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Helsinki 1952: Papp y Zatopek

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La familia olímpica acudió al completo 

                                                                       Conrado Durántez    

1.- Helsinki 1952-1Finlandia es una república de Europa nororiental, a orillas del Báltico, de colinas boscosas y millares de lagos, con bosques que cubren las tres cuartas partes del territorio y constituyen su principal recurso económico. Fue cristianizada desde 1154 como pertenencia de Suecia, y cedida a Rusia en 1809. El país se declaró independiente en 1917, a raíz de la Revolución Socialista de Octubre y no integró la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Su capital es Helsinki, enclavada en un puerto del mismo nombre. Centro industrial de avanzada, con una célebre Universidad. El país se encuentra cubierto de nieve una buena parte del año.

En 1912 los Juegos se habían realizado en Estocolmo y cuarenta años después regresaron a la gélida zona escandinava. El escenario escogido fue Helsinki, cuna de grandes corredores de fondo, con Paavo Nurmi a la cabeza.

Para esta edición, toda la familia olímpica se dio cita. Se trataba de dar continuidad al esfuerzo unitario de Londres 1948. Asistieron 5 867 atletas de 69 países, entre ellos 573 mujeres. Alemania y Japón también fueron invitados; siete años después de la II Guerra Mundial. Cuba se hizo representar por 29 atletas, con poco o ningún apoyo gubernamental. En su mayoría perdieron el empleo a su regreso.

En Helsinki se incorporó la Unión Soviética. Era imposible desconocer su papel en la derrota del fascismo. Con la entrada de los países que integraban el Sistema Socialista Mundial, llegó un nuevo concepto al Olimpismo: el patrimonio del Estado en el deporte; aclamado por unos, excomulgado por otros. La introducción en 1952 de atletas entrenados, equipados, alimentados y protegidos por el Estado, no era visto con buenos ojos por los gobernantes de algunos países, que apelaban al término totalitarismo.

No obstante, los soviéticos acudieron con los recelos de la Guerra Fría y decidieron alojarse separados del resto de las delegaciones, una situación contraproducente con el ideal olímpico. Escogieron una Villa Olímpica exclusiva en la localidad de Otaniemi.

En Helsinki hubo varias hazañas, pero un hecho llamó la atención. Paavo Nurmi, entre los mejores atletas de todos los tiempos, quien había sido sancionado a principios de la década del treinta por profesional fue, con cincuenta y cinco  años de edad, quien portó la antorcha olímpica en un estadio repleto. Se reivindicó la leyenda.

A la atención y al silencio de los momentos anteriores, sucede la inenarrable escena de la explosión delirante del fervor popular. Por la puerta del Estadio acaba de aparecer uno de los dioses olímpicos más prodigiosos de todos los tiempos. El gran Nurmi, encarnación de las virtudes de la raza nórdica, arranca vítores y vivas, hasta enronquecer, de las gargantas de sus compatriotas. Con paso elástico, que aún recuerda la prodigiosa zancada, con que en 1920 en Amberes, en 1924 en París o en 1928 en Amsterdam, conquistó el oro, proclamándose rey indiscutible de la media distancia. Paavo Nurmi recorre la pista hasta prender el fuego de su antorcha, en un pebetero allí instalado. Su recorrido es vitoreado también en inmediata proximidad por los atletas participantes, que rompiendo sus filas, se han aproximado al borde mismo de la ceniza para verle pasar más de cerca.[1]

Volvió a brillar Emil Zatopek, La Locomotora Humana, un checo que sería el más digno émulo de Paavo Nurmi. Otra leyenda, Lázló Papp, de Hungría, obtuvo su segunda medalla de oro en el torneo de boxeo, así como su compatriota Karoly Tákacs en tiro con pistola.

América Latina y el Caribe alcanzó 4 títulos, 8 subtítulos y 9 medallas de bronce. A la cabeza estuvo Jamaica con una representación de cinco atletas; todos obtuvieron medallas. Allí enseñaría las garras que conserva hoy en las carreras de velocidad, cuando sus corredores se alzaron con 2 títulos: relevo 4 x 100 y George Rodhen en los 400 metros lisos, con una nueva marca olímpica. Este último se llevó dos de oro, pues había integrado el relevo. Herbert McKenley obtuvo dos de plata: 100 y 400 metros planos. Arthur Wint, quien se había destacado en Londres 1948, alcanzó el segundo lugar en los 800 ms.

Los otros destacados de esta región estuvieron a la cuenta del brasileño Adhemar Ferreira da Silva en triple salto, con récord mundial y olímpico, así como Argentina en el doble scull de remos, en una modalidad donde Uruguay cargó con la medalla de bronce. Argentina, además, obtuvo una medalla de plata en el torneo de boxeo, con Antonio Pacenza en el peso ligero pesado.

Es de destacar que Venezuela haría su primera marca en el medallero olímpico, cuando Arnoldo Devonish resultó tercero en el salto triple. Las otras dos medallas de bronce serían para Trinidad y Tobago.

La Delegación Cubana, marcada por el cuartelazo del 10 de marzo, no alcanzó medallas. Su mejor ubicación estuvo a cargo, como en Londres 1948, de la familia De Cárdenas, quienes obtuvieron el cuarto lugar en las competencias de yatismo. El zarpazo batistiano había hecho mella en el Movimiento Olímpico, que se vería obligado a hacer ciertas concesiones, pues la reducción del presupuesto fue tremenda, de 15 atletas seleccionados, solo podrían asistir cuatro, con un Jefe de Delegación.

En reunión efectuada el 13 de mayo, y mediante acta número 182, se tomó el Acuerdo número 1 de 1952, según el cual este Comité aceptaría la participación de los deportistas que cumplieran los requisitos de calidad necesarios establecidos por el Comité Olímpico Cubano y abonaran la totalidad de sus gastos de viaje.[2]

Así las cosas, las Federaciones y los propios deportistas, estarían a cargo de los gastos para los Juegos de Helsinki 1952. Algunos utilizarían el presupuesto del Ministerio de Educación y otros, como los propios De Cárdenas, se costearon la participación. En el libro citado, Fabio Ruiz narra la odisea de aquella epopeya cubana.

Estados Unidos volvió a imponerse en competencias bien organizadas. Allí se cumplió estrictamente la nueva Carta Olímpica, menos rígida. El Olimpismo disfrutó de una digna sede. Y la Unión Soviética comenzaría a marcar el paso con un segundo lugar de 71 medallas: 22 de oro, 30 de plata y 19 de bronce.

Lázló Papp

4.- Lázló Papp

Célebre boxeador húngaro, nacido el 25 de marzo de 1926, que falleció el 16 de octubre de 2003.

Llegó a ganar tres medallas de oro olímpicas. Ganó el oro en los Juegos Olímpicos de Londres 1948, en los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952 y en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956 donde consiguió, derrotando a José Torres, ser el primer boxeador en la historia olímpica en conseguir tres medallas de oro consecutivas.[3]

En más de cien años de Olimpismo, solo un trío de boxeadores ha escalado tres veces lo más alto del podio: el húngaro Lázló Papp y los cubanos Teófilo Stevenson y Félix Savón. Todo voluntad, fuerza, coraje y tesón, Papp fue el primero en ganar la tríada consecutiva entre las cuerdas, en dos divisiones diferentes; se le recuerda, años después, en las esquinas de sus pupilos.

Como casi todos los húngaros, la pasión del niño Lázló era el fútbol. Pero pronto comprendió que ese deporte no le resolvería la situación familiar. La plaza húngara es fuerte en eso de golpear el balón con los pies y la cabeza, en aquellos tiempos era una potencia mundial. Cuando Lázló vio la película El último round, supo que su mundo se movería dentro de las doce cuerdas. Cambió goles por golpes, pensando dar más de los que recibía.

Zurdo, de fuerte pegada y movimientos felinos, sentía incertidumbre cuando alguien se mantenía en pie después de recibir sus mazazos. Casi con edad escolar, peleaba con los mayores y logró resultados increíbles: a los tres años de su carrera, en 51 presentaciones tuvo 50 éxitos, de ellos 47 por KO. La derrota fue apretada, por puntos.

Poco después pasaría a la historia entre los grandes, comparable con los inmortales Kid Chocolate o Ray Sugar Robinson, salvando las distancias entre amateurismo y profesionalismo. Cuando observamos algunos de sus videos, nos asombramos de la depurada técnica en época tan temprana.

En Londres 1948 llegó a la final en la categoría mediana (75 kilos), después de obtener tres victorias por fuera de combate y una por decisión. En esa final enfrentó la resistencia de un fortísimo marinero inglés de apellido Wright, quien lo sacó un poco de concentración. Aquel hombre parecía de granito. Acostumbrado a noquear, Papp no se amilanó y acudió a la inteligencia para terminar imponiéndose por unanimidad. Comenzaba la carrera de un gran campeón. Después ganó las medallas de oro en Helsinki 1952 y Melbourne 1956. En la capital británica ganó en la división mediana (75 kilogramos), las otras dos en la inmediata inferior, semi mediana (71 kilos).

Al final de su carrera incursionó en el boxeo profesional, pero no fue igual. Su alma no estaba formada para tanta tortura ni su pueblo lo quería así. Permaneció poco tiempo como rentado. Lázló Papp será recordado como el hombre que inauguró la tríada olímpica del boxeo. Veamos la frase que pronunció un compatriota de Papp. El Doctor Ferenc Mezó, entonces miembro del COI señaló:

A este magnífico muchacho solamente lo supera el siciliano Tisandros, nacido en Naxos, quien hace 2 400 años ciñó la frente por cuarta vez con la corona de laurel. Brindemos pues, por el Tisandros húngaro.[4]

El doctor se refería a las competencias del pugilato de los Juegos Olímpicos Antiguos. La vida nos dio el alegrón de que los otros Tisandros sean los cubanos Teófilo Stevenson y Félix Savón.

Emil Zatopek: La Locomotora Humana

       

5-Emil Zatopek, seguido por Alain MimoumEl hombre que, según los entendidos, comenzó a desacreditar los prejuicios políticos y sociales, fue un oficial del ejército checoslovaco. En Londres 1948 había brillado tanto, que acaparó los cintillos del mundo entero. Emil Zatopek recibió como apodo La Locomotora Humana, por su paso arrollador sobre las pistas, dejando bien atrás al resto de los competidores.

En las carreras de distancias largas merece ser comparado con el finlandés Paavo Nurmi. Fue en Helsinki 1952 donde más se destacó el checo, con 3 medallas de oro: 5 mil metros planos; 10 mil libres; y la legendaria maratón. Había sobresalido en Londres 1948, y en Melbourne 1956 volvió a hacerse sentir.

Tuvo a su cargo un hecho digno de admirar, cuando le entregó una de sus medallas olímpicas al destacado corredor australiano Ron Clarke, quien pese a su calidad, nunca pudo ganar en unos Juegos. También es conmovedora la historia del hombre que estuvo a la sombra de Zatopek. Me refiero al francés, de origen argelino, Alain Mimoun, un corredor de las mismas distancias que el checo, combatiente de la Segunda Guerra Mundial, donde casi pierde una pierna por varias heridas, pero su voluntad le permitió recuperarse y brilló en los mismos Juegos que el checo, siempre a su sombra, además en múltiples eventos mundiales y europeos.

A pesar de relegar al francés, fue Emil su mejor animador y un entrañable amigo. Por fin la suerte sonrió a Mimoun en los Juegos de Melbourne 1956 en la maratón, donde se inscribió a última hora. Esperó a Zatopek, que entró minutos después y, según se cuenta en el documental Cien Años de Gloria Olímpica, de la Turner Pictures Worldwide Distribution, Inc., le gritó: “...Emil, ya soy campeón olímpico...”.

La Locomotora Humana se puso de pie frente al francés, lo saludó militarmente y lo abrazó lleno de emoción. Aquellos hombres lloraban como niños, ¡y lo hacían de felicidad!

Su esposa Dana también fue una atleta destacada del equipo de Checoslovaquia. Veamos cómo valora el hecho Jorge Alfonso:

De regreso a Helsinki, uno de los grandes acontecimientos de la pista corrió por cuenta del checo Emil Zatopek, ganador de tres medallas de oro en las distancias de cinco mil, 10 mil metros y la carrera de maratón. Para no dejar nada al resto de los participantes, Dana Zatopekova, esposa de Emil, obtuvo el título en el lanzamiento de la jabalina.[5]

Emil Zatopek, quien había nacido el 19 de septiembre de 1922, en Kopřivnice, falleció el 22 de noviembre del 2000, en Praga. Será recordado como un atleta excepcional, que interiorizó como pocos el sentir y el espíritu olímpico.

[1] Conrado Durántez: Olimpia y los Juegos Olímpicos Antiguos. Delegación Nacional de Educación Física y Deportes. Comité Olímpico Español. España. 1975, p. 398.

[2] Fabio Ruiz Vinageras: Un siglo de Deporte Olímpico. Cuba y América Latina (1896-1996). Editorial Deportes. La Habana, p. 83.

[3] Wikipedia. La Enciclopedia Libre 2016.

[4] Víctor Joaquín Ortega. Las Olimpiadas de Atenas a Moscú. Editorial Gente Nueva. La Habana. 1979, p. 38.

[5] Jorge Alfonso: COBI’92. NACEN LOS JUEGOS MODERNOS. Bohemia. La Habana. 1-5-92, p. 28.

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  • Sergio dijo:

    El “aislamiento” sovietico en Helsinki tiene una explicación: Recién había concluido la guerra y estaba aún en el ambiente la invasión sovietica a Finlandia en noviembre de 1939, intentado recuperar ese territorio, motivo por el cual la URSS fue expulsada de la sociedad de naciones en diciembre del mismo año.

    La guerra no duró mucho, pero en el tratado de PAZ, la URSS se quedó con una parte de Finlandia, además de parte de su capacidad industrial y de las hidrolectricas, y otras cosas más.

    A los Finlandeses siempre le has quedado eso, imaginese usted a tan sólo 7 años de haberse acabado la guerra.

    En lo deportivo, las Olimpiadas fueron todo un exito pues comenzaba a recuperarse de manera ascedente el movimiento olimpico.

    Es de reslatar, ya que lo menciona sin hacer ningún parentesis, el caso del tirador húngaro Karoly Tákacs. Karoly era mimebro del ejercito Húngaro, era considerado el mejor pistolero del MUNDO en la Pistola de 25m. En 1938, en unos ejercicios militares, le explotó una granada en la mano derecha, la cual le fue amputada, por lo cual tuvo que aprender a disparar con la zurda. De esta manera, y después de mucho trabajo y empeño, ganó el Oro en Londres 48 y en Helsinki 52. Participo en Melnourne 56, pero en esta ocasión se quedó sin medallas. Una de las grandes historias de los juegos olimpicos, sin dudas.

    Saludos,

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Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga

Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga

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