¿Otro pucherazo electoral en EE.UU.?
Alertaba un conocido comentarista de la TV cubana que Estados Unidos era una cochambre en vísperas de las elecciones presidenciales del próximo martes. Todo lo sucio y mugriento que es posible imaginar flota como ingredientes de esos comicios. Y advertía que en estados considerados clave, como La Florida y Ohio, donde las encuestas dan muy parejos a Bush y Kerry, no debe descartarse un fraude electoral.
Las noticias de los últimos días confirman lo que se ha venido denunciando por las fuerzas del Partido Demócrata desde hace varios meses: que un nuevo cuchillazo puede hacer posible la reelección de George W. Bush.
Se sabe que el estado de La Florida, que decidió la elección del 2000 a favor de Bush, tiene todas las condiciones para repetir el fraude. El gobernador Jeb Bush, el hermano del Presidente, controla hasta el último detalle de la maquinaria electoral y mantiene en los puestos claves a leales servidores de la causa republicana. Se ha encargado de impedir cambio alguno, no obstante el escándalo del 2000 y las recientes denuncias sobre el montaje de un nuevo pucherazo.
Por algo, el ex presidente James Carter dijo hace poco más de un mes que la Florida no cumplía los requisitos básicos para "unas elecciones justas, transparentes y honestas".
En estos días han desaparecido casi 60 mil boletas que debían recibir electores inscriptos que, por motivos de incapacidad física, iban a sufragar desde sus casas a través del correo. Varias decenas de miles los ciudadanos de La Florida, en su mayoría negros, por lo general simpatizantes del Partido Demócrata, no podrán votar pues han sido excluidos del censo electoral al ser identificados como delincuentes, en virtud de una ley que viene desde tiempos de la esclavitud. En ese estado de la Unión tener una causa judicial o pasar por la cárcel equivale a perder el derecho al voto, y ante una reclamación, que lleva el pago a un abogado y un largo trámite burocrático, sólo el Gobernador del Estado, en este caso Jeb Bush, puede restablecer o negar tal derecho.
Ahora bien, la mayor preocupación existente está en el voto electrónico que para las elecciones del 2004 se ha ampliado en los condados más poblados de la Florida, precisamente los más proclives a votar demócrata. Ya en el 2000 las máquinas utilizadas demostraron de lo que son capaces: hubo, por ejemplo, un colegio que tenía 1 637 electores inscriptos, y tabuló un solo voto. Ahora se dice que en La Florida los votantes no recibirán siquiera un comprobante de que acudieron a ejercer ese derecho ni tampoco podrá hacer el recuento de voto por voto, como teóricamente podía hacerse en las anteriores elecciones. Se calcula que el martes deben emitirse en todo Estados Unidos unos 50 millones de votos electrónicos. Algo bien sospechoso es que tres de las cuatro compañías que controlarán los mecanismos electrónicos -Diebold, Sequoia y Electric Systems Software-- han sido grandes contribuyentes del Partido Republicano. ¿Qué confianza puede existir de que procedan de modo imparcial en el conteo de los votos del martes próximo?
De otra parte, casi nadie tiene la menor duda de que la pandilla de fanáticos ultraderechistas que secuestra hoy la Casa Blanca es capaz de cualquier cosa con tal de mantener las riendas del poder y seguir ejecutando sus políticas de guerras preventivas y de supuesta lucha antiterrorista que han resultado muy beneficiosas para los bolsillos de los grandes intereses del negocio de la guerra y el petróleo, fundamentalmente. Estos pandilleros no tienen límites en sus pretensiones agresivas. Y, por eso, mantienen engañada y atemorizada a la población norteamericana que ha visto, en los últimos años, perder muchas de sus libertades.
Quienes han sido capaces mentir reiteradamente para atacar a Iraq, ocupar militarmente ese país, apoderarse de su riqueza petrolífera y provocar las muertes de más de cien mil personas, entre ellas más de mil soldados norteamericanos, no pueden sentir ningún escrúpulo en llevar a cabo acciones indecentes e ilegítimas en las elecciones del 2 de noviembre.
Siempre las campañas electorales en Estados Unidos han sido una cochambre, una verdadera cochinada, protagonizada por los candidatos de los dos grandes partidos con posibilidades de victoria -Demócrata y Republicano. Sin ocultar, ni uno ni otro, su estirpe de nacidos en el seno de familias ricas, graduados de universidades aristocráticas, componentes de sociedades secretas y servidores incondicionales del gran capital financiero, económico y militar de la nación, se despedazan uno a otro, eso sí, en asuntos irrelevantes siempre y cuando no afecten las esencias del capitalismo y del imperialismo.
A finales del siglo XIX, José Martí vio con mucha claridad tal cuadro, y lo dejó escrito en una de sus crónicas desde Nueva York. "Una vez nombrados en las Convenciones los candidatos -escribió Martí--, el cieno sube hasta los arzones de las sillas Se vuelcan cubos de lodo sobre las cabezas. Se miente y se exagera a sabiendas. Se dan tajos en el vientre y por la espalda. Se creen legítimas todas las infamias. Todo golpe es bueno con tal de que aturda al enemigo. El que inventa una villanía eficaz, se pavonea orgulloso".
Válidas son hoy esa descripción y valoración de Martí, aunque en los tiempos actuales la existencia de un medio como la TV ha obligado a los candidatos a refinar sus estilos y emplear nuevas mañas que intentan encubrir el lodo, los tajos, los golpes y las villanías de uno y otro.
Todo esto, junto al hecho cierto de que los problemas medulares de la nación no son debatidos en las campañas electorales, ha contribuido a un creciente desencanto de la población norteamericana a la cual -y esto es una impresión muy personal-- le importa bien poco la elección de uno u otro candidato, e incluso un fraude como el acontecido en el año 2000.
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