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Posada Carriles y la justicia: Ocaso de los verdugos

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Después del triunfo de la Revolución en Cuba se iniciaron los juicios de los verdugos de la tiranía batistiana. Buscando una acción ejemplarizante se  realizó el proceso de uno de los más monstruosos, el coronel Jesús Sosa Blanco, en el Palacio de los Deportes, ante una audiencia de miles de ciudadanos enfurecidos. Centenares de corresponsales extranjeros reportaban las sesiones. Sosa Blanco era una bestia sin escrúpulos. Durante las audiencias se comprobó que había asesinado a más de un centenar de campesinos inermes en la Sierra Maestra. Sin embargo aquella alimaña, a merced de sus anteriores víctimas, suscitaba sentimientos de compasión muy extendidos.

         Una sola foto de la revista "Life", en la cual Sosa Blanco besaba a sus hijas adolescentes a través de las rejas, bastó para borrar la impresión de decenas de testimonios sobre los mártires que perecieron atormentados por el sádico coronel. Una ola piadosa de solidaridad con el verdugo invadió la opinión pública. Los juicios públicos tuvieron que ser suspendidos.

         Hemos leído confesiones desgarradoras de antiguos torturadores, escindidos entre su pasado y su conciencia. Esos matones, esa carroña miserable que es capaz de infligir la degradación física a un semejante, o incluso aniquilarlo, también puede sufrir crisis de arrepentimiento. Sabemos que el ejército y la armada argentinos mantenían cuerpos de capellanes y sicólogos que aliviaban de sus aflicciones a los sufrientes verdugos. Es curioso, pero sintomático de la naturaleza dialéctica del alma humana.

         Víctor Serge nos ha contado la experiencia de Malinovsky, activo militante del Partido Obrero Social Demócrata Ruso que llegó a ser miembro del Comité Central durante la conferencia bolchevique de Praga en 1912.  Más tarde fue diputado y presidente del grupo parlamentario bolchevique. Sin embargo, era agente de la Ojrana, la temida policía secreta zarista.  Era el orgullo de la seguridad rusa que lo preparaba para ser uno de los jefes del partido. Sus informes hicieron que se arrestara a grupos de bolcheviques en muchas ciudades y se desactivaran redes enteras de militantes. Entregó los archivos secretos del partido.

         Después del triunfo de la Revolución de Octubre, Malinovsky --pese a que no existía evidencia incriminatoria contra él--, no pudo soportar su dualidad y terminó entregándose. Durante su proceso solicitó que se le fusilara, fue más duro acusándose que el propio fiscal. Lo ejecutaron de un balazo en la nuca en un patio del Kremlin. Victor Serge concluye que una revolución no puede detenerse descifrando enigmas sicológicos.

         George Orwell consideraba que  la naturaleza humana contenía  vastas reservas de maldad que se manifestaban con mayor holgura en la cúspide del poder, que permitía expresarse más espontáneamente a la infamia y la vileza inherentes al hombre. Eso sucedió a los militares argentinos, ulteriormente liquidados políticamente por la derrota en la guerra de las Malvinas.

         La venganza es mala consejera, pero la justicia bien aplicada suele tener un efecto moralizante que impide la repetición de casos análogos. Los arrepentimientos de los asesinos, sus entrañas expuestas al aire, sus penitencias, avivan los recuerdos pero no se llegará a nada más a menos que reciban el castigo adecuado. Se llora a las víctimas pero los victimarios siguen en libertad.

         Es que los tiranos y asesinos  gozan de una impunidad que no parece  aprobada  por la mano de Dios. En España, de 1936 a 1975 padecieron a Francisco Franco y nadie, nunca,  emprendió un juicio contra el tirano gallego  ni se ha reivindicado a los millones de  españoles que murieron por su causa.  Pol Pot,  ordenó el asesinato de varios millones de cambodianos sin pagar jamás por sus monstruosidades.  Convenientemente atendido, en un hospital de Marruecos, falleció Mobutu Sese Seko, tras haber saqueado Zaire y ordenado el homicidio de millares de sus compatriotas, entre ellos el líder Patricio Lumumba. Idi Amin, que gustaba arrojar a sus opositores políticos a los cocodrilos, murió apaciblemente, en compañía de sus cuatro esposas, en Arabia Saudita.

         El Shah Reza Palevi,  quien utilizó su brutal policía política para reprimir a sus opositores,  fue a terminar sus días en El Cairo, después de haber disfrutado en las playas de Contadora, en Panamá.      François Duvalier, el siniestro Papá Doc,  abusó del poder en Haití  usando a los bestiales Tonton Macoutes. Tras su muerte en su  palacio  de Port  au Prince, le sucedió su hijo quien, al sufrir  un golpe de Estado, se retiró con toda felicidad a una  villa entre las flores de  Grasse, en la Costa Azul. Gerardo Machado, llamado "el asno con garras" por el pueblo cubano, falleció en el grato clima de Miami y reposa allí en una lujosa tumba de costoso mármol. Esteban Ventura Novo fue acogido con mimos por la población cubana de Miami y murió plácido allí.

         Leo un asombroso borrador de un discurso que Posada Carriles debe pronunciar en Miami. Se compara con Bush (en ello no le falta razón),  exalta su tarea de homicida y se equipara con los soldados yanquis que cada día asesinan a la población civil iraquí, reivindicado esas masacres como una tarea honrosa.  Ha sido liberado, halagado, agasajado, consentido y aupado y ahora se le exime de declarar sus vínculos con la CIA. Habrá que preguntarse ¿es que la justicia no existe? ¿Se puede ser canalla y cruel, inmisericorde y sanguinario, como lo es Posada Carriles, y salir indemne? ¿Es que ese miserable es incapaz de sufrir el más mínimo estertor, el menor arrepentimiento por las vidas que exterminó? Quizás, como decía Victor Serge, la Revolución no puede detenerse con enigmas psicológicos. 

 gotli2002@yahoo.com

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Lisandro Otero

Lisandro Otero

Novelista, diplomático y periodista. Ha publicado novelas y ensayos, traducidos a catorce idiomas. Falleció en La Habana en 2008.