Imprimir
Inicio »Noticias, Sociedad  »

El pulso de las olas (Capítulo 1) Las voces de Playa Banes

| 20 |

Escena de playa N°1

Jaiba, jaiba y más jaibas. Es lo único que se coge aquí. Y para colmo no traje en qué meterlas—, ladra, flotando sobre una cámara de carro, un hombre que recoge su trasmallo.

¡Mételas en el bolsillo!— grita el de la orilla.

¿Tú estás loco?

Arráncales las muelas para que no te piquen y ya… para el bolsillo.

No tengo ni bolsillo. Pero yo les prometo a ellas que para la próxima traigo una cubeta y no hacen el cuento. ¡Mira para esto! ¡Otra desgraciá jaiba más! ¡Carajo!

Pescadores de Boca de Banes atrapan carnadas antes de alejarse de la costa Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

Ojalá que te rompas

Si de contar se trata, el camino se antoja más crudo de lo que cualquiera piensa. Pero ya salimos… y por eso sabemos que ir en bicicleta desde La Habana hasta el extremo de Pinar del Río por la carretera norte, en busca de diez pueblos, ayuda a ver las cosas con más detenimiento, a aprenderse más las curvas y las lomas, a sufrir el sol y a que te duelan las nalgas, pero necesariamente, de gratis, no te acerca a la gente.

Entonces, incapaz de calcular los tiempos y móviles de la interacción social, uno sospecha que la gente del camino no habla, que no quiere hacerlo. Sin embargo, tal recelo se desvanece al descubrir que la gente del camino, o de este primerísimo primer trozo de camino, no habla con quien pasa no más, a si sea a pedales, pero se acerca cuando entras en desgracia, es decir, cuando el camino te quiebra.

Detenerse puede equivaler a conversar… y estar varado, visiblemente jodido, equivale a que la conversación venga sola a ti.

En resumidas cuentas, si eres periodista, alégrate de que tu bicicleta se rompa.

Niños viajan en bicicleta en los límites de La Habana y Artemisa. Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

Después de más de 20 kilómetros de camino rumbo oeste, la rueda trasera de una de nuestras bicicletas para en seco y no responde. Falta solo una milla para Boca de Banes, donde pasaremos esta noche y la que viene, y la idea de lo poco, después de lo mucho, nos alivia. Pero 30 minutos más tarde nos redescubrimos en el mismo punto, tirados en la cuneta y mirando con incredulidad la rueda zafada, sin saber qué hacer.

Un hombre frena su paso en la carretera y nos indica cómo llegar al ponchero más cercano, en Menelao Mora, un pueblo parapetado tras la carretera Panamericana, del cual Boca de Banes pareciera un apéndice. No importa que no esté ponchada, dice, los poncheros son los que saben d’eso.

Carlos está recogiendo unos gajos y asegura que no sabe nada de bicicletas, pero Rafael, trepado en la copa de la mata, escucha, y al parecer le gusta el asunto y quiere ayudar y nos grita, desde allá arriba, que esperemos un instante, que el baja a ver qué puede hacer.

Rafael no es mago y esta cremallera del demonio se aferra. Rafael, de treinta y tantos, la escudriña y la aprieta y pide herramientas a los choferes desconocidos que por alguna razón llegaron a la playa mansa de este invierno. Rafael se rinde.

Quinientos metros de carretera en adelante empieza Melenao Mora y, quinientos más allá, cuando casi acaba, está el garaje de Contreras. Los niños del parque ayudan a encontrarlo.

Además de Contreras, hay tres personas que hablan de política. Dicen que la cosa está mala, pero que todavía no han visto a uno en Menelao muriéndose de hambre ni pidiendo dinero. Menelao Mora es un pueblo pequeño, prácticamente tres cuadras en paralelo de medio kilómetro.

Escucha lo que te digo, yo mismo hablo barbaridades constantemente, pero que no venga ningún berraco de esos desde allá a meterme un cuento de aquí.

Contreras se ve un tipo noble, de hablar poco. La goma se le pone difícil. Pero Contreras es ponchero y le sabe a esto de las bicicletas. Con una piedra esmeril le reconstruye el tranque al cono, que sigue aferrado al eje, y lo vence y lo engrasa y cambia las tuercas y dice que si no la logro poner bien se la traiga de nuevo con bicicleta y todo, que él nos ayuda. Pide de pago una cifra irrisoriamente baja y acto seguido sale a comprar yucas para la comida de hoy.

Escena de playa N°2

En la playa, como un pedazo viejo de piedra, yace una caguama muerta. Por aquí especulan que debió haberse ahogado en un paño ilegal de las profundidades, y como fueron días muy fríos y de mucho oleaje, nadie la recogió de allá abajo, se pudrió y la corriente sola la arrastró hasta aquí. Las auras se dan banquete, introduciendo sus picos por el carapacho roto.

Boca de Banes muestra contrastes sin necesidad de muchas ojeadas. Las casas que se levantan en la primera línea de costa parecen más que casas, algunas selladas a la vista de todos con espinosa flor de papel. Detrás de estos chalets, cruzando la calle de roca azul, se erigen moradas más modestas que van ganando en humildad conforme se alejan de la entrada, hasta que el pueblillo se acaba y la última casa, de las más estrictamente sobrias que por acá puedan verse, queda escondida, tras los tres metros del ancho de la roca azul y del último chalet, que es el más chalet de todos los demás.

Pie de Foto: Aves de rapiña se alimentan en la playa. Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

Ahora, aquí en la playa, unos muchachos que no alcanzan los veinte prenden una fogata para espantar mosquitos y jejenes, que cuando va cayendo la noche se hacen dueños insoportables de todo. Se quedarán horas pescando, conversando a gritos que el viento elevará hasta lo impensable.

Dos hombres vienen caminando la orilla, ambos con varas de pesca. Uno de ellos explica que con su carnada artificial puede que se enganche cualquier cosa, pero que el arte de pesca de su compañero es más para gallegos y peces de ese estilo. Dicen que cuando entra buen pescado de verdad es luego del primer frente frío de la temporada, pero que por lo general estos meses son malos. Después de los frentes de estos días, y mira que fueron días, y mira que fueron fríos, no entró nada.

Hace poco me dijeron que fuera para atrás de aquellas casas, porque ahí se enredan las picúas grandes. Yo fui y por gusto. A mí por lo menos no me tocó ninguna. Vámonos ya, que hoy tampoco parece ser el día…

Cuando apareció Ico

Oscureció temprano. En la casa de Berta nos permitieron dejar un rato las bicicletas para caminar Boca de Banes y escoger dónde tirar la casa de campaña. Ya estamos de regreso, pero los de casa de Berta salieron a Menelao y tardarán en volver, así que la tienda de acampar, donde sea que la levantemos, tardará en montarse.

Sin mucho por hacer, ante un pueblo que se cierra, solo atinamos a sentarnos en el mismo asfalto, entre jejenes y mosquitos, y esperar. Entonces llega Ico. El desenfado disfraza su desconfianza, sin llegar a ocultarla. Camina sin titubear hasta nosotros, nos tiende la mano y, ríspido, pregunta: ¿Ustedes quiénes son?

Tras mínimas explicaciones, nos dice que tiremos pa’acá con él, que nos va a hacer café. Traspasamos un portón, pregunta si queremos ron o vino y un segundo después nos sirve vodka.

Más que contrastar con otras, la casa de Ico es el metacontraste en sí. Se trata de la primera casa de esta primera línea de costa y dice que no es suya, pero casi, porque es de su hermano que vive fuera del país desde hace muchos años, que viene y va, que viene… y tiene dinero.

Boca de Banes al anochecer Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

Cuando empezó a construirse se pensó en algo grande o al menos vistoso, y se levantó la planta baja, 16 columnas sobriamente redondas, dispuestas cuatro por cuatro, un techo, nada de pareces y poco más. La casa como tal se pensaba establecer arriba, pero por alguna razón se paró todo en un por ahora que se fue extendiendo pacientemente al todavía. Abajo, fuera de las columnas, quedó un baño con azulejos hasta en el techo, que contrasta con una cocina a medio hacer, casi a la intemperie, rústicamente protegida por lonas en alguna que otra esquina y con el cuarto de Ico, quien selló con planchas de zinc galvanizado, a modo de paredes, cuatro de las 16 columnas, adentro puso una pequeña cama, unas pocas cosas para meramente ser y estar; dos perros satos afuera, el viento del mar y punto.

Ico nos permite quedarnos hoy aquí. Dice que podemos tirar la tienda de campaña bajo el techo, para evitar las frialdades y que podemos hacer lo que nos dé la gana, que nos sintamos en casa. Después de hablar largo y tendido, presumirá de sus dotes de enamorado y dirá con sorna que tiene que ir a Menelao a una breve visita, que en un rato regresa. Pero Ico parte y hasta la mañana no vuelve, con el rostro adormecido y gestos claros de dolor de cabeza.

La playa N°3

El amanecer es de atrapar carnadas. Sobre los botes de aluminio, los pescadores son como aves de mar en búsqueda, tímidamente nerviosa, de sardinas. A veces varias chalupas intentan perseguir la misma mancha. “Esta etapa es mala”, insisten.

Parece como si estuviéramos en los tiempos de antes –conversan a gritos desde los botes.

Antes, los pescadores en altamar se paraban en las pequeñas e inestables proas con un arpón en la mano para asestárselo al peje. En este caso pareciera repetirse la estampa, pero en la orilla en lugar de altamar, con una atarraya en las manos y la boca en vez de un arpón y persiguiendo a tres jodidas sardinas histéricas que, como quien dice, saben leer y escribir, saben cuánto es dos más dos, y no a un peje robusto y entretenido que se acercó a curiosear en torno a la barriga de palo que ve en la superficie.

El arte de sacar carnadas Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

Al lado de una aguja

Luis Andro nació en Banes, Holguín, y de allí salió con su familia un día. Más bien su familia lo llevó consigo, porque todavía era un niño. Después de dar alguna que otra vuelta por el territorio capitalino, terminó viviendo en Menelao Mora para pescar en un sitio de nombre casi idéntico al de aquel en que nació. Ni su padre ni él jamás habían pescado antes de llegar aquí, pero la forma que encontraron para ganarse la vida mil kilómetros hacia acá fue esta.

Ahora, tras salir del mar, se precia de asegurar que los botes de aluminio son característicos de Boca de Banes, que aquí hay más que en cualquier parte y que probablemente algunos de los que se vean en otros pueblos de pescadores sean los mismo que se a ratos alguien se roba de acá y luego le da una mano de pintura y le modifica algo, de forma tal que, con el colorete, ya casi no hay forma de reconocerlos.

La aguja recién pescada está tirada en el suelo y si alguien con manos no habituadas a la crudeza del mar intenta levantarla por el mismo pico, guardará por varios días arañada la palma de la mano.

El pez vela no tiene dientes. Sin embargo, explica Luis Andro, con su pico te puede roer el nailon y partirlo, porque el pico de la aguja es tan áspero, que hasta las pedicuras lo compran para rayar las callosidades de los pies de la gente.

Luis Andro acaba de llegar del mar. Desde temprano vino a la orilla de la ensenada a sacar carnadas. Ya en las afueras, la aguja no mordió su anzuelo, sino el de Ángel Téllez, pero a Ángel, que estaba solo, se le puso un poco difícil sacarla y le dio un grito a Luis Andro que estaba a pocos metros, para que viniera a ayudarlo. Después de que la venda en Menelao Mora, dentro de algunos minutos, dice Luis Andro que Ángel Téllez lo salvará con algo.

Cuenta Luis Andro que aquí no se pesca a la americana, donde cada miembro de la tripulación se lleva a casa lo que cada cual pesca. En los barcos de por aquí, lo mucho o lo poco que se saca del agua se comparte en porciones iguales entre todos los que están sobre el bote.

Luis Andro no salió en el barco de Téllez, sino con su propio padre y al parecer hoy no les sonrió la suerte. No se irá sin nada, Téllez va a “salvarlo”. La aguja casi llega a las 36 libras y en Menelao Mora la libra de aguja vale 450 pesos. Si fuera un castero valdría un poco más, 500, además de que serían más libras porque los casteros, por lo general, son mucho más grandes y más gruesos. Pero es una aguja y es buen peje, nadie lo duda, y ahora está tirada en la terraza de David Amaro Hernández, mientras un gato le inspecciona el aliento.

El gato de David Amaro y la aguja Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

Cuenta Luis Andro que sus botes no siempre fueron de aluminio. Qué diez o quince años atrás, eran corchos, como se les conoce en Cuba a las embarcaciones fabricadas con poliespuma. Pero aquello era demasiado peligroso e inseguro, insiste Luis Andro y recuerda que los mismos guardafronteras los instaban a no pescar en eso. En más de una ocasión, los decomisaron en masa. Entonces dieron el paso y con el aluminio que lograron conseguir aquí y allá fabricaron estas embarcaciones que lucen más seguras y ellos dan fe de que lo son.

Son láminas de aluminio empatadas con remaches. Los remaches los sellan con una resina a la que llaman pegalotodo.

En efecto, aseguran que con estos barcos de aluminio, que no pasan de emular un simple bote, mejoraron sus condiciones de pesca. Su seguridad física. Pero los pescadores de Boca de Banes no se conforman con eso y ansían también seguridad jurídica. Ahora mismo nadie se mete con ellos, dejan que pesquen en sus chalupas y punto, pero ellos quieren dormir lo más tranquilos posible, poner la cabeza en la almohada y… ya saben.

Dice Téllez que hace falta que lo digamos, para ver si podemos ayudar en eso, que hace un tiempo prepararon y presentaron un proyecto al gobierno de Artemisa. No fueron en extremo poéticos con el nombre, Playa Banes y punto. La idea era legalizar en esta ensenada una base de pesca, algo oficialmente reconocido por las autoridades del país. ¿Por qué no?, dice Téllez. Si no hacemos otra cosa en su vida que pescar. Cada día despiertan de madrugada, antes de que salga el sol ya están persiguiendo las sardinas en la orilla de la playa a base de remos y tarrayas para luego, siempre a remos, salir en busca de la aguja, el peto, el emperador o le que se enganche. Tampoco se trata de una ocurrencia de última hora, llevan haciendo esto muchos años, algunos toda la vida. En cuanto a mar, bote y pesca, no tienen nada que envidiarle a nadie. Vivir de eso ya resulta alta evidencia. Es un secreto a gritos.

Téllez explica que sus barcos son esos, de aluminio, de remos y que no tienen dinero para hacerse de uno de madera con motor, que los suyos son barcos también, construidos a raíz de la sabia acumulada en la materia durante mucho tiempo de hacerlos, repararlos y hacerlos otra vez para todos aquí.

Hay quien sigue saliendo en corchos, pero son los pocos. Los corchos de esta parte no son como los de La Habana, el norte de Mayabeque o Matanzas. Aquí los corchos que, más que balsas, parecen botes y se mueven a remos. En La Habana, el norte de Mayabeque o Matanzas “la mecánica” es otra y se prescinde de los remos. El pescador de corcho de estos tres lugares va con los pies en el agua y en cada pie una pata de rana que es propela y dirección al mismo tiempo. Dos días más tarde, en Cabañas, Nené, pescador de años, nos explicará que esa diferencia se debe a las condiciones geográficas, porque ya para esta zona de Artemisa la plataforma insular empieza a extenderse y hay que navegar millas para llegar al canto del veril. Por eso los remos.

Téllez teme que el proyecto se haya detenido porque lo presentaron en un momento muy difícil, en el último auge de las salidas ilegales. Estos pescadores cuentan que por aquí salían todos los días muchas embarcaciones rumbo al norte que jamás regresaron. Entre risas, Luis Andro señala hacia la desembocadura: “La terminal 2 le decían a aquello. Por esa boca de río salían varias embarcaciones a todo motor”.

Por suerte lo del Parole frenó aquello, interfiere Téllez, y para nosotros como pescadores significó la libertad, porque dejamos de estar en la mira, pudimos hacer nuestro trabajo, ganarnos la vida con más tranquilidad.

Los pescadores de aquí aseguran que Boca de Banes es muy tranquilo y seguro, que toda la gente se conoce, aunque Luis Andro comenta que con los dueños de las grandes casas por lo general no se relacionan mucho, “solo cuando nos llaman para comprarnos pescado, pero no tenemos confianza con ellos, muchos ni siquiera son de aquí”.

En realidad casi nadie es de aquí. Siempre que se pregunta, Boca de Banes parece ser el fin, por ahora, de un largo camino de años y kilómetros.

David Amaro cuenta que esta siempre fue zona de pescadores. Antes de la Revolución, la zona pertenecía a la entonces finca La Catalina y los pescadores vivían dispersos en casuchas miserables a la orilla de los ríos, prestados, como quien dice. Por eso se hizo Menelao Mora, para darle casa digna a los pescadores de acá.

David Amaro. Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

Algunos, como David, llegaron y se asentaron como pudieron en Boca de Banes, que es lugar que parece merecer dejarlo todo atrás para gastarse en él lo que resta de vida. El mundo suyo nunca fue el del mar. Su padre, Fulgencio, trabajaba en la Textilera Ariguanabo y la madre, Carmen, en la siembra y recogida del tabaco. Son 10 hermanos. Con 76 años, David era el más joven y hoy el único que queda vivo. “Yo sé que las personas cuando pasan de los 50 empiezan a ‘resbalar’, pero yo no, todavía me acuerdo”.

David trabajaba en el central Habana Libre. Cuando conoció a la que sería su segunda esposa, fue a vivir con ella al batey del central, donde tuvo dos hijas, aunque ya era padre de otra, fruto de su matrimonio anterior. Al jubilarse y divorciarse por segunda vez, David Amaro abandonó el batey y llegó hasta aquí, donde vive solo desde entonces en un cuarto diminuto con techo de fibrocemento reforzado con náilones, para que la frialdad del mar se cuele menos.

Aunque cuando llegó cazaba y pescaba un poco, ya no hace nada de eso, según él porque los años pasan y los calambres son terribles después de horas en el bote sin mover casi los pies.

¿De qué está viviendo ahora?

De mi retiro y de la ayuda que me dan mis hijas. De ellas, una vive en Miami y otra trabaja aquí en Caimito, en las facultades obrero-campesinas. También tengo tres nietos. El mayor vive con su madre “allá”, el del medio trabaja en la rama de los recursos humanos y el más chiquito estudia en la CUJAE.

Ahora Luis Andro y Téllez se fotografían con la captura para publicarla en los grupos de pesca de Facebook donde los hombres y mujeres de mar presumen de esas cosas, que no resultan menos que su vida. Aquí en Boca de Banes específicamente, los pescadores tienen un grupo de WhatsApp que se llama “El pargo sanjuanero”.

Ya está pesada la aguja, ya un cliente llamó y dice que la quiere. La colocan sobre una tabla, la sacan de la casucha de David Amaro para el pedraplén, donde espera la moto eléctrica de Téllez. Luis Andro, con la tabla y la aguja sobre los muslos, casi ni se aguanta en la parte trasera cuando arrancan rumbo a Menelao.

Téllez y Luis Andro con su pez vela. Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

 

Los niños

En Menelao Mora varios niños juegan bajo un framboyán. En los juegos de los niños, a veces, se van ensayando las certezas que de a poco el mundo les impone.

Los niños juegan a los marineros. Los de mejores juguetes tienen barcos de plástico y juguetes de piratas. El mayor de los niños, ya entrando en la pubertad, se inventa su barco corsario con un trozo de poliespuma blanca, trozo pequeño, al que encaja una puntilla que escenifica al mástil y que luce de cañón un breve cilindro oscuro, atado como se pudo.

Según el juego de los niños, a los traidores en altamar se les condena a muerte y los buques de plástico jamás se cambian por los de poliespuma.

Guardan sus “embarcaciones” en la boca de un fierro largo y hueco que sirve de asiento a quienes compran pizzas en la casa de enfrente.

¿Ese es el puerto?—. Ellos callan, porque los niños, bien lo saben estos, no hablan con extraños ni dejan entrar, así de fácil, a cualquiera en su mundo.

Los niños juegan. Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

De dónde salió Ico

Ico dice que no hay nadie más cubano que él, porque es de padre oriental, madre pinareña y ha vivido en la Isla de la Juventud, La Habana y Artemisa.

Sus abuelos paternos tenían prácticamente el mismo nombre. Isiderio y Esideria se llamaban aquellos campesinos que, asegura Ico, vivían en Birán, antigua provincia de Oriente. Su papá, Nasario, también había nacido por allá y durante años se dedicó a cortar caña. El triunfo de la Revolución lo agarró preso, porque durante la tiranía “pensaba cosas”, y luego decidió ir a sembrar toronjas para la Isla de la Juventud, donde conoció a la que por muchos años sería su esposa, Zenaida, y que poco después también sería mamá de Ico… y de siete más.

Isiderio también había estado preso por problemas políticos y en la cárcel se convirtió en el primero de la familia en tener un tatuaje que, dice Ico, con el tiempo se veía muy poco.

Zenaida había salido de los Mena de Bahía Honda, en La Mulata. Sus padres eran pescadores, como casi todos los que vivían por ahí. Según Ico, el plato preferido de su madre era la huevada asada de caguamas que preparaban en su casa cuando era niña.

Donde primero trabajó Ico fue en la fábrica de fósforos de Bauta. Ganaba buen salario, cuenta, 200 pesos mensuales y todos los meses, con 20, se compraba un pantalón.

Laboró también en la textilera Ariguanabo. Primero en los almacenes —la gente se robaba las puntillas y con eso hacía oro de fantasía—, luego en la fundición y más tarde en los telares, donde veía nacer la mezclilla y el algodón.

En el servicio militar peleó con su jefe de compañía y, como castigo, lo mandaron a sembrar y cortar caña. Lo peor, es que me lo quitaron de alante y no pude darle ni una galleta, se burla todavía a sus 59 años.

Después empezaron a dar licencias de cuentapropistas. Para justificar vínculo laboral, sacó licencia de limpiabotas. “En Baracoa, donde yo vivía, le limpié de gratis los zapatos a todo el barrio. No les cobraba nada, porque en realidad lo que estaba haciendo era vigilar el trasmallo que tenía tirado en el mar, ahí mismito atrás de la casa”.

Ico nunca le ha dedicado todo su tiempo al mar. Es una especie de part time, un romance sin compromiso. Por estos años tira a cada rato par de anzuelos al agua solo para pasar el tiempo. Tiene equipo de submarinismo que no utiliza para la pesca. En verano se lanza a la playa y recoge las prendas que la gente deja tiradas en el fondo. Las va guardando y, si la vida arrecia, las lleva a un joyero y le dice: ¡Mira!

Soy mecánico de fogones y me desenvuelvo. Arreglar una cocina de gas puede salir en 2 mil o 3 mil pesos, en dependencia de lo que tenga.

De gratis no me ha caído nada. Yo la he pulido. Pero he ayudado a mucha gente y por eso mucha gente me ayuda. Ahora venía de Baracoa para acá, cantidad de gente intentando salir de ahí rumbo a Guajaibón o al Mariel. Muchacho, paró un amigo mío y me gritó: Ico, ¿para dónde tú vas? Me trajo hasta la misma casa. Cuando fui a ver, dio una vuelta en U y regresó. Se desvió nada más que para traerme.

Dice Ico que tiene dos hijas y varios nietos, aunque ninguno lleve su sangre. “Esa es mi hija, porque la cogí de ocho meses de nacida y hasta le celebré los 15. Ahora tiene 22. Esta que vive por aquí atrás la cogí con ocho años y ya tiene 19. Cada vez se pierde un hijo o un nieto me lo cuelgan y yo me encariño hasta del hijastro de una de ellas que ya ni hijastro es”.

Ahora Ico saldrá a buscarse el pan, con un fogón de gas en Menelao que le dijeron estaba roto. Pero regresará sin un centavo.

Ramón Heredia

Aún no cae la noche del jueves 4 de diciembre de 2024 y la lluvia torrencial de un frente frío, otro más, va muriendo y se convierte en llovizna. El paisaje de Boca de Banes se matiza de una forma tan extrañamente mágica, que dos arcoíris nacen del mismo medio de la ensenada, para morir, ópticamente hablando, en algún lugar impreciso de esta tierra occidental.

Pero ya ha escampado y la oscuridad se va apoderando de todo cuando Ramón Heredia da vueltas de cierre de jornada en el huerto de su casa. Ramón Heredia es un mulato flaco guantanamero de 59 años que nos recibe citando a Dios, con algo así como que “la verdad te hará libre”.

Es muy creyente Ramón, y sentados en el borde de su huerto, cuenta cómo llegó a asumir ese paradigma de vida. Todavía vivía en Guantánamo, 20 años atrás, y llevaba lo que él denomina una vida muy corrupta. Cuando alguien habla de vida corrupta, lo primero que se piensa es robo. Sin embargo, lo de Ramón Heredia no era nada de eso. Si algo ha hecho toda su vida Ramón Heredia, asegura con toda la dignidad del mundo, siempre ha sido el trabajo. Energías, asegura, le quedan.

Huerto de Ramón Heredia Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

El oficio de albañil le venía por sangre de su padre. Aunque Ramón se apresura a decir que solo es un vínculo de sangre, porque cuando apenas contaba tres años de vida, papá se fue de la casa y dejó desamparada a su madre con cuatro hijos. Ramón aprendió con los años a perdonarlo, dice que Cristo lo ayudó a perdonar también a la familia a la que había llegado su padre, cuya nueva esposa tenía ya 9 hijos. Por años, dice, hubo mucho rencor entre las dos familias. Pero Ramón perdonó todo eso y trabajó siempre aquel oficio “de sangre”. Su corruptela, indica, era en el amor.

Ramón llevaba lo que se dice una doble vida, más que doble, paralela, porque “sus” dos mujeres salieron embarazadas casi en el mismo momento y una de ellas, “la no oficial”, de mellizos.

Cuando aquello había mucho temor con el VIH SIDA, nos cuenta, y con “sus” dos mujeres embarazadas, se involucró con otra muchacha que, sin él saberlo, padecía la enfermedad. Lo que empezó como una aventura, se convirtió luego en que Ramón Heredia se enamorara de ella, de una tercera mujer, y fue a buscarla, nuevamente a buscarla. En esa búsqueda fue que supo del padecimiento de su amante y, con eso, la certeza casi absoluta, de su parte y de la de los especialistas con los que habló, de que él también contraería el virus.

Ramón Heredia temía morir y también temía decírselo a sus esposas, no sabía cómo hacerlo… y tanto era su miedo que, la única vía de escape que encontró fue la iglesia pentecostal, a la que siempre se había negado entrar. Pero el hombre siempre busca aferrarse a lo que sea que parezca una luz, a lo que sea que se anuncie como tal, cuando todas las ventanas parecen cerrarse.

Dice Ramón Heredia que comenzó a ir a la iglesia, pero jamás dijo a nadie el porqué. Incluso convenció a su esposa para que lo acompañara.

Cierta vez, apareció un pastor extranjero, boricua, y ante todos, recuerda Ramón, gritó que entre los presentes alguien tenía SIDA y que, en nombre de Dios, lo declaraba sano. Ramón salió de ahí con un convencimiento cabal y luego dijo a su médico que, más allá de cualquier probabilidad, “yo soy sano en nombre de Jesús”. Al poco tiempo llegó el resultado del laboratorio con dictamen negativo.

Para Ramón Heredia aquello fue una confirmación a prueba de cualquier duda y desde entonces su vida gira en torno a la religión, porque, fuera así, o no, Ramón Heredia siente que se la debe.

Unos meses más tarde nacieron sus mellizos y Ramón le confesó a su esposa que tenía que ir al hospital y a qué. Ramón se prometió que sus hijos no vivirían con él lo que él con su padre, por eso, aunque no salía con las dos mujeres al mismo tiempo, “porque el respeto es lo primero”, sus tres hijos siempre fueron juntos con él para cualquier parte y hoy se quieren sin distinciones.

Ramón dice que, según la Biblia, es pecado amar a algo por encima de Dios, pero también explica que mentirle a Dios es pecado que se castiga, porque Dios sabe lo que cada cuál tiene en la cabeza. Por eso Ramón, en su oración, reconoce que quiere a sus hijos más que a Dios. “Yo le pido a Dios que me enseñe a amarlo más a él que a ellos, porque a eso todavía no llego”.

En busca de mayores oportunidades laborales, 18 años atrás Ramón Heredia salió de Guantánamo y se instaló en este pedazo de tierra, al extremo noroeste de Boca de Banes. Para acá vino con su “esposa oficial”, pero en Guajaibón, asegura, le compró una casa a la madre de sus mellizos.

Ramón Heredia cuenta que dejó esa vida y que ahora aquella mujer es su amiga y, además, hermana de fe, porque va a la misma iglesia, y que para él todo eso quedó atrás, a pesar de que, reconoce, el camino es difícil y “el diablo” lo sigue tentando.

La casa es de bloques al descubierto con techo de fibrocemento. Tiene un expediente laboral de 17 años que hace tiempo no engrosa, porque se dedicó, desde que llegó a occidente, a hacer trabajos particulares, de albañilería también.

Las manos de Ramón Heredia Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

Aún hoy, Ramón Heredia no tiene propiedad de la casa que levantó con sus manos y en la que vive hace 18 años. Explica que las autoridades de Vivienda le han advertido varias veces que en esa zona no puede estar, pero insiste en que no se va a ir, porque después de eso, de las múltiples advertencias, él mismo construyó enormes casas en la primera línea de costa para gente con mucho dinero. Incluso, después de construidas, ha trabajado en ellas. Ramón Heredia dice qué él llegó primero y que levantó su casa sin robarle a nadie, con sus manos; por eso, si algún día una Bulldozer se la echa abajo, Ramón Heredia espera que sea justo después de echar abajo los chalets que se levantan a pocos metros.

A pesar de vivir cerca del mar, Ramón Heredia asegura que no disfruta la pesca, que no la ejerce, porque a su entender es más dura que cualquier otra cosa. Tiene maneras de hacerlo. En su misma casa, un amigo guarda un bote que Ramón podría tomar en cualquier instante, pero Ramón no quiere, no le gusta. Lo de Ramón es la albañilería, que tampoco es fácil, pero es lo suyo. Y cuando no encuentra trabajo, como hace un tiempo, convierte su jardín en un campo de cebolla.

A la cebolla que siembra Ramón Heredia la llaman cebolla de dientes, “es multiplicadora”, explica él. Unos instantes antes de que el sol se escurra por completo, arranca un maso pequeño de la tierra y muestra cómo podría reproducirla sin esperar a que la planta crezca del todo. En noviembre, recuerda, sacó buena parte de su cantero y con eso pudo hacer cerca de 60 mil pesos.

La gente la compra. Eso yo lo siembro en este pedacito que no es nada y lo vendo. No le robo ni le hago daño a nadie.

Fotografiar la carnera

Periodista —refunfuña un viejo desde el portal—, tiene que pedirme permiso para fotografiar a esa carnera. Porque yo no sé cuáles son sus intenciones con esas fotos. Y déjeme decirle, porque ustedes están desde ayer dando vueltas por todo esto y dando vueltas… yo solo espero que esa carnera no se desaparezca.

Cuando Ico se muera

Cuando me muera, diles que no me cremen, porque a mí no me gusta la candela. Para el agua tampoco. Ni candela ni polvo pa’l agua ni nada de eso. Pa’ la tierra, como se ha hecho desde que el mundo es mundo, pa’ poder descansar. Yo no pido que me entierren en la tumba de mi madre, porque ahí ahora mismo hay mucha gente. Todos se me murieron al mismo tiempo, hace poco más de un año: mi padrastro, mi mamá y mi tía. Casi con 15 días de diferencia entre cada uno. Y te voy a decir una cosa: la enterré y la quiero, pero tuvo una vida muy feliz, la disfrutó. Y yo le di todo lo que pude. ¿Cuántas páginas tienes escritas ya de mí?

Ocho.

La vida no es de ocho páginas, ni la mía ni la de nadie, sino de mil juntas.

Ico lleva un crucifijo dorado al cuello. Su hermano se lo dio a cada uno de los otros siete que nacieron del mismo vientre. Es su única prenda visible, además de un anillo de plata mexicana algo ya gastado, que se encontró años hace en la arena, bajo el agua.

Paradójicamente, dice Ico, soy el único que no cree en nada, pero el único que todavía lo conserva y no es porque lo quiera especular, ahí en la casa tengo oro y plata, pero a esto, que es de acero quirúrgico y nadie va a dar un centavo por él, no le pasa nada de aquello por encima.

Ico mira al mar. Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

Se han publicado 20 comentarios



Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.

  • Selma González dijo:

    Por favor Cubadebate, dejen por más tiempo este artículo, que sin poder terminar de leerlo lo califico de original, coloquial, cálido y hermoso. Ese escritor debería además de hacer crónicas, sistemáticamente. Gracias.

  • ricardo gomez dijo:

    muy ameno leer un articulo como este!!! ojala aparezcan mas de este corte

  • marlen dijo:

    El artículo está hermoso, me sentí todo el tiempo en el lugar de lo narrado.
    felicidadfes

  • Uno de por ahí dijo:

    Genial

  • Mariela dijo:

    Excelente inicio de travesia. Bonito trabajo periodístico del tipo que agradecemos, que atrapan en su lectura y graficadas con hermosas fotos. Felicidades a los periodistas.

  • LQQD dijo:

    Buen relato. Se agradece al periodista la pintura de este trozo de Cuba y su gente.
    Lástima la escasa revisión: la noche del 4 de diciembre de 2024 está en el futuro y un "maso" de cebolla será más caro que un mazo, quizás por eso un pedacito de huerto produce 60 mil pesos.
    Faltó sagacidad para investigar quienes son los propietarios de los grandes chalets, de hacerlo quedaríamos sorprendidos, pero compartiriamos la seguridad del dueño de la casa ilegal en cuanto a que no se la van a demoler si depende de que primero destruyan las casonas de los nuevos ricos.

  • Libra dijo:

    Excelente artículo ojalá se mantenga

  • Pedro dijo:

    Interesante. Son las cosas que ocurren a diario y nadie documenta.

  • Agradecido dijo:

    Precioso artículo, de los que dan gusto leer, no deje de estar en esas playas ni por un segundo, lograron que nos encariñaramos con los personajes que parecen de fantasía y sin embargo están ahí, en esta Cuba linda y diversa; "Real maravillosa"

  • josuernesto dijo:

    se agradece el oficio, se extraña este tipo de crónica, reportaje, hay arte y da placer leerlo, espero a partir de ahora los otros capítulos, se cuenta la realidad de esos pueblos, se huele el mar, esa también es Cuba muchas veces desconocida y peor, olvidada, que sean jóvenes da esperanzas, ojalá y lo descubran muchos, gracias

  • Libra dijo:

    Excelente artículo

  • Capiro dijo:

    10 de 10,,, muy bueno, refrescante

  • Rafael Emilio Cervantes Martínez dijo:

    Coincido con los comentarios anteriores, grata y original lectura de un cuento en construcción.

  • Ing. Marcelo Cárdenas Rojas dijo:

    me encantó el articulo, La verdad es que Cuba es un paraíso tropical con su gente única.

  • juana dijo:

    Muy bueno

  • Roman dijo:

    Muy buen escrito, recordé 100 años de soledad de García Marquéz.

  • luiscarlos dijo:

    sin quitarle ningún mérito al artículo:
    de gratis? o gratis?

  • NGT dijo:

    Excelente artículo Felicito a los periodistas por lo menos alguien se acordó de ese Pueblo pequeño y pesquero muchas gracias

  • Frankk dijo:

    Historias de nuestra gente unica, muy ameno todo una pintura mural contada. Felicidades

  • Maitel dijo:

    gracias por tan lindas historias, no pierdan la costumbre, Gracias

Se han publicado 20 comentarios



Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.

Mario Ernesto Almeida

Mario Ernesto Almeida

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Colaborador de Cubadebate.

Pedro Pablo Chaviano

Pedro Pablo Chaviano

Licenciado en Periodismo (2021) y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana

Vea también