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Baruta

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Baruta

23 de agosto de 2005

Rosa Miriam Elizalde

Desde los cerros de Baruta, Caracas parece una olla rebosada y a punto de hervir. Lo que antes fuera una ciudad quieta, agazapada como niña dormida en el centro del valle que la protegía del mar, se ha desbordado con furia y las construcciones de cemento y las riadas de automóviles tapiaron "la pompa de los samanes, la elegancia de las palmeras, la varia y brillante fronda" que vestía los montes caraqueños, tal como los conoció Martí.

Esa exuberante vegetación dio nombre a Baruta, municipio de la periferia que en lengua nativa identifica a una comunidad de árboles que no solo designaba ese lugar, sino también a su principal cacique antes de la llegada de los españoles.

Por explicables circunstancias, Baruta se extendió y se fragmentó en barrios que son la negación unos de otros. En la periferia de los edificios rasos con balconcitos floridos y enrejados, donde vive una clase media indiferente al hecho social, aparecieron en oleadas indetenibles las casitas de zinc y cemento, encajadas unas encima de las otras y milagrosamente sostenidas por la falda de la montaña.

Más difícil que entenderse con la miseria y el dolor de la gente que pobló como pudo los empobrecidos cerros, ha sido traspasar el duro caparazón de las familias bien de Baruta. A los médicos cubanos les negaron cualquier posibilidad de diálogo, a pesar de que estaban ahí para ayudar a toda la comunidad. Les tiraban las puertas en la cara, pintaban letreros insultantes y cuando construyeron el primer consultorio de piedras rojas, amenazaron con quemarlo con las personas dentro.

Pero -cuenta el doctor Evelio- nadie sabe nada de sí hasta la acción en la que tendrá que emplearse a fondo como ser humano. Y es verdad. No conocemos la fuerza del mar hasta que el mar no se mueve. No conocemos el amor antes del amor. Hasta un determinado día que como por arte de magia todo comenzó a cambiar, no había en el barrio gente más hostil que los vecinos de la casona grande de la esquina, en cuyo portal siempre dormitaba un anciano ciego y olvidado.

En contra de todas las advertencias, el doctor Evelio se le acercó una tarde y le habló de la Operación Milagro, que le ha devuelto la visión a miles de venezolanos. El viejo al principio se negó a escucharlo y luego dejó que las palabras del doctor corrieran solas, sin agregar comentarios. Al día siguiente, tanteando las paredes que lo separaban del consultorio, con humildad, pidió que le hicieran los exámenes. Quería ir a Cuba y operarse la catarata. No estaba él demasiado viejo, "¿verdad, doctor?".

Estuvo 21 días en la Isla. Cuando regresó "antes de sacudirse el polvo del camino" se apareció en el consultorio del doctor Evelio. Caminaba sin tambalearse. Llevaba espejuelos que permitían que las imágenes lo atravesaran, como el Sol hace con un cristal. Iba acompañado de otro señor todavía joven y de un niño. "Doctor, estos son mi hijo y mi nieto. Ellos vienen conmigo para agradecerle a Cuba y para darle un abrazo al hombre que me salvó la poca vida que me queda".
 

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Rosa Miriam Elizalde

Rosa Miriam Elizalde

Periodista cubana. Vicepresidenta Primera de la UPEC y Vicepresidenta de la FELAP. Es Doctora en Ciencias de la Comunicación y autora o coautora de los libros "Antes de que se me olvide", "Jineteros en La Habana" y "Chávez Nuestro", entre otros. Ha recibido en varias ocasiones el Premio Nacional de Periodismo "Juan Gualberto Gómez" y el Premio Nacional "José Martí", por la obra de la vida. Fundadora de Cubadebate y su Editora jefa hasta enero 2017. Es columnista de La Jornada, de México.