Imprimir
Inicio »Opinión  »

Roa: ríe y roe

| +

El 18 de abril de 1907, hace exactamente un siglo, Raúl Roa García debe haber dado su primer grito de combate, recién brotado de las entrañas de su madre.

Cuando triunfa la revolución en Cuba en 1959 con el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista, Roa militaba en las filas insurreccionales con iguales bríos que antes lo había hecho en la lucha contra el tirano Gerardo Machado en las décadas de los años 20 y 30, cuando fue protagonista y cronista de importantes hazañas.

Con una nutrida hoja de servicios a la patria como combatiente anticapitalista desde que se vinculó al movimiento revolucionario estudiantil en 1923, profesor universitario desde 1927 con un magisterio siempre al servicio de las causas más nobles, y figura prominente de la cultura cubana con una ya importante obra, llegó Roa a encabezar la cancillería cubana en 1959.

Por desgracia, nunca cumplí, y nunca me perdonaré no haberlo hecho, un propósito que me hice cuando trabajé bajo su dirección de 1959 a 1968 y que repetía muchas veces a mis amigos más cercanos: el de anotar las genialidades cotidianas de Roa para la posteridad.

Aunque sin la precisión que habría logrado de haber cumplido aquel proyecto,   me propuse más recientemente recordar mis vivencias de aquella etapa extraordinaria de nuestra diplomacia revolucionaria, en la que tuve el privilegio de desempeñarme como el primer Introductor de Embajadores y Director de Protocolo del nuevo Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, en un libro que vio la luz este año [1].

Allí narro cómo nos presentamos un grupo de combatientes clandestinos de nuestra recién ganada guerra de liberación ante el recién designado Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno revolucionario quien buscaba cuadros para la reorganización que debía llevar a cabo en su cartera.

Raúl Roa me miró desde el suelo, sentado sobre sus piernas cruzadas en una forma que algún tiempo después le reconocería como característica, ante un montón increíble de papeles que tapizaba más de la mitad del suelo de granito de la amplia sala:

- Tienes un tipo de lord inglés del carajo. ¿Por qué no vienes a trabajar con nosotros en el protocolo?

- No tengo la menor idea de lo que es eso, pero me gustaría trabajar con usted, doctor.

Luego de rápidas preguntas y respuestas acerca del nivel educativo y el dominio de lenguas, me propuso:

- Ven de segundo del protocolo por un tiempo y después que domines el trabajo, te hacemos jefe.

- ¿Y quién es el jefe?

- El que está ahora. Tiene mucha experiencia y puedes aprender de él.

- No, deje doctor, yo no quiero trabajar de segundo de alguien que no sea gente de la revolución.

- Bueno, está bien, no jodas, te hago jefe del potro loco.

En el propio libro recuerdo que, minutos antes de tocar pista en el aeropuerto de Ciudad de México el avión en que viajábamos los integrantes de una delegación cubana a los actos por el aniversario del Grito de Dolores, el comandante de la nave se dirigió a los pasajeros para comunicar, a solicitud de las autoridades locales, que estaba terminantemente prohibido descender a tierra portando armas de fuego.

Que suerte que no viene Roa con nosotros, - comentó Armando Hart, entonces Ministro cubano de Educación- habría tenido que dejarle la lengua al piloto.

Y es que realmente Roa parecía disparar cuando hablaba.

Muchos diplomáticos norteamericanos, y algunos de sus más insignes seguidores en materia de rechazo a la Revolución cubana, resultaron literalmente ametrallados por el verbo incisivo con que el "Canciller de la Dignidad" destrozaba insidias y mentiras contra Cuba.

En debate con algunos representantes diplomáticos de reconocida fama por su habilidad y experiencia polémica, demostró superioridad.

En una ocasión, luego de muchas horas de discusión con Roa en una reunión internacional, Krisna Menon, Ministro de Defensa y representante de la India en aquel cónclave, considerado entonces uno de los más hábiles polemistas de las naciones del Tercer Mundo, fue fulminado por el raudal de argumentaciones que esgrimió el Canciller cubano en un debate entre ambos.

- Con tal de no tener que oír más la lengua viperina del doctor Roa, consiento en su propuesta.

A la salida de la sala, jocoso, Roa puso el brazo izquierdo sobre los hombros de su oponente, que era también su amigo, le estrechó la mano y lo fulminó:

--Es usted uno de los oradores más brillantes que he conocido…, pero, modestia aparte, yo soy mejor que usted.

Aceptó, en una ocasión, ofrecer una conferencia acerca de la Revolución cubana en la Universidad de Río de Janeiro, pese a las objeciones que al principio puso, debido a la barrera del idioma.

Como le aseguraron que los estudiantes brasileños podían entender el español siempre que se hablase lenta y claramente, comenzó su exposición anunciando que así lo haría:

--Para que me puedan ustedes entender hablaré muy despacio-, fue todo lo que dijo de ese modo, porque a continuación retomó su habitual velocidad de expresión, deteniéndose sólo por las muy frecuentes interrupciones que provocaba el auditorio con sus aplausos.

Cuando, a la salida del local, en medio de atronadores aplausos y otras muestras de simpatía por parte de los estudiantes, le dije a su pedido que a mi juicio había hablado demasiado rápido, me respondió como trueno:

- Claro, me di cuenta, por eso aplaudían cuando no debían y no aplaudían cuando yo lo esperaba.

En Naciones Unidas y en cualquier conferencia era el terror de los intérpretes por su oratoria supersónica, pero también y sobre todo, por la riqueza extraordinaria de su vocabulario.

Roa era rápido en su forma de expresarse pero también lo era, para leer, para escribir, para pensar, para gesticular, para obrar.

Leía un documento de 20 ó 30 cuartillas en 20 ó 30 segundos y era capaz de evaluar el contenido en su integridad o en cualquiera de sus partes, al tiempo que detectaba hasta la menor deficiencia ortográfica o de redacción.

Cuando decidió librar una batalla por el más efectivo aprovechamiento de la jornada laboral por los funcionarios de su Ministerio, a algunos de los cuales sorprendía con bastante frecuencia fuera de sus respectivos locales de trabajo distrayendo a los demás, la emprendió "contra la girovagancia y el palique ambulatorio", una consigna que aún rinde frutos en beneficio de la profesionalidad del trabajo diplomático cubano.

De la agilidad mental y agudas ocurrencias de Roa podrían escribirse libros enteros.

En una ocasión citó al Embajador norteamericano para hacerle entrega de una Nota Verbal de protesta por los actos hostiles que se estaban realizando contra el territorio y los guardafronteras cubanos de la Base Naval de Guantánamo.

En un momento de la tensa conversación con el diplomático estadounidense, pasó por alto que éste no tenía dominio suficiente del idioma español como para captar ciertos giros y expresiones que en él eran muy frecuentes.

- Hemos sido víctimas de miles de provocaciones por parte de la soldadesca norteamericana en la Base, -dijo.

El embajador le interrumpió: -Perdone, Ministro. ¿Cuantas?

- Decenas, centenares, miles o millones, es igual. Lo que puede tener usted por seguro es que no estamos dispuestos a soportar una sola provocación más, - tronó Roa.

Un día estaba yo despachando con Roa diversos asuntos urgentes de mi trabajo cuando una llamada telefónica que debió atender el Ministro me dejó ocioso por varios minutos.

Me puse, distraídamente, a jugar con un pisapapeles que se encontraba sobre el escritorio.

Era una semiesfera de vidrio que puse a girar por su parte convexa sobre el cristal que cubría el mueble.

Para mi sorpresa, así como para la de Roa, el pisapapeles se mantuvo dando vueltas de manera tan sostenida que provocó que el Canciller interrumpiera su conversación telefónica para decirme:

-¡Coño! ¡Has descubierto el movimiento continuo!

Explicó a su interlocutor telefónico que tendría que dejarlo porque algo extraordinario estaba ocurriendo en su oficina y se paró frente a la mágica esfera giratoria hasta que ésta, aparentemente de manera caprichosa se dio vuelta y comenzó a bailar en círculos brevemente sobre la parte externa de su cara plana, hasta el reposo.

Roa enseguida probó por sí mismo hacer girar el pisapapeles de la manera en que, por casualidad, lo había hecho yo y, una vez convencido de que dominaba la técnica, apuró el despacho de los asuntos que había iniciado conmigo y, cuando me retiré, se quedó jugando con el pisapapeles.

Durante varias semanas posteriores a aquel día fue aquel objeto de vidrio visto girar por diplomáticos y otros visitantes a la oficina del Canciller y, en no pocas ocasiones, sirvió para calmar los nervios cuando las discusiones eran más tensas.

Las demostraciones de Roa con el pisapapeles de vidrio duraron hasta que un día, mostrando su descubrimiento a un diplomático visitante, quiso hacer girar el objeto con tanta fuerza que, al chocar éste con el cristal que cubría el buró del Ministro, se rajó este último al medio.

Sirvan estos recuerdos de la cotidianidad de Raúl Roa de homenaje a quien aportó, desde su vasta cultura, su ferviente patriotismo y su pasión revolucionaria, una nueva dimensión al concepto de cubanía .

--------------------------------------------------------------------------------

[1] Manuel E. Yepe, POTRO LOCO, Editora Política, La Habana,  2007.  El presente artículo ha sido realizado a base de extractos de este libro.

Haga un comentario



Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.

Manuel E. Yepe

Manuel E. Yepe

Periodista cubano, especializado en temas de política internacional.

Vea también