes lectores interpretar críticamente los textos por su cuenta”, “una parte importante del estudio de la literatura es estudiar las ideas preconcebidas e influencias. Si lo ignoramos y cancelamos porque no está acorde con 2023, entonces no nos quedaría mucho del arte, ¿no?”, “vandalismo artístico”…

Por suerte, de las obras de Dahl, autor problemático y complejo, se han vendido más de 250 millones de copias en todo el mundo. ¿Quién cambia ese hecho? Son profundas las implicaciones éticas y artísticas de esta “reescritura”, en la que muchos señalan la hipocresía de la “corrección política” y la búsqueda de mercado. No se puede promover la inclusión excluyendo.

En su sucio cuarto de Nueva Orleáns, Ignatius Reilly seguramente estará en otro de sus ataques hipocondríacos, su válvula pilórica a punto de reventar, más seguro de que el mundo necesita “teología y geometría”, “buen gusto y decencia”.

Como dije antes, yo opto por el sentido común de Sancho: “Mire vuestra merced, que aquéllos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas”. También en cuestiones del idioma, que tiene, como la naturaleza, una suerte de “inteligencia” interior, relaciones de causa y efecto, sus tiempos propios y sus cambios que se cocinan, se asientan y cuajan en el tiempo y las realidades de millones de hablantes.

El tiempo y la vida dirán la próxima palabra sobre la inclusión y otros fenómenos y tendencias del español, porque mientras haya humanos nunca será la última. Otra vez, con Yoda: “Difícil de ver es. Siempre en movimiento el futuro está”. Por ahora, lo más importante es que cuidemos y queramos nuestra lengua materna.

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  • DIVA dijo:

    Y hablando de nuestro lenguaje, en la TV la mayoria de los artista nuestros expresan unas lineas nada agradables, cuando le preguntan del futuro dicen; bueno nada.... y sino es nada no sera nada bueno. Y asi en muchos escenarios se expresan los entrevistados muy mal puedo decir que hasta periodistas no tienen muy buena diccion y los que peinamos canas solo podemos decir, porque la accion depende de muchos, empezando por los maestros y la exigencia sobre el aprendizaje en el español.

    • Henry dijo:

      ..me preocupa mucho el tema del lenguaje inclusivo, y me alegra mucho que el autor lo haya mencionado,....cambian cubanos por cuban@s, o incluso por cubanes, ..lo mismo te ponen un símbolo de arroba que la letra "e",..y la verdad que no comunica..Mi apreciación personal..?, vamos directo al matadero, porque sin idioma no hay cultura y mucho menos identidad.

  • yudit dijo:

    Súper instructivo e interesante. Me encantó porque vemos cada cosa y oímos otras, que para qué, siempre será muy bueno tener artículos como este.

  • Norberto dijo:

    ¡Simplemente genial! Este es, en mucho tiempo, el mejor artículo que he leído sobre este tema. Muchas gracias. Saludos.

  • Ernesto dijo:

    Bravo! Estamos destruyendo el idioma español. Resulta difícil de entender, aburrido, incoherente y, sobre todo, falso. Hay una competencia absurda entre comunicadores de todo tipo y de todos los medios - escrito, radial, televisivo - para ver quien dice los retruecanos más disparatados o las palabras más absurdas. Gracias por su artículo! Llegará el día en que seremos mudos!

  • Pinera dijo:

    Me encantó el artículo, interesante e instructivo, todo lo que sea para defender nuestra lengua materna, porque en estos momentos es de gran importancia, para no dejar caer nuestra cultura y nuestras raíces, soy una enamorada de mi idioma, me gusta y trato de emplearlo lo mejor posible, para que los que me rodean puedan ver lo bello que es. Gracias

  • Mat dijo:

    Cada vez que leo en cubadebate el nombre de Turquía en inglés, será que van a escribir el nombre de todos los países en su idioma, además quisiera me digan cuál es el gentilicio de Türkiye, turkiyense?

  • Regla dijo:

    Sobre este tema, quiero preguntar: si interesa no discriminar por el sexo, entonces ¿por qué ahora Fina García-Marruz es una poeta? Suena mejor ES UNA POETISA... además eso de las niñas y niños, pudiendo decir la infancia, por ejemplo.
    Coincido con DIVA en que ahora en casi todas las entrevistas la respuesta a CUALQUIER PREGUNTA es: "Nada..." y después, decimos de todo!
    Para Mat, el estado turco (su gentilicio) decidió que se le nombre como Türkiye para no confundir con Turkey (pavo), decisión del país que debemos respetar, pero el gentilicio creo yo que siga siendo "turco, turca"...

    • mat dijo:

      Lo que cambio es su nombre en ingles, dentro de poco hasta Perú cambiara su nombre en portugués pavo es peru. Me gustaría saber como llamar a los ciudadanos de ese pais

  • Teresa dijo:

    Estamos hablando del lenguaje y usted al escribir, escribe èsto: debemos o es importante o oportuno informar, està hablando de verbos, conjugaciones de la gramàtica española, entre las faltas ortogràficas, cuando se va a poner una o antes de una palabra que comienza con o, de cambia por u, el ejemplo se lo puse anteriormente, usted escribiò, importante o oportuno, lo correcto es, importante u oportuno.
    Otra cosa, la palabra aquella o aquello, no lleva acento, porque es una palabra llana.
    Tambièn, por favor, no ponga tantas ý, donde van las comas, porque denota mala ortografia.
    Y esa palabra con què, va junta, porque la separada va con acento y no se refiere a lo que se enuncia.
    Y eso que he leìdo hasta donde hago menciòn.

    • Deny Extremera San Martín dijo:

      Estimada Teresa, gracias por el señalamiento de o oportuno. Es algo muy sabido lo de la u. Un lapsus calami, ya está corregido. Me disculpo.

      En cuanto a “aquéllo”, también conozco hace mucho la eliminación de la tilde diacrítica en los demostrativos, en uso años atrás. Sucede que lo tomo de la vieja edición que tengo y así lo reproduzco. Es más un homenaje y una decisión personal, no lo hago por desconocimiento. Tomo la frase entrecomillada de Sancho, y al hacerlo también estoy reafirmando un concepto: podemos tener claras las reglas ortográficas actuales y a la vez respetar el modo en que están escritos, en ediciones de épocas pasadas, clásicos de la literatura (en contraposición con el caso que comento al final del artículo, la reescritura de la obra de un gran autor fallecido hace dos décadas).

      En cuanto a las “y”, no es mala ortografía, es derecho editorial y decisión propia. Es el estilo en que escribo y disfruto cuando escribo. Lo importante es que, escribiendo en el modo en que lo disfruto, sea claro para que quienes leen (estén o no de acuerdo con lo que expongo o con mi estilo) entiendan lo que quise decir. El idioma tiene también flexibilidad para gustos y estilos.

      Al mencionar “conque” (como dice Ud., esa “palabra que va junta”), se refiere a la conjunción ilativa “conque” (equivalente a por tanto, por consiguiente, así que…). “Regresó la corriente, conque (así que, por tanto…) podremos ver el filme”.

      Pero en el uso que aparece en el artículo no es la conjunción “conque”, sino la secuencia “con que” (formada por la preposición “con” + el relativo “que”), y SÍ VA SEPARADA, así como está en el artículo. Sustituible por: con el cual, con la cual y sus plurales. Y sin acento. “Con qué” se usa cuando la secuencia incluye la preposición “con” + el interrogativo/ exclamativo “qué” (tónico). “Con qué interés escucharon la conferencia”.

      Esa confusión suya la tienen muchos a veces con “porque” (conjunción subordinante) y “por que” (preposición “por” + relativo “que”). “Esa es la razón por (la) que no prospera”. Le recomiendo el “Diccionario panhispánico de dudas” (uso comillas porque no admiten cursiva los comentarios).

      Se detecta el uso correcto de “con que” y “por que” (en este último caso hay otros modos de comprobación) porque se pueden intercalar artículos entre ambos elementos (“con la/el/los/las que” y “por el/la/los/las que”).

      Ya que no ha terminado, como dice, la invito a terminar. Agradezco de paso a todos los que se han interesado por el artículo. Y agradezco su señalamiento. Saludos.

  • Teresa dijo:

    Y el escrito tiene faltas ortogràficas aquello con acento, se repiten mucho la y entre palabras, en vez de poner coma un conque separado, etc, eso que no he leìdo todo el escrito.

    • Justeza dijo:

      Ya veo que el periodista respondió y corrigió el error que él cometió, una o que debía ser u, y que como dice él, se le escapó. Y se le escapa hasta al más pinto. Y de paso le corrigió a usted con mucha educación los errores de criterio y de gramática presentes en sus comentarios. De paso, aprendí yo también.
      Pues escribe muy bien, primero por las ideas y por el estilo elegante, pasando de un tema a otro, recordando con emoción y analizando con profesionalidad. El ritmo del discurso se siente cuando uno lee, es destacable porque este es un tema complejo, de muchos detalles, ejemplos, frentes, polémica, explicaciones y criterios. Es muy minucioso, y logra ser muy claro, se ve que ama el idioma. Una letrica más o menos se le va a cualquiera, hasta los grandes escritores hacen sus libros y luego pasan por editores. No por gusto pasa eso. Gracias periodista, ojalá que sepamos cuidar el idioma y la cultura.

  • Teresa dijo:

    Yudit, la palabra super va sin acento.

  • Teresa dijo:

    Regla, me disculpa porque està equivocada, en ESPAÑOL ES TURQUÌA, NO TURKIYE, NI TURKEY, ENTONCES, DEBEMOS DECIR, MILANO EN ITALIANO O MILÀN EN ESPAÑOL, LLAMAR A SUS PAÌSES, COMO ES EN SU IDIOMA.
    ENTENDERÌA EL ÀRABE, JAPONÈS, CHINO, RUSO, UN LARGO ETC.

  • Teresa dijo:

    Regla, usted sabe, còmo se pronuncia Cuba en inglès? Tenemos que decirles a esos hablantes que, no se pronuncia Quiuba, sino, Cuba.
    Semejante disparate.

  • Teresa dijo:

    Hay veces que, leo y sigo porque entre, subtìtulos de pelìculas noticiero, locutores, periodistas, transcriptores, cintillos de telesur, noticiero tvc, otros cintillos, comentarios de los foristas, me da una indignation.

  • Teresa dijo:

    Palabras homófonas
    Mas o más

    Fabián Coelho Fabián Coelho Lingüista
    Mas se escribe sin acento cuando equivale a ‘pero’, mientras que más, con acento, es un adverbio que denota la idea de superioridad, exceso o aumento, y que también puede funcionar, según sea el caso, como adjetivo, sustantivo o conjunción.

    Las palabras mas y más se diferencian en la escritura por una tilde, conocida como tilde diacrítica. La tilde diacrítica es aquella que se emplea para dar a una palabra un valor o significado distinto. Así, en este caso, la tilde nos permite identificar cuándo la palabra funciona como una conjunción adversativa y cuándo como un adverbio, adjetivo, sustantivo o conjunción copulativa.

    Cuándo usar mas
    Mas funciona como una conjunción adversativa equivalente a ‘pero’; es empleada para contraponer conceptos o ideas. No obstante, hoy en día su uso se ha restringido al ámbito literario y se considera arcaizante.

    Por ejemplo:

    La marquesita salió a las cinco, mas nadie quiso acompañarla.
    Hemos disfrutado con su novela, mas hubiéramos preferido que fuera más breve.
    Asimismo, mas se utilizaba en español antiguo en el sentido de ‘sino’. Por ejemplo: “No es tiempo de llorar, mas de reír y seguir adelante”.

    Cuándo usar más
    Más, con acento, es un adverbio comparativo; se usa para denotar superioridad, exceso o aumento de algo. Asimismo, puede hacer funciones de adjetivo, sustantivo o de conjunción copulativa.

    Por ejemplo:

    Me gusta más tu casa que la mía.
    Vinieron más personas a la fiesta de las que pensamos.
    Se han acabado las entradas para la función, no hay más.
    Luego de la cifra, debes colocar el signo de más.
    Dos más dos son cuatro.

  • Carla Mier dijo:

    A Teresa. Me confunden sus cuestionamientos o críticas. El autor del artículo se refiere al "lenguaje inclusivo"
    En realidad no nos está dando cursos de ortografía, aunque me parece que ya sus cuestionamientos han sido aclarados. Me disculpo si cometo errores de ortografía en mi intervención, aunque me gustaría conocer alguna obra escrita por usted para comprender o aprender ortografía.

Se han publicado 19 comentarios



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Deny Extremera San Martín

Deny Extremera San Martín

Periodista de Cubadebate. Ha trabajado en Radio Reloj, Casa de las Américas y otras instituciones y proyectos periodísticos.

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