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Guantánamo: Un abuso «más sutil y sofisticado»

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El Mundo, España

Los abogados de los presos denuncian que las 'técnicas Rumsfeld' han desaparecido, pero no los aislamientos e intimidaciones

NUEVA YORK.- Las torturas y las perreras quedaron atrás, pero los abusos siguen siendo el rancho de cada día en las celdas de Guantánamo, según denuncian los abogados de los presos. Guitanjali Gutiérrez, una de las primeras representantes legales que pudo tener acceso a la prisión, volvió en diciembre para certificar los cambios aparentes: «El aislamiento es total. Les privan constantemente del sueño. Les someten a oleadas extremas de frío y calor. Las técnicas Rumsfeld pasaron a la historia, pero el abuso de los prisioneros se ha hecho más sutil y sofisticado».

Gutiérrez vio también indicios de violencia -«la policía militar hostigó a un prisionero y al día siguiente apareció con cortes y magulladuras en la cara»-, pero el mayor abuso es el que no se ve: «Los presos están ateridos de miedo. Son intimidados constantemente. Sufren severas depresiones e intentan el suicidio».

«El Pentágono ha hecho un gran esfuerzo de propaganda para lavar la cara de Guantánamo y hacer creer que se trata de una prisión de lujo, cuando la situación sigue siendo tremendamente inhumana», añade la abogada. «Y lo peor: de los 395 que quedan en la prisión, tan sólo está previsto que 75 pasen por los tribunales militares. El resto seguirá indefinidamente en el agujero negro, en una situación intolerable en cualquier Estado de Derecho».

Yumah Abdul Latif Dossari es uno de esos prisioneros casi anónimos cuyo calvario escenifica los extremos kafkianos de Guantánamo. «Dossari fue detenido en Pakistán en 2001 y lleva cinco años encerrado sin cargos», relata su abogado, Joshua Colangelo-Bryan, que representa a media docena de presos de Bahrein. «Su único delito consiste en haber estado supuestamente en Tora Bora cuando los soldados americanos buscaban a Bin Laden. Cuando lo detuvieron, lo llevaron a una base de Afganistán, los marines le orinaron encima y le tiraron colillas encendidas».

«Durante los interrogatorios, le obligaron a caminar descalzo sobre una alambrada de espinos, le dieron electroshocks, le escupieron y le metieron la cabeza en un líquido muy caliente», añade Colangelo-Bryan. Su cliente, confinado en una celda de aislamiento, sólo tiene contacto con sus carceleros y con un «compañero de ejercicios» desequilibrado mental. Llegó a cortarse las venas delante de su propio abogado.

El caso de Dossari, según Colangelo-Bryan, ilustra la desesperación soterrada que se vive en Guantánamo: «Mientras algunos detenidos que pueden haber tenido relación con el terrorismo han salido de allí, muchos otros que no parecen culpables de nada siguen indefinidamente bajo custodia, sin poder defender su inocencia ante un tribunal».

Murat Kumaz sí vio por fin la luz al cabo de cuatro de años. El talibán alemán, como le bautizó la prensa, de 24 años y de origen turco, regresó en agosto pasado a su Bremen natal, después de que el Departamento de Defensa concluyera que no entraña un «riesgo significativo». El abogado Baher Azmy, que libró durante cuatro años un pulso con las autoridades norteamericanas para lograr su excarcelación, insiste en cómo su caso ha dejado en carne viva «la permanente injusticia de Guantánamo».

«Kumaz fue detenido por la policía paquistaní en 2001 y vendido como botín de guerra. Aunque no había ninguna prueba que le vinculara a Al Qaeda o a cualquier actividad terrorista, una comisión militar tardó apenas 40 minutos en declararle 'enemigo combatiente'. Mientras estuvo en Guantánamo, sufrió todo tipo de abusos, desde inmersiones en agua hasta humillaciones sexuales. La presión internacional ha sido vital para su excarcelación y para poner en entredicho la corrupción del sistema. En países como Kuwait, Arabia Saudí y Bahrein, los presos tienen más derechos que en Guantánamo».

«Ningún Estado de Derecho puede tolerar que haya decenas de presos al margen de la ley», denuncia por su parte Michael Ratner, presidente del Centro por los Derechos Constitucionales, la asociación que más ha hecho por combatir la situación de indefensión de los confinados en Guantánamo, con 500 abogados trabajando voluntariamente y peleando por 300 casos.

«Dos veces hemos llegado hasta el Tribunal Supremo y dos veces nos han dado la razón, defendiendo el derecho de los prisioneros al habeas corpus», dice Ratner. «En vez de acatar la decisión del Supremo, el presidente ha respondido reescribiendo la ley para intentar justificar lo injustificable y seguir negándoles los derechos más básicos y tolerando los abusos».

«Guantánamo es un enorme fiasco desde el punto de vista legal, moral y de los Derechos Humanos», sostiene Ratner, que ha hecho piña con la petición de otros grupos -como Human Rights Watch, Amnistía Internacional o la Unión de Libertades Civiles- para reclamar el cierre de la prisión.

El Ratner optimista vaticina que decenas de casos seguirán llamando a las puertas del Supremo, y que los presos obtendrán el reconocimiento de sus derechos, y que llegará un momento en que sea «legítimamente intolerable mantener abierto Guantánamo».

El Ratner pesimista contempla sin embargo con inquietud los planes de expansión de Guantánamo adelantados por la Administración Bush y la construcción del edificio que albergará los tribunales militares, por donde empezará previsiblemente el desfile de enemigos combatientes por marzo o abril.

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Carlos Fresneda

Carlos Fresneda

Periodista español. Trabaja para el periódico madrileño El Mundo desde su fundación. Actualmente es el corresponsal de ese diario en Estados Unidos.