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El diario de René: Un testigo para inculpar a Fernando que terminó por humanizar al acusado

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La sesión del día 16 comienza algo más tarde que lo habitual por el problema personal de un miembro del jurado. A las 9:55 a.m. Paul se dispone a interrogar al señor Clelland en relación con aquel documento en que, tanto el FBI como el 84RADES, alertaban sobre las imprecisiones en los límites de la zona de defensa de Cuba.

Paul comienza la examinación de Clelland recordándole la pregunta que Heck Miller le había hecho días antes, acerca de una línea que aparecía en los mapas utilizados por el programa de computadoras. En aquella ocasión el abogado objetó la pregunta con éxito y el tema de la línea quedó momentáneamente excluido del debate.

Ahora que la carta del FBI y el 84RADES trae el asunto a colación, es hora de retomarlo y por eso la jueza da esta oportunidad a McKenna. Le pregunta al testigo si recuerda la diferencia entre los mapas utilizados, cuya confección está a cargo de la Agencia Nacional de Imágenes y Mapeo (National Imagery and Mapping Agency [NIMA]), y otros mapas de navegación que se emplean ampliamente. El testigo no recuerda exactamente y Paul le muestra la carta.

Esta es básicamente una discusión sobre la conveniencia de utilizar o no los mapas NIMA en la determinación del límite de la ADIZ, una zona de espacio conocida como Air Defense Identification Zone o Zona de Identificación de Defensa Aérea, que cada país define alrededor de sus aguas jurisdiccionales. En general tanto el FBI como el 84RADES y hasta la propia NIMA coinciden en que los mapas NIMA son los menos indicados para establecer el ADIZ de Cuba.

Una vez leída la carta, el señor Clelland recuerda el tema y aunque Paul trata de entrar en la relación entre el ADIZ y las aguas territoriales, las objeciones de la Fiscalía no se lo permiten, pues el testigo no está calificado para discutir la medición de las aguas territoriales cubanas. A duras penas el abogado logra que Clelland brinde su definición del ADIZ: “El área en la cual el gobierno tomará acción identificativa sobre un avión que está penetrando”.

Entre objeciones de Heck Miller –recuerda que, según ella, la cartica era inocua, Paul no la entendía y no tenía nada que ver con el caso–, el testigo admite que efectivamente el ADIZ está representado dos millas más al sur en los mapas NIMA y que él, en principio, consideró eso un problema y escribió a la Fiscalía y a la propia NIMA. Paul le pregunta si recuerda una carta de NIMA en la que la agencia admite que sus mapas no son los más apropiados, pero el testigo dice no recordarlo.

Paul entonces muestra la carta de NIMA a Clelland y este efectivamente la reconoce. El abogado comienza a leer los párrafos en que se advierte sobre las deficiencias de los mapas, y la fiscal es ahora la que quiere introducir la carta en evidencia. McKenna se hace el importante y objeta, sobre la base de que su contraexaminación no es el momento para que el gobierno introduzca evidencia. La jueza aprueba la objeción de Paul y ahora es Heck Miller la que pide que se le permita fumar la pipa de la paz con el abogado, para que ambos introduzcan de común acuerdo la carta inocua, sin importancia, irrelevante, ínfima, desechable, miserable, insignificante, superflua, meliflua, ética-pelética-pelimpimplética, que “el pobre de Paul no entiende y yo le puedo explicar”, como dijo la señora Heck Miller dos días antes. Heck y McKenna fuman ambos de la pipa, y al fin tenemos una tregua en la que los dos bandos aceptan que la carta se presente y publique como evidencia.

Así se logra que Clelland lea el documento: El 84RADES, el FBI y NIMA han intercambiado amplia correspondencia con respecto a las deficiencias de los mapas utilizados por la animación computa rizada; aunque las aguas territoriales están a doce millas, el ADIZ se mide de otra manera y hay puntos en que sobrepasa esa distancia de la costa; de acuerdo con la propia NIMA sus productos no son los más apropiados para este trabajo y efectivamente el testigo admite que fueron los utilizados en la animación. Para terminar, el abogado abandona el tema de la carta y pide al testigo que calcule la velocidad de los Mig. Tras jugar un poco con la pantalla de su computadora, este la establece en unos 540 nudos o millas náuticas por hora.

A las 10:55 sube al podio Heck Miller para la reexaminación directa del señor Clelland. La fiscal le pregunta si la carta tiene que ver con la confección del disco compacto y, por supuesto, la respuesta es tan negativa como irrelevante la pregunta. Se establece que las distancias para medir el lugar del derribo fueron tomadas desde la costa y no a partir de el ADIZ, y se leen algunos párrafos que pudieran interpretarse con mucha buena –¿o debo decir mala?– voluntad, como apoyando el desplazamiento del ADIZ hacia el sur para establecer que el derribo fue al norte de un ADIZ que ni los mismos creadores del mapa reconocen. De nuevo el testigo al caballete, para refrescar al jurado las posiciones en que los radares sitúan el hecho, y de vuelta el señor al estrado de los testigos para repetir en la computadora las mismas posiciones. Ahora la fiscal vuelve a rehabilitar al radar de Cudjoe Key, que resulta ser la séptima maravilla del mundo moderno. (Las otras son un Arnaldo suicida, un Guillermo Lares modesto, un abogado inteligente en la nómina de Basulto, un Armando Pérez Roura desembarcando en Cuba, una octavilla autopropulsada y un líder anticastrista simpático).

La fiscal vuelve a adormecer al jurado con otra conferencia sobre radares y transponders, remueve el tema del margen de error del radar alrededor del lugar de los hechos, y da por terminada su reexaminación a las 12:30 p.m.

Paul, en dos minutos, pregunta al testigo si los radares fueron alineados, quién los alineó y cuándo se hizo esto. Clelland explica que lo hicieron antes del hecho, pero sin poder precisar cuánto tiempo antes. Expresa también que no participó en ese trabajo y que no sabe quiénes lo hicieron. A las 12:32 p.m. nos vamos a un receso. De regreso a la 1:10, ya tienen los abogados la orden de Lenard que resultó de la audiencia del miércoles. Aunque no tengo tiempo de leerla, me dice Philip que es bastante buena y pone ciertos límites a las andanzas de Basulto en relación con este caso. Como ves, la guapería del miércoles parece haber impresionado a la jueza exactamente como lo pensamos.

Sin más preámbulos hace su entrada el señor Olin L. Bagett, quien viene a testificar sobre las andanzas de Fernando por las Carolinas en el año 94.

Este es un señor recio, pequeño de estatura, porte militar, de muy buen físico para los cerca de 80 años que debe de tener. El señor Bagett inspira simpatía y respeto y nos enteramos por Fernando que es un militar retirado de Fort Bragg, donde compró la casa que le rentaba a nuestro hermano por aquellos años. No sé por qué me lo imagino como uno de esos sargentos de entrenamiento, por cuyas manos pasan miles de muchachos que terminan convirtiéndose en soldados, y también me lo imagino haciendo buenas migas con Fernando y simpatizando con la rectitud y el carácter de este. Definitivamente este es un señor que no va a venir a hablar mal de Fernando y lo demuestra desde la primera pregunta.

El fiscal Kastrenakes le pregunta si conoce a un individuo llamado Rubén Campa y si recuerda si hablaba inglés, a lo que el militar responde que efectivamente lo conoció y que hablaba “muy buen inglés”. Al preguntársele si supo por Rubén sobre sus actividades, el viejito le responde que aquel le había dicho que se dedicaba a publicidad. Luego el señor Bagett identifica a Fernando, y la Fiscalía se interesa por los papeles relativos al alquiler del apartamento que conserva impecablemente el testigo. La verdadera razón para traer al señor Bagett la conocemos cuando Kastrenakes le pregunta si está familiarizado con el área de Fayetteville[1]:

—Claro –dice con seguridad el señor Bagett–, yo he dedicado mi vida a servir en el ejército en...

—¡Objeción! –salta Joaquín y se produce un side bar.

Otra vez le ha tocado el trabajo más sucio a Kastrenakes y me pregunto el porqué. Ellos quieren pasar por alto una orden de la jueza en el sentido de que no se hable de la presencia de Fernando cerca de un campamento militar, a no ser que tengan una acusación concreta al respecto. Ahora quieren utilizar al pobre anciano, sabiendo que con toda probabilidad, en algún momento, hablará orgulloso de su servicio militar en la base de Fort Bragg durante más de treinta años. Pero Joaquín se ha dado cuenta de que, además de eso, le quieren enseñar un mapa del área de Fayetteville, en el que con letras grandes se destaca el nombre de la instalación militar; y el abogado logra hacer valer la orden de la jueza. Ya no les queda más que hacer con el señor Bagett.

A la 1:30 Joaquín contrainterroga al anciano:

—Señor Bagett, ¿cuánto tiempo trató usted al señor Rubén Campa?

—Durante año y medio... ¡Más cuatro días que me pagó antes de irse! –dispara Bagett.

—¿Usted tuvo tiempo de relacionarse con él? ¿Lo visitó algunas veces en razón de su vínculo como inquilino?

—Sí. Lo visité unas seis o siete veces y conversamos en alguna que otra ocasión.

—¿Alguna vez tuvo problemas con el pago o con su comportamiento como inquilino?

—¿Problemas? ¡No, qué va, nunca!

—¿Entonces él liquidó su arrendamiento y se despidieron en buenos términos? ¿Le dejó su propiedad en buen estado?

—¡Como si nadie hubiera vivido en ella! –concluye míster Bagett.

Y así finaliza el testimonio de este viejito respetable a quien la Fiscalía trajo para mostrar un mapa con el cual inculpar a Fernando, sin poder lograrlo y quien terminó por humanizar al acusado. El señor Bagett trajo un aire de limpieza a la sala y si lo hubieran dejado hablar más, habría terminado por absolver a Fernando. Me imagino a los fiscales, durante la preparación de su testimonio, tratando de hacerlo hablar mal del acusado y chocando con la rectitud de carácter y el honor militar del señor Bagett.

A la 1:35 toma el estrado de los testigos una señora de nombre Wendy Santiago, para ser examinada por Kastrenakes. La señora Santiago ha vivido en varias instalaciones militares, acompañando a su esposo en sus itinerarios de servicio durante la década del 90; según su testimonio, esta vida los llevó a la base de McDill en 1992, donde hicieron algunas amistades entre el personal militar y civil. Como ella misma explica, fue empleada en dichos campamentos mientras su esposo cumplía sus funciones militares. Posteriormente la pareja se trasladó a la base aérea de Eaglin, donde todavía residen, allí ella labora en el área de recursos humanos.

En el año 96, un grupo de sus excompañeros civiles de McDill visitó al matrimonio Santiago en Eaglin, un poco más al norte en la misma Florida, y llevaron a una amistad de Tampa, a quien conocían como Johnny. La señora Santiago identificó a Luis Medina como el tal Johnny. El fiscal le preguntó si este había mostrado interés en visitar algún lugar en específico. Y así se supo, a través de la testigo, que el terrible espía se había interesado en ¡comprar algunas cosas en la tienda con descuento de la base!

Tras este apabullante testimonio, que muestra una vez más el peligro para la seguridad nacional que constituía Medina, la señora Santiago, quien dijo que apenas había cruzado palabras con el acusado, al preguntarle Kastrenakes si se necesitaba identificación para entrar a dicha tienda y si el siniestro Johnny había podido entrar gracias a las identificaciones tanto de ella como de sus acompañantes de Tampa, lo confirmó. Así termina un examen que seguramente nos quitará el sueño por unos cuantos días.

Faltando solo tres minutos, míster Norris interroga a la testigo para que admita que nunca había hablado con Ramón, que este no había preguntado nada sobre la instalación militar y que no lo volvió a ver nunca más hasta el momento de su deposición.

El testimonio de la señora Santiago puso fin al desfile de testigos de cargo de la semana, de los cuales el señor Clelland fue el más –yo diría el único– importante, por el papel que desempeña para los acusadores la supuesta localización de los hechos del 24 de febrero de 1996.

Es un poco difícil evaluar el impacto que puede haber tenido en el jurado el testimonio de este especialista en radares. Por un lado, situó el derribo de los aviones en aguas internacionales, pero por otro, corroboró que efectivamente hubo al menos una violación del espacio aéreo, y su composición animada mostró cuán cerca de la Isla se habían desarrollado las acciones.

Otro ángulo de su testimonio es el referido a la precisión de sus observaciones de radar. A pesar de la dirección tomada por el examen de la Fiscalía, que trató de exaltar tanto la precisión de los radares como la cantidad de datos que se usaron para el análisis, creo que Paul ha tenido éxito en demostrar lo falso de ese andamiaje, pues al final quedaron sobrando dos de los tres equipos, y el que terminó como referencia resultó el más inexacto de los tres. Añádase a esto que se usaron también los mapas más inexactos, y cualquier persona con sentido común no apostaría a las posiciones geográficas brindadas por el testigo.

Todo apunta a que el trabajo de radares en que el gobierno se apoyó ha sido superficial y tal vez valdría la pena tratar de incursionar ligeramente en las causas. El hecho es que este caso no se ventila por primera vez en las cortes, sino que ya desde antes ha sido traído al sistema judicial a través de las demandas millonarias contra el gobierno cubano, que este decidió no molestarse en responder.

Esto implica que sin una oposición ante las cortes, los demandantes han podido presentar sus versiones de los hechos a sus anchas, apoyándose en cualquier trabajo frívolo que, ya sea a través de un experto u otro testigo cualquiera, ha sido más que suficiente para satisfacer los requisitos de un juicio en que los resultados de dicho trabajo no son sometidos a comprobación. De ahí, en mi opinión, las fallas garrafales que he observado en las muestras presentadas como evidencia y en las animaciones computarizadas.

En otras palabras, los representantes del gobierno han repetido lo que ya es un patrón en Miami: decir cualquier cosa con la seguridad de que nadie se tomará el trabajo de ponerla en tela de juicio. Parece evidente que en el caso particular de este testimonio, la Fiscalía no se molestó en pedir un estudio que revelara los hechos sino que solicitó que los hechos, tal y como ellos prefirieron concebirlos, fueran representados como el resultado del estudio. De ahí las inconsistencias del testimonio y el embarazo que mostró el señor Clelland, quien a pesar de parecer una persona honrada se sentía incómodo ante la poca calidad del trabajo que estaba presentando. En fin, la Fiscalía tuvo lo que quiso y lo que quiso fue una chapucería.

Este trabajo de los radares motiva la siguiente versión del Faquir, quien no cree que sea una simple coincidencia todo este guirigay, justo alrededor del 14 de febrero, Día de los Enamorados.

Según nuestro amigo, todo esto se organizó para que al final Paul McKenna le pudiera hacer el siguiente regalo a Heck Miller por el Día de San Valentín:

Para ponerle sabor a los últimos minutos de la semana, a la 1:49 Joaquín pide que se discuta el asunto de la presentación del señor Bagett por la Fiscalía. El abogado fustiga duramente a los fiscales y pide a la jueza que se declare el juicio nulo o se instruya al jurado para que desestime el testimonio del anciano, a propósito de su pertenencia a las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Joaquín plantea que el haber traído al señor solo para burlar la orden de la jueza con respecto a la discusión del asunto de Fort Bragg y la presencia de Campa en el área, era una vergüenza. Vuelve a repetir que si el gobierno tenía alguna prueba de las actividades ilegales de su defendido en la instalación militar, que las presentara y lo acusara de espionaje.

Kastrenakes se defiende haciéndose el ofendido. Dice que las palabras de Joaquín son un ataque personal y que el testimonio servía para corroborar la falsa identidad de Fernando. Entre suspiritos y brinquitos en puntitas de pies dijo que se sentía ofendidito por la mera insinuación de que él, tan limpiecito, quisiera enmarañar a la jueza.

Lenard, por su parte, no acepta la moción de anular el juicio, lo que era de esperar, pero apoya a Joaquín respecto a que los fiscales debían presentar evidencia sobre la presencia de Campa en Fayetteville o, de lo contrario, no tocar el tema en adelante.

Con esto termina la sesión.

Llegamos al piso a tiempo para ver cómo ha reaccionado la televisión de la sagüesera a las cintas de audio presentadas la víspera. La reacción ha sido lenta pero aplastante. Por la mañana habíamos oído a Radio Mambí explotar las expresiones del piloto cubano, pero ahora la televisión añade su poder de embobecimiento visual, y tanto el Canal 23 como el 51 se disputan el premio a la mejor morcilla del año.

Ambos canales combinan en sus noticieros de las 6:00 y las 11:00 p.m. los sonidos con imágenes extraídas de todo tipo de películas de archivo, repitiendo una y otra vez los cerca de veinte segundos más fuertes de la grabación para extenderlos a un cortometraje de unos diez minutos, donde se ven aviones de guerra de la Segunda Guerra Mundial, explosiones en el aire, cazas más modernos haciendo giros bruscos y algún que otro avión de Hermanos al Rescate que parece explotar tras la vista de un cohete disparado quién sabe si por Tom Cruise, Silvester Stallone o Bruce Willis en una de sus películas de acción; todo esto junto con las mismas palabras del piloto cubano repetidas una y otra y otra y otra vez, hasta completar la hipnosis. Milagrosamente no pusieron ninguna película del oeste, parece que les faltó imaginación para ubicarlas en el contexto del incidente.

Todo esto seguido de las reacciones indignadas de “la comunidad”, que los periodistas salen a recoger a la calle después de la transfusión de odio: “Es indignante ver a ese piloto masticando chicle y mostrando descaradamente la bandera americana en su casco antes de tumbar a los pobrecitos aviones de Hermanos al Rescate” –supongo que podría decir después de aquel revoltillo de imágenes alguno de los mentalmente abusados viejitos de la Pequeña Habana, en referencia al aviador castrista que vio en la pantalla de su televisor una hora antes–.

Y así termina el viernes 16 de febrero, relatado unos días después, ya que me he tomado la libertad de emplear un tiempo en relajarme un poco.

Nota:
[1] Población de Carolina del Norte conocida como el asentamiento de la base de Fort Bragg.

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  • Patricia dijo:

    Muchas gracias

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René González Sehwerert

René González Sehwerert

Héroe de la República de Cuba. Uno de los cinco jóvenes revolucionarios que se infiltró en grupos terroristas que desde la cuna de la mafia anticubana, Miami, organizan impunes sus ataques criminales contra el territorio cubano. Fue condenado a 15 años de prisión. Su causa contó con una enorme solidaridad internacional. Regresó a Cuba en el año 2013.

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