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En defensa de Zidane

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Zinedine Zidane, entrenador del Real Madrid. Foto: AFP/Pablo García.

Le hostigaron cuanto quisieron. Por inexperto, por buena gente, por suertudo, ¡por no saber de fútbol! Dijeron que lo suyo era flor, fortuna pasajera o aura de tipo chévere, apaciguador de egos y simpático a los ojos de la prensa. Le adjudicaron incluso un calificativo casi burlesco: el alineador. Nunca cayó bien en el seno de una parte de los seguidores del fútbol y por eso engordó demasiado la fila de sus detractores. Zinedine Zidane hizo caso omiso. Ganó, se fue y ahora ha reconstruido nuevamente un Madrid temido en Europa sin hacer apenas ruido.

Cuando el francés asumió el cargo en 2016 para ocupar el lugar de entrenador, tras el malogrado período de Rafa Benítez, jugaba Florentino Pérez, presidente del club merengue, una de las cartas más importantes que ha guardado bajo su manga después de tantos años en la planta noble de Chamartín. Antes, viejo zorro como es, se había asegurado de garantizarle el mejor aprendizaje: le puso un año a la sombra de Carletto Ancelotti y luego le otorgó las riendas del Castilla, quizás sabiendo que, tarde o temprano, debería emplearlo como extintor ante los fuegos que encienden a menudo la ira del Bernabéu.

Cuando la soga apretó su cuello, casi asfixiado entre los cánticos que exigían su dimisión, Florentino decidió emplear a Zizou como adarga y apostó todo su prestigio en el nombramiento del francés. Lo siguiente es historia conocida: el Real Madrid encadenó tres títulos de Champions de manera consecutiva, en una de las gestas más grandes que se recuerden en la historia de este deporte. Sin embargo, mientras el presidente relamía las mieles de la gloria —y los millones, claro está-, Zidane sufría en sus carnes todo tipo de críticas. Difícil recordar alguien tan infravalorado, incluso, a veces de manera increíblemente burda.

Al inicio atribuyeron su éxito a la capacidad ingénita del francés para unir y manejar con notoria facilidad los egos de un vestuario pletórico de estrellas. Lo suyo es poner once hombres sobre el césped y luego sonreírles y tranquilizar a los que deja en la banca. Ni táctica, ni preparación física, ni consejos de quien fue sobre la cancha uno de los mejores artistas del balón. Tonterías. Fue más fácil reducir el fútbol a eso: un ejercicio vacuo en el que once insensatos corren detrás de una pelota.

Luego, con los títulos y la consolidación de su leyenda, a Zidane le salió un nuevo enemigo: ya no era un simple alineador, sino que su responsabilidad en el juego de su equipo aumentó a un técnico con flor. Entiéndase con este sintagma grotesco, “la flor de Zidane”, como una forma decorosa de encomendar los designios de un equipo de primerísimo nivel al destino, o a la ruleta rusa, como si fuera el fútbol un salón de bingo y como si el bueno de Zinedine actuara con la misma paranoia que su mítico coterráneo, Raymond Domenech, cuya táctica estaba supeditada a los astros del zodiaco.

Ha sido difícil para algunos reconocer los méritos del Zidane entrenador. Al principio, seguramente, las dudas fueron justificadas. Luego, quien las mantiene, lo hace casi más por tozudez que por convencimiento. Y él, elegante como las melodías de Edith Piaf, siempre sonriente, ha pasado decenas de veces la escoba por encima de toda esta hojarasca de desconsideraciones.

Este año ha sido su gran prueba de fuego. Tras volver para solucionar la modorra en que hibernó el Madrid la pasada temporada, debió enmendar las fisuras de un equipo muy magullado. Zurció cuanto pudo, con puntadas de inteligencia táctica y paciencia con jugadores jóvenes, recobró la confianza de los veteranos y encomendó su futuro a un juego asociativo cuya fortaleza comenzó a tejerse desde la retaguardia. Los jugadores que el año anterior parecían desahuciados y nadie apostaba un duro por verlos otra vez a su máximo nivel, encandilan hoy con un fútbol exquisito y efectivo.

Federico Valverde, el joven uruguayo, entra a la cancha cada fin de semana sin importar su edad, o que muchos consideraron una locura conservarlo en la plantilla y ofrecerle minutos por encima de nombres más atractivos. Rodrygo, que comenzó su andadura por el Castilla, desequilibra como bólido y amenaza las redes en cada estocada al balón. Y qué decir de Courtois, vilipendiado hasta el cansancio, salvador hoy del Madrid con paradas inverosímiles.

Ayer volvió a levantar un título. Jugó la Supercopa con un 4-5-1 inédito con Jovic solo en punta (ante la ausencia de Benzema y Bale). Antes, al inicio de temporada, potenció el 4-3-3 reconvertido a 4-4-2 sin balón. Probó con defensa de tres cuando más sufría el equipo las embestidas rivales. Supo ganar cada duelo en el centro del campo. Tácticamente, superó a Valverde, a Simeone, a Tuchel. Ha ganado en la pizarra a Pep, a Allegri, a Lopetegui. Este año, sin Cristiano Ronaldo, el Madrid ha dominado a los rivales a partir de planteamientos bien pensados y construidos en base a un estudio tangible del rival. La mayoría de los jugadores —pregúntenle a Isco— han encontrado su mejor nivel.

Hoy muchos han cruzado la acera. Su fila de detractores va palideciendo de a poco ante lo inobjetable de los hechos. Ahora es fácil. No obstante, si en mayo el Real Madrid no consigue levantar algún trofeo, volverán a enfundar las lanzas hacia el francés. La frivolidad consume el fútbol y los análisis aguardan por los resultados. Perdónalos, Zidane, no saben lo que hacen.

La frase:

“ Puedes tener todas las virtudes del mundo en la piel, que si no tienes ni suerte ni gente que te ayude en el camino, no te sirven de nada esos dones”

Zinedine Zidane

Capturas de Súperdeporte.

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Se han publicado 44 comentarios



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  • Adr87 dijo:

    Quien es bueno termina siendo bueno. Felicidades Zidane¡!!

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Eduardo Grenier Rodríguez

Eduardo Grenier Rodríguez

Graduado de Periodismo en la Universidad de La Habana (2020). Periodista de Juventud Rebelde. En Twitter: @eduardogrenier

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