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Terri Shiavo: mientras agoniza

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Salvo la agonía del Papa nada ha sido más divulgado en las últimas semanas por las grandes trasnacionales de noticias que el debate en torno a la "desconexión" de Terri Shiavo. Aún después de muerta definitivamente la Shiavo, los medios, según ya han anunciado, persistirán en el tratamiento del tema.

Más allá del viejo debate sobre el derecho a una muerte digna, lo que importa ahora es conocer los resultados de la autopsia  que le realizó el viernes el forense Jon R. Thogmartin para comprobar el estado de atrofia cerebral que sufría esta mujer de 41 años que estuvo 15 en estado vegetativo, así como la nueva disputa entablada entre el marido y los padres, esta vez, alrededor de la manera en que cada parte desea que se lleven a cabo los servicios fúnebres.

Sin menospreciar el valor que tiene la vida de cualquier persona, sea la circunstancia que sea en que pueda estar en juego, en el caso de la Shiavo es evidente la manipulación que han hecho de su muerte los medios de comunicación. En un mundo donde mueren diariamente millones de personas por las más disímiles razones, entre la que se cuentan la del terrorismo de estado practicado por algunos países, la vida de la Shiavo, por lo menos desde el punto mediático, parecía la única existencia a tener en consideración.

Un ejemplo de esta discriminación fue el tratamiento que recibió el deceso de Charles Wells, un marine integrante de la Segunda Fuerza de Apoyo estacionada en Camp Fallujah, Irak quien falleció cuando el vehículo que conducía pisó accidentalmente una mina, casualmente, el mismo viernes en que la Shiavo fue "desconectada".

Nadie dijo una palabra, ni dejó caer una lágrima por el exbombero de Orange, Florida, que cuando fue llamado a servir en Irak se hallaba completando un curso de técnico en emergencia médica, ni sobre el dolor que su desaparición pudo haber causado a su joven viuda y su pequeña hija. Excepto un periódico local, por lo visto, los demás medios estimaron que, aunque Wells se encontraba en una guerra injustificada de punta a rabo, en la que ya han perecido 1 500 norteamericanos, su muerte no tenía ningún interés para la opinión pública.

De igual forma, resulta difícil de explicar el poco impacto mediático que tuvo el asesinato ocurrido en mayo pasado de un civil iraquí herido a manos de un comandante de una compañía de tanques norteamericana, sobre todo, si se tiene en cuenta las similitud de este caso con el de la Shiavo.
Según declaró en un juicio el comandante Rogelio Maynulet su manera de actuar estuvo determinada por la "misericordia".  De acuerdo con los hechos, cuando soldados estadunidenses perseguían a presuntos milicianos que apoyaban al clérigo chiíta Moqtada al Sadr, cerca de la ciudad iraquí de Nayaf, dispararon contra un auto e hirieron a un pasajero y al conductor, a quien Maynulet luego baleó para acabar con su "penoso estado".

"El estaba en un estado que no creo fuera decoroso. Tuve que sacarlo de su lamentable situación", expresó el comandante en su defensa.
El anónimo conductor iraquí murió como un perro sin vigilias ni demostraciones a favor de su vida de ningún tipo. Entonces nadie dijo nada y muy poco se ha dicho ahora cuando al homicida capitán del ejército, sentenciado a diez años de cárcel por una corte marcial en una base estadunidense en Alemania, se le ha conmutado la pena a sólo ser despedido del ejército.

Sin dudas no todos tienen el mismo derecho a una digna muerte mediática.  Especialmente cuando el deceso de unos sirve para ocultar la matanza de otros. Ya lo decía Berkeley: "ser, es ser percibido". Y todo parece indicar que, por lo menos en las pantallas de los televisores o los titulares de los periódicos, la Shiavo, después de muerta, continuará agonizando.

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M. H. Lagarde

M. H. Lagarde

Periodista cubano, director del sitio www.cubasi.cu.