Historia de Cuba  »

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En una ocasión sentí la voz de una de las niñas de la casa que llamaba –Aleja, Aleja, dígale a su niña que venga, y mi madre asombrada y casi orgullosa me repetía, –es contigo, es contigo. Salí a un amplio comedor con una gran mesa de cristal y una lámpara en el centro, con tantos bombillos como nunca había visto en mi vida, pero seguían las voces –Aleja, Aleja, dígale a su niña que venga–. Las dos niñas, paradas en el medio de aquella, sala sostenían entre sus brazos dos bulticos de ropa usada (hoy diríamos reciclada) con diversas »