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Certezas de otra Magalys

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Unos 330 002 niños menores de tres años recibirán la primera dosis de la vacuna contra la poliomielitis durante esta campaña. Foto: ACN.

Ainoa llora desde que ponemos un pie en el consultorio. Ya es más grande: comienza a percibir las señales de los médicos y sus quehaceres. No le gusta que la toquen, ausculten o manipulen, mucho menos que la vacunen. Por tanto, protesta.

Para colmo, ahora las doctoras y enfermeras llevan nasobucos, máscaras, guantes, gorros y batas de protección. Las sonrisas que antes la calmaban permanecen ocultas. Todo es más rápido, organizado, sin tiempo para chismes, halagos o regodeos. Para una niña de año y medio el panorama debe ser, como mínimo, amenazante.  

A mí, por el contrario, me tranquilizan tantas muestras de seguridad. Como me gusta -me fijo más que nunca en los detalles- que entre un paciente y otro, la enfermera que aplica “las goticas” se lave metódicamente las manos. 

Al principio no nos reconoce. Mi hija ya superó el primer año y la pandemia de marras redujo sus consultas a las indispensables. Hace semanas que no nos vemos y los nasobucos obligatorios tampoco ayudan. Sin embargo, pasados unos minutos, Magalys, nuestra enfermera de cabecera, descubre quiénes somos. Con ese tono afable que no se aprende en la escuela dice: “¡Ah, pero acaba de llegar Ainoa! Cada vez más grande y más linda”.

Mientras la doctora de guardia revisa nuestros papeles y los signos vitales de la niña, Magalys comienza su ronda de preguntas. No le importa que el llanto en ascenso amenace cualquier posible diálogo. “¿Cómo está comiendo? ¿Ya lograste que duerma la noche completa? Dime del desarrollo físico-motor. ¿Camina, corre, salta? ¿Ya está haciendo por hablar? No importa, pero intenta comunicarse. Todo con calma, no te desesperes”. 

Me hace las mismas preguntas que a cada madre que pasa por su consultorio. Repite todos esos consejos que ya debe haber dado mil veces. No hay señal de cansancio o aburrimiento. Le apasiona lo que hace y se nota.

Sigue conversando hasta que dan el visto bueno para la vacuna pendiente. Esta semana Ainoa recibe la primera dosis contra la poliomielitis. Estamos en campaña y nuestro consultorio es de los seleccionados para complementar los vacunatorios de los policlínicos y evitar las aglomeraciones, acercar el servicio a la comunidad.

Magalys empieza a hablar con mi pequeña, le pide que le tire un beso, le cuenta detalladamente todo lo que hará. Para ser honestos, ella no le hace mucho caso: no para de llorar y yo empiezo a atormentarme. La enfermera sonríe, con los ojos.  Indica que me siente y la cargue, presiente que no será sencillo. Nos deja solas mientras se lava las manos. Regresa, coge el pomito, acomoda a la niña, le cuenta un cuento, se ríe, la entretiene y casi sin que nos demos cuenta, echa las problemáticas gotas.

Ainoa llora unos segundos más. Después saborea, se calma y empieza a tirar besos. Entiende que ya pasó lo difícil. Ahora Magalys me mira con detenimiento, dice que tengo muchas ojeras, que yo también debo cuidarme. Le hablo del teletrabajo, de la falta de círculo, de las noches sin dormir... Ella lo entiende todo y repite con calma, como un mantra: “Todo pasa, todo pasa...”. Nos despide, pide un último beso, la niña sin rencores lo lanza. 

Probablemente no sean así todas las enfermeras de cada consultorio en Cuba. Desde que nuestra hija nació, entre vacunas, consultas de rutinas y enfermedades, hemos lidiado con todo tipo de profesionales de la salud. Tuvimos malas experiencias, varias. Una doctora nos remitió a un cardiólogo de urgencias por unas manchas completamente inofensivas en la piel; otro nos acusó insistentemente de padres irresponsables porque la niña perdió el equilibrio y se cayó, como si no bastara con nuestro sentimiento de culpa. 

Por suerte, también conocimos a Lisa, a Yosvany, a Aimee, a Miguelito, a Eduardo, a Isabel, a Gafiza, a Magalys, que tienen ese don raro de atender niños con profesionalidad y cariño; de ver decenas de casos cada día y no olvidar ningún nombre; de estar del otro lado del teléfono al menor susto de padres primerizos; de lidiar con pandemias, riesgos y guardias sin perder la sonrisa. 

Porque Magalys no sabe cómo me llamo, en qué trabajo o qué edad tengo, pero a Ainoa la reconoce sin esfuerzos, aunque pase semanas sin verla. Y en esa seguridad que no espera nada a cambio, como en cada consejo, vacuna, consulta y tratamiento, están certezas claves, para no olvidar en los tiempos que corren.

Se han publicado 5 comentarios



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  • Giselle J. Arteaga Cardet dijo:

    Bellísimo artículo, cuanta sensibilidad y reconocimiento al país, a la salud, a nuestras enfermeras y también a los médicos aunque de vez en cuando asusten. Como me gustó su artículo, q lindo q lindo, debe ser tambien q acabo d salir d mi guardia d 24h en la consulta d respiratorio d mi poli.

  • Loco dijo:

    Dura magalys!!!!!!!

  • Rosy dijo:

    Lindo relato, esta Magalys si es dura, que bueno poder contar con personas tan lindas !!!

  • sergio dijo:

    Difícil es amar a cada una de las personas, fácil es decir amo al país y al pueblo. De lo primero aprendimos de Fidel, lo segundo es pura consigna. Mi revolución ama sin descanso a cada persona, el camino difícil es la prueba, que existen obstáculos internos y también externos, es verdad, pero que el amor se impone sobre todo, eso es un hecho. No existe en Cuba un ser humano que en lo particular no haya sentido o experimentado el amor en forma de inyección por solo poner uno de los tantos ejemplos hermosísimos de mi Cuba socialista. 60 años trancado el domino en Cuba, si, es verdad, pero trancado para los demonios imperiales y para los vende patrias que solo piensan en dividir por su mezquina avaricia personal. Mañana le toca la vacuna a mi niño, mañana Fidel y la revolución estarán cuidando a mi niño como cuidan hoy, ayer y siempre a todos.

  • Esteban dijo:

    Conmovedor

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Ania Terrero

Ania Terrero

Periodista de Cubadebate. Graduada en 2018 de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.
En Twitter @AniaTerrero

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