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Aventuras literarias: el estilo de Pablo

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Una noche de invierno, estudiantil, de esas signadas por el deber de terminar un trabajo de clase de plazo de entrega casi siempre muy próximo, me encontré escribiendo sobre Pablo de la Torriente. Más precisamente sobre una de sus obras; pero él, autor, está tan presente, es un narrador tan poco distante, que bien me sentí apelando directamente a él.

Cuando llegó la medianoche, ya 12 de diciembre,  recordé que ese día había nacido Pablo. Decidí pues que aquello sería un modestísimo homenaje. He aquí, pues, una versión de aquel trabajo de Literatura cubana-vela conmemorativa.

Aventuras literarias y el estilo desconocido de Pablo

Pablo de la Torriente Brau

Pablo de la Torriente Brau

Hay libros de amor, y libros científicos, libros didácticos, de detectives, de vampiros, de guerra... Todos tienden a seguir determinados patrones, determinadas maneras de contar según su “especie”.

De un libro de guerra –motivo de estas líneas– puede pensarse que obedecerá ciertos moldes: vulgarmente hablando, el héroe que responde a un perfil delineado, pocas veces no estereotipado, siempre glorioso, magnánimo, libre de duda y pecado. Los conflictos parecidos y la caracterización de los personajes obedeciendo a dictados bastante típicos.

Pueden ser serios, rigurosos, apologéticos…, marmóreos, impolutos y perfectos como los soldados que brillan en ellos. Es por eso que Aventuras del soldado desconocido cubano (1936) resulta tan singular, al romper estrepitosamente con esto y ofrecer un protagonista, típico cubano corriente, sin ínfulas de soldado heroico o de altruista patriota, devenido soldado desconocido no por un orden superior de los acontecimientos o por la realización de un noble propósito, sino por una modesta secuencia de azares; un personaje lleno de matices, de rasgos que lo humanizan: bebedor, auténtico, desenfadado…, cuya idea de lo extraordinario e incomparable es nada menos que los arrollaos de Santiago.

“Hiliodomiro del Sol, el Habanero, famoso parrandero de Santiago de Cuba, era el auténtico Soldado Desconocido de Arlington”. Pocos protagonistas, pocos relatos, son tan dados a “la jodedera cubana” más descarnada.

El resto de los personajes tiene también un relieve notable. Todos se descubren naturalizados, con pretensiones, insuficiencias, temores. Pueden incluso llegar al ridículo, en permanente caricatura y sarcasmo.

Hiliodomiro es, para colmo, un difunto que se manifiesta bajo las “leyes” de la tradición folklórica afrocubana. Es un espíritu que, mientras no está encarnado y no se encuentra por tanto en el mismo plano de realidad de los vivos, permanece “allá”, en una especie de convivencia con otros muertos, donde se mezclan diferentes tiempos y espacios de la realidad histórica, puesto que coexisten personajes de todos los lugares y todas las épocas. (Alejandro Magno, Aníbal el Cartaginés, Napoleón –“tan parecido a Greta Garbo” –, entre otros).

El narrador como personaje coincide con la persona de Pablo, en transgresión genérica en la ficción. Incluso la manera sincera en que se revela su voz muestra las complejidades de un ser humano real: tiene dudas, necesidades, curiosidades, (algunas tan poco solemnes como si “allá” los occisos tienen relaciones sexuales, inquietud que no se atreve a despejar teniendo el buen tacto de no preguntarle a Hiliodomiro ante el riesgo de herir su virilidad en el caso de una respuesta negativa).

La novela consta de dos grandes bloques: el prólogo y la historia contada. El primero ofrece claves que se desarrollarán en la segunda. El primer narrador conduce la historia, sienta las pautas, hace algunas descripciones, y es una especie de marco que da lugar a las narraciones de HIliodomiro; quien en definitiva aporta los elementos que alimentan el relato.

Hay mucho de crónica y entrevista, muestra de la gran destreza periodística del autor, y de su capacidad de emplear cómodamente estos géneros en la ficción.

Se identifican ciertos estilos discursivos que recuerdan lo que sería tiempo después el realismo mágico; con constantes interpenetraciones entre los planos de lo real y lo fantástico, en un tratamiento del absurdo marcado por la falta de nitidez en la frontera ente lo ordinario y lo extraordinario, dispuestos no como lo mismo sino armónicamente.

Por otro lado, se desacralizan hechos y personajes constantemente: “Soy, luego existo, como dice todavía mi amigo Renato… Descartes, quiero decir, sabes, pero nos tuteamos porque le he caído bien ¡y de vez en cuando le gusta su toque de Bacardí!”; “Aristófanes –que, entre paréntesis, es uno de los hombres más simpáticos que te puedas encontrar–“.

El absurdo está además en determinadas polémicas, como la suscitada entre los “soldados desconocidos” con los “verdaderos héroes”, presentada en definitiva como una insulsa discusión de méritos disputados y demagogia.

Se parodia la historia (más bien la historiografía, esa Historia con mayúscula). Constantemente se apela a la capacidad de sospecha, al cuestionamiento de la pretendida perfección de los que vivieron las grandes contiendas bélicas, a la contemplación de sus potenciales motivos verdaderos, a la vez que se caricaturiza el nacionalismo tal como lo recreaba el discurso oficial de la época. El relato de Hiliodomiro, desde su juicio ridiculizante, va desarticulando el estereotipo del héroe: en un momento de intensidad de patriotismo, de arengas y éxtasis nacionalista, propone nada menos que la entonación de “la gloriosa” Chambelona, presentada simpáticamente como “grito de guerra de los más feroces indios siboneyes, cuyo desayuno consistía en un daiquirí de corazón de español y pólvora de arcabuz”; al contar de los ingleses: “Le cogían el gusto a los uniformes, porque era un “gancho” tremendo con las mujeres”, y cuando revela que en el hospital de campaña de los franceses, en un momento de agresión del enemigo, se descubrió un grupo de falsos heridos que habían estado “matando el tiempo”, y que ante el riesgo de muerte real habían mostrado una perfecta aptitud física para la huida.

Una de las mayores ridiculizaciones del nacionalismo la encarna el personaje del soldado desconocido francés, quien “con tinta china, en los calzoncillos, tenía escrita la Declaración de los Derechos del Hombre”… Y para despeje de cualquier duda en cuanto a la naturaleza de su crítica, sentencia el autor en voz de Hiliodomiro de Sol: “La heroicidad, como casi todos los oficios, está en crisis”.

Aun sin haber sido terminada, esta novela, si breve, es una obra de valor. Una novela que no tuvo final debido, justamente, al final que tuvo su autor: un final heroico, no al uso de la historiografía decadente, sino auténticamente glorioso; no en el espacio de lo ficcionado como Hiliodomiro, sino en un plano ¿tristemente? real. Acaso un día, como su personaje, se anime Pablo a contarle a alguien sus aventuras. Mientras, algo es seguro: ha sido un soldado nunca tan poco desconocido.

Diciembre 12,  2010

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  • Philipa Granger dijo:

    Pablo fue grande en todo, hasta en su sentido del humor que no pierde oportunidad de revelar. Las aventuras del soldado desconocido cubano es un derroche de humor e imaginación.
    Bien merece el Pablo ser recordado, por ser quien fue y por su ingenio sin par.
    Agradezco este artículo dedicado a su recordación.

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Mónica Rivero

Mónica Rivero

La Habana, 1989. Graduada de Periodismo (2012) en la Universidad de La Habana. Twitter: @lamagoch

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