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La transición de la tortura y el crimen

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  Ernesto Vera  

 La Academia de los policías torturadores y asesinos del régimen batistiano radicaba en Estados Unidos; esa práctica tuvo iguales instructores en el entrenamiento de los represores de las dictaduras militares latinoamericanas; en Viet Nam fue donde alcanzó el mayor desarrollo el sistema sádico de crueldad perfeccionado por los militares estadounidense, también presente en el manual de la Escuela de las Américas, ayer sita en Panamá y hoy en territorio norteamericano.

            Sólo los 100 mil asesinados y los 100 mil desaparecidos en Guatemala, los 30 mil desaparecidos en Argentina y los 20 mil asesinados en Cuba, suman un cuarto de millón de personas, fundamentalmente jóvenes, a los que le arrancaron la vida, con torturas previas en la mayor parte de los casos.  En Uruguay, por ejemplo, cuando salieron en libertad, muchos presos políticos no se adaptaron a vivir fuera de las prisiones y pedían ser encarcelados de nuevo o se suicidaban. Dan Mitrione, el oficial norteamericano entrenador de los torturadores uruguayos y brasileños, fue ajusticiado por los revolucionarios de Montevideo

            En el pasado nunca se llegaron a conocer públicamente las fotografías o filmaciones de las torturas. Las denuncias siempre eran referidas a las detenciones y, en algunos casos de sobrevivientes, la foto de las marcas físicas en el cuerpo. Negar los hechos y ocultar las pruebas era lo característico. Después, las transiciones hacia las democracias tuteladas aseguraron las condiciones  para impedir que la justicia fuera aplicada. De esa manera, asesinos y torturadores siguieron vistiendo sus uniformes, siempre con los grados más elevados obtenidos en los cuartos donde asesinaban los cuerpos y las almas de seres humanos indefensos. Sobre toda esta historia -lo relatado es una muestra nada más- no hubo escándalo alguno, ni los congresistas de estados Unidos sintieron náuseas o se horrorizaron.

            A las pruebas gráficas de hoy sólo faltan las imágenes de la televisión en vivo y en directo. Las que han visto los legisladores norteamericanos son, según sus palabras, peores. Todavía más. Ahora aparecen también videos de las torturas en las prisiones más pobladas del mundo -dos millones de presos en Estados Unidos-, esta vez contra presos comunes sobre todo de piel negra o morena. No obstante, la negación tajante del pasado se ha actualizado con admitir las pruebas como fenómenos aislados  que deben ser sancionados.

            Cortes marciales, degollamiento fugaz y misterioso, palabras algo suaves que sustituyan los términos de tortura y crimen, declaraciones y más declaraciones pretenden convertir en excepcional lo que es y ha sido habitual. ¿No bastaría para comprobarlo las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, los cuatro millones de vietnamitas asesinados y las decenas de miles de iraquíes destrozados por los bombardeos y el millón y medio de niños de ese país muertos, víctimas del bloqueo encabezado por Estados Unidos? El poder capaz de tantas crueldades y, sobre todo, de quedarse tranquilo después de ejecutarlas, además de arrogarse la función de acusar y sancionar a los demás, es torturador y criminal conscientemente. Su envilecimiento creciente, alejado de la más elemental ética, lo convierte en el factor más peligroso del mundo. El sistema de torturas no es más que una de las tantas manifestaciones de brutalidad y desprecio  contra todo lo que interfiera sus ilegítimos intereses imperiales.

            Por supuesto, nunca lo reconocerán. Tratarán de justificarse sacrificando algunos torturadores menores y echándole tierra al asunto. Después de todo, las imágenes vergonzosas exhibidas pueden servirles también para atemorizar, lo que siempre es ganancia para los que han decidido hacerse temer como cuestión principal. En los sesenta o más rincones oscuros del mundo -y también lo será en el pueblo norteamericano- piensan diferente.

            Autoricen o prohíban las cámaras no escaparán a su indigna condición de vergüenza para la humanidad.

 

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Ernesto Vera

Ernesto Vera

Periodista cubano. Presidente de honor de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP).