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Misión de las ideas

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Construir  la opinión pública es  una función del periodismo  y solamente puede ejercerse cuando existe un fuerte vínculo entre  quienes  piensan y quienes actúan, cuando el emisor de opinión establece una conexión eficaz con las bases  populares. La relación entre la palabra y el poder, entre los signos semánticos y las esferas ejecutivas, es uno de los fenómenos que ha definido a nuestra época. 

 

Los periodistas nos consideramos depositarios de una parte del dinamismo social, de los resortes que actúan como impulsores de la comunidad. Debemos analizar, diagnosticar,  exponer y de igual manera  supeditar nuestro oficio a un cometido moral con una dimensión más elevada a la simple tarea de informar y opinar. El periodista, como agorero que descifra su tiempo, es un intelectual y  como tal  es un sucesor de los viejos sacerdotes que ordenaban la vida para el hombre común y les proporcionaba un sentido a  su existencia. 

 

En la medida que las tecnologías se desarrollan vemos que el universo informático se adelgaza en profundidad. Los noticieros televisivos gana en adeptos y crecen en la atención pública, pero a la vez adelgazan la intensidad de la penetración Todo el texto difundido en un noticiero de televisión de media hora de duración no alcanza a llenar una sola página de un tabloide. Ello quiere decir que, para diferenciarse del facilismo televisivo,  el periódico impreso tiene su destino marcado como formador de opinión, como indagador en la esencia de los sucesos  contemporáneos,  como punto de observatorio y  examen. No puede competir con la inmediatez de la radio ni con la imagen en movimiento  que aporta la  televisión. 

 

Hay apocalípticos que constatan que cada día se lee menos y se ve más; la cultura de la figuración reemplaza lentamente a la del entendimiento.  No olvidemos que la autoridad del periodismo impreso está vinculada a la amplitud del establecimiento educacional, a la alfabetización, el número de escuelas, el incremento de matrículas, la propagación de la enseñanza superior. 

 

La difusión periodística también está relacionada con el desarrollo de las tecnologías. Todos sabemos del aporte de  Gutenberg, pero pocos tenemos en cuenta que el periodismo moderno no habría sido posible si en el siglo diecinueve  no se hubiese alcanzado  una revolución tecnológica de las técnicas de impresión  y una notable disminución del costo de producción del papel.  La invención del linotipo y de la estereotipia fueron recursos que permitieron el aumento de las tiradas y la disminución del precio de los periódicos.

 

En nuestro tiempo estamos asistiendo a otra revolución tecnológica que amenaza el reinado de la imagen y está por arrebatarle la  supremacía a la televisión. Me refiero a la revolución informática que ha convertido las computadoras  en el medio más popular para la información. Ese nuevo vehículo no prescinde, en lo absoluto, de las señales lingüísticas. Para ser un receptor de televisión basta con tener los sentidos en orden.

 

En el siglo que comienza nos enfrentamos a nuevos desafíos que debemos enfrentar con lucidez. La intolerancia racial, el fanatismo fundamentalista, la explosión demográfica, los déficits educacionales, la omnipotencia creciente de  las transnacionales,  las catástrofes ecológicas, las migraciones incontroladas, el consumo en auge de estupefacientes, la desigualdad en la distribución de la riqueza. El periodismo moderno tiene como deber ineludible facilitar la toma de conciencia sobre  esa gama de riesgos y quebrantos.   

 

El periodista es un sacerdote laico  y dentro de sus funciones se encuentra la renovación de la fe en la eficacia de las virtudes cívicas. Nuestra independencia siempre ha estado  menguada por el poder del Estado. Pero en esta época hemos pasado de los brazos del príncipe al regazo del empresario. Son las grandes corporaciones las que dictan hoy lo que hay que ver y pensar. Somos hombres de ideas, de luchas ideológicas, de  combates espirituales y por ello el conformismo es el peor anestésico de la eterna vigilia a que estamos obligados.  No podemos ser agentes de las clases  dominantes porque nuestro oficio nos obliga a ser beligerantes en favor  de las clases  subyugadas.

gotli2002@yahoo.com

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Lisandro Otero

Lisandro Otero

Novelista, diplomático y periodista. Ha publicado novelas y ensayos, traducidos a catorce idiomas. Falleció en La Habana en 2008.