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“El diario de René”: ¡Está que corta McKenna!

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Hoy es martes 16 de enero. Ayer lunes se celebró el día de Martin Luther King y fue una jornada de asueto. Así que hoy nos levantamos con energías renovadas para seguir tejiendo los hilos de esta historia.

Camino a la Corte nos ocurrió algo simpático que, en cierto sentido, apoya nuestra visión del caso: resulta que uno de los alguaciles se reincorporaba a sus labores después de algún tiempo de ausencia. Este es un viejo conocido nuestro, de los días en que teníamos que bajar escoltados para revisar la evidencia, en el cuchitril que a esos efectos preparara el gobierno; y tras los saludos de rigor, nos preguntó cómo nos iba en el juicio. Le respondimos sin excesos que nos parecía bastante positivo, enseguida vino su comentario: “Bueno, eso he oído decir, que les está yendo bastante bien”.

Esto es significativo, sobre todo porque resulta obvio que su fuente no pudo haber sido otra que sus propios colegas.

De regreso a la sala, Philip retoma su cuestionario donde lo había dejado, es decir en las investigaciones que el FBI ha realizado sobre algunos de los grupos anticastristas. Aunque el señor Hoyt no reconoce que tiene conocimientos de primera mano, acepta que otras ramas del FBI habían realizado dichas investigaciones. A continuación Phil le pregunta qué sabe sobre el Acta de Neutralidad y el testigo la define como la ley que se aplica a quienes interfieren en las relaciones exteriores de Estados Unidos en sus tratos con gobiernos extranjeros; entonces el abogado lee un documento que describe las actividades de la Fundación Nacional Cubano-Americana encaminadas a atentar contra la vida de Fidel, realizar actos de terrorismo y provocar tensiones entre Cuba y Estados Unidos.

—¿No sería esto una violación del Acta de Neutralidad? ¿No sería esto de interés tanto para el FBI como para la Contrainteligencia cubana?

—Bueno. En caso de que estas actividades fueran reales, yo diría que sí.

Y para terminar, Phil se refiere a un asunto que la Fiscalía ha estado sembrando en el ambiente por algún tiempo:

—¿Usted investigó si las medidas activas a las que se ha hecho referencia se llevaron a la práctica o si no pasaron de ser meras sugerencias?

—No –respondió secamente el testigo.

A quince minutos de haber comenzado, mi abogado termina su interrogatorio y cede el testigo a la Fiscalía para el reexamen a las 9:30, pero este comienza diez minutos más tarde, tras un side bar, al parecer por otra manipulación de cierta evidencia por los fiscales, que se apoyaron en la manida CIPA, Ley de Procedimiento para Información Clasificada, que tanto les ha servido para escamotearnos la evidencia.

El fiscal David Buckner se limita a recrear de nuevo lo que ya había dicho el testigo, aunque empieza con un ángulo nuevo, preguntando al señor Hoyt si Cuba tenía alguna autoridad para investigar en territorio norteamericano los actos de violencia de los exiliados, y lo mezcló con el servicio del agente en Vietnam, para que este estableciera la diferencia, puesto que, en aquel contexto, habían estado actuando en coordinación con el gobierno sudvietnamita. Las respuestas a estas preguntas son obvias.

Pasando a los documentos, insiste en que la penetración perseguía la información más sensible sobre el objetivo. Luego retoman el caso de un joven amigo de Guerrero cuyo padre trabajaba en la base de Guantánamo, a quien Tony se ha acercado con el propósito de que su amistad pueda convertirlo en una fuente de información, para repetir nuevamente que la penetración era una actividad a largo plazo; y especulan que tanto el joven como Antonio pudieron, eventualmente, haber recibido un clearance o permiso de seguridad.

Para finalizar releen un párrafo en el que Guerrero reporta sobre ciertas renovaciones en un edificio de la base de Boca Chica; dice que el edificio parece estarse preparando para alguna actividad top secret, y aunque no da más detalles, los fiscales terminan ahí su reexamen para dejar la expresión top secret en los oídos del jurado.

McKenna pide que se le permita examinar un aspecto abierto durante el cuestionario de la Fiscalía y se produce otro side bar que es denegado por la jueza. Luego nos enteramos que Paul quería preguntar al testigo si las incursiones en Cambodia habían sido también hechas con autorización del gobierno en aquel país. ¡Está que corta McKenna!

A las 10:20 el fiscal Kastrenakes entrevista durante quince minutos a un señor de nombre Donald Maurer, que ha estado diecisiete años en el FBI y se dedicó en los últimos cuatro a vigilancia y seguimiento en Miami. También el agente John Jack Mc. Donough, quien realizó por cinco años actividades de vigilancia para el FBI de Miami, ocupa igual cantidad de minutos. Ambos testifican acerca de sus tareas de vigilancia y seguimiento sobre algunos de los acusados, antes de que demos paso al testigo estrella de la jornada.

Se trata de un teniente coronel bastante joven, llamado Christopher Winne, que trabaja para la Inteligencia del Comando Sur, tras haber servido diecisiete años en el ejército y haber pasado por Alemania, Iraq y otros lugares donde el U. S. Army –supongo– ejercita su divina responsabilidad. Se refiere primero al Comando Sur, y luego ubica en un mapamundi los cinco comandos del ejército norteamericano que, dicho sea de paso, no parece haber dejado rincón del planeta sin “proteger”. El área del comando que nos ocupa está marcada con color verde y cubre toda Centroamérica, el Caribe y América del Sur. Mr. Winne explica que el Caribe fue incorporado en 1997, aunque anteriormente había participado en la invasión de Granada, en 1983, y la de Panamá, en 1989. Coincidiendo con la absorción del Caribe, la instalación fue trasladada a Miami.

En relación con la edificación, explica que era una instalación secreta en su casi totalidad, lo cual exige que quien trabaje en ella tenga, al menos, un nivel de acceso de “secreto”, requisito que, según dijo, reúne cada uno de los alrededor de ochocientos militares y setecientos civiles que laboran en el lugar. Explica que algunas áreas requerían nivel de acceso de top secret, y que obviamente en estas no puede entrar quien tiene solo nivel de “secreto”; pero que, en general, el personal puede moverse con entera libertad por la instalación, la cual definió como una “facilidad secreta abierta”, es decir como un lugar en el que los documentos de nivel “secreto” se encuentran a la vista, en las oficinas y cubículos.

Mr. Winne señala que los empleados civiles tienen también el nivel de acceso de “secreto”, el cual pueden adquirir incluso quienes han crecido en un país como Cuba, considerado hostil por los Estados Unidos. Expresa que, a pesar de las medidas de seguridad estrictas, algunos secretos podían ser sustraídos, y no falta por supuesto el drama: “Esto pudiera costar vidas de militares norteamericanos, y bla y bla y blablablá….”.

Por último, el fiscal le pregunta sobre algunas instalaciones militares que aparecen en la evidencia, como las bases de McDill, Boca Chica, Homestead y Ft. Bragg[1], a las que termina definiendo como instalaciones de las Fuerzas Armadas norteamericanas, antes de ceder el testigo a Paul McKenna a las 11:55.

El propósito de este testimonio es obvio: se trata de calafatear el falso cargo de espionaje, que comenzó a hacer agua desde el papelazo de Joseph Santos, a quien no pudieron poner al nivel que querían como la amenaza roja del Comando Sur. Ahora la estrategia consiste en rebajar el Comando al nivel de Joseph. Vaya, que la instalación es un relajo secreto en el que cualquier pendejo puede acceder a información clasificada con solo pedir agua en la entrada.

McKenna lee al testigo información sobre el Comando Sur, menciona por sus nombres a algunos de sus principales oficiales, se refiere a aspectos del procesamiento de los empleados, a sus misiones; y todo sacado de fuentes públicas y de Internet por ¡Lisa! –su investigadora–, a quien habrá que dedicar un capítulo en este diario. El militar tiene que admitir que toda esa información era publicada a los cuatro vientos por el propio Comando.

Luego el abogado lo interroga sobre el trámite de los permisos de acceso o clearances a lo que el testigo responde que los procesaba el Departamento de Defensa. A la pregunta de cuántos cubanos trabajaban en el lugar, el oficial contesta que cuarenta y cuatro. Y McKenna quiere saber cuántos de ellos habían venido de Cuba en los últimos tres años, pero Mr. Winne no conocía personalmente las características de estas personas.

Ahondando más en el proceso de contratación y la consecuente habilitación de niveles de acceso para la fuerza laboral, el oficial, aunque admite haber participado en dicho proceso, trata de minimizar las exigencias del mismo. Resulta que para obtener un nivel de “secreto” que permitiría limpiar el piso, cortar la hierba o destupir los inodoros del Comando Sur, basta con no tener antecedentes penales y ser buena gente. A partir de ahí ya usted es confiable; todo depende de su buena fe, y puede acceder a cualquier documento secreto que los oficiales dejan a su disposición en los rincones, sobre las mesas o en las pantallas de sus computadoras, que quedarán encendidas cuando usted esté pasando la escoba por la noche.

La versión de Gerardo describe con fidelidad lo que dijo el testigo:

Así transcurre el resto del cuestionario de McKenna, que se refiere, entre otras, a las actividades contra las drogas del Comando, para poner punto final; y establece que no había ninguna prohibición de fotografiar los alrededores de la instalación.

A las 12:50, tras un receso de veinticinco minutos, Mr. Norris toma la palabra.

Sería redundante describir detalladamente cada cuestionario pues, en gran parte, todos trataron de establecer las exigencias requeridas para una habilitación de acceso y chocaron con la resistencia del testigo. De manera que te contaré solo sobre ciertos ángulos diferentes que los abogados exploraron.

Norris se cuestiona cuán lógico puede ser que alguien resulte habilitado con un nivel de seguridad, tras haber vivido treinta años en un país comunista. Pero cuando quiere dar ejemplos, las objeciones de la Fiscalía lo deciden a abandonar el punto.

Luego revisa la cifra de cuarenta y cuatro cubanos en el Comando Sur, que representa el 2,6% de su personal, para compararla con la composición demográfica del condado. De nuevo la Fiscalía lo evita con sus objeciones.

Lo mismo pasó cuando el abogado trata de citar declaraciones del general McCaffrey acerca de que Cuba no es un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos. Su aspiración sucumbe bajo las objeciones de la Fiscalía.

Finalmente logra establecer que los jardineros de la instalación no son de la plantilla del lugar, sino que se contratan del exterior para trabajar en las áreas verdes del Comando, las que abandonan inmediatamente al terminar y no tienen acceso al edificio.

Joaquín toma la palabra a la 1:20 para aclarar que hay algunas guías sobre cómo limitar la información. Y menciona una referencia sobre la instalación que ha salido a relucir en el juicio, la cual, a pesar de estar relacionada con la defensa nacional, no se encuentra clasificada. Luego se anota un tanto cuando el oficial reconoce que ellos llevan estadísticas de todos los extranjeros que trabajan en el Comando Sur, lo que indica que al hecho de ser extranjero se le presta cierta atención en el lugar. Otro tanto se anota al lograr que el testigo reconozca que las relaciones de la oficialidad con el personal de limpieza eran nulas, así como que dicho personal no tenía necesidad de saber ciertas informaciones, por lo que su acceso a ellas era limitado. Finalmente el abogado señala la discreción en la conducta de los oficiales, y añade que cualquier indiscreción es considerada una infracción de las normas de seguridad y susceptible de ser reportada.

Sin tiempo para más, Jack se queda con los deseos de interrogar al testigo. La sesión se interrumpe hasta mañana miércoles.

Aunque este testimonio parece ser el que más nos ha podido punzar o –en palabras de Joaquín– “nos arañó la cáscara un poco” por la vía de sus generalizaciones, analizando el caso en su conjunto todos coincidimos en que el daño que este testigo pueda hacer es reversible, pues a estas alturas, tras casi treinta días efectivos de juicio, se suponía que estuviéramos tan vapuleados que llegaríamos a la conclusión del caso de la acusación en estado de coma y tendríamos entonces que comenzar nuestra resucitación a partir de nuestro caso. Nada de esto ha ocurrido todavía.

Pero la médula del asunto radica en que, tal y como dice la ley, más importante que la estructura del Comando, que sus regulaciones y características, son nuestras intenciones, que deben ser probadas a través de la evidencia; aunque la opinión de un oficial, en cuanto a lo que “podría” pasar en determinadas circunstancias, sea alarmante, no se trata de lo que se supone que podría pasar sino de lo que nosotros realmente perseguíamos. En fin, que todavía queda mucha tela por donde cortar; a pesar de este testimonio, el caso de espionaje dista mucho de haber sido armado.

Nota:
[1] Fort Bragg. Una de las instalaciones militares más grandes del Ejército de los Estados Unidos. Sede de las fuerzas aerotransportadas y especiales, entre otras.

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René González Sehwerert

René González Sehwerert

Héroe de la República de Cuba. Uno de los cinco jóvenes revolucionarios que se infiltró en grupos terroristas que desde la cuna de la mafia anticubana, Miami, organizan impunes sus ataques criminales contra el territorio cubano. Fue condenado a 15 años de prisión. Su causa contó con una enorme solidaridad internacional. Regresó a Cuba en el año 2013.

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