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El Moncada no dejó a nadie indiferente (+ Video)

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El cuartel Moncada tras los hechos del 26 de julio de 1953. Foto: AlbaCiudad.

Hechos como los ocurridos en Cuba el 26 de julio de 1953, generalmente, se convierten en puntos de giro de los escenarios sociopolíticos. Además de influir en la historia, marcan para siempre los lugares donde se desarrollan y a quienes presencian los acontecimientos. La gesta del Moncada no dejó a nadie indiferente. Menos, en la oriental Santiago de Cuba.

El 16 de julio llegaron al hotel Rex, de esa ciudad, 15 de los más de 100 jóvenes que asaltarían el Cuartel Moncada, el Palacio de Justicia y el hospital civil Saturnino Lora. Para muchos -procedentes de La Habana por distintas vías- era su primera vez en Santiago y, mientras cenaban, podían sentir el jolgorio de la ciudad.

Francisco Rivas, antiguo empleado del lugar, en declaraciones publicadas en el tabloide Tributo a los Héroes recordó:

“Desde el 9 de julio, Abel Santamaría tenía el hotel Rex como lugar de hospedaje habitual. El día 16 regresó y se inscribió bajo el seudónimo de Manuel Sampino. Al carpetero le llamó la atención ese cambio de nombre, pero, en medio del trabajo, no le dio mucha importancia. Esta vez iba con un amigo que se hizo anotar como Rolando Rodríguez. Dijo ser casado, de profesión 'Propaganda' y de procedencia La Habana. Según el carpetero, 'tenía un notable parecido con Ramón Castro, un viejo cliente del hotel'. Ese huésped resultó ser Fidel Castro, quien solo se alojó una noche y ocupó la habitación número 38”.

Hoy la instalación evoca la tensión callada de aquellos días, la crisis de nervios de algunos como Ramón Callao, la preocupación escondida tras las sonrisas, pero, sobre todo, la fe en la victoria que los impulsaba a meterse en “el nido de la serpiente”.

Diez días después, algunos de aquellos huéspedes irrumpían en el hospital civil Saturnino Lora, bajo la dirección de Abel Santamaría.

Hospital civil Saturnino Lora, tomado por el grupo de Abel en el que se encontraban el doctor Mario Muñoz y las dos únicas mujeres que participaron en la acción: Haydée Santamaría y Melba Hernández, cuya misión era atender a los heridos. Foto: Tomada de Trabajadores.

El revuelo despertó, sobre las 5:20 de la mañana, a Silvia Polo Bertot, entonces estudiante de tercer año de Enfermería, que se encontraba de guardia en el lugar.

Tras la confusión inicial por la llegada de los asaltantes bajo el mando de aquel muchacho de ojos azulados, Silvia y sus compañeras decidieron ayudar en lo necesario. “Éramos un grupito de enfermeras muy sobresaliente, revolisqueras”, afirma en entrevista publicada en Tributo a los Héroes. Si se trataba de una causa justa, Violeta, Ena, Maruja, Micaela, Josefa y ella apoyarían sin dudar.

Lo primero fue indicarle al doctor Mario Muñoz dónde había una puerta de salida. Luego curaron heridos y ayudaron a esconder revolucionarios. En cuestión de minutos sintieron simpatía con el coraje de aquellos muchachos.

Una vez tomado el hospital por los soldados batistianos, la ayuda les traería no pocos problemas. Casi fueron a juicio, porque las tildaban de “encubridoras”. Bajo supervisión militar debieron graduarse ese año en La Habana, al borde de ir presas al mínimo desliz. Las consideraban implicadas en los hechos del cuartel Moncada.

Pero fue tanta la simpatía de Silvia con aquellos sucesos, que terminó comprometiéndose con la causa revolucionaria. Tras una estancia en La Habana, consiguió plaza como asistente en la Colonia Española, en Santiago de Cuba, y luego se vinculó a la lucha clandestina en una célula del Movimiento 26 de Julio. Aquella enfermera, que conoció la Revolución de repente y entre balas, llegó a ser una figura destacada de la historia local.

El 26 de julio en Santiago: Prensa y trascendencia

Los acontecimientos del 26 de julio influyeron, incluso, en los más entendidos en estudiar el devenir de los hombres y sus obras.  Alrededor de 20 años necesitó el crítico e historiador literario José Antonio Portuondo para emitir criterios sobre los hechos, “sin la presión disturbante de la excesiva proximidad”.

Había presenciado los sucesos, pues se encontraba en Santiago de Cuba. Pudo ver salir del Moncada una rastra con numerosos ataúdes de pino blanco, sin pintar, “entongados como cajas de mercancías”.

Según cuenta en su relato Aquel 26 de julio, la ciudad estaba desconcertada y aterrorizada. Una densa atmósfera de luto la envolvió, pero también se encendió la admiración y el respeto de muchos. El pueblo, conmovido, siguió tenso los episodios de la captura de Fidel Castro, cuyo nombre escuchaba pronunciar por primera vez. Mientras, “las noticias de la radio no aclaraban nada”.

Respecto a la prensa, los tres periódicos de mayor circulación en Santiago de Cuba entre 1952 y 1958 eran Diario de Cuba, Oriente y Prensa Universal. Todos ejercían el periodismo de empresa.

El día de los hechos, tras percatarse de que algo ocurría en el Moncada, los directores de algunos de esos medios enviaron corresponsales al cuartel desde las primeras horas de la mañana. Pero los militares batistianos no estaban para visitas en ese momento. A la prensa había que “prepararle el set”.

Sobre su experiencia, el periodista Oscar Lorient Guerrero, entonces corresponsal del diario Oriente, comentó en Tributo a los Héroes:

“Cuando sentí los tiros, enseguida me dirigí al periódico. El director me dijo que algo importante sucedía en el Moncada y que debía ir allá para buscar las informaciones. Como no pude llegar, regresé al periódico y me dijeron que debía estar a las 10 de la mañana en Prensa Universal. Sobre las cuatro de la tarde del 26 de julio, llegó una guagüita del cuartel Moncada y nos llevó para el despacho del coronel Chaviano. Un oficial nos acompañó por los patios interiores del cuartel, donde estaban tirados todos los cadáveres de los revolucionarios. Aquello era terrible, se veía que los muertos habían sido colocados en esos lugares. Algunos tenían los uniformes intactos, sin perforaciones de bala, pues parece que los vistieron después de asesinarlos. Chaviano dijo que habían atacado con cuchillos y nosotros pudimos comprobar que eso era mentira. Yo hice una información bastante objetiva, pero ya estaban los censores en el periódico y salió lo que ellos quisieron”.

Un grupo de soldados contempla los cadáveres de tres combatientes a la entrada de una oficina del Moncada. Foto: Bohemia.

El fotorreportero Ernesto Ocaña, de Diario de Cuba, también había intentado llegar al cuartel Moncada aquella mañana. Pero retratar un cadáver cerca del hospital militar le valió ser detenido, que le rompieran la cámara y recibir algún que otro culatazo.

Los oprobios y la atmósfera del momento le dejaron un particular sabor amargo. En la tarde, cuando regresó al cuartel Moncada para el recorrido oficial con la prensa, estaba decidido a dejar constancia de los hechos. Vio y retrató a todos los muertos. Alertado por un amigo, escondió algunos de los rollos para que los oficiales no los decomisaran. Más tarde, cuando los reveló y se los mostró al director del periódico, este guardó las fotografías en una caja de seguridad. No era momento de que vieran la luz pública.

Por aquellos días, abundaba la censura en una prensa que respondía a las clases dominantes y las informaciones, parcializadas, ignoraban los crímenes cometidos por el ejército.

Debido al impacto de los hechos en reporteros como Ocaña, los cubanos de generaciones recientes podemos apreciar con exactitud el horror de los acontecimientos. Muchas de las fotografías que se conservan del asalto al Moncada fueron tomadas por él y por el fotorreportero de Bohemia Francisco Cano, quien también pudo salvar algunos de sus rollos para perpetuar la magnitud de lo ocurrido aquel 26 de julio.

Para el historiador José Antonio Portuondo, el asalto al cuartel Moncada constituyó el acto de mayor trascendencia en el centenario martiano y “el único homenaje digno del Apóstol”. Además, impulsó la lucha, primero en el plano estrictamente cultural y luego en relación con la clandestinidad en las ciudades.

Bayamo y la memoria histórica

El asalto al cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, apoyaría las acciones de los moncadistas en Santiago de Cuba con el propósito de cortar la principal vía de acceso de refuerzos de la tiranía hacia esa ciudad oriental e interceptar las comunicaciones telegráficas entre esta y el resto del país. Foto: Tomada de Juventud Rebelde.

A la par de las acciones en Santiago de Cuba, los revolucionarios también previeron el asalto al cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, para apoyar la insurrección del Moncada y evitar el envío de refuerzos desde la actual ciudad granmense.

Veintiún hombres -entre los que se encontraban Raúl Martínez Ararás y Ñico López- debían tomar por sorpresa la instalación. Pero, entre una cerca y otra que se disponían a cruzar, tropezaron con latas de conserva que hicieron un ruido perceptible por los guardias. De ese modo, se frustró el factor sorpresa, necesario para el éxito de la operación.

Al referirse a los hechos, Yusnay Cabrera, especialista del Parque-Museo Ñico López de Bayamo, explica a Cubadebate que en un primer momento hubo confusión entre los pobladores de la ciudad, pues los revolucionarios usaban uniformes militares y las personas pensaron que se trataba de un enfrentamiento entre los mismos batistianos. Pero, cuando el pueblo se percató de que eran civiles que pretendían derrotar la dictadura, enseguida los ayudó.

Los asaltantes se dispersaron en diferentes sentidos. Los que permanecieron en Bayamo fueron socorridos por las familias Corona, Viña, Vázquez, entre otras, que les ofrecieron escondite, techo y comida a los jóvenes.

Incluso, los bayameses de menor edad también colaboraron. Fue el caso de niño Rafael Urquiza que, cuando iba a buscar leche para su familia, se encontró con quienes huían y les indicó un camino por donde podían escapar rápidamente, cuenta Cabrera.

Respecto a ese apoyo popular, silenciado por la dictadura, el propio Fidel Castro sentenció en La Historia me Absolverá: Se ha repetido con mucho énfasis por el gobierno que el pueblo no secundó el movimiento. Nunca había oído una afirmación tan ingenua y, al propio tiempo, tan llena de mala fe. Pretenden evidenciar con ello la sumisión y cobardía del pueblo; poco falta para que digan que respalda a la dictadura, y no saben cuánto ofenden con ello a los bravos orientales”.

Aunque Yusnay Cabrera menciona que, de quienes ayudaron a los revolucionarios, en Bayamo actualmente solo quedan vivas una o dos personas (que eran niños en 1953), el pueblo de la ciudad granmense se empeña en dejar huellas de esa historia.

En cada casa que prestó refugio a los asaltantes hay una tarja que lo constata. El cuartel Carlos Manuel de Céspedes se convirtió en el Parque Museo Ñico López en 1978 y el hotel donde se hospedaron los revolucionaros pasó a ser, hace 40 años, la Sala-Museo Los Asaltantes.

Por otra parte, Bayamo celebra cada 12 meses la jornada El 26 de julio y los jóvenes del Centenario, que este año comenzó el día 18, con una conferencia dedicada al asalto al cuartel Carlos Manuel de Céspedes. También se desarrollaron, en esta ocasión, encuentros en casas de combatientes, conferencias sobre la guardia rural, recorridos por los hogares que brindaron protección a los asaltantes, una cantata a la Revolución, entre otras actividades.

“Aquí el 26 de julio se recuerda con emoción”, comenta Yusnay Cabrera. “La historia siempre conmueve, y más en este caso, porque se necesitaba tener mucha fe para asaltar dos cuarteles, mayormente con armas de cacería”.

Fidel, Abel y sus hombres no pudieron escoger mejores escenarios que Bayamo y Santiago de Cuba para desarrollar las acciones. No imaginaban los asaltantes, habaneros en su mayoría, la chispa que habían prendido en aquella tierra de mambises. Las acciones de la clandestinidad, el desembarco del Granma, las luchas en la Sierra Maestra y el posterior triunfo de 1959 así lo constatarían.

En video, "Prohibido olvidar: Asalto al cuartel Moncada"

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Yilena Héctor Rodríguez

Yilena Héctor Rodríguez

Periodista de Cubadebate. Graduada de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana en el año 2021.

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