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La Constitución de 1940 en nuestra historia

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Una singular tradición constitucionalista acompaña a los cubanos desde nuestra génesis como pueblo. Apenas seis meses después del inicio de la revolución en 1868 y de la primera guerra por la independencia realizamos nuestra primera Asamblea Constituyente en Guáimaro para acordar el texto que habría de regir diez años en los territorios liberados.

Ya antes, durante tres meses en la República en Armas que tuvo a Bayamo por capital, los patriotas se dieron su propia  institucionalidad con su sistema político y administrativo.

Cuando Antonio Maceo repudió la derrota del Zanjón y continuó la lucha en Baragüa convocó a quienes redactarían allí una nueva Constitución. Durante la última guerra tuvimos dos asambleas que aprobaron sendas Constituciones  en Jimaguayú primero y luego en la Yaya.

Esta última estaba en plena vigencia en casi toda la Isla, ya bajo el control de los mambises. El ordenamiento jurídico y las autoridades e instituciones establecidas por la Yaya fueron aplastados sin contemplaciones por la intervención militar de 1898. Los invasores yanquis ignoraron igualmente la Constitución Autonómica dictada por España el año anterior y que imperaba en los  enclaves que los colonialistas malamente retenían.

En esas condiciones, bajo la ocupación militar, la autoridad extranjera convocó una  Asamblea para supuestamente adoptar la Constitución de una nueva República. Lo primero que hicieron los interventores fue imponer un régimen restrictivo que privaba a la mayoría de los cubanos de su franquicia electoral y la concedía sólo a una minoría escolarizada y con cierta solvencia económica. Para Washington poco importaba el debate para conformar un nuevo estado independiente, sus normas y estructuras; su interés se concentraba en asegurar que dicho estado careciera de efectiva capacidad soberana y fuese sometido a su total dominio. El derecho a intervenir, impuesto bajo amenaza con la Enmienda Platt, la instalación de bases militares en su territorio y la imposición, mediante Tratado de un régimen de subordinación económica perpetua, fueron sus objetivos. Los consiguió pese a la gallarda oposición del patriotismo cubano dentro y fuera de la Convención.

No nacía la República soberana, democrática y solidaria por la que tanto habían luchado varias generaciones cubanas a lo  largo del Siglo XIX. Abortaban la utopía fundadora y la persistente búsqueda de una sociedad basada en el derecho y la auténtica representación y participación ciudadana.

Fue necesario continuar la lucha.

El derrocamiento del régimen machadista en 1933 abrió perspectivas revolucionarias rápidamente frustradas por la intervención imperialista, la traición batistiana y su brutal tiranía. Pese a la división y la confusión entonces reinantes los sectores populares arrancaron al dictador algunas concesiones que alcanzaron tras enconado forcejeo en el que abundaban las pugnas y divergencias entre quienes habían combatido al machadato.

En Estados Unidos, golpeado también por la crisis y la depresión económica, la burguesía liberal, asustada por el auge del movimiento obrero y popular, ensayó acciones reformistas que tuvieron reflejo en su proyección internacional. Formalmente se eliminó la Enmienda Platt y se anunció una política de buena vecindad mientras se alentaba la tendencia a reunir a las fuerzas antifascistas.

En esas circunstancias fue convocada la Asamblea que habría de discutir para Cuba una nueva Constitución. Quienes la redactaron, elegidos en medio de las limitaciones prevalecientes,  reflejarían aproximadamente el confuso, contradictorio, balance de la época.

Machaditas y batistianos; comunistas y combatientes de la Revolución del 30; representantes del latifundio y la burguesía y portavoces del movimiento obrero y el campesinado, debatieron durante meses  los principales problemas del país ante la atenta mirada de la población.

El resultado fue uno de los textos más avanzados entre los promulgados hasta entonces en América. Proscribió el latifundio y promovió la reversión de las tierras a los cubanos; reconoció la función social de la propiedad y la intervención estatal en la economía; el dominio exclusivo de la República sobre el subsuelo y recogió las principales demandas del movimiento sindical;  estableció la creación de importantes instituciones como el Banco Nacional, el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales y el Tribunal de Cuentas.

Estas instituciones sólo comenzaron a funcionar a partir del último gobierno de los tres que existieron bajo la Constitución  antes de que fuera abolida de un manotazo con el golpe de estado de 1952. La ley de Reforma Agraria y otras leyes que hubieran materializado el carácter progresista de la Constitución del 40 nunca fueron aprobadas.

La última tiranía batistiana, instrumento dócil del imperialismo, puso fin a la legalidad, gobernó mediante el terror e  hizo del pillaje y la corrupción normas supremas.

Aunque no dio los frutos que de ella se esperaban y sólo duró doce años, la Constitución del 40 adquirió una significación política que creció después que fuera brutalmente derogada. Se convirtió en centro de la convergencia nacional.  Todas las fuerzas políticas y las organizaciones que se  opusieron al régimen batistiano coincidieron en reclamar su restitución y el pueblo siguió depositando en ella sus esperanzas.

Los años terribles del batistato sentaron las bases de la unión entre los revolucionarios. Lo dijo Fidel en frase memorable, hace medio siglo: "Entonces, el asesinato y el crimen vendrían por igual como fue por igual la lucha revolucionaria, como asesinaron por igual a Mario Fortuny o a José María Pérez, uno auténtico y el otro comunista"

Cuando Fidel visitó en el Hospital poco antes de morir a Doña Regla Socarrás viuda de Prío, "mambisa heroica de nuestras luchas por la independencia, madre de carácter y entereza singular, patriota invariable"Ella se despidió del líder de la Revolución triunfante con estas palabras: "Ya puedo morir tranquila".

Habíamos andado un largo camino. Fue la Revolución de 1959 la que rescató los principios y las aspiraciones de la Constitución de 1940 y los hizo finalmente realidad para desarrollarlos y llevarlos adelante en una nueva etapa de plena emancipación social y verdadera independencia.

En 1976 aprobamos la Constitución socialista que nos ha guiado desde entonces. Ella no fue sólo el producto del trabajo de un grupo de inteligencias brillantes, no la adoptaron unas pocas docenas de representantes en nombre de todos. Nuestra Constitución fue obra de millones, a su redacción concurrió todo el pueblo, en decenas de miles de reuniones a todo lo ancho de nuestra geografía, que le hicieron miles de enmiendas y modificaciones y fue aprobada después por voto libre y secreto por más del 97 por ciento de la población.

Hace medio siglo, cuando restablecimos la Constitución de 1940 con las adaptaciones inevitables en aquel momento de conmoción y tránsito, cuando nuestras viejas mambisas creían que ya podían descansar en paz, el Imperio  decidió hacernos la guerra para restaurar su antiguo dominio.

Desde entonces impuso a Cuba la guerra económica y promovió contra ella la subversión, la violencia y el terrorismo.

Una tras otra, sucesivas Administraciones norteamericanas, con matices secundarios, asumieron siempre que ellas tenían una suerte de potestad divina para determinar el destino de Cuba.

La insolencia imperial desbordó cualquier límite con la Ley Helms Burton cuya hipotética aplicación pondría fin a la independencia nacional y con el Plan Bush que describe al detalle cómo se proponen llevar a la práctica el engendro anexionista.

Nada ha cambiado, en esencia, con el arribo de Barak Obama a la Casa Blanca. La mentada Ley se sigue implementando incluso con mayor celo en muchos aspectos. Posada Carriles, Orlando Bosch y otros terroristas continúan disfrutando de la protección  oficial y Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González  y René González permanecen en injusta y cruel prisión.

Para encarcelar a los asesinos y liberar a los héroes basta una orden del Presidente Obama. Debemos exigírselo hasta que cumpla con su deber. Estados Unidos tiene que cambiar y para ello no bastan los buenos modales y el lenguaje suave. Quienes gobiernan allá necesitan aprender que  no son los dueños del mundo y que Cuba no les pertenece.

Los que pensaron a Cuba, quienes la soñaron cuando apenas era un  ideal, la concibieron siempre como un estado de derecho, fundada en principios y normas jurídicas y morales, que buscara la justicia, la equidad y la solidaridad. La imaginaron como la realización de la utopía democrática que sólo podría existir con la independencia absoluta.

Animados por ese sueño las cubanas y los cubanos, desde que nos descubrimos como tales, hemos andado un largo y escabroso camino. Hemos encarado obstáculos   que otros no conocieron. El peor, el más duro enemigo, el Imperio que ambicionaba devorarnos antes que iniciáramos la marcha. Un Imperio que desde su  origen se nutrió de la fuerza bruta y la violencia, creció atropellando a otros, expandiendo la esclavitud y la servidumbre, pisoteando el derecho ajeno, haciendo mofa de principios y normas. Un Imperio, que al mismo tiempo presa  de un estúpido complejo de superioridad, se cree capaz de decidir la suerte de los demás.

Grande, admirable, ha sido la hazaña de nuestro pueblo. Inmensos son los desafíos que tenemos que afrontar. Hoy es 8 de Octubre. Concluyamos, pues, jurando que todos unidos seguiremos luchando juntos hasta la Victoria Siempre.

Clausura IX Encuentro Nacional de la Sociedad Cubana de Derecho Constitucional y Administrativo en conmemoración del aniversario 70 de la constitución de 1940

Se han publicado 2 comentarios



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  • Julito dijo:

    Me parece muy bien recordar el 70 Aniversario de esa Carta Magna, fruto del consenso de las principales fuerzas políticas de la época y de indudable carácter progresista.

  • Fryda dijo:

    necesito el documento La Constitución Cuba de 1940

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Ricardo Alarcón de Quesada

Ricardo Alarcón de Quesada

Doctor en Filosofía y Letras, escritor y político cubano. Fue Embajador ante la ONU y Canciller de Cuba. Presidió durante 20 años la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba (Parlamento).

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