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El abuelo Juan Nicolás Dávalos y Betancourt

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Portada de la revista La Higiene, con la caricatura del Dr. Juan N. Dávalos, con motivo de su célebre campaña contra el muermo.

Para un hombre como Hart, fiel apasionado de la Historia, conversar sobre los diversos orígenes de los cubanos fue siempre un tema recurrente. Recordaba con placer que su amigo, el escritor Alejo Carpentier le decía, Armando los cubanos descendemos de todas partes, pero todos descendemos de los barcos. Para Hart aquello no era una exageración de Alejo, porque en su propia familia, la norma se cumplía invariablemente. Los recuerdos de esos “quijotes” buscando nuevos horizontes siempre conmovieron su imaginación, al punto que era capaz de describir al detalle su genealogía y recordaba cada fecha significativa de la familia. Desde luego, que la noble historia del destacado científico cubano Juan Nicolás Dávalos y Betancourt, el abuelo materno de Armando, era uno de los temas de conversación preferidos por él.

El abuelo Juan Nicolás nació el 6 de noviembre de 1857, en Sabanilla del Encomendador, actual municipio Juan Gualberto Gómez, en Matanzas. Se graduó de Bachiller en Artes en 1879 y luego cursó Medicina en las universidades de La Habana y Madrid. También realizó estudios en el Instituto Pasteur, en Francia, en otros países de Europa y en los Estados Unidos, con el objetivo de ampliar sus conocimientos y hacerse de la necesaria cultura práctica del laboratorio. En 1899, obtuvo el título de Doctor en Medicina en la Universidad de La Habana. Entre sus trabajos más notorios como figura científica destacada, sobresale su labor en el Laboratorio Histobacteriológico e Instituto de Vacunación Antirrábica de La Habana, que había sido creado en 1887 por el doctor Juan Santos Fernández. En ese centro laboró junto a una pléyade de ilustres científicos, entre los que se destaca el Dr. Carlos J. Finlay.

El abuelo Juan Nicolás fue un eminente médico bacteriólogo, precursor de la Bacteriología en nuestro país, rama en la que logró descubrimientos notables. En los testimonios que se conservan sobre su figura, se advierte que no solo fue su talento para la investigación científica lo que dejó una huella imperecedera en el contacto con su persona, sino su ética y contextura moral, así como su disciplina integral. Porque fue un hombre de acrisolada honestidad intelectual y científica y de gran audacia investigativa, en un campo tan complejo como el de las ciencias bacteriológicas.

Se consagró por completo a su labor investigativa. De él dijo el periodista Víctor Muñoz en la prensa de la época, “es el sabio que sueña con las bacterias”. El historiador César Rodríguez Expósito, en la biografía en la que le rindió homenaje, titulada “El Dr. Juan N. Dávalos: el sabio que sueña con las bacterias”,[1] habló de su carácter y subrayó que ante los peligros de su trabajo no se atemorizaba y mantenía una serenidad imperturbable, así como su entusiasmo por la investigación, pues uno de sus principios favoritos consistía en “laborar en pro de la ciencia, que es trabajar por el progreso de la Patria”.

En 1894, mediante un método modificado y en compañía de su colega, el doctor Enrique Acosta, el abuelo Juan, obtuvo su mayor triunfo científico relacionado con la obtención del primer suero antidiftérico cubano, del cual fueron sus introductores y productores en el país; siguiendo la técnica del científico francés Emile Roux, pero adaptado a las condiciones climatológicas de Cuba y con tan buenos resultados que su propio creador así lo reconoció. Por eso Cuba se convirtió en el primer país en América que aplicó el suero contra la difteria. Esa fue una gran conquista por la cual se salvó de la muerte a muchos enfermos de difteria y, asimismo, se logró disminuir la mortalidad, sobre todo en la población infantil. Juan Nicolás se dedicó a promover activamente el tratamiento de las enfermedades microbianas por medio de los sueros medicinales o seroterapia.

Fue muy importante para el país las investigaciones que llevó a cabo para aislar el germen del muermo, “cuyas epidemias en los seres humanos, eran causadas por la estabulación masiva de ganado equino dentro de la ciudad”. El abuelo también fue capaz de aislar e identificar disímiles microorganismos patógenos y obtuvo suero contra el tétanos y la fiebre tifoidea. Sus estudios se extendieron al paludismo, la fiebre amarilla, la lepra, entre otras enfermedades. Vivió enfrascado y tratando de encontrar una vacuna, un suero, algún agente que pudiera contrarrestar la virulencia de las infecciones.

El 27 de enero de 1895, cuando solo tenía 38 años de edad, fue aceptada su solicitud de ingreso a la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, en la que con su trabajo “La Seroterapia” resultó electo Miembro Numerario, en una sesión solemne. Ingresó en el recién inaugurado Laboratorio (Biológico, Químico y Bacteriológico) de la Isla de Cuba en 1902 y al asumir el Dr. Finlay, la Jefatura Nacional de la Sanidad Cubana, el abuelo Juan fue nombrado jefe de la Sección de Bacteriología. A partir de ese momento comenzó a laborar con el eminente científico, en la lucha contra el tétanos infantil y la tuberculosis.

En los Anales de la Real Academia, y en varias revistas científicas tanto nacionales como extranjeras, encontramos publicados varias decenas de sus destacados textos, entre los que podemos citar por su gran valor: “La seroterapia o tratamiento de las enfermedades microbianas por el suero sanguíneo” y “La difteria aviaria en la Isla de Cuba”, aparecidos en los Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.[2]

El doctor Juan Nicolás fue un auténtico científico cubano y un abnegado médico, que dedicó toda su vida al estudio. Gracias a su consagrada vocación por la ciencia y a la cultura que poseía, los loables resultados que obtuvo los puso al servicio de su Patria. Para él solo existía su trabajo en favor de la causa humana en su sentido más puro. Un espíritu generoso como el suyo, estuvo marcado por la humildad genuina, que nacen del talento, la imaginación y la ética con el sello indeleble de su abnegada labor.

Cuando realizaba sus labores investigativas, se inoculó accidentalmente el virus de la rabia durante la autopsia de un conejo, también resultó contaminado con los gérmenes de la tuberculosis, tétanos y la fiebre tifoidea. Él vivió tan entregado a sus trabajos que recibía estos contagios como una cosa absolutamente natural. Las secuelas de todas estas enfermedades tributaron a su temprana defunción, ocurrida el 4 de diciembre de 1910, aún en la plenitud de sus posibilidades científicas y profesionales. Fue velado en su casa de Lamparilla 34 y sepultado en el panteón que acababa de construir en aquella época la Academia de Ciencias en el Cementerio de Colón.

La obra del abuelo Juan Nicolás trascendió la época en que vivió y los microbiólogos cubanos de hoy lo recuerdan como parte de su memoria sagrada; porque sus estudios estuvieron nutridos no solo de su fuerza alentadora de futuro, sino de su extraordinaria capacidad creadora de cultura. Evocar su estatura científica y su legado que es parte consustancial de nuestra memoria histórica, nos permite a los cubanos explicar al mundo lo que somos.

Juan Nicolás.

[1] Cuadernos de Historia de la Salud Pública no. 35. La Habana: Editorial Ciencias Médicas; 1967.

[2] Tomo 36, 1899-1900, pp. 273-281, y en el Tomo 40, 1907, pp. 303-325, respectivamente.

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  • fusil contra fusil dijo:

    Otro artículo de CUBADEBATE que ennoblece su función de informar y educar. Cuántos cubanos ilustres e ignorados han salido a la luz en sus páginas. FELICIDADES al colectivo.

  • Orlando Rafael Serrano Barrera dijo:

    Homenaje a una gran figura de la ciencia cubana, el Dr. Juan Nicolás Dávalos Betancourt, a quien también considero entre los fundadores de la inmunología cubana por sus trabajos en la obtención de sueros inmunes. Su frase “laborar en pro de la ciencia, que es trabajar por el progreso de la Patria”, es de mis favoritas.
    No sabía que era parte de la genealogía de Armando Hart.
    ¿Por qué no aparece el autor de este artículo?

  • Eugenio Vicedo Tomey dijo:

    La tradición CIENTIFICA de los cubanos es algo que, olimpicamente, se pasa por alto con frecuencia. Los slogans nos caracterizan fundamentalmente en relacion a la musica y el deporte. Por eso se agradecen los escritos que nos recuerdan que esta tierra caribeña ha hecho aportes de valor al desarrollo de la ciencia en múltiples campos.

  • Giraldo Mazola dijo:

    Muy interesante artículo de Eloisa. De paso le aclaro al amigo Serrano que Eloisa es la viuda de Armando Hart cuyo segundo apellido es Dávalos.

    • Orlando Rafael Serrano Barrera dijo:

      Agradezco mucho a Mazola, por ambas precisiones. Es Hart una figura que admiro, y he leído todo lo que CubaDebate ha publicado de su autoría, además de algunos ensayos que, incluso, tengo en casa. Sin embargo, no había caído en la cuenta de su segundo apellido. La genealogía siempre es importante para los que estudiamos la historia.
      Igualmente agradezco a Eloísa por mantener la divulgación de su obra. Y a CubaDebate, por supuesto.

  • Marta Carreras dijo:

    Gracias, Eloísa, por desempolvar historias familiares que trascienden su orgullo a la nación y más en un campo tan noble y universal como es la Ciencia y en particular, a la ciencia médica.
    Hace unos años en tránsito por Panamá me emocionó muchísimo descubrir frente a la bahía, un monumento dedicado al ilustre científico cubano Carlos J. Finlay, por su decisivo aporte a la vida que permitió detener la espantosa epidemia de fiebre amarilla y con ello, poder culminar la monumental obra que es aún hoy, el Canal de Panamá.

    culminar esa trascendental obra que es el Canal de Panamá.

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Eloísa Carrera

Eloísa Carrera

Editora y escritora, investigadora por más de dos décadas de la vida y obra de Armando Hart y fundadora de la Asociación Hermanos Saíz. Esposa y compañera de batallas del Doctor Armando Hart Dávalos. Investigadora de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí (BNCJM) y directora del Proyecto Crónicas.

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