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Cien años para Núñez Rodríguez

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Enrique Núñez Rodríguez. Foto: Archivo.

Pregunté un día a Enrique Núñez Rodríguez si era difícil hacer humor en Cuba, y me dijo que era difícil hacerlo en cualquier parte. El humor es una filosofía ante la vida, una forma de ver el mundo, precisó. Se tiene esa veta —o no se tiene— que hace que aun en los peores momentos uno encuentre la arista que por lo menos le permita sonreír. Un humorista no se hace, nace. Mi madre quería que yo fuese niña; nací varón e hice así mi primer chiste.

Núñez Rodríguez —no sé cuándo comencé a tutearlo ni a llamarlo, a secas, Enrique— nació en Quemado de Güines, localidad de la región central del país, en mayo de 1923, hace ahora cien años. Fue un periodista de toda la vida. Tenía ocho años de edad cuando vio por primera vez su nombre en un periódico calzando un cuento suyo, y a los catorce era ya el cronista social del diario El Mundo en su pueblo natal. Ya de grande, escribió para Zig Zag, donde compartió de tú a tú con los mejores humoristas de los años 40 y 50, y mantuvo durante casi una década una sección de farándula en la revista Carteles. Su columna en el periódico Juventud Rebelde, que se extendió por casi veinte años y le valió el Premio Nacional de Periodismo José Martí, no fue para él una vuelta a una popularidad que ya conocía por su teatro y sus espacios televisivos y radiales, sino la consecuencia de algo a lo que aspiró siempre: la identificación con el lector.

Me dijo en una ocasión que le gustaba ver sus crónicas como una vuelta del ser humano a nuestro periodismo; alguien que podía ser el propio autor, un personaje popular; un ente desconocido o un artista de fama. Precisó: “Ahora que me lo preguntas, creo que el objetivo de mis crónicas es ese: dar al hombre como tal, presentarlo como protagonista de la vida y, en ese sentido, no hay límite posible”.

Así, el tema de sus crónicas es, sencillamente, la vida. Son páginas de recreación autobiográfica, de memoria espejeante, de evocación de hechos y gente. Visión incisiva del fluir cotidiano. Peripecias e intimidades del mundo de la farándula, del teatro, la radio y la televisión. Fueron escritas con desenfado, ajenas a todo tipo de estiramiento y sin pretensiones moralizantes. En ellas, la risa es a veces temblor inesperado y también una puntada a fondo, El cronista, afirma Abel Prieto, no se inmiscuyó en cuestiones teóricas; se limitó a recordar y contar y así dejó su aporte a nuestra permanente e incansable definición colectiva y polifónica de “lo cubano”.

Supo el cronista recoger sin amargura la áspera cotidianidad de los días de la crisis económica de los años 90, el llamado Periodo especial, y hasta consiguió hacernos reír en medio del drama por la supervivencia que caracterizó aquella etapa. En las páginas de entonces advierten los especialistas un humor reflexivo y filosófico. También está presente en ellas la voluntad del autor de provocar la risa a secas, de que pasemos un rato agradable con lo que escribe.

Todos los domingos leía, bien temprano en la mañana, su página en Juventud Rebelde; la releía hasta veinte veces, pues pocas cosas le causaban tanta satisfacción como leerse a sí mismo, y enseguida se ponía a escribir la crónica del domingo siguiente.

Con esas crónicas vertebró no pocos de sus libros, como Yo vendí mi bicicleta y Gente que quise. El último libro que llegó a publicar lleva el extraño título de ¡A guasa a garsín!, frase que si se lee con cierta técnica pone al descubierto el cifrado que anunciaba la visita al prostíbulo de María Camión, en Sagua. Un libro de casi 500 páginas, con portada de Roberto Fabelo y prólogo de Abel Prieto, que incluye los cuentos de Enrique y su única novela, ¡Sube, Felipe, sube! que revela muy bien y desde dentro lo que fue el mundo de la radio y la TV en la Isla.

¿Qué pasa en ese libro? En ¡A guasa a garsín! pasa sencillamente la vida. Lo dice el propio autor en la nota de contracubierta: “De la oración de San Luis Beltrán al ultrasonido y los rayos láser… Del padrejón al sida. De Miguel Matamoros a Silvio Rodríguez. Del ábaco a la computadora. De la cabellera lacia a la calvicie. De la dentadura blanca y pareja a la prótesis parcial. Y todo en menos de cincuenta años… Se ven tantas cosas. Y puede que hasta te publiquen un libro”.

Con carácter póstumo apareció otro libro suyo, El vecino de los bajos. Noventa y nueve crónicas que seleccionó su nieto, Tupac Pinilla. Sucede que durante años mantuvo su columna en lo que él llamó el “acogedor sótano” de la página tres de la edición dominical de Juventud Rebelde, mientras que los “altos” se reservaban a Gabriel García Márquez. Cuando se agotaron las valiosas colaboraciones del colombiano, la dirección del periódico ofrece a Enrique “el piso de arriba”. Algunos lectores lo instaban a reclamar el espacio que dejaba el autor de Cien años de soledad. La antigüedad, la constancia y la larga permanencia en el trabajo —decían los lectores— le condecían el derecho al ascenso.

El humorista declinó la propuesta de la dirección del diario y desoyó la demanda del público. Adujo que “no es fácil, en el periodismo, acreditar una columna y establecer el hábito, entre los lectores, de buscarla en la misma página y en el mismo sitio”. Añadió que era alérgico a las mudanzas y que el traslado de espacio dentro de la página no se avenía con su “sedentarismo habitacional”, sin contar que ese sótano le permitía hacerse “de un envidiable mirador hacia las alturas”. Por último, expresó al director de Juventud Rebelde que “las caídas desde el piso bajo son menos dolorosas”.

Evoca Núñez Rodríguez en su libro costumbres cubanas entrañables, Y como el cazador de seres anónimos que fue, los protagonistas de sus páginas, resume Abel Prieto, son jugadores de cubiletes y buscavidas de toda laya. Periodistas que inventan las noticias. Barberos. Hermanas solteronas que discuten casi a puñetazos para rebajarse la edad. El manco de las dos manos que tiene, sin embargo, huellas dactilares en su carnet electoral. El recluso simpático que asesina a su mujer. Maestros, curas, rumberas, cocineros. No falta el cantante aficionado que hacía lo suyo a bordo de un ómnibus o en cualquier esquina y que luego de su actuación pasaba “el cepillo” a la voz de “Ayude al artista cubano”.

Crónicas que, al igual que todas las de Enrique Núñez Rodríguez, dice la crítica, evidencian al hombre de humor agudísimo y palabra chispeante y fluida, que transpiraba cubanía por cada uno de sus poros y era capaz de dotar de gravitación y sentido a la anécdota en apariencia más trivial.

Se han publicado 4 comentarios



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  • Capiro dijo:

    Yo también era un asiduo seguidor de Nuñez Rodriguez,,, era lo primero que buscaba en el JR dominical. Gratos recuerdos dejó en mi juventud su lectura.

  • carmen dijo:

    Enrique Nuñez, Me Encanta !! Leia su columna de los " bajos" , y luego leia a Garcia Marquez. Todos sus libros, que deberian poder obtenerse en las Ferias del Libro Recuerdo sus intervenciones en la Asamblea Nacional .

  • Barbara del Toro dijo:

    Para mí, Enrique será un amor eterno, lo admiré desde niña y tuve la suerte de verlo. Espero q sus libros se vuelvan a publicar.

  • César Bustamante dijo:

    Honrar, ¡HONRA!!, También a Ud. que lo leo con placer.

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Ciro Bianchi Ross

Ciro Bianchi Ross

Destacado intelectual cubano. Consagrado periodista, su ejecutoria profesional por más de cuarenta años le permite aparecer entre principales artífices del periodismo literario en el país. Cronista y sagaz entrevistador, ha investigado y escrito como pocos sobre la historia de Cuba republicana (1902-1958). Ha publicado, entre otros medios, en la revista Cuba Internacional y el diario Juventud Rebelde, de los cuales es columnista habitual.

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