A coger olas
Martha lleva 57 años viviendo a 20 metros del mar. Habla de la inundación como una vieja amiga que viene a visitarla de vez en cuando. No se sobresalta ni llora. Dice que al menos, esta vez, no le llevó la casa. Que dos veces anteriores se encontró solamente el piso y el techo. Desde temprano puso a secar el refrigerador bajo el duro sol de Santa Fe. Sigue en sus trajines. Nos desea buen día.
En las calles hay grandes montañas de basura: escombros, restos de palmas y pinos, cables. La gente va y viene con las carretillas, poniendo en orden las cosas y las casas.
Bernardo tiene siete-nueve años, como él mismo dijo. Está paleando piedras frente a su casa. Dice que en la zona “hubo cooperación con todos los organismos, todo el mundo estaba advertido y preparado.”
“A mucha gente la albergaron. Algunos se albergaron porque son familias grandes y otros en casa de los vecinos. Yo me quedé en el edificio de enfrente, en casa de Eduardo Enrique Rodríguez Rodríguez, militante del Partido.
La policía trabajó muy bien. Impidió el paso de personas por la calle, porque la gente viene a ver el mar y a comer basura. Y cuando hay un accidente… un muerto más. Entonces la policía trancó eso. No permitió a nadie en la casa, todo el mundo tuvo que salir. La secretaria del Partido del municipio vino, también hablando con la gente, diciendo que había que evacuarse. Vino la delegada.
Yo soy presidente del CDR y estuve muy de acuerdo con todo. Así que no hubo desgracias personales alguna aquí, por lo menos. Te digo porque hay gente que aprovecha la situación para meterse en las casas que están abandonadas para tratar de coger lo que les dé la gana. Aquí no hubo eso. Así que hay que felicitar a todos.”
Bernardo dejó su muleta en la acera antes de empezar la faena de la recogida.
“Pero hay que trabajar – me dice- porque el trabajo desarrolla la conciencia y enaltece al hombre. ¿Verdad o mentira?”
Llegamos al final de los bajos de Santa Ana. Nos paramos en los “diente-perro” y vemos a una madre con su hija: jugando, pescando, disfrutando de una mañana de septiembre sin rastros del desastre.
Al regreso lo vi, agachado frente a un charco, con un haragán en la mano. Darwin pasó el ciclón en casa de su tía y me dijo que lo que más miedo le dio fue ver las tejas moviéndose en la casa.
Mientras conversamos, juega a coger un pez globo pequeñito, de 2 o 3 cm. Le gusta ver como se infla para luego echarlo al agua. Mañana empieza de nuevo las clases.
Santa Fe es un pueblo de mar; tiene la memoria curtida de salitre. La palabra Irma ya no se pronuncia.
Desde la distancia una madre grita: “Yunior, ¿a dónde tú vas?”
– ¡A coger olas!
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FELICIDADES PARA LAS DOS PUES HACEN UN TRABAJO MARAVILLOSO, QUE SIGAN COSECHANDO ÉXITOS EN TAN LINDA Y HUMANA LABOR QUE TIENEN, SIGAN HACIENDO ESTOS BONITOS REPORTAJES QUE TANTO NOS CONSUELA DESPUÉS DE UN HURACÁN FATÍDICO. SALUDOS.