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Muros “buenos” y Muros “malos”

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Con la infame aprobación de la ley que permite la construcción de un muro de más de mil kilómetros cuadrados a lo largo de su frontera Sur, la administración republicana de George W. Bush, le pagó con una bofetada al presidente Vicente Fox los seis años de dócil servilismo conque su gobierno le sirvió, traicionando incluso, los  principios que históricamente han regido la política exterior de México.

 

Ello, sin contar con que le deja al recien electo Felipe Calderón una agenda de confrontación que es lo último a que el flamante mandatario aspiraría por su precaria llegada al poder en medio de un cuestionado -aunque ratificado-, triunfo en las urnas.

Los inmigrantes mexicanos fueron utilizados por el Capitolio y la Casa Blanca como moneda de cambio ante un electorado republicano, conservador y racista, que podría privar a sus correligionarios en los comicios del 7 de noviembre próximo  de la mayoría de que gozan en el legislativo si no asumían con mano dura el cierre de las fronteras con México, perdiendo la posibilidad de ordenar de manera integral el flujo migratorio entre los dos países.

 

Y, exponen una vez más el doble rasero de su política hegemónica al admitir la existencia de muros "buenos" y muros "malos"; de ilegales "buenos" e ilegales "malos".

 

No es ocioso recordar que durante más de 40 años, el Muro de Berlín constituyó el  argumento preferido de las campañas de descrédito contra el socialismo en Europa del Este y sustento mediático de la Guerra fría.

 

Hoy, sin embargo, Washington y Tel Aviv levantan valladares contra mexicanos y palestinos que superan en muchas centenas los 144 kilómetros que separaban al Berlín Occidental del Oriental sin que los líderes occidentales se escandalicen o las transnacionales de la información lo jerarquicen como prioridad de sus políticas editoriales.

 

Menos análisis resiste el hecho de que los inmigrantes mexicanos llegados ilegalmente a través de esa frontera sean criminalizados, mientras los cubanos, llegados no pocas veces por el mismo lugar o el mar de la mano de traficantes humanos, les sea aplicada la Ley de Ajuste que los legaliza y les da la posibilidad de residencia por el simple hecho de ser utilizados por el imperio en su diferendo aberrante contra la Revolución Cubana.

 

La coyuntura doméstica, una vez más, se convirtió en la razón de la sin razón de la política exterior de los Estados Unidos. Ni compromisos, ni aliados, sólo votos para seguir satisfaciendo los intereses de lo peor y más retrógrado de la sociedad norteamericana.

 

El bravucón de George W. Bush, tuvo que ceder a esos intereses y engavetar para el nunca jamás, su propia agenda migratoria que no dejará de complicarle el escenario político interno. Este domingo último los inmigrantes mexicanos -12 millones en total, la mitad de ellos indocumentados-salieron a las calles a protestar contra la construcción del Muro de la infamia, en una acción que podría repetirse y crecer como una bola de nieve.

 

Tanto de un lado como del otro, se levantan voces contra la decisión del Congreso y el Ejecutivo estadounidenses, entre ellas la del propio legislativo mexicano en la que por unanimidad - y casi por excepción-, los ocho grupos parlamentarios que lo integran criticaron fuertemente la luz verde dada a la extensión de la construcción del muro y la calificaron de desafortunada y equivocada toda vez que, argumentaron, no impedirá las salidas ilegales sino que estimulará el uso de vías más complicadas y letales por aquellos dispuestos a cruzar.

 

El propio gobierno mexicano manifestó su rechazo porque "lastima" las relaciones bilaterales.

 

Mientras, el jefe de la bancada demócrata en el Senado, Harry Reid al expresar su desacuerdo advirtió sabiamente: "podemos construir el muro más alto del mundo, pero no arreglará nuestro sistema de inmigración que ha fracasado".

 

Mientras, la Comisión Mexicana de Derechos Humanos subrayó que con tal medida se estimulará "más crimen organizado en la frontera, más inseguridad, más violencia sórdida, más muertes de emigrantes".

 

Sólo durante el sexenio foxista tres millones y medio de mexicanos cruzaron ilegalmente la frontera y de ellos más de 2 000 perdieron la vida, si contar con las muertes no reportadas oficialmente.

 

El Muro quedó aprobado. El Emperador estampó su firma sobre la decisión de los legisladores. El 40% de la frontera mexicano-norteamericana quedará fuertemente custodiada, además, con el empleo de alta tecnología, como radares de tierra, cámaras infrarrojas, aviones no tripulados y  un patrullaje militar que no tendrá compasión. Se reforzarán los sectores de California, Arizona, Nuevo México y Texas. Mil doscientos millones de dólares se emplearán en un primer momento para su construcción, valorada en más de 6 000. Sólo el paso por zonas despobladas e inhóspitas quedarán sin fortificarse. Por allí la muerte será segura e inevitable.

 

Del meollo de la cuestión, sin embargo, pocos hablan.

Los indocumentados mexicanos recibirán el tratamiento de criminales y terroristas porque el muro se seguirá construyendo -ya hay 120 kms-, bajo la justificación de la seguridad nacional norteamericana, esa que desde el 11 de septiembre sirve de patente de corso a Washington para sus peores felonías planetarias.

 

Lo que el imperio y los gobiernos sumisos de la región como el de Vicente Fox, callan es que esos indocumentados son la expresión concreta de las desigualdades económicas entre Estados Unidos y sus vecinos como consecuencia de la imposición de un modelo que ha empobrecido y excluido históricamente a los latinoamericanos en su propia tierra, para quienes, como han adelantado algunos, el Norte del Río Bravo se convirtió en su única opción. 

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Nidia Díaz

Nidia Díaz

Periodista cubana, especializada en temas internacionales. Actualmente trabaja en el semanario Granma Internacional.