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Aportes para un debate sobre la Patria y la Vida

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La vida política de nuestra contemporaneidad, incluyendo la realidad cubana, ha traído consigo un efecto no del todo previsto por los clásicos del pensamiento revolucionario. Ocurre que junto a la inevitable y hasta temida “polarización” entre partidarios de antagónicos proyectos de vida (eso que Marx consideraba proceso de definición o concreción de alternativas históricas, que hoy denominamos núcleos duros de las distintas opciones políticas y, por tanto, nada temible para los revolucionarios) se crea una amplia gama de posturas intermedias, posiciones indeterminadas o dudosas.

En la propia región Latinoamericana esta legión de “indecisos” ha inclinado la balanza histórica hacia uno u otro proyecto. Pasar por alto la creciente heterogeneidad de nuestros “tejidos” sociales ha resultado costoso para muchos proyectos progresistas y revolucionarios. Las clases dominantes de siempre, dicho de manera vulgar, lo tienen más fácil en este sentido, ya que provocar el abstencionismo y el desencanto de esos indecisos es funcional para sus bien aceitadas maquinarias de reproducción del status quo.

También ha sido útil para los grupos tradicionales de poder el generar una poderosa industria del engaño, una maquinaria que produce mitos políticos y sin descanso va creando, capa tras capa, una imagen tan fetichizada del mundo que resulta válido hablar de una “segunda o tercera realidad” en la que viven muchos, tal vez demasiados seres humanos, como firmes creyentes en la eficiencia, infalibilidad o carácter inevitable del capitalismo. Los instrumentos culturales del sistema global han logrado el sueño que parecía imposible: un mundo en el que las victimas piensan como los verdugos y en el que los pobres quieren ser ricos sin eliminar la pobreza o la desigualdad.

¿Qué relación guardaría el escenario cubano con las tendencias políticas globales? A simple vista parecería que el sistema político de la isla, largamente legitimado por amplias mayorías no debiera preocuparse por dinámicas de la “democracia liberal burguesa”. Sin embargo, como alertaba en su momento un pensador clásico, al igual que los poetas, los discursos políticos deben cuidarse de caer en la tendencia a contentarse con el sonido de la verdad y no con la verdad concreta.

La Cuba que hoy disfrutamos y trabajosamente defendemos sigue siendo, a pesar de algunos discursos extraviados, escenario particularmente intenso de la lucha cultural y política del capitalismo por restañar las heridas de una hegemonía aún presente pero sujeta a frecuentes convulsiones. Respondiendo una primera parte de la pregunta, el escenario de confrontación se ha corrido un tanto al aspecto cultural (entendiendo aquí por cultural a los procesos de formación de conciencia, a la propia identidad ideológica de los implicados) porque no es tan peculiar ni tan novedosa esa tendencia dentro de la historia del capitalismo y, por otro lado, porque Cuba es un proyecto que no se desarrolla en una urna de pureza cristalina.

No es la primera vez — ni será la última — que un esfuerzo colectivo de los cubanos se vea obligado a enfrentarse a atrayentes mitologías dominantes. No resulta para nada casual que José Martí, en su momento, haya reconocido que “de pensamiento es la guerra que se nos hace, ganémosla a pensamiento”. Entonces y ahora el proyecto revolucionario ya consideraba la unidad no dentro de una falsa homogeneidad, sino dentro de una compleja y conflictiva diversidad. Y como bien se sabe, para unir la diversidad no basta ni la coacción ni el desconocimiento, hace falta convencer y crear conciencia.

A la claridad teórica, esa que permite adelantarse estratégicamente a los acontecimientos particulares, se une el impacto de las condiciones objetivas de la actual sociedad cubana. Los años noventa, si bien no generaron un derrumbe o desmantelamiento del socialismo en Cuba, como trágicamente ocurriera en la extinta URSS, sí provocó una reconfiguración del escenario político. Este último se encuentra muy distante de la otrora homogeneidad social de los 80, en los que eran muy similares para todos los participantes esos enfoques sobre qué tipo de políticas, de ciudadanos, de objetivos y de comportamientos sociales eran positivos, aceptables e, incluso, como se estila decir hoy: sostenibles para los cubanos.

La Cuba que hoy compartimos es genuinamente socialista en el sentido de ser, tal vez más intensamente que nunca, una sociedad atravesada por posturas antagónicas y de diferentes niveles de relación con lo que se entiende por realidad. A diferencias de décadas anteriores, en las que el elemento comunista del proyecto social cubano disfrutaba de bases tan masivas y monolíticas que casi era despreciable o se externalizaba al antagonista, la Cuba del siglo XXI permite en lo social y el lo ideológico la existencia de actores internos, autóctonos o externamente fabricados, que han venido a representar y tratar de imponer más o menos explícitamente la restauración del capitalismo.

Desde el enfoque liberal el escenario isleño no podría ser más propicio. Ya existe un mercado para las ideas liberales. Se parte del presupuesto de que sus consumidores estarían en aquellos grupos económicamente independientes o sustentados en la gestión privada, en los intelectuales que mantienen más vínculos con el mundo que con el país, en los seguidores de artistas poco o nada conectados con la institucionalidad gubernamental. Pero al consumidor objeto — como diría Marx — le es imprescindible un sujeto o productor-dirigente. En ese aspecto la maquinaria imperialista ha tenido las mayores dificultades para lograr los éxitos esperados en Cuba.

No es este el lugar para hacer el recuento de los apoteósicos fracasos de los liderazgos históricos de la disidencia en Cuba, pero para recordar los más sonados: presidentes que a caballo de agresiones mercenarias nunca llegaron a ejercer su alta magistratura, guerrillas sin apoyo decisivo de la población “liberada” y metamorfoseadas en simple bandas criminales, intelectuales reprimidos que encontraron su libertad en el negocio de la propia oposición política, inválidos que como milagro cristiano se levantaron para caminar atléticamente hacia la madre patria de la industria cultural hegemónica. En fin, la historia de Cuba — testigo trágico del martirologio real de los intelectuales revolucionarios de ayer — ve repetida sus escenas como comedia, en un simulacro de liderazgo y de sacrificio de los líderes opositores de hoy.

Los fracasos tradicionales han convencido a los funcionarios norteamericanos, a sus especialistas en el tema Cuba y, digámoslo así, a los sectores más inteligentes de los grupos de poder imperialistas, que el Talón de Aquiles de la lucha por la transición al capitalismo en la isla sigue siendo su ausencia de liderazgo. Sobre todo, existe el reto de re-crear el prototipo de líder intelectual, estética o emocionalmente atrayente y, a la vez, preparado para debates complejos que ha marcado a la historia de Cuba en los últimos lustros.

Haciendo un recuento del escenario objetivo (eso que un clásico llamaría las condiciones de posibilidad para el despliegue de las opciones de pensamiento) el hecho práctico de que las posiciones ideológicas sean hoy muy diversas y complejas en Cuba afecta tanto a los continuadores del proyecto socialista como a sus detractores. Y es que “diverso” también significa que, a pesar de los esfuerzos y los recursos gastados en más de seis décadas de proyectos educacionales, el fortalecimiento en el país de las relaciones capitalistas de producción trae consigo correlatos culturales, tipologías de individuos y comportamientos propios de ese modo de vida, por demás inevitables, pero con un impacto muchas veces nocivo. En otras palabras, a la pobreza discursiva, a la ausencia de contenido y de propuestas concretas por parte de los nuevos activistas del cambio, se corresponde la fabricación de un espectador crédulo, escéptico o simplemente ansioso por protagonizar algo, participar el algo, destacarse en algo, ganarse la vida con algo, sin importar cuál sea el contenido de ese algo.

Tómese en cuenta que los actuales guerrilleros comunicacionales del liberalismo en Cuba, aunque incluyen a algún que otro académico extraviado, se rigen en su amplia mayoría por la fabricación mitológica, por la amenaza o la descalificación radical o, en el mejor de los casos, se apoyan en la formalización extrema del diálogo que raya en la escolástica. Para este tipo de actor político, virtual o más cotidiano, sólo hay entendimiento cuando se aceptan los principios dogmáticos de que el único problema que afecta el desarrollo de Cuba es la existencia del gobierno dictatorial comunista, de una supuesta sumisión masiva del pueblo y de una intensa represión no presente en ninguna de las atrayentes democracias del primer mundo.

Ocurre que, aunque nos pese reconocerlo, ya existe en nuestro país ese prototipo de consumidor de la cultura chatarra y convenientemente enlatada del capitalismo mundial. Ello explica el porqué de tanto esfuerzo de la maquinaria política miamense por esquivar o colocar en segundo plano la búsqueda de su liderazgo o punta de lanza para el cambio en universidades, en los hombres de negocios o en la intelectualidad reconocida de la isla.

Como el sujeto político debe corresponderse con su objeto, la opción del momento son algunos representantes del arte, en especial prototipos cuya popularidad y capacidad para ser líderes de opinión no están basadas en su amplia cultura, preparación o conocimiento de las necesidades del país, sino en su éxito comercial, en la simplicidad de sus discursos si de contenido social se trata.

No intentaremos aquí profundizar en el problema de si estos “nuevos líderes” son buenos artistas, músicos o no, sino de analizar el misterio de su renovado protagonismo en la confrontación ideológica. La dialéctica en la relación dirigente-dirigido parece tener la respuesta para esta interrogante: mientras más peso tenga el consumidor pasivo y manipulable, más funcional será el encumbramiento de los líderes mito maníacos, torpes o simplemente arquetipos-espejo de la “masa” que se pretende conducir. El ejemplo vitrina de este fenómeno se encontrará, precisamente, en la ansiada metrópoli de la disidencia, en la cual se produjo la llegada de un Donald Trump al puesto de mayor poderío en la jerarquía del sistema político mundial. ¿Por qué Cuba tendría que ser una excepción? Esto podrían preguntarse los tanques pensantes de la transición cubana hacia el capitalismo y, por carácter transitivo, sus seguidores internos.

¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento

Con el atrevimiento inicial de comenzar con las palabras de un revolucionario eminentemente práctico, debemos dejar sentado el principio de que no existen recetas fijas para los retos que se acumulan hoy ante los revolucionarios cubanos. Si hay un principio que lo mejor del pensamiento universal nos ha facilitado es aquel que reza que el método para resolver los problemas prácticos no se produce desde fuera, desde la pura academia o desde el pensamiento teórico aislado, sino que el método surge como comprensión teórica de la lógica presente en el objeto.

En primer lugar, el proyecto socialista cubano se ve obligado (y esto ya es tendencia de la práctica y no simple opinión de quien escribe estas líneas) a realizar movimientos tácticos y estratégicos. En el primer caso, existe la necesidad de movilizar (no en el sentido esquemático de emitir órdenes, sino de realizar convocatorias racionales y justas) a los artistas, creadores, estetas y promotores espirituales en el país que, por sus capacidades y por su arraigo en el pueblo sean capaces de desnudar el carácter ilegítimo y las verdaderas intenciones de un liderazgo basado en las confusiones. Si de popularidad y calidad artística se trata, el proyecto cubano tiene muchas historias de éxito y de consagración que mostrar como alternativas a los demiurgos y a los agentes del mercado.

Estratégicamente hablando, la revolución tiene en sí misma un gran reto y es el de mantenerse como una revolución cultural, como un proceso que sin sacrificar su esencia es capaz de incluir lo mejor del arte y la creación en nuestro país. La historia del siglo XX ha mostrado que cuando en la lucha sociopolítica un proyecto, aunque justo y popular, ha perdido el apoyo de los intelectuales, artistas y científicos, su camino se volvió extraordinariamente difícil, más inclinado a ejercer la violencia revolucionaria, tendencia que puede resultar poco efectiva en el contexto actual.

Otro aspecto a destacar en este rejuego de propuestas ideológicas tiene que ver con la necesidad de no perder la iniciativa estratégica. El carácter asimétrico de los recursos ha provocado que no pocos proyectos socialistas y revolucionarios se hayan encerrado en una lógica en la que, continuamente, se espera que el antagonista emita su mensaje, su acción o dinámica, para luego dedicarse simplemente a refutar o combatir dicha propuesta. En este círculo vicioso se reproduce la lógica del contendiente. Es lo que algunos especialistas llaman pensamiento colonizado. El socialismo cubano tiene la tarea de gobernar, subvertir la realidad y desarrollarse en la medida de lo posible y a veces de lo que parece imposible desde bases propias y basándose en su lógica universal. Cierto es que la lógica del socialismo se ve alimentada por la confrontación definitoria y por el contraste con las propuestas liberales, pero también esta necesita ser capaz de proponer y adelantar procesos que superen y sinteticen soluciones superiores a la simple resistencia, al síndrome de las comparaciones y al comportamiento de plaza sitiada. Negar la sociedad y la cultura capitalista es un momento, pero la construcción de una sociedad nueva es la síntesis superior que no se agota en las oposiciones formales.

En este sentido la Revolución Cubana tiene ante sí el reto de retomar la formación cultural de amplios sectores de nuestra ciudadanía, hoy más susceptibles a las lógicas del mercado y víctimas del más rampante pragmatismo cotidiano. Una cultura basada en el conocimiento, en la conciencia de los reales problemas y de las verdaderas necesidades de ese ente colectivo que somos los cubanos no se logra sólo desde las aulas, los medios de comunicación o desde la emisión de productos artísticos.

Si bien el aspecto decisivo para inclinar la balanza del apoyo popular siempre será la capacidad del proyecto socialista para solucionar las grandes aspiraciones e ideales de la mayoría, hoy resulta peligroso y casi suicida reproducir la dinámica clientelista en la que la ciudadanía espera todo desde arriba, desde un gobierno externalizado. Tan nocivo resulta el fracaso económico material como la instauración de una dinámica en la que la libertad de los individuos se torna patente de corso para el libertinaje, en la que la ciudadanía caprichosa sólo tiene derechos y no conoce deberes, en la que por temor a esas añejas acusaciones de totalitarismo la sociedad organizada se retira para dejar el espacio público prisionero de las indisciplinas sociales y del relativismo de algunos intelectuales de gabinete.

Hoy más que nunca se cumple aquella máxima de que los revolucionarios no se forman recibiendo sólo derechos y artículos de consumo, sino que la creación de tareas revolucionarias es la principal fuente de sujetos a la altura de su momento histórico. A diferencia de la opción liberal en la que el abstencionismo, la apatía o la confusión ideológica son consustanciales y funcionales al éxito del sistema, para el socialismo cubano es cuestión de vida o muerte desarrollar el conocimiento y la participación ciudadana. La verdadera participación, que siempre es consciente, resulta necesidad inseparable del proyecto.

Si la tarea más revolucionaria de hoy es producir con eficiencia y calidad, la principal responsabilidad de los decisores y gestores es la de facilitar las condiciones para que el trabajo sea la principal fuente de riqueza, de bienestar y de diversidad progresista en nuestro país. Ya de por sí, el éxito de las empresas colectivas y de los esfuerzos comunes resulta un obstáculo para el desarrollo del individualismo, del egoísmo y para la enajenación que hoy se oculta en el supuesto éxito comercial de ciertos artistas empresarios.

¿Por qué somos un país de Patria o Muerte?

La reciente emisión de una supuesta alternativa a un principio emanado del proceso revolucionario cubano sirve de material para revelar la esencia de las opciones enfrentadas. Curiosamente, se supone que un eslogan cargado de formalidad y de apariencias se convertirá en una contundente novedad y en fuente para la verdadera transformación de todo lo existente. “Patria y Vida” — reza el discurso en cuestión y tal parece que lo revolucionario, contestatario o novedoso sería el cambio de la “o” por la “y”, así como la evidente y casi “caída de la mata” superioridad de la vida sobre la muerte.

Propio de esas ideologías que — como dijera irónicamente alguien en su momento — se pueden refutar dándole patadas a una piedra, la propuesta contestataria se presenta como rica, dialéctica, funcional o como diría uno de sus doctos defensores, superadora de una lógica binaria simplista que se supone, está presente en el principio de Patria o Muerte.

Observemos las cosas con detenimiento. Ocurre que los maestros de la supuesta dialéctica librepensadora suelen caer en interesantes mitomanías creacionistas. Nos intentan convencer de que hay un movimiento real, un cambio, una superación o negación dialéctica en colocar un juicio analítico en lugar de una contradicción real como centro de los objetivos de toda la sociedad cubana.

Incluso la más simplista de las definiciones, esa de los pueblos que están camino a formar su identidad aún no consolidada, tiende a identificar o a colocar como sinónimos a la Patria y a la Vida. Por lo tanto, gritar desaforadamente o colocar carteles “subversivos” que repitan continuamente esa frase no hace más que reproducir una tosca tautología, es un señalar lo que la infancia de los pueblos y de los individuos ha descubierto hace mucho tiempo, es descubrir el agua tibia y presentarla, a su vez, como el hallazgo más grande de la historia. Decir Patria y Vida es como decir Vida y Vida o Patria y Patria. No hay enriquecimiento o aporte o síntesis en esa frase, porque no hay contrarios, ni contradicciones, ni conocimiento nuevo, sino un regodeo en el detalle de que una cosa incluye o se identifica con la otra.

Los disidentes formales que nos nacen hoy hasta en las ramas de los árboles, al amparo de la COVID-19 y de los impactos de la administración yanqui, asumen que el principio de Patria o Muerte es simplista, empobrecedor, propio de un pensamiento esquemático. Tal vez habría que recordarles a los teólogos del altar de la disidencia que esa disyuntiva no fue el fruto de una invención personal, sino resultado de las verdaderas alternativas históricas que se fue encontrando y que fue desarrollando el pueblo cubano a lo largo de su historia. Su acusación de esquemáticos no va en contra de los revolucionarios de hoy sino también contra los más universales como Félix Varela, Carlos Manuel de Céspedes o José Martí.

Y es que — aunque sea difícil de entender para algunos — la lógica de lo real no sólo admite identidades formales, como aquello de que la Vida y la Patria son una misma cosa, sino que la Patria no sólo se construye con prosperidad, buena vida, consumo, comodidades, sino que se consolida frente a retos y contrarios reales. Si los independentistas cubanos hubiesen seguido la lógica formal tendrían que haber llegado a la conclusión de que, aun en las peores condiciones de la tiranía colonial española, era mejor preservar la vida (recuérdese que en este tipo de razonamiento donde hay vida, por muy sumisa y miserable que esta sea, hay Patria) que insertar la posibilidad de la muerte como parte de la Patria. Las posiciones históricas de la entonces vanguardia criolla revelaron que, en efecto, el anexionismo presentaba a la Patria como sinónimo de prosperidad, sin importar la mediocre, limitada o elitista que fuese esta última.

Félix Varela, precursor del independentismo, ya se percataba precozmente de los problemas que podría traer para el proyecto de desarrollo colectivo el enfoque de un grupo social que se identificaba a sí mismo y a su propio bienestar con la Patria toda. El presbítero cubano contaba con la dificultad de que los grupos más privilegiados dentro de los cubanos siempre verían el bien en general como sinónimo de su propia y especifica prosperidad, mientras que el bien colectivo implicaba incluir, pero superar el estrecho marco de ese bienestar personalizado:

Nadie opera sin interés, todo patriota quiere merecer su patria, pero cuando el interés se contrae a la persona en términos que ésta no lo encuentra en el bien general de su patria, se convierte en depravación o infamia. Patriotas hay que venderían su patria si se les diera más de lo que reciben de ella.

Siguiendo los pasos de la crítica de los disidentes al “simplismo binario” del principio que se expresa en la declaración de Patria o Muerte, habría que recordarles que ese supuesto simplismo es que el asumieron los mambises cubanos ante las enormes dificultades que se levantaban frente a la revolución independentista. La firmeza de un principio justo, aún si no genera provecho a corto plazo, estaba muy claro para aquellos que, ante la superioridad numérica y económica de la metrópoli, peleaban convencidos de que vivir sin independencia era como estar socialmente muertos. Incluir el contrario dialéctico que es la posibilidad de la muerte no implica que los revolucionarios la prefieran o la busquen como fin máximo, sino que ella sirve para definir el valor de la independencia en esta contradicción real.

Dicho esto, queda claro que la disyuntiva revolucionaria que se expresa en la frase Patria o Muerte no implica escoger como objetivo la muerte, sino colocar el valor de la Patria tan alto que ni siquiera la posibilidad de perder la vida disminuye el valor de la primera. Tampoco esta frase consolidada por nuestra historia implica privilegiar la falta de prosperidad o el subdesarrollo, esa acusación ya es cosecha de los demiurgos del pesimismo miamense.

Hoy las redes sociales estallan con falacias que intentan resaltar que los revolucionarios son suicidas, incapaces de luchar por el bien colectivo, de pensar en la felicidad o de comprender la belleza. Son opiniones propias de aquellos que no comprenden ni lo que combaten, ni lo que quieren, ni las consecuencias de sus actos. No hay originalidad ni novedad en ellos, como no hay ningún cambio ni aporte en su eslogan identitario. Lo que sí se percibe en este último, lo hemos dicho más de una vez, es la lógica del anexionismo en la que la Patria es la riqueza y el negocio de cada cual.

Si alguien pudiese dudar de que las revoluciones verdaderas que se han desarrollado en Cuba han tenido como eje central la búsqueda del bien común, el desinterés de los revolucionarios plenos y la belleza intrínseca de la obra humana a realizar, habría que recordarles que dichos procesos fueron protagonizados por hombres como Martí que pensaron siempre que “la Patria no es de nadie: y si es de alguien, será en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”.

Estamos esperando, probablemente en vano, el desinterés, la inteligencia y el desprendimiento de los que han intentado guiar al pueblo cubano con repeticiones absurdas.

(Tomado del blog Horizontes)

Se han publicado 15 comentarios



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  • Ander Barrenetxea dijo:

    Yo nunca he vulnerado las leyes cubanas pero no me considero revolucionario. Y eso se me tiene que respetar!

    • vladi dijo:

      Pues a la Revolucion y a los Revolucionarios hay q respetarlos tambien,la revolucion tiene el derecho a existir y a defenderse.

  • Rodney dijo:

    Considero que nuestros cientificos y médicos están dando el mejor ejemplo de lo que significa realmente Patria y Vida!!! No un grupito de reggetoneros ´nadando fuera del agua´.

  • José Echemendia Gallego dijo:

    Excelente artículo, respuesta contundente y muy bien argumentada ante las acciones y proyectos trasnochados de una "comparsa" miamense que cada día se aleja más de conseguir sus propósitos anexionistas al poner sus esperanzas en las manos de mercenarios del arte y la cultura; quienes hasta ayer hacían carrera en Cuba, pero que ante la amenaza de cercenarles el camino al dinero en Miami, optaron por servir al mejor postor y no a la Patria.

    • Yayi dijo:

      Considero ke cada cual tiene derecho a tener su criterio y respetarselo, pero el mío cubana ke vivo en este país con un millón de necesidades también hay ke respetar el mío , quien le dijo a Yotuel, y los demás ke yo quería me representarán en el parlamento europeo ke no tiene ke ver nada con nodotros pues están a Miles de km y no saben nada de nuestras necesidades ni cómo vivimos de acuerdo ke hagan sus canciones cojan todo el dinero ke les pagan disfrutenlo , ke bien no tengan necesidades ,vivan felices en su Miami,pero por favor DEJENNOS EN PAZ ,vivan felices hagan música para disfrutarla o dediquense a. la política

  • michellm dijo:

    Este artículo va a dar mucho de que hablar. Espero se hagan buenos debates.

  • BESTEIRO dijo:

    En mi opinión este artículo está entre los dos o tres mejores publicados en CUBADEBATE. El autor refleja de manera meridiana el significado de nuestro grito de guerra: PATRIA O MUERTE, en el se resume la voluntad de la Nación cubana de ser libre o morir en el empeño. Esa voluntad de los criollos nacidos en Cuba fue la que determinó el nacimiento de nuestra Nación.

    Ahora bien, no podemos dejar de reconocer (sería nuestro mayor error estratégico) lo ocurrido en grandes sectores de nuestra sociedad: la pérdida de valores, la conversión que ha ocurrido de la cultura marginal en cultura popular, la implantación en la vida diaria, personal y laboral, de la chusmeria, la grosería, la mediocridad, los espacios vacío en la educación cívica, política, patriótica, etc, etc. Todos estos males han creado un perfecto caldo de cultivo para que florezca un gran público objetivo que preste oídos, y hasta manos como lamentablemente hemos visto en los últimos tiempos con mucha frecuencia en el NTV, a los muy dañinos reclamos de mercenarios bien pagados por sus amos del norte.

    Son momentos de definición, de luchar con inteligencia, de que los más capaces, los mejores comunicadores que sean capaces explicar, convencer con sólidos argumentos, no improvisemos. Tomemos todas las acciones que nos permitan rescatar valores, que nos permitan restar oídos y manos a esos HP que pretenden borrar la historia de la Nación.

    • Juana rosales dijo:

      Coincido con usted.

  • Ramón Reigosa Lorenzo dijo:

    Excelente reflexión que sintetiza el verdadero significado del principio expresado en una consigna: la lucha por la patria y una vida digna será siempre necesaria aún a riesgo de la vida

  • pedro emilio dijo:

    Solo recordar una estrofa del Himno de Bayamo hoy Himno nacional :" No temais una muerte gloriosa que morir por la patria es vivir."
    No es lo mismo servir a la patria, que servirse de ella para buscar un escaño , patria no espedestal.

  • Salomón dijo:

    “ Hacer de la política, no el arte de retener el gobierno, ni de dar a las naciones brillo pasajero, sino de estudiar sus necesidades reales, favorecer sus instintos, y tratar del aumento y amparo de sus haberes .”
    - José Martí -

  • Rafael Pla Leon dijo:

    Excelente escrito. Sería bueno desarrollarlo por la línea de lo que se puede hacer todavía en la formación del mundo de convicciones de los revolucionarios, acerca del lenguaje a usar, de los símbolos a emplear y de las ideas a rescatar con formas contemporáneas. A ver si seguimos dando la guerra de pensamiento a que estamos abocados.

  • Juana rosales dijo:

    Hasta ahora este trabajo es la mejor reflexión que he leído sobre este debate, lo felicito.

  • adrian_garcia_vh dijo:

    Genial artículo, con un excelente análisis semiótico.

  • Charly dijo:

    PATRIA O MUERTE
    !!VENCEREMOS!!

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Dr. Jorge Morales Brito

Profesor de Filosofía. Universidad José Martí Pérez de Sancti Spíritus.

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