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Fontán: Dejar de ser hombre para ser bandera

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Gerardo Abreu Fontán, uno de los grandes jefes de la clandestinidad en La Habana. Foto: Tomada de Trabajadores.

Palabras de la periodista Yunet López Ricardo en el acto por el  aniversario 66 del asesinato de Gerardo Abreu Fontán.

“Apareció muerto un hombre al fondo del Palacio de Justicia”. Fue uno de los titulares de la prensa para, fríamente, dar a conocer que aquel 7 de febrero de 1958, en este mismo lugar donde nos reunimos para honrarlo, había amanecido el cuerpo sin vida de Gerardo Abreu Fontán. Era un muchacho de solo 25 años, un hijo del pueblo rebelado contra la dictadura de Batista, uno de los grandes jefes de la clandestinidad en La Habana.

La tarde del día anterior, mientras viajaba en un ómnibus por la calle Infanta, un esbirro se percató de que lo había visto antes, en los tiempos en que Fontán estuvo preso la primera vez por sus labores revolucionarias. No eran fáciles de olvidar sus grandes ojos negros, y aquella mirada con la misma carga de nobleza que de coraje. En cuanto la guagua se detuvo, intentó apresarlo, pero Fontán era ágil, lo empujó y logró salir corriendo. Ya le llevaba cierta ventaja, pero una patrulla venía, en ese justo momento, por la calle Santo Tomás y lo condujo hasta la Séptima Estación. Hasta allá enseguida llegó aquel que lo perseguía y lo identificó. En ese entonces, ya era uno de los jóvenes más buscados por la dictadura.

De inmediato lo trasladaron a la tenebrosa Novena Estación, donde mandaba el cruel asesino Esteban Ventura Novo. Esa noche, y durante la madrugada, Gerardo sufrió las torturas más horribles. Querían que hablara, que les contara todo lo que sabía del Movimiento, que delatara a sus hermanos de lucha. Lo golpearon hasta lo indecible y con un punzón le agujerearon el cuerpo más de 50 veces, a la espera de que dijera alguna dirección, algún dato.

Él lo sabía todo, él dirigía las brigadas juveniles del 26 de Julio en la capital y tenía cientos de muchachos bajo sus órdenes. Cada día, desafiando los peligros de aquella Habana revuelta, convertida en una especie de jaula para quienes se oponían a Batista, Fontán recorría los barrios, hablaba con muchos y fortalecía el movimiento de lucha juvenil, donde todos ya admiraban la hondura de sus valores, su arrojo sin límites y su magisterio noble para foguearlos en las lides de la lucha clandestina. Como recordaba el prestigioso intelectual y político cubano Ricardo Alarcón de Quesada, quien fuera uno de aquellos bajo su mando: “La mayor fuerza revolucionaria de la capital la dirigió con su carisma y sus dotes organizativas excepcionales, porque Fontán educó a sus compañeros de lucha en una disciplina, una austeridad y una ética que nos parecían venidas de otro mundo”.

Él había crecido en las calles humildes de El Condado, un barrio de Santa Clara, y allí había sufrido la impotencia de los pobres ante la miseria, y sus angustias de niño negro que solo llegó al cuarto grado y desde muy temprano tuvo que salir a las calles a trabajar duro por unos cuantos centavos.

En busca de otros horizontes llegó a La Habana cuando solo tenía 11 años. Aquí fue aprendiz de carpintero y trabajador de una imprenta. Sin embargo, aquel obrero tenía corazón de artista, enamoraba con su palabra al hablar sobre literatura, y recitaba con maestría poemas afrocubanos, símbolos de su raíz yoruba y guerrera, esa que también lo impulsaba a la rebeldía contra la discriminación y las tantas injusticias de aquellos tiempos. Por eso integró las filas de los ortodoxos y, cuando el 10 de marzo de 1952 Batista dio el golpe de Estado, Fontán se entregó por completo a las batallas contra la tiranía.

Ardua fue su labor junto al revolucionario Ñico López para organizar las brigadas nacionales del 26 de julio en la capital; y cuando Ñico le pidió estremecer La Habana con propaganda, Fontán convirtió incontables muros en espacios de denuncia, y la ciudad amaneció pintada con grandes letreros revolucionarios.

Aquel joven delgado, extremadamente honesto, con inteligencia natural y muy humano, estaba dispuesto a todo: recaudaba fondos, reclutaba combatientes, preparaba la insurrección; y desplegó un trabajo tan intenso que sacudió varias veces a la dictadura, como cuando alumbraron la ciudad habanera, justo a las nueve de la noche, casi un centenar de explosivos. De ese hecho, que pasó a la historia como la noche de las 100 bombas, Fontán fue uno de los organizadores.

Su actividad era constante, sus acciones cada vez más arriesgadas, y las fuerzas represivas comenzaron a perseguirlo con más saña. Ningún sitio resultaba seguro para él, y vivía en la más absoluta clandestinidad, pero sin dejar de combatir un segundo. Para ese entonces, ya se había ganado el respeto de sus compañeros. Por eso Alarcón decía:

Llegó a ser para nosotros un mito. Él, que no había avanzado en la enseñanza elemental, dirigió a los jóvenes y estudiantes de la capital y ninguno dudó nunca que Gerardo era el más capaz, el más sensible, el más profundo de nuestros compañeros.

Las palabras de quien estuvo a su lado en la lucha, de alguien que conversó con él, que escuchó su risa, midió el grado de su sensibilidad, humanizan en lo más íntimo a Fontán, y nos hacen imaginarlo, aquella noche angustiosa en los sótanos de la Novena Estación, no como el gran líder de jóvenes que no temía a nada, sino como un muchacho de 25 que soportó con valor brutales torturas. Fontán siempre dijo que no quería morir, pero que, si arriesgaba de esas formas su vida, era precisamente, por vivir.

Cuando los verdugos se convencieron de que no iba a decir una sola palabra, ni siquiera su nombre, le cortaron la lengua. Hoy, al imaginar su entereza, no podemos dejar de preguntarnos de qué materia están hechos los hombres como Fontán.

Contaba Alarcón que una vez, con su sabia experiencia de luchador, Fontán les criticó que permanecieran en un lugar conocido por un compañero que hubiese sido apresado por la dictadura. “Hay que respetar las reglas de la clandestinidad, no se puede confiar en que nadie resista la tortura”, les dijo en esa ocasión. Pero cuando él fue prisionero, nadie cambió de casa, todos confiaron, con los ojos cerrados, en el temple y la firmeza de aquel jefe tan querido.

Él era de los imprescindibles, de esos que contagian los ánimos, que impulsan, que no saben de flaquezas del alma y no detienen su paso ni ante los más oscuros abismos, de esos seres que llevan en sí tanta maravilla que nadie puede asociarlos a los finales, a la muerte, porque siempre los piensan infinitos, invencibles, inmunes a las armas y a los odios.

Ese día, mientras su madre y hermanos amarraban un brazalete del 26 de Julio en la cruz de su sepultura, la huelga estudiantil tomaba fuerza a cada segundo, alimentada por la rabia y el dolor que les causó a los jóvenes el asesinato de Gerardo. Asaltaron varios institutos, centros de enseñanza, salieron en manifestaciones a las calles, y llevaron a cabo la mayor huelga que se recuerda de las realizadas en la capital, la cual se extendió más de dos meses. Con él sucedió eso en lo que siempre creyó Fidel, y es en que hay quienes aún después de muertos son útiles, porque dejan de ser hombres para ser banderas.

Han pasado ya 66 años de aquellos días; los jóvenes compañeros de Fontán, los sobrevivientes a la dictadura y al tiempo, sobrepasan las ocho décadas de vida, pero no solo en los recuerdos de ellos puede vivir el héroe, o en las páginas de algunos diarios en fechas determinadas, debe hacerlo, con fuerza, en la conciencia de los muchachos de hoy, y por eso su historia, aún poco difundida, tiene que darse a conocer mucho más, pues banderas de ese tamaño no deben estar ocultas, sino flotar a la vista de todos para que sigan llamando a la batalla.

Se han publicado 8 comentarios



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  • Luis Ramon Concepción Ferrer dijo:

    Entre los más grandes y valientes combatientes de la peligrosa clandestinidad ,en la Habana de los 50,en la Cuba batistiana y sangrienta ,junto a otros también valientes como,Sergio González( El Curita),Enrique Hart Davalos y Garcia Lavandero. Mi padre me contó sobre esa noche q sacudió la Habana ,en 1958," La noche de las cien bombas" y la carnicería q desató la tiranía ,contra todo lo q olía a joven y estudiante,las huestes sangrientas de Carratala,Pilar García y el sanguinario asesino Ventura Novi.,se cebaban por cualquier esquina de la capital cubana . EPD Gerardo Abreu Fontan.

  • José Román dijo:

    Héroes como Fontán, y su historia, deben ser recordados siempre. Y también el destino que sufrieron a manos de los enemigos de la Revolución. Porque nuestros enemigos de hoy, llevan la misma lógica de los de entonces.
    Y a ellos, mercenarios del Imperialismo, ni tantico así.

  • mercedes dijo:

    Muy emocionantes estas palabras sobre Gerardo Abreu Fontán, un revolucionario tan grande, de un temple y de una dignidad a toda prueba tiene que ser una bandera, un ejemplo para los jóvenes de hoy, quienes enfrentan duras batallas por la soberanía de la patria, constantemente acechada por el odio.

  • mariposa dijo:

    A la historia de grandes hay que ir una tasa otra vez, no se puede perder la memoria histórica que hizo una Revolución de gigantes

  • Alberto Garcia dijo:

    Duele leer sobre las torturas y la muerte de Fontan. Gloria eterna a su memoria.

  • Carlos M. Rodríguez dijo:

    Excelente material, inmensa la grandeza de nuestros jóvenes combatientes de la clandestinidad y especialmente la de Fontan

  • Sara Santacruz V. dijo:

    La revolución cubana tiene e héroes y mártires de esa talla por eso serán invencibles.

  • DRGC dijo:

    Por jóvenes así, por los eternamente jóvenes como Fontán, es que tenemos que hacer nuestra sociedad una sociedad mejor, donde los agricultores y demás productores sean gente preparada y combinen el hacer con la tecnología, donde los niños en las escuelas primarias tengan una​ ortografía de excelencia, y donde todo el que sea capaz de crear, desarrollar, lo haga y se le permita hacer, sin dar paso a la delincuencia, ni al que rompe ni al que ensucia ni al que pone música extremadamente alta sólo por molestar.
    En memoria y homenaje a esos eternos jóvenes tenemos la obligación de hacer un país mejor, desde la producción, la ciencia, cultura, medio ambiente, así nos sentiremos plenos, ellos lo merecen.

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