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Mis cuentos de Eusebio

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Eusebio Leal Spengler. Foto: The Washington Post.

Cuentan de Eusebio que un día, cuando fue electo por primera vez al Comité Central del Partido Comunista de Cuba, le dijo al Jefe de la Revolución: Yo sabía, Comandante, que llegaría a Obispo: por la Iglesia o por el Partido. Si no fuera vero estaría ben trovato, pero es tan cierto como el hecho, entonces inédito, de que un católico figurara entre los dirigentes del organismo rector de la sociedad cubana. Por supuesto, ocurrió después de que rectificamos aquella aberración de proclamarnos “república atea” en vez de “laica,” como correspondía—y corresponde—a los herederos del pensamiento martiano: del sesenta y ocho y el noventa y cinco; de la generación del centenario y la Sierra. Y después, por supuesto, de que abriéramos las puertas del Partido a todos los cubanos merecedores de militar en la vanguardia.

Aquel joven enjuto—que si usara espejuelos montados al aire como el insigne presbítero, parecería un doble de Félix Varela—se había abierto paso desde ser un ilustre desconocido a devenir un dato característico de La Habana: aquí, a la entrada de la bahía, está El Morro, de este lado, el castillo de La Punta; más allá, la estatua ecuestre de Máximo Gómez; al fondo, el antiguo palacio de la presidencia, hoy Museo de la Revolución; más atrás, a la izquierda, la iglesia del Santo Ángel y reminiscencias de Cecilia Valdés, mulata sandunguera y nuestra; ya restaurado, el Sloppy Joe’s, con la barra más larga de la ciudad; y, atravesando la Plaza de Armas, en dirección al vetusto, barroco y siempre acogedor refugio de sueños (y alguna que otra pesadilla colonial) palacio de los Capitanes Generales, el compañero Eusebio Leal Spengler, con su gris uniforme de obrero.

Recuerdo cuando nos conocimos, en los años sesenta. Era yo entonces funcionario del ministerio de la industria alimentaria; él, laboraba con “el moro” Levi Farah en algo así como la alcaldía de la capital, con otro nombre. Estaba empeñado en rescatar para la belleza, precisamente, al palacio de los Capitanes Generales, convertido en una suerte de pocilga por los gobiernos anteriores a la Revolución, que habían dañado seriamente su apariencia interna y externa, con falsos techos, barbacoas, y otra serie de mamarrachos. Si no recuerdo mal, llegó al despacho de Raúl Roa, a la sazón ministro de relaciones exteriores, de la mano de Cintio Vitier y Fina García Marruz.

Ambos excelentes poetas, cubanos rellollos, católicos sinceros, defensores de la obra martiana y del pensamiento democrático y socialista, luchadores por la justicia social y por el entendimiento entre los hombres y las naciones, los Vitier habían amistado con el canciller, que conocía sus quilates intelectuales y morales, y admiraba de siempre el quehacer de don Medardo. Presentaron a Eusebio como joven emprendedor, que no dudaba en poner sus manos a la obra cuando de rescatar los valores culturales de la patria se trataba. Leal fue capaz de entusiasmar a Roa: hubo una química instantánea entre dos hombres igualmente afiebrados por sus respectivos sueños. Mi padre lo identifico de inmediato, como “el loco”; así mismo apodaban al canciller sus compañeros de lucha universitaria contra el machadato.

Hace poco, Eusebio contaba esa anécdota a varios funcionarios de relaciones exteriores, a quienes mostraba la transformación, a la altura del arte, del palacio del Segundo Cabo, extraordinario nuevo museo. Admitía el Historiador de la Ciudad que, en esa época, estaba un poco loco. Pero lo cierto es que sigue estándolo, porque su locura no es de origen psicótico ni neurótico; para nada la del Ingenioso Hidalgo, sino la de los creadores magníficos: homérica, dantesca, astigmática a lo Greco, la enfebrecida de Van Gogh. Tal vez picassiana, garcía-marquesiana, macondiana. Con el barroquismo inefable de Portocarrero en su soñar la capital con gruesos trazos de color: azul cobalto, blanco de zinc aplicado directamente con el tubo, mujeres de cabello enmarañado y florido, con ojos egipcios y sonrisa enigmática. Barroco él mismo, en su conversación y oratoria, capaz de ver las bellezas del mundo físico y moral que esconden las amadas piedras de la ciudad colonial.

Por aquellos años, en que gente obcecada y dogmática pretendía embridar la cultura, domesticarla y someterla a criterios estrechos—¡cuidado que todavía hay guardias rojos acechando!—los afanes de Eusebio eran incomprendidos o simplemente rechazados. Había quien lo tildaba de colonialista, por empeñarse en restaurar el palacio de los Capitanes Generales, como si Leal pretendiera ensalzarlos, negar los valores de nuestros luchadores por la independencia y la soberanía, ignorando la visión histórica, amplia y justiciera, que motivaban esos afanes. Además, se trataba “de un católico practicante,” de un “reaccionario,” ajeno a las ideas del “marxismo-leninismo,” de los manuales pseudocientíficos que deseaban imponernos quienes proclamaban “somos socialistas, pa’lante y pa’lante; y al que no le guste que tome purgante!” (Ello me hace recordar lo que Alfonso Bernal y del Riesgo comentara a Jorge Mañach, bajando la escalinata universitaria: Aquí, Jorge, impera la burricie. Mañach, a veces ingenuo, inquiríó: ¿Se trata de un término germánico, Bernal? No, amigo, la burricie de burro, respondió el psicólogo, arrastrando, ferozmente, las erres.)

Por suerte, esa especie de fascismo irracionalista fue liquidado por Fidel en memorables intervenciones en las que abordó el llamado “sectarismo,” la “microfracción,” sus “palabras a los intelectuales”, etcétera. Pero también, en la práctica, por el apoyo que brindó al trabajo de Leal, no sólo para concluir la restauración del palacio de los Capitanes Generales, sino de la Plaza de Armas, el Templete, el palacio del Segundo Cabo, el castillo de la Real Fuerza…¡Y todo lo que vino después!

Al elegirlo miembro del Comité Central, Fidel reconocía la obra de Eusebio, en más de un sentido fundacional, como la de su “predecesor,” el Obispo de Espada y Landa, a quien debemos mucho de la apertura cultural y obras de arquitectura de su época, sin contar el aggiornamento de la enseñanza de la física, la química y otras ciencias que impulsaron espíritus como Agustín Caballero, Varela, Luz y Caballero et al. Creo que pocos ciudadanos gozan hoy del aprecio que tiene nuestro pueblo por Eusebio Leal, entre otras, porque hace cosas útiles, para la belleza y para la gente común, para reforzar el papel acogedor de La Habana, subrayar sus valores intrínsecos y realzar los creados por la mano, el ingenio y el espíritu de sus moradores.

No dejo de sonreírme cuando nuestra prensa— oral, escrita o televisada—atribuye cualidades carismáticas sin tón ni són, a diestra y siniestra, malgastando el uso del vocablo en quienes realmente nada tienen de carismáticos. Pienso en los pocos que sí lo son, o han sido: entre nosotros, Fidel, por supuesto, Che, Camilo; antes de ellos, Céspedes, Martí, Gómez, Maceo, Mella, Guiteras. Hoy, sin temor a que alguien me endilgue el epíteto de chicharrón, como hacía el Comandante Guevara a menudo con algunos colaboradores, afirmo que Eusebio Leal es, también, un hombre carismático.

Me hubiera gustada andar con él por las calles de Nueva York, donde no coincidimos, porque, aunque no se trate de una villa cónsone con sus preferencias estéticas, es, sin lugar a dudas, el siglo veintiuno redivivo. Allí vio Federico ese mundo nuevo, regurgitado del fondo pedernal de la isla, donde braman los trenes del metro, venden pastillas de chocolate unas máquinas similares a las de Coca-Cola y corre la muchedumbre hacia las salidas, como “recién salida de un naufragio de sangre.” Está todo mezclado: la catedral de San Patricio y Los Claustros, el Museo Metropolitano y el de Arte Moderno: los imagineros del Hudson y los cantores de country en el Village Barn; los chivos esperpénticos de Picasso y la Crucifixión de Dalí; Bartók y Rimsky-Korsakov, Peete Seeger y Paul Robeson; el Empire State Building y el banco férreo del parquecito donde se sentaba a leer José Martí, a un costado de Trinity Church. No lejos de Wall Street, Battery Place y la estatua de la Libertad, denostada, con razón, por el soldado desconocido cubano.

Mas sí recorrimos, con Fidel, los Campos Elíseos; visitamos la Asamblea Nacional; el Museo de Los Inválidos y—no podía faltar—la tumba del Emperador, que para mirarla desde arriba hay que inclinar la cabeza, y si es desde el costado, subirla. En cualquier caso, hacerlo reverentemente. Tampoco era excusable no visitar Versalles, en cuyo Libro de Oro aseveró el legendario guía de nuestro pueblo: ojalá no se construyan más en el mundo palacios tan onerosos, a expensas del pueblo, para satisfacer la vanidad de los explotadores. Acudimos, asimismo, a la casa de Víctor Hugo, en la Place des Vosges, maravilla del siglo dieciséis donde hoy moran los afortunados. Quiero decir: la gente adinerada.

No sé si esa vez, o posteriormente, en Roma, andaba Eusebio enfundado en su elegante capa madrileña, obsequio de Dulce María Loynaz, asemejándole a los escritores que en los inicios del siglo veinte, y hasta bien entrado éste, poblaban las noches de los cafés en la Puerta del Sol, para escuchar los embustes de Valle Inclán (sus míticos viajes a México y otros lares), los sitios trillados de los Hermanos Quintero, teorizar a algún gramático, oír el dictum de Azorín y los elogios de García Lorca a la Escuela Libre de Enseñanza, creada por don Francisco Giner de los Ríos, que soñó un nuevo florecer de España.
Moraba Leal, en cada estancia suya en la città eterna, en una cómoda, pero sobria, habitación del Convento de las Hermanas Brigidinas, que dirigía con firmeza, pero con dulzura, su abadesa, la Madre Tekla Famiglietti. En la pequeña iglesia conventual asistía a misa los domingos y, en alguna ocasión, almorzamos juntos, invitados por la Madre Tekla, en el comedor de la planta baja, adonde acudían obispos, cardenales y embajadores a gratos encuentros dominicales en que las monjitas servían condimentos bien preparados, escanciaban vinos correctos y nos brindaban dulces caseros y quesos del Piamonte, de Parma o Cerdeña. La Madre—mejor me dice Mamma, embajador-- nos obsequió a menudo vinos y quesos para nuestras obligaciones diplomáticas.

Gran amiga de Cuba, de Fidel y su familia, lo fue del Papa Juan Pablo II, quien la animó a fundar en La Habana un convento de su Orden. Los que ahora pasean por La Habana Vieja o visitan el Convento de San Francisco de Asís, habrán visto su pequeño Convento, a unos metros de donde camina El Caballero de París y ora, sentada en banco de piedra, la Madre Teresa de Calcuta. Sus monjas de aquí, como las de Roma, atienden a muchos ancianos del vecindario y alquilan habitaciones a devotos que visitan nuestra ciudad. Muy de acuerdo con la obra social de Eusebio en ese barrio, tanto tiempo olvidado y preterido.
No me he referido al legado intelectual de Eusebio, a sus trabajos sobre Céspedes, Padre de la Patria, sobre el padre Varela, sobre amigos que ya no están y asuntos de interés para la vida de nuestros coterráneos; a su labor como diputado a la Asamblea Nacional, donde ha expresado sus puntos de vista con valentía y sin cortapisas; a su obra para la televisión, Andar La Habana, que enseña y alecciona; a las publicaciones que auspicia, como la revista Opus Habana, y a los muchos libros impresos en estos años; a los honores que le han sido conferidos por nuestros Gobierno e instituciones, pero también por los de otros países e importantes universidades extranjeras. Merecidos todos, claro está. Porque Eusebio Leal es alguien que cumple bien—y espero siga haciéndolo mucho tiempo—la obra de la vida.

Esos son sus atributos más conocidos y reconocidos. Yo he preferido hablar del Eusebio cotidiano, del amigo que gusta compartir la (buena, preferiblemente) mesa y conversar de cuanto asunto interesa (nihil humanum a me alienum puto, reza el latinajo), sea o no de actualidad local, mundial, o intemporal. El amigo que, con Alfredo Guevara y Osmany Cienfuegos (otras veces con Monseñor Carlos M. de Céspedes) alegraron e ilustraron las tertulias de sobremesa de nuestra casa habanera. No he olvidado, querido Eusebio, que te debemos, junto al Cardenal Ortega, un coq au vin hecho por mí, y precedido de buen foie gras con el mejor vino posible. Mientras, ¡mucha salud, felicidad y pródiga labor en tu setenta y cinco aniversario!

La Habana, 2017

Ayer, 31 de julio de 2020, nos dejó Eusebio, tras una larga y penosa lucha por la vida, que nos tuvo en vilo todos estos meses. Nos deja su ejemplo de hombre digno, de amante hijo, de padre generoso, de leal amigo y, sobre todo, fiel colaborador de Fidel y Raúl. No cabe duda alguna: Eusebio Leal cumplió bien la obra de la vida y por eso estará con nosotros hasta siempre!

La Habana,2020.

Se han publicado 20 comentarios



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  • Rafael Emilio Cervantes Martínez dijo:

    Como cofre lleno de prendas se abren en vuelo las dimensiones de quienes lo conocieron y serán tantas como las esporas que diseminó en pródigo andar. Gracias.

  • Daisy dijo:

    Quisiera saber cuándo van a ser las honrraa de Eusebio leal ?

  • E.Valdes. dijo:

    Excelente poder leer lo aquí escrito Por Roa. Lo comparto y disfruté su lectura.

  • Andrey dijo:

    Cuando Eusebio se ha hecho leyenda inmortal (¿dudo que mucho antes de volverse incorporeo, La Habana y toda Cuba no lo tuvieran ya como una leyenda viva) se reproducen estos artículos que intentan llenar en pocas líneas la vida de este gigante y humilde cubano. Bello todo; a Eusebio Leal jamás lo olvidaremos.

  • Isabel Martínez Brito dijo:

    Se me ocurre plantear este aspecto al Presidente de Cuba Miguel Díaz Canel Bermúdez, por qué no guardamos las cenizas del Historiador de la Ciudad de La Habana en el propio Capitolio de La Habana. ¿Quien lo ciuidaria mejor que el?. Quisiera escribirle por twiter pero trate y no pude hacer mi cuenta. Por fa, quisiera al menos saber que alguien vio mi correpo!! Gracias

    • Andrey dijo:

      Isabel; primero que todo hay que respetar el deseo de Eusebio Leal, es él quien seguro dejó muy claro dónde descansarían sus restos mortales.

  • Soto dijo:

    Excelente artículo fue un valientes un revolucionario colmado de grandes sentimientos de amor fue grande porque fue sencillo y leal te recordaremos siempre y cuntinuaremos avanzando .

  • DMM dijo:

    Excelente artículo,muy elocuente y certero,es de esperarse de alguien que compartió tanto con leal. en paz descanses leal amigo.

  • Carina dijo:

    Gracias Embajador por recordarnos a ese Eusebio entrañablemente humano.
    Personalmente, atesoro gratos recuerdos de las visitas de Eusebio a Roma. Fue un privilegio oirle contar las historias de cada sitio de la ciudad eterna, que conocía mejor que muchos romanos, visitarlo en su austero refugio el hostal de las Brigidinas, escucharlo hablar de los nuevos proyectos, de la Patria amada, de sus discretas misiones diplomáticas... .
    Eusebio Leal, un cubano imprescindible

  • charlitin dijo:

    Un artículo maravilloso Raúl, en él tambien haces honor a tu padre en la forma de expresión, felicidades

  • daylin dijo:

    Bellas palabras de un amigo hacia otro amigo. Eusebio, el hombre, dejo indudablemente una huella en sus amigos. Viva Eusebio!!!!

  • Ciro enrique apa dijo:

    Lamento mucho tu ausencia ,gracias por el
    Resplandor que dejaste en ella.

  • victor eugenio alvarez marco dijo:

    Gracias Raulito. Tu desenfadada prosa pone al amigo Eusebio en su justa dimensión. En 1984 lo tuve en Moscú de mi mano, pensaba yo. Pobre de mi. Sabía todo de esa ciudad. Estaba de invitado de honor al Festival de la Juventud y los Estudiantes. Luego regresamos juntos a la Habana. Haber estado esos días con el fueron para mi una deliciosa multitud de clases magistrales. Descanse en paz. Ya te extrañamos mucho

  • Casandra dijo:

    Excelente texto de lo mejor que he leído sobre Leal, sin divinizarlo

  • Gina dijo:

    Excelente artículo. Honor a quien honor merece. Gracias

  • Mamayí dijo:

    Bellas palabras, sin duda Leal calo hondo en sus amigos, bueno también en nosotros: su pueblo. Su alma vagara en su Habana, nuestra Habana por siempre.

  • Amandy dijo:

    Emotivo relato. Me emocionó mucho. Fiel admiradora de Eusebio leal. Vivirá siempre en cada espacio, en cada rincón de su querida Habana. Cuba te llora.

  • Irene dijo:

    Leal a su ética, Leal a su Patria, Leal a La Habana y sus habaneros. Su espíritu no descansará, caminará siempre por sus calles viendo dónde ser mas útil. Su ejemplo es nuestra guía de amor a La Habana
    Gracias Profesor Raul, su estupendo escrito nos acerca mucho más a nuestro Eusebio. Luz, Paz y Amor para él.

  • Jose antonio brito masson dijo:

    Lejos de su figura y quehacer,pero muy cerca de su obra,siempre he admirado de Eusebio Leal,su dedicacion casi enfermiza a lo que defendió,RESTAURAR la HABANA ,detener el deterioro de esa arquitectura de cerca de 5 siglos y convertirla en bien para sus pobladores y para el mundo...Ojalá que en cada ciudad,pueblo,lugar histórico,este presente esa idea de el...pues como dijera uno de nuestros grandes héroes,el socialismo no está reñido con la belleza y lo que representa el patrimonio,local,regional,territorial,nacional...muuuy interesante y bello ese escrito

  • Alejandro Greenidge Clark dijo:

    PARA EL AMIGO LEAL AL TIEMPO, NUESTRO ENTRAÑABLE RECUERDO
    Eran las 7:30 a.m. de una mañana un tanto menos fría que los últimos días de noviembre de 2006 semanas antes de mi partida a la Bolivia Plurinacional del hermano Evo Morales. El rey Sol apenas se abría paso entre las nubes en esta parte de la Habana Vieja; estamos llegando un grupo de amigos a las instalaciones del Instituto Cubano del Libro, sede de dos prestigiosas editoriales: Letras Cubanas y la Editorial Arte y Literatura, y de otras instalaciones para la promoción del Libro y la lectura, como librerías, así como otros espacios para la venta de artículos utilitarios y de Arte. La vetusta edificación heredó el nombre de su antiguo inquilino, tan distante en el tiempo como la época de la presencia española en Cuba (Palacio del Segundo Cabo, evolucionada hoy a una misión cultural con amplio espectro, debido a la labor de este hombre Leal a La Habana y a la cultura toda).
    En esta zona de añejada como buen vino, es particularmente bella: por un ángulo de la Plaza como antesala del Palacio de los Capitanes Generales, donde el homenaje a Carlos Manuel de Céspedes se hace evidente en una escultura tallada en Mármol en su centro, bordado por un cercado bajo y discreto, guardando una jardinería bien cuidada, el Templete, con su Ceiba gigantesca, que mereció restitución, continúa marcando el tiempo histórico de la capital cada noviembre de su onomástico; contiguo al Palacio, el recordatorio al Ingeniero Albear, constructor de la Cuenca acuífera que lleva su nombre,
    -reconocida como una de las 7 maravillas de la arquitectura habanera. En otro flanco de la Oficina del Historiador de La ciudad, la Biblioteca Rubén Martínez Villena, entre otros centros de importancia histórica y cultural al servicio social de la ciudad, al turismo.
    A esta hora las palomas citadinas levantan vuelo en círculo, se posan en los pretiles de las edificaciones, en los copos del arbolado que circunvala el parque, caminan por los bancos, se agrupan en los adoquines de la zona; acuden sin temores y comen de las manos de los niños, los turistas y los celosos cuidadores del Casco Histórico.
    Casi siempre antes de entrar a nuestro centro laboral de entonces, solíamos sentarnos en uno de sus bancos de mármol blanco-gris a disfrutar de la frescura que entrega el mar cercano que riega al Malecón, y nos llega límpido a nuestros rostros; tomándonos un café negro cubano, sencillamente orquestando planes y organizando, acaso, la nueva jornada.
    Por esos días, y así sería en lo sucesivo, aprendí a valorar mucho mejor nuestro patrimonio arquitectónico, la belleza recuperada de una capital que se venía desmoronando por el abandono acumulado en el mantenimiento de sus instalaciones arquitectónicas, por la falta de recursos económicos y materiales para ello, y otras causas que no vienen al caso ahora. La curiosidad me carcomía el espíritu conminándome a profundizar en el conocimiento de la Historia de La Habana, asimismo, de mi país, precisamente inducido por el programa de televisión donde el Dr. Eusebio Leal Spengler disertaba, comunicaba, hacía conciencia sobre el tesoro patrimonial que poseíamos y apenas mucho de nosotros no valorábamos en toda su magnitud; en una palabra, nos abría los ojos sobre el gran tesoro cultural que debemos conservar y no solo para nosotros, a fin de cuentas. Nos estaba hablando de identidad nacional.
    Una mañana como golpe de suerte para mí, el sábado 25 de noviembre en la víspera de mi cumpleaños, coincidí en las estribaciones de la mínima -Calle de madera que preparaban para una nueva presentación de libros-, exactamente como reloj Suizo: quince minutos antes de la hora 8:00 a.m. coincidí con el Dr. Eusebio, con su particular vestimenta de Caqui gris y el chaleco también gis terciado sobre su hombro; le saludo, y corresponde con su habitual cortesía; pero no me detuvo mi timidez: ___ ¿Dr. No me recuerda?, -se detiene, gira hacia mí con curiosidad, parece memorizar, y se ilumina el rostro. ___Creo recordar a un joven del grupo de muchachos del ISA de tus características junto al Maestro López Nussa, -buen amigo mío-, una vez que visité el Taller de Gráfica de la Catedral. ¿Alejandro?, preguntó, ___Sí, el mismo, solo que un tanto más viejo, -sonríe-, ___ Para nada amigo mío, eres joven todavía mientras el corazón y la mente estén activos y con deseos de vivir y de fundar.
    Ninguna reflexión para entonces pareciera más lapidarias que éstas que me dijo aquella mañana, se apoyó en mi hombro como un hermano mayor y me llenó de preguntas, sobre lo que hacía aquel entonces; del por qué tan temprano por estos lares. Recuerdo que se entusiasmó mucho al conocer que trabajaba como especialista de Diseño Gráfico en la Editorial Arte y Literatura; insistió si me gustaba lo que se venía haciendo en La Habana Vieja, y aconsejó sobre la posibilidad de que los creativos participaran como integrantes del gran equipo multidisciplinario que laboran en la reconstrucción y restauración de La Habana, hasta del sueño con el diplomado en restauración en San Jerónimo. Ese encuentro en primera persona es hasta hoy es uno de mis grandes tesoros que comparto con los amigos de Cuba Debate.
    Sin duda alguna, aparte del disfrute que representó haber escuchado sus disertaciones históricas, la oratoria impecable, el dominio comunicacional que poseía el Dr. Eusebio, dueño de una simpatía, no porque se lo propusiese, sino porque precisamente, y ahí está el rasgo distintivo de los grandes de verdad; su origen humilde y formación cívica heredada de su panteón familiar, le propiciaron un acercamiento al prójimo, como detalle personal. No considero equivocarme al expresar que el Dr. Eusebio Leal hizo honor a su apellido, pues fue leal a sí mismo, a los amigos, a la Historia, a La Habana, a la Patria toda ella, a Martí; a Fidel y la generación del Centenario.
    Donde quiera que estuviera disertando una Conferencia o Clase magistral o se programara una intervención suya en la televisión o en algún que otro evento nacional e internacional, todos los presentes sin distinción, habrían de escucharle con atención, porque la elocuencia nada exagerada como algunos hipercríticos e incapaces intentaron tildarle, se hacía dueño del auditorio, calaba hondo en las conciencias de la gente, lograba enrolar en los caminos de la Historia a muchos jóvenes y no tan jóvenes. Poseedor de una cultura cosmogónica, la capacidad de trabajo, la perseverancia en los propósitos culturales y sociales, su permanente accionar en los Medios en torno al preservo del Patrimonio de la Capital y de todo el país, no se detuvieron jamás, por el contrario, incrementaba las orientaciones y precisaba sobre las posibilidades del resto de las capitales provinciales, que gracias a su interés, han procurado para sus territorios un rescate patrimonial similar al de la capital de todos los cubanos.
    Mi generación tuvo la suerte de vivir el tiempo Leal de Eusebio, de disfrutar su sapiencia, de conspirar con él para lograr nobles propósitos culturales, sociales y allanar junto a su magisterio, el camino a logros esenciales dentro del rescate de preciosos inmuebles, no solo por su probada valía estructural, sino por los valores que poseen en el entorno iberoamericano y caribeño.
    Conocimos la inmensa alegría que provocó en el Líder Histórico de la Revolución cubana, la proclamación por la UNESCO, a La Habana Vieja como Patrimonio de la Humanidad, supimos y vivimos el entusiasmo de ambos, cuando visitantes de diversas partes del mundo transitaban por las calles tachonadas de adoquines de esta recuperada zona. Siempre había algo novedoso, algún detalle que mostrar, que al propio tiempo dictaban al resto del mundo nuestra encomiable tarea, muy a pesar del ignominioso bloqueo, -embargo-, para otros que quieren barnizar el hecho-; a fin de cuentas: -la guerra económica jamás conocida-. Esa es una realidad que pende sobre nosotros hace más de seis décadas. Por esa razón es doblemente merecedor el reconocimiento del máximo órgano cultural de la ONU, por ello muchos especialistas de los gobiernos mundiales que trabajaban similares proyectos, venían al encuentro de nuestro historiador o era invitado a disertar sobre estos temas en sus respectivas universidades o centros patrimoniales.
    El Dr. Eusebio Leal recibió importantes reconocimientos nacionales e internacionales por su titánico esfuerzo, sus aportes, su sistematicidad en la enseñanza. Pero para él no había reconocimiento mayor que el del Líder histórico y su generación; su pueblo, sus hermanos católicos, su barrio. El respeto que concitó a lo largo de su vida, lo erigió a base de estudios, desde el autodidactismo que él mismo confesara, hasta el sumun del conocimiento y la investigación posibles en un hombre que ya entrado en años de andar La Habana, de derribar muros indolentes, arcaicas paredes de las incomprensiones, las carcomidas barreras de la ignorancia social que deambulaban entonces en algunos atestados sitios sociales de los barrios de intramuros; del luchar contra las carencias económicas sin detener las tareas reconstructivas. No solo de esta importante zona, sino, de algunos otros lugares emblemáticos de la capital, y todo ello con absoluto apego a la historia de nuestra urbe. Al Dr. Eusebio hay que reconocerle la acertada asesoría, claro está, junto a todos los especialistas (Ingenieros, magníficos arquitectos cubanos, proyectistas, fotógrafos, y un etcétera muy extenso), en fin el gran equipo multidisciplinario que se nuclearon junto a él, la efectiva mixtura de lo antiguo con la modernidad más deslumbrante, otorgándole cada vez un rostro más contemporáneo a La Habana, para el disfrute de las actuales y futuras generaciones.
    El permanente llamado que siempre hiso a toda Cuba, fue el respeto a nuestros orígenes, a los logros alcanzados, a preservar la memoria histórica, (porque un pueblo sin memoria no existirá jamás, se despersonaliza, y lo convierte en masa salvaje y amorfa),
    -solía decir-. Nada, ninguna tarea puede hacerse sin sentir el amor, el disfrute por lo que se hace para todo un colectivo social, por ello su perenne preocupación por la vinculación de los pobladores habitantes de estos sitios con lo nuevo que se le entregaba. Así, vemos por ejemplo, la puesta en marcha de un Hogar Materno, de una institución para niños sin amparo filial; centros para niños con problemas físicos; donde sus propios padres se convertían en miembros del equipo de atención en estos centros. ¿Acaso hay tarea más noble? Los museos de todo tipo colocados estos últimos en los programas estivales que se enriquecían cada año con nuevos y educativos itinerarios, engrosando al mismo tiempo, la extensa oferta del Turismo Cultural como modalidad efectiva que ostenta el Ministerio del Turismo de Cuba.
    Por solo citar un último ejemplo en este cuasi homenaje que pretendo, les comento grosso modo, sobre una conversación con los estudiantes de la UCI en 2011, acompañado por nuestra estimada Magda Ressik, dirigentes de la UJC y la FEU de esa prestigiosa Universidad. Fue una especie de Memorias personales a modo de autobiografía comentada sobre su vida, de cómo había llegado a donde estaba, a lo que la vida le había puesto delante. Asimismo, y nada menos que como sustituto del Historiador de La Habana: Emilio Roig. Y de cómo los jóvenes tenían que tomar partido para continuar la obra.
    Considero que no podía ser otro historiador (y tenemos excelentes especialistas), pero afirmo que sus dotes de oratoria no tuvieron ni aún tienen paralelos conocidos, solo superado por la de Fidel. En aquella excelente ocasión dialogó con libertad como siempre, dio consejos, bromeó como buen cubano que fue, imprimió optimismo, también como siempre hiso y lo caracterizaba cualquier encuentro que contara con su presencia.
    Disfrutamos la muy oportuna y exquisita entrevista realizada por Randy Alonso en octubre de 2019, al Dr. Eusebio Leal Spengler, en el aniversario 20 de la necesaria Mesa Redonda y a casi un mes de los 500 de la Capital de todos los cubanos. Era a mi juicio una despedida de altura, una clase de historia que debemos volver a ver.
    Nos sobreviene un golpe demoledor casi siempre, a los que amamos con intensidad lo hermoso de la entrega de seres humanos como él, pues lo creíamos eterno. Pero se nos fue en un tiempo difícil, cuando tanta falta nos seguiría haciendo.
    Ahora lo que toca a cada uno de nosotros en nuestro radio de acción, es preservar lo ya hecho, alertar, educar a las nuevas generaciones sobre lo importante de salvar la Cultura, como nos dijera tantas veces nuestro Líder Histórico. La sabiduría de los pueblos, está en la defensa y preservo de su cultura, su independencia depende del valor de sus hijos de no corromperla con depredaciones mentales ni caprichos añadidos. El mejor homenaje que podemos brindarle, quizás en cada aniversario por venir, es reprogramar todas sus intervenciones en los Medios, sus conferencias; editar libros con ello, y al propio tiempo concebir audiovisuales en DVD para que cada familia de La Habana y del país tenga un medio educativo muy completo sobre -de dónde venimos, quienes somos, y a donde vamos, al mismo tiempo, eso representaría un aporte importante junto a las Reflexiones de Fidel, para nuestros centros educacionales de todos los niveles, eso no mella en nada otras acciones, por el contrario, complementa las nuevas directrices de nuestro Sistema Educacional, y aporta a la UNESCO, nuestra modesta experiencia nada desdeñable.
    Gracia Dr. Eusebio Leal Spengler, por la enseñanza que nos diste, (por atender sin medir tiempo mis preocupaciones personales siempre que solicité su asesoría sobre algunos proyectos donde participaba), tal es el caso del Sistema de Vallas panorámicas cercano al entorno urbanístico del Casco Histórico y otros nodos de La Habana cuando trabajábamos como Director Artístico de la Editora Política, y nos enrolamos entonces en el Proyecto de la UJC y la Brigada Hermanos Saiz en (Arte en la Carretera) –con poca duración en el tiempo-. Recibimos por aquellos movidos años 80, una clase de historia de la comunicación y la señalética para entornos históricos como el de La Habana Vieja, en otras capitales del mundo, y nos mostró incunables con algunos ejemplos de siglos atrás: Eso no se olvida, porque a pesar de su agenda siempre ocupada, y no sé ahora mismo, cómo dominaba el tiempo exacto para atender con accesibilidad absoluta, hasta a los niños camino a sus escuelas lo abordaban para saludarle, le regalaban rosas. Pro él intercambiaba con cariño con ellos y sus padres.
    Estoy convencido que seremos veladores de ese legado; así como desearía en mis fueros internos, que el próximo sucesor, trasmita los valores, sus amores con la humildad y entrega Patria como él supo enseñarnos.
    ¡Hasta Siempre! Eusebio, para suerte nuestra, tendremos oportunidad de visitarte en tu Capitolio, como talismán Leal de nuestro tiempo.

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Raúl Roa Kourí

Raúl Roa Kourí

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