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La ignorancia no es escusa

En este artículo: Babilonia, Iraq
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Al recomendar la partición de Irak para constituir en el espacio de la mítica Babilonia tres enclaves confesionales, los senadores norteamericanos hacen una mala y extemporánea copia.

Hace casi mil años, en 1099 durante la Primera Cruzada, convocada y bendecida por un Papa francés, Urbano II, comandada por señores feudales que utilizaron como carne de cañón a los campesinos sometidos a la servidumbre, Europa ocupó el Medio Oriente.

Después de que, a pie o a caballo, atravesaron los 2000 kilómetros que por tierra separan al centro de Francia de Turquía, los cruzados confluyeron y  se concentraron en Constantinopla, actual Estambul, donde realizaron los preparativos finales y desde allí iniciaron la primera invasión y ocupación occidental del Medio Oriente.

Desde la capital del Imperio Bizantino, los ejércitos cruzados, inmensamente superiores en hombres y armas y unidos bajo un mando y una fe únicos, avanzaron sobre el Cercano Oriente y dos años después, en 1099 pusieron sitio a Jerusalén, ciudad que tomaron  por asalto pasando a cuchillo a habitantes y defensores que, dicho sea de paso, no eran musulmanes ni árabes, sino egipcios. Un noble francés, Godofredo de Bouillon fue nombrado gobernador. 

Como quiera que, entonces como ahora, los europeos no respetaban las divisiones geográficas, la organización estatal ni el estilo de vida de los pueblos de los países conquistados, hicieron lo único que los imperios saben hacer, imponerles el feudalismo, más o menos del modo como funcionaba en la Europa de entonces.

La vasta región fue arbitrariamente dividida en condados y principados, entre los más importantes figuraron los de Trípoli, actualmente en el Líbano, Antioquía en Turquía y Edesa en el actual Irak. La mayor entidad estatal constituida en la región por los cruzados, fue el poderoso Reino Latino de Jerusalén.

El Reino Latino y las otras divisiones territoriales, fueron una temprana aberración imperial y una trágica ficción. Aquella entidad estatal, de naturaleza feudal y de confesión cristiana, impuesta desde fuera, apresuradamente y por las armas a civilizaciones con identidades definidas, obviamente no funcionó.

El reino era "latino" exclusivamente de nombre pues sus habitantes, los nativos de la zona, nunca dejaron de ser árabes, turcos y egipcios, en su mayoría musulmanes que hablaban sus propias lenguas, se comportaban según los códigos de sus leyes y de su moral, vivían en reinos, ciudades y territorios propios, con estilos de vida derivados de sus tradiciones y de su fe.

Al imponer la fragmentación feudal característica de la Europa de la época, los invasores no tuvieron en cuenta que estaban tratando con civilizaciones y sociedades, aunque militarmente inferiores, económica y culturalmente maduras, cohesionadas sobre la base del llamado "Modo de Producción Asiático", una formación social propia de la región, desconocida para Europa.

La ocupación extranjera no sobrevivió a semejantes errores. Los pueblos y sus líderes, que nunca dejaron de luchar contra los reyes europeos y los papas que pretendieron imponerles la fe y la cultura cristiana, fueron unidos y movilizados y alrededor de cincuenta años después de la caída de la Ciudad Santa, comenzaron a obtener algunas victorias significativas. En 1144 tomaron Edesa, uno de los principados cristianos y comenzó el desmontaje del  engendro colonial. 

A lo largo de doscientos años, cada victoria de los pueblos del Próximo Oriente era ripostada por el Papa de turno con nuevas cruzadas, que fueron sucesivamente derrotadas hasta que el terreno histórico estuvo preparado, para la entrada en escena del que hoy sería un iraquí o tal vez un kurdo, Saladino, nacido en Tikrit que en 1187 invadió el Reino Latino de Jerusalén y lo derrotó. El Papa  Gregorio VIII reclutó otra Cruzada, pero ni siquiera Ricardo Corazón de León pudo reconquistar Jerusalén.

No obstante que, salvo las ruinas de murallas, iglesias y castillos, los dos siglos de ocupación europea, apenas dejaron huellas en la cultura y la idiosincrasia de los pueblos del Medio Oriente, occidente lo intentó otra vez cuando, al concluir la Primera Guerra Mundial, convirtió a la región en un botín repartido entre ingleses y franceses bajo la tolerante mirada de Woodrow Wilson, artífice de los Tratados de Versalles. 

Aprovechando aquella circunstancias los británicos se apoderaron de Palestina y en acto de hipócrita generosidad, se comprometieron a convertirla en un Hogar Nacional Judío, cosa que concretaron al concluir la II Guerra Mundial, cuando usaron la ONU para constituir el Estado de Israel que, literalmente se asienta sobre las ruinas de lo que fue el Imperio Latino de Jerusalén.

Tal vez porque dado su formación académica conoce mejor que algunos senadores esta faceta histórica, Condoleezza Rice ha reaccionado contra la idea de repetir el error y despedazar a Irak para establecer en su territorio tres protectorados religiosos.

Aunque dada la superioridad material del ocupante, el desenlace pudiera demorar, los precedentes anuncian la derrota del imperio. Como mismo ocurrió con el Reino Latino de Jerusalén, la colonización ibérica en América y el sistema colonial del imperialismo en Asia y África, cualquier engendro territorial creado por la fuerza, mediante la ocupación y la brutal conculcación de la libertad, la independencia y los derechos de los pueblos, carece de futuro.

Es una pena que los senadores norteamericanos ignoren que, como mismo ayer, de entre las brumas de la opresión más despiadada, surgió la recia figura de Saladino, que hizo justicia al invasor y al ocupante, más temprano que tarde, aparecerán los brazos y las armas que derroten la nueva embestida imperial.

No son invenciones ni metáforas, son lecciones de la historia y la ignorancia no es excusa. 

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Jorge Gómez Barata

Jorge Gómez Barata

Periodista cubano, especializado en temas de política internacional.

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