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Hace poco más de un año y medio, leía yo un cuento de Ronaldo Menéndez. Un cuento antologado y por tanto de dudoso origen. De ahí que lo leyera en dos ocasiones, y posiblemente en tres. Luego, algo aturdido, me levanté de la cama (yo leo acostado), y me puse a mirar, a través de la ventana de mi cuarto, algunos edificios de La Habana.