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Martí, su único disparo

Por: María Camila Maury Vázquez
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Martí dedica el libro a Adelaida Baralt, quien se lo encargó para publicarlo en El Latino Americano, de Nueva York Foto: Ministerio de Cultura de la República de Cuba

En el umbral de una casa de campo, una joven le dispara a otra. Quien comienza a leer Amistad funesta nunca hubiera imaginado que José Martí pudiera dar a su única novela un final como este, en que todo cambia rumbo al último párrafo, luego de tres capítulos discursando sobre la naturaleza y el amor.

Martí relata las simplezas y encarnaciones de la relación entre siete amigos, jóvenes todos, en la edad en que cualquier experiencia puede ser “la primera vez”. Por eso, insiste en su decisión de discriminar a los personajes adultos, y los usa solo como una necesidad para conducir la historia.

De los protagónicos no describe las cualidades físicas, dadas en sus rasgos faciales, la estatura o el color de su piel y sus ojos, sino que lo hace a través del parecido con las flores y sobre todo dando indicios de la actitud, carácter y pensamientos que estos adoptan.

Uno de sus personajes femeninos, Sol del Valle, es depositaria de toda la hermosura y de muchos modos el escritor hace entender que es algo perceptible a la vista. Sin embargo, nunca explica en que se basa la belleza, solo da indicios de que esa virtud no es conocida por quien la porta y la inocencia la hace más hermosa.

“La bondad es la flor de la fuerza” así dicta la descripción de Juan Jerez, el joven abogado, a quien El Maestro parece atribuirle sus propios pensamientos sobre la justicia y la mujer, pues tenía el muchacho “un amantísimo corazón, que sobre todo desamparo vaciaba su piedad inagotable” y ponía su empeño “en los esfuerzos estériles de una minoría viciada por crear pueblos sanos y fecundos”.

Sin embargo, el personaje que biográficamente se asemeja el autor es “Manuelillo” que vivía con cinco hermanas y un padre muy recto. Él escribía como un periodista “con vuelos suyos propios, y empezó a enderezar a los gobernantes que no dirigen honradamente a sus pueblos”, por esto fue apresado, al asumir toda la culpa de las acciones escolares y luego mandado fuera de su tierra a estudiar derecho. Al final murió por la nostalgia y recordaba solamente una palma en las llanuras de su patria.

Del mismo modo, la flora sirve para describir el entorno del país hispanoamericano, cuando resume, a través de ella, la historia de la colonización y cómo de entre los nativos surgió luego la cultura de los pueblos.

Lindo es el bosquecito que domina por el Este de la ciudad, donde a brazo partido lucharon antaño, (…), el jefe de los indios y el jefe de los castellanos (…) Uno como bosque de nuestras tierras, con nuestras propias y grandes flores y nuestros árboles frutales, dispuestos con tal arte que están allí con gracia y abandono, (…), antes bien, parece que todo aquello floreció allí de suyo y con libre albedrío, de modo que allí el alma se goza y se comunica sin temor (…)

La sociedad en que crecieron los siete amigos de Lucía Jerez, nombre con el que la novela “salió al mundo”, es el modelo de lo que en Latinoamérica sucedía para 1885, cuando Martí rematara este encargo literario para El Latino Americano, de Nueva York. A través de esta obra en prosa, el poeta se valida como precursor del Modernismo.

Portada de edición guatemalteca Foto: Sociedad Cultural José Martí.

Participan las más altas familias del lugar con sus viajes por Europa y su imitar de las costumbres del Norte y el Este, sus escuelas de jovencitas que no puede pagar la gente pobre, las fiestas de mármol con tapete rojo y la necesidad de un esposo respetable para que una mujer bonita no derroche su vida.

También, están los distintos tipos de hombres, que sirven al gobierno para lucrar su vida, los militares respetables por las armas, los mártires y los estudiantes universitarios que tienen en sus cabezas el progreso. Y hacia el final, salen de los montes los indígenas con sus reclamos por la tierra en que nacieron y la conservación de sus costumbres. No deja a nadie fuera, Martí.

Al final del proemio, el Apóstol resume su propósito: (…) “En la novela había de haber mucho amor, alguna muerte; muchas muchachas, ninguna pasión pecaminosa; y nada que no fuese del mayor agrado de los padres de familia y de los señores sacerdotes y había de ser hispanoamericano” (…)

Y así lo cumplió: el amor es el causante de todo acontecimiento en la obra. Aparece en su forma primaria cuando viene de una madre intentando preservar a su hija de que la tengan otros. Se presenta como ausente en un personaje fugaz que, al darse cuenta de que no sentía por su prometida, fue a buscar dónde amar, en el arte y en los paisajes americanos.

En el núcleo de los amigos se recrea el amor a manera de compasión por Ana, la joven enferma. Ella, sin embargo, experimenta el amor a la vida, el tener la muerte acortándole su tiempo y haciéndola ambicionar el disfrute de cada momento. Está también, el amor entre las muchachas que las hace aconsejarse y entre los hombres, como la complicidad masculina.

Unas cuantas líneas se dedican a la envidia y a la explicación de cómo esta, lucha en el alma de los hombres cuando admiran a alguien, pero lo odian por carecer esas cualidades que aprecian (…) “Y mientras más inteligencia tengan para comprender su importancia, más la abominan, y al infeliz que la alberga” (…)

El amor sigue siendo, hasta el final, el motivo. Incluso, cuando se manifiesta en un sentimiento, desatado por la propia envidia: los celos. Así una joven no pudo resistir que la hermosura de su amiga fuera percibida por su amado. Y en el umbral de una casa de campo se escucha el disparo.

Se han publicado 1 comentarios



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  • Aroldo dijo:

    Cabe la posibilidad de que si Martí hubiera sobrevivido a la época colonial hubiera escrito más novelas.

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