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Mi primer viaje a los Estados Unidos de América

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A finales del 1951 viajé a los Estados Unidos; hice un viaje de La Habana a New York. El motivo era despejar, salir de aquella situación que habían creado mis nervios. La salud estaba deteriorada, casi no podía dormir por las noches, parecía un cadáver.

La salida fue a mediados o finales de 1951 como ya dije - no puedo precisar. La visa fue de turista por 29 días, pero en realidad yo era un pariente que viajaba en el carro del tío de mi novia entonces, que vino en él a La Habana para ahorrar alguna plata y además, para que vieran que él tenía carro. Aquí estaba su vieja y muchos otros familiares. Él era uno más de aquellos que se habían marchado a la USA a buscar fortuna, a cambiar su situación. Cuando llegué allá pude comprobar que de cambio nada, todo seguía igual…

Avenida de palmas en Miami

Avenida de palmas en Miami

Partimos de la Bahía de La Habana, en el Ferry que llevaba pasajeros y automóviles hasta Cayo Hueso; era el más chiquito de los que hacía aquella travesía. En el trayecto hasta el otro lado, la cosa fue infernal, muchos mareados, entre ellos yo.

Se arribó a Key West (Cayo Hueso) sobre las 5 de la tarde. Después de los trámites de rigor en la Aduana e Inmigración, cogimos carretera de inmediato.

Los choferes eran el pariente y el americano. Ellos se turnaban; cuando aparecía el sueño cogía el timón el otro y así. El pariente era un hombre de unos 35 años, más bien regordete, de mediana estatura, redondo vientre. Usaba espejuelos con cristales bastantes gruesos, era simpático en sus expresiones. El cabello era lacio y con mucha frecuencia se lo echaba hacia atrás cuando le caía en los ojos, utilizando los dedos de la mano como peine.

Pisicorre del tío de mi novia.

Pisicorre del tío de mi novia.

El americano era un hombre de más de 50 años, flaco, ya algo canoso, aunque el pelo era claro y lacio; hablaba aún con cierto acento extranjero. Este iba para los Estados Unidos de forma definitiva, pues de Cuba salió con una mano delante y la otra detrás. Su mujer, que era hermana del pariente, ya había llegado a New York desde hacia algún tiempo. Estaba preparando condiciones para cuando llegara la familia.

Durante nuestro viaje por la Florida, atravesamos por muchos bellos y extensos naranjales. Esa zona del mundo estaba entre las mayores productoras de cítricos del mundo. A cada rato me fijaba en unos cartelitos que decían que aquella carretera por donde íbamos estaba vigilada por radares. En la travesía entre Key West y Miami pasamos un puente muy largo, el Puente de las 12 millas. Este va de cayo a cayo, sobre un mar muy bajito, con poca profundidad, donde siempre se ve el fondo. Estos 175 kilómetros de carretera van entre una naturaleza bastante árida, sólo alguna vegetación marina; en algunos lugares, como oasis aparecían agrupaciones pequeñas de matas de coco.

Por Miami pasamos casi sin parar, allí vi una avenida que tenía palmas reales en ambos lados y algunos edificios altos, como aquellos que había dejado en mi Habana, aquellos que construían los magnates para lograr altas rentas a través de los alquileres o la venta de éstos a los que llamaban propiedad horizontal.

Viajamos casi toda la noche, pasamos por Miami y paramos para descansar a media madrugada en uno de los pueblos de los estados del Sur, no se si Carolina del Norte o Carolina del Sur. Era un hotel viejo, de madera, donde cobraban barato. El carro del pariente era un Ford, tipo pisicorre, de color azul. En él viajábamos el pariente, un cuñado de éste que era norteamericano, pero que llevaba muchos años radicado en Cuba que tenía una pequeña granjita allá por Pinar del Rio. Estaba completamente aplatanado. Junto a él iban sus tres hijos, cuyas edades fluctuaban entre 12 y 16 años. Dos de ellos tenían el pelo completamente rubio. El 6to pasajero era yo.

Como el hotel era de madera había que caminar con cuidado para no hacer mucho ruido, pues las tablas chillaban.

Al acostarme en la cama, miré hacia el techo y pensé muchas cosas… Pensé en mi patria, en las aventuras que me esperaban y en lo que ya había visto en el trayecto recorrido. 

Después de salir del estado de la Florida, comenzamos a notar la diferencia, empezaron a aparecer gente que se vestía de otra forma y además que su entonación y vocabulario no era igual al inglés que oíamos por lo regular. Allí al igual que en las provincias de mi país, las entonaciones son diferentes. En una ocasión tuvimos que parar para preguntar sobre una de las carreteras y nos parqueamos al lado de un viejo flaco y de piernas zambas, con sombrero alón de paño. Éste muy amable y solícito se ofreció para orientarnos; pero hubo que hacer un gran esfuerzo para entenderlo, incluido el americano que viajaba con nosotros.

Aquellas ciudades de los Estados del sur, más grandes o más pequeñas, todas se me parecían. En el centro los edificios principales, casi siempre con una plaza o parque y a su alrededor distintos edificios que aparentemente albergaban el gobierno y las dependencias estatales principales. Siempre, al igual que todos los pueblos de Cuba, allí estaba la iglesia. Estos edificios se caracterizaban por su belleza arquitectónica; todo su exterior es de ladrillos muy rojos y sin repellar, con techos por lo general de dos aguas, y altos puntales.

A mi me daba la sensación de estar en Europa. Se me antojaba pensar que eran como los de Inglaterra, Francia, Holanda o Suiza; me encantaban. Desde luego que esto era en el centro de cada ciudad, donde residían los blancos y donde trabajaban los negros. Siempre en los suburbios de aquellas ciudades o pueblos, lo primero que encontrábamos eran los barrios de los negros, que vivían en casas altas de madera, también de dos aguas, pero de color sucio y triste.

Se veían muchos negros sentados en los portales, aquellos que le daban la vuelta a la casa, éstos se sentaban en los escalones o los pisos de madera y sus pies colgaban; debajo de cada edificio había unos pilotes de madera sobre los cuales estaban montados éstos, dejando un sótano como de medio metro de alto. Parecía que para ellos no existía más color que el verde de los pinos que rodeaban sus casas y el de su piel negra. Las casas tenían un color verde muy desteñido y me daba la sensación de que se habían pintado una sola vez hacía muchos años.

En uno de aquellos portales vi a un negro viejo que tocaba un saxofón. Entonaba una música muy melódica, de esas que tocan en el Sur. Creo que era un blues. Todos los que lo rodeaban tarareaban algo entre dientes. Los había viejos, jóvenes y de edad media. Aquel cuadro me recordaba los pueblos, campos y bateyes de mi patria.

De aquella ciudad del sur no volvimos a parar para dormir en ningún otro lugar, si nos deteníamos era solo para comernos algunos perros calientes y coca-colas, en merenderos públicos dentro de los pinares. No se podía comer otra cosa. Además del apuro por llegar, no había con qué pagar si nos sentábamos en un restaurante. Fueron alrededor de cinco mil millas, más o menos de Cayo Hueso a New York. Yo invariablemente hacía de copiloto, no pegué los ojos ni un minuto. Esto me permitió verlo todo.

Merendero en el camino hacia New York.

Merendero en el camino hacia New York.

Cuando yo hice este viaje, ya tenía algunas ideas políticas, algunos criterios, algunos puntos de vista. No comprendía algunas cosas que sucedían y mi reacción por lo general era de rebeldía , de oposición. En uno de aquellos estados, después que dormimos la noche en el Sur o en el Norte de Carolina, creo que fue en Georgia, estado muy racista, encontré cosas que eran peores que en mi patria.

Aún tengo constancia gráfica de aquel cartel que aparecía frente a un Motel, esos hoteles pequeños donde se parquea el carro al frente de la habitación y en el que decía: Motel y debajo, con letras un poco más chiquitas, “para negros solamente”. Tal parecía que era una exclusividad, que allí se prohibía la entrada a los blancos… no lo dudo; pero realmente éstos no lo necesitaban, pues muy cerca de allí, aparecía seguramente uno mucho más lujoso y alumbrado con otro cartel: Motel, “for White only” (Solo para blancos).

Motel para negros

Motel para negros

En el propio camino, en aquel mismo estado, donde se repetía lo de los barrios marginales, para negros, encontré algo que me llamó mucho la atención. Creía que era yo sólo allí en mi pueblo el que vendía frutos en un carretón tirado por caballos, que eran sólo cubanos los que hacían eso. Pero delante de mi apareció un negro de unos 55 años, con algunas canas en su cabeza, alto y fuerte. Llevaba un overol azul y lo acompañaba un niño que parecía su nieto. Iban en un carretón sin techo de 4 ruedas tirado por dos mulos, y como carga llevaban grandes melones de agua. El niño iba sin zapatos, como la mayoría allá en mi pueblo; aquellos que pedían limosnas al pie de la escalinata de la iglesia. Les pedimos retratarnos con ellos y ahí tengo aún bien conservada aquella imagen.

Carretón donde se movían el americano negro y su nieto.

Carretón donde se movían el americano negro y su nieto.

Desde la carretera nos señalaron hacia la casa donde ellos vivían. Ahí mismo volvió a funcionar la camarita de cajón. Era una casita pequeña de madera podrida, con muchos huecos en las tablas, sin ninguna pintura y montada sobre unos pilotes de piedra. Estaba recostada hacia la izquierda y sólo se sostenía por unos puntales de largos palos que se habían clavado en la tierra y en la parte de abajo del techo; por ese lado de los puntales se veía una estufa hecha de piedra que imagino se utilizaba para quemar leña en los días de frío. Yo hice este largo recorrido y mi estancia de 18 días en los Estados Unidos de América, en pleno verano.

Después de recorrer 14 estados por toda la Zona Atlántica y pasar por Washington, Baltimore, Richmond y Filadelfia, entramos en la Vía Monumental de New Jersey y por ahí llegamos a New York; eran alrededor de las 6 de la mañana.

Estaba aclarando cuando montamos sobre el Puente Washington. Desde su gran altura podíamos divisar la ciudad dormida que despertaba.

Las luces estaban aún encendidas y de inmediato comencé a hurgar entre aquellas moles de concreto para identificar algunos ya conocidos. El pariente, señalando hacia la derecha me dijo: — “Aquel más alto es el Empire State, tiene 102 pisos, aquel otro un poco más bajito es el RCA Victor” y así describió otros y agregó: —“Aquella estatua grande que se ve allá a la orilla de este mismo río que vamos pasando, el Hudson, es la Estatua de la Libertad”...

Casucha donde vivían el americano negro del carretón, su nieto y familia.

Casucha donde vivían el americano negro del carretón, su nieto y familia.

Sin quererlo, sin proponérmelo, pasaron por mi cabeza en aquel momento muchas imágenes. Vi nuevamente delante de mi, aquel motel para negros y el de blancos; vi el carretón, los mulos, el negro y el negrito sin zapatos, y también vi la casa que se caía, vi las ciudades del sur con sus bellos centros urbanos y sus tristes zonas marginales donde vivían los negros…

Me interrumpió el pariente, sacándome de mis pensamientos, cuando me dijo: —“Ahí mismo, casi a la salida del puente, un poco más allá, en la calle 179 esquina a Ámsterdam está mi apartamento, muy cerquita del Rio Harlem”. Los ojos me ardían, pero no dejaba de mirar aquel majestuoso espectáculo que se alzaba frente a mí, las luces comenzaban ya a apagarse, llegaba el día...

Se han publicado 8 comentarios



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  • Hugo Andrés Govín Díaz dijo:

    Extracto del Preámbulo. Declaración de Independencia de los Estados Unidos, 04 de julio de 1776 "...Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos..."
    ¿Alguien puede decirme qué ha cambiado hoy de estas diferencias que encontró el columnista de Cubadebate en ese su primer viaje de 1951? Bello testimonio. Lo felicito.

    • Arturo dijo:

      Para empezar, con orgullo; el presidente de los Estados Unidos es negro!

  • hgv dijo:

    Me recuerda mi infancia yo tambien emigre a los Estados Unidos pero a diferenca el viaja de Miami New York lo hicimos en tren que va por los tras pueblos y se ve la verdadera cara de la sociedad

  • Galo MACKLIFF dijo:

    Es indiscutible que tendría que hacer un nuevo viaje para constatar las diferencias actuales , y seguramente quedaría mucho mas asombrado que en su primer viaje.

  • Juno dijo:

    Bueno ke a cada uno ke haya estado al menos una vez (yo ni he salido de la isla) le den un espacio en Cubadebate para escribir sus impresiones y asi ver en 360º. Gracias

  • man dijo:

    Hola pedro me encantan muchos sus relatos sobres sus vivencias y la historia de nuestro paìs siempre desde que empece a leerlos por primera vez no he dejado de revisar su columna y no me salto ningun parrafo, pienso que con sus relatos de lo vivido por usted nos hace como dar un viaje pero en vez al futuro al pasado y conocer un poco mas de la historia que no pudimos vivir, no lo conozco personalmente y la verdad seria un orgullo conocerlo, de todas maneras gracias por estos relatos tan buenos y curiosos que siempre nos hace llegar. lo unico que me da tristeza es que hoy en dia por unas medidas y politica necia no podamos viajar y conocer como lo hizo usted en su tiempo para asi tambien poder darle a conocer y contar a la vez la historia vivida a nuestros nietos o amigos en el futuro. antes se hacia un viaje en ferry a la florida como ir de aqui a las villas ahora desgraciadamente tenemos que viajar tomando otras alternativas. gracias siga escribiendo lo admiro mucho.

  • trevol dijo:

    Me gustan muchos sus relatos siempre los lee detenidamente y nunca me salto una letra siga escribien me encanta la historia de mi paìs, lo unico es que ojala se pudiese viajar ahora como en aquel entonces para poder contar asi mi historia a los demas.

  • KIKE dijo:

    Que pasa con el final del artículo????

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Pedro Urra Medina

Pedro Urra Medina

Nació en 1929. Es historiador y columnista de Cubadebate.

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