Imprimir
Inicio »Opinión, Cultura  »

Estar en el mundo

| 3 |

Foto: Abel Rojas.

«Yo vengo de todas partes», decía José Martí en un célebre poema. La imagen suscita una reflexión sobre el complejo proceso de construcción de la identidad nacional. Los habitantes originarios habían remontado las islas del Caribe. Víctimas de la violencia de los colonizadores, no fueron exterminados del todo. El arribo de los españoles mantuvo un flujo continuo. A lo largo de un breve transcurso de algo más de dos siglos, los pobladores del país fueron llegando, en oleadas sucesivas, de distintos lugares. Con la brutal introducción de la mano de obra esclava llegó también el componente africano de nuestra cultura. Sujetos a contratos leoninos, se añadieron los culíes procedentes de China. Vinieron después los antillanos, mayoritariamente de Haití y Jamaica. Las políticas de blanqueamiento abrieron el acceso a nuevos inmigrantes. Hubo grupos minoritarios de libaneses, judíos y europeos. Todos contribuyeron en algún grado a enriquecer el cauce de la nación.

El archipiélago que habitamos posee costas irregulares, abiertas a puertos y hermosas bahías. Por esa vía, eludiendo los controles impuestos por la península española, entró el contrabando de bienes y de ideas. El independentismo se nutrió del pensamiento de la Revolución Francesa y de las noticias acerca del movimiento emancipador de la América Latina, así como de las sublevaciones ocurridas en la vecina Haití. De esa manera, pudo quebrarse también el dogmatismo dominante en la filosofía.

Afincado en nuestra realidad concreta, en ese saber de dónde venimos, Martí extendió su mirada hacia el ancho horizonte del mundo, tal y como lo afirmaba en el poema antes citado. La universalidad de su perspectiva le permitió descifrar las claves del presente y percibir los anuncios ominosos del futuro. Sobre esa base diseñó la estrategia de la Guerra necesaria, en el intento, malogrado con su temprana muerte, de fundar una república «con todos y para el bien de todos». De acuerdo con similar pauta, Fidel nunca dejó de tomar el pulso al contrapunteo entre el aquí y el allá y de advertir las señales de futuridad en la marcha cotidiana del acontecer.

La literatura fijó las imágenes iniciales de nuestra identidad, asentadas en la reivindicación apremiante de la independencia del país. El poeta José María Heredia opuso las bellezas del mundo natural a los horrores del mundo moral.  Fue el primero en decir «nosotros, los latinoamericanos».

La influencia del romanticismo favoreció la revelación de las cualidades del paisaje propio. Con Cecilia Valdés, Cirilo Villaverde profundizó el análisis de nuestra realidad social. Personalidades prominentes del modernismo, Martí y Casal integraron un movimiento que, por primera vez, proyectaría con voz propia la visión de nuestra América hacia el mundo.  No faltaría mucho tiempo para que, en el primer tercio del siglo XX, la apropiación creativa de la renovación vanguardista europea contribuyera a reafirmar, a escala continental, el rescate de nuestras esencias, de nuestros rasgos comunes. En diálogo que trascendió fronteras, se reconocieron las obras del chileno Neruda, del peruano César Vallejo y de los cubanos Nicolás Guillén y Alejo Carpentier.

Martí comprendió que la patria se había ido forjando en los campamentos mambises donde se juntaron, en el combate y en la suma precariedad compartida, los patricios ilustrados, al modo de Céspedes y Agramonte, con las capas populares y los esclavos recién liberados. Advirtió también la importancia de incorporar en términos de tradición viviente el legado espiritual transmitido por la creación artístico-literaria. Desde Nueva York, inmerso en su intensa brega revolucionaria, encontró tiempo para seguir el paso de la obra cultural en Cuba y el mundo. Lo hizo con perspectiva inclusiva y, a la vez, crítica. Exaltó a Heredia, sin acallar los altibajos de su proyección poética. Reverente y perspicaz, se inclinó ante la temprana muerte de Julián del Casal, de quien hubieran podido separarlo, sin embargo, tantas diferencias.

La representación artística de nuestra identidad no puede ser reduccionista y limitarse, como sucede con frecuencia, a contadas manifestaciones de la música popular.

La raigambre de un devenir histórico, resultado de un prolongado proceso de construcción, se revela en el amplio espectro de lo popular y lo culto, en el trabajo de los artistas visuales, en el universo de la escena y en el maridaje entre poesía y pensamiento, característico de una literatura que supo captar, además, el ritmo y la sonoridad de nuestro idioma, sin caer en concesiones a un vulgarizante populismo.

Corresponde a los medios de comunicación social, al sistema de educación y a las instituciones culturales mantener vivo ese legado para las actuales y futuras generaciones. No basta con citar a Martí. Hay que entrar en el tumulto de su prosa apasionada y en el secreto de su poesía.

En un planeta empequeñecido e interconectado, cuando la globalización neoliberal aspira a borrar el perfil de las naciones periféricas, estar en el mundo y proyectar la imagen de lo local a escala universal, tanto como reconocer nuestros referentes más cercanos, son necesidades impostergables. Hay que hacerlo respirando el aroma de lo propio, con conciencia crítica y espíritu innovador, desechando todo facilismo mimético.

Al clausurar un debate sobre el feeling en los 70 del pasado siglo, Carpentier demostraba, avalado por su condición de historiador de la música, la capacidad transformadora de lo ajeno, que se manifiesta en el proceso de construcción de nuestra identidad. No estamos ante un ciclo cerrado, ante una foto fija detenida en el tiempo. Abiertos al amplio horizonte del océano, la seguimos edificando, inspirados en las fuentes nutricias de una tradición y una sociedad, ambas complejas y vivientes.

Se han publicado 3 comentarios



Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.

  • HECTOR Y EL HERMANO dijo:

    Magistral profesora, inmensa definición de Carpentier. Brújula para acceder al punto máximo de la cultura a tono con los tiempos que vivimos, y corresponden a cada generación, “abiertos a ese amplio horizonte del océano”, pero ahora ante un nuevo y determinante fenómeno no ajeno a la cultura; el impacto y/o influencia que genera la velocidad con que se producen los cambios en la revolución tecnológica que vivimos. Tiempos de cambios brutales, cortos y muy rápidos. Quizás sin percatarnos profesora hemos pasado cierto punto de inflexión en cuanto a rapidez, un umbral no previsto, de crecimiento exponencial profundamente disruptivo, un reto para la cultura, mucho más al no ser abordado científicamente dentro del sistema educativo.
    Para poner en perspectiva esa velocidad que vivimos en el progreso tecnológico, tengamos en cuenta que desde los primeros utensilios líticos de la edad de piedra a la fundición del primer cobre pasaron tres millones de años, pero en cambio bastaron solo 3.000 años desde la Edad de Hierro para los primeros vuelos espaciales. Hoy asistimos a un caos de cambios en tecnologías, donde todo caduca máximo en dos años. Los tiempos son cada vez más cortos entre los grandes adelantos tecnológicos que definen una época y que afectan determinante el desarrollo cultural de la sociedad. Un proceso que exige también al individuo una revolución cultural en lo interno para estar a la altura de ese momento.
    Al abordar el fenómeno cultural no podemos ignorar empáticamente el proceso de cambios y exigencias que de forma acelerada se producen en ese destinatario del proceso cultural, hijos de su época, sin perder como bien afirma esa relación de “amplio espectro de lo popular y lo culto…………sin caer en concesiones a un vulgarizante populismo”. Un símil entre la cultura y la naturaleza es perfecto al mirar el desarrollo del fenómeno cultural al conceptualizar su abordaje. Lo contrario de lo natural no siempre es artificial. Lo que se opone a lo “natural” o sentido común es solo lo perverso doblemente intencionado, manipulador, no es lo artificial que se crea, que por definición produce el ser humano en la creación cultural, lo antinatural o artificial no tiene que ser necesariamente tampoco banal. La clave para despejar esa duda profesora dentro de lo artificial, lo nuevo o DIFERENTE que se crea, y definir o no como algo banal, está en que esa creación se acople al «camino», al sentido común, dejando que el «camino» despliegue sus virtualidades, lo artificial entonces se hace de un modo natural, porque en un proceso cultural lo verdaderamente importante y enriquecedor está en el proceso, ahí es donde aparece el único arquetipo de lo natural; lo ESPONTANEO.
    Los retos que enfrentara la cultura ante los nuevos escenarios tecnológicos por venir son inmensos, la educación del destinatario es la tabla de salvación. Al concentrarnos más en la preparación del destinatario del fenómeno cultural, eso nos “libera” de “trabas” y “frenos” en lo que debe ser como política una “explosión” cultural. La prioridad debe ser la educación centrada científicamente más en el “camino”, en “el proceso”, como entrenamiento importante que prepara a ese destinatario, para no detenerse en un proceso que es infinito, guiándonos para seguir caminando siempre en el “camino”, en vez de educarlos a que identifiquen metas y supuestamente se detengan al lograr llegar a ellas. En materia de cultura no existen metas, solo hay “camino” por recorrer. La clave en la actual contemporaneidad tecnológica está en preparar mejor a nuestros niños y jóvenes para un largo camino en su desarrollo cultural, uno como “inmenso océano”.
    Por ejemplo, serán enormes y muy superiores los retos que enfrentaran nuestros nietos en el futuro al insertar esa nueva y amigable cultura que exigirá el desarrollo de la robótica en su momento. Una convivencia con una tecnología que ocupará más del 60% de nuestro tiempo de interacción social en lo cotidiano, donde la robótica exigirá creatividad e innovación en las nuevas formas de cultura ante el desarrollo de esa tecnología, generando nuevas exigencias e influencias culturales y espirituales nunca vistas, ricas en espontaneidad e ingenio, posiblemente incomprendidas hoy como todo fenómeno cultural, pero grandiosas y necesarias para la cultura que a futuro disfrutaran muchos niños como mi nieta. En materia de cultura cada generación preservara aquello que la empodera y alimenta su espíritu, pero siempre con la mente abierta a que ese proceso es diferente para cada generación. Hoy nosotros como generación que lidera esta época, conviviendo en esa hermosa diversidad, debemos dar el ejemplo generacional, abriendo espacios y facilitándole los caminos a las nuevas generaciones en su búsqueda e interacción cultural, concentrándonos como nuestra principal responsabilidad con mucha ciencia, en esa herramienta que es la ESCUELA para prepararlos más y mejor para el “camino”. Para que ellos puedan “caminar” por si solos más de lo que hemos logrado nosotros.

  • HECTOR Y EL HERMANO dijo:

    Magistral profesora, inmenso Carpentier, brújula para acceder al punto máximo de la cultura a tono con los tiempos que vivimos, papel que corresponde a cada generación, “abiertos a ese amplio horizonte del océano”, ahora ante un nuevo reto; el impacto que aporta la velocidad con que se producen los cambios en la revolución tecnológica que vivimos. Cambios brutales demasiados rápidos en corto tiempo. Quizás sin percatarnos profesora hemos pasado cierto punto de inflexión en cuanto a rapidez, un umbral no previsto, de crecimiento exponencial profundamente disruptivo, un reto para la cultura.
    Para poner en perspectiva esa velocidad que vivimos en el progreso tecnológico, tengamos en cuenta que desde los primeros utensilios líticos de la edad de piedra a la fundición del primer cobre pasaron tres millones de años, pero en cambio bastaron solo 3.000 años desde la Edad de Hierro para los primeros vuelos espaciales. Hoy asistimos a un caos de cambios en tecnologías, donde todo caduca máximo en dos años. Los tiempos son cada vez más cortos entre los grandes adelantos tecnológicos que definen una época y que afectan determinantemente el desarrollo cultural de la sociedad. Un proceso que exige un individuo en una revolución cultural en lo INTERNA para estar a la altura de esos momentos.
    Al abordar el fenómeno cultural no podemos ignorar empáticamente el proceso de cambios y exigencias que de forma acelerada se producen en ese destinatario del proceso cultural, hijos de su época, sin perder como bien afirma esa relación de “amplio espectro de lo popular y lo culto…………sin caer en concesiones a un vulgarizante populismo”. Un símil entre cultura y naturaleza ayudaría a entender mejor la conceptualización del abordaje del fenómeno cultural contemporáneo. Lo contrario de lo natural en la cultura no siempre es artificial. Lo que se opone a lo “natural” o al sentido común es solo lo perverso doblemente intencionado, manipulador, no es lo artificial que se crea, que por definición produce el ser humano en la creación cultural, lo antinatural o artificial no tiene que ser necesariamente tampoco banal. La clave para “tamizar” en lo artificial, lo nuevo y DIFERENTE que se crea, con lo banal, está en que esa creación se acople al «camino», se inserte dialécticamente en el sentido común, dejando que el «camino» despliegue sus virtualidades, lo artificial creado por el hombre entonces pasa a ser de un modo natural, porque en un proceso cultural lo verdaderamente importante y enriquecedor está en el proceso, ahí es donde aparece el arquetipo de lo natural; lo ESPONTANEO.
    Los retos que enfrentara la cultura ante los nuevos escenarios tecnológicos cada vez más globalizados son inmensos, la educación del destinatario es la tabla de salvación. La prioridad debe estar en una educación centrada en preparar al destinatario para el “camino”, como entrenamiento para un proceso infinito. En cultura la meta es el “camino” por recorrer como un “inmenso océano”.
    Por ejemplo, serán enormes los retos culturales que enfrentaran nuestros nietos en el futuro al convivir en un nuevo estadio de desarrollo tecnológico ante la invasión masiva de la robótica. Una convivencia con una tecnología que ocupará más del 60% de nuestro tiempo de interacción social en lo cotidiano, que nos pondrá frente a nuevos retos éticos que solo pueden ser superados por la cultura. Nuevos retos que exigirán creatividad e innovación y nuevas formas de abordar el fenómeno de cultural, generando nuevas exigencias espirituales nunca vistas, ricas en espontaneidad e ingenio, posiblemente incomprendidas hoy por muchos de nosotros como todo fenómeno cultural, pero grandiosas para la cultura que a futuro disfrutaran muchos niños que hoy transitan por la escuela, como mi nieta. En materia de cultura una de las muchas claves debe estar en la ESCUELA preparando mejor al destinatario del fenómeno cultural. Entrenándolo mejor para que pueda “caminar” por sí solo.

    • Alex dijo:

      Un aplauso para ese comentario que lo resume todito

Se han publicado 3 comentarios



Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.

Graziella Pogolotti

Graziella Pogolotti

Crítica de arte, ensayista e intelectual cubana. Premio Nacional de Literatura (2005). Presidenta del Consejo Asesor del Ministro de Cultura, vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, miembro de la Academia Cubana de la Lengua y presidenta de la Fundación Alejo Carpentier.

Vea también