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La emigración cubana: Miradas

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Si bien es cierto que los cubanos que emigran a Estados Unidos disfrutan del privilegio de ser acogidos sin reparos y automáticamente se les concede la residencia y pueden optar por la ciudadanía, también lo es que no pueden reinstalarse en su país. La desmesura de uno y otro tratamiento no obedece a afectos norteamericanos hacía los nativos de la Isla ni al deseo de las autoridades cubanas de sancionar a sus nacionales, sino a la naturaleza y la opulencia de un conflicto que impone su propia dinámica.

A pesar de ser el área más tirante en el diferendo bilateral, la más delicada y la que involucra a más personas, el conflicto migratorio es el único asunto respecto al cual, en varias ocasiones los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos han negociado y suscrito acuerdos y, a pesar de que muchos emigrados han participado en acciones violentas, actos terroristas y sabotajes, solidarizándose con el bloqueo y la agresión, el gobierno cubano ha aprovechado cuanta oportunidad se ha presentado para avanzar en la normalización de las relaciones entre ellos y sus familiares.

El modo como el gobierno cubano, especialmente Fidel Castro, condujo durante los preparativos y el desarrollo de los Diálogos de 1978 y en el curso de la Conferencia La Nación y la Emigración en 1994, evidencian la correcta percepción de que aunque vivan en el extranjero, para Cuba, la emigración es un asunto de política interna.

Por esa correcta percepción, cuando en medio del intenso enfrentamiento entre la Revolución Cubana y el imperialismo norteamericano, en el seno de la colonia cubana radicada en Miami aparecieron apenas unas decenas de personas políticamente aisladas, hostigadas y económicamente débiles que, exponiendo su seguridad desafiaron a la contrarrevolución y a la política del gobierno de los Estados Unidos y promovieron el diálogo, Cuba no dejó pasar la oportunidad.

En 1978, bajo el auspicio de Fidel Castro, que personalmente realizó la mayor parte del trabajo, incluyendo la labor de esclarecimiento a la sociedad cubana, se efectuaron los Diálogos de 1978 donde se registraron los mayores avances logrados en materia de relaciones con la emigración, incluyendo todas las facilidades que Cuba podía ofrecer para la realización de viajes y visitas de los emigrados al país, el restablecimiento de los contactos, la reconciliación y eventualmente, la reunificación familiar.

Alcanzada aquella cota, como era de esperar, las relaciones fueron bienvenidas por las instituciones cubanas y rebasando el ámbito estrictamente familiar se extendieron horizontalmente a otros tipos de contactos e intercambios: culturales, académicos, religiosos, científicos, profesionales e incluso políticos.

Mientras aquellos magníficos encuentros ocurrían, Estados Unidos no cejaban en el empeño por manipular la emigración, usarla contra la Revolución contra la cual fraguaban los más criminales planes. No obstante con valor, fe y constancia a toda prueba, los emigrados y sus familiares, con el beneplácito de las autoridades cubanas, continuaban profundizando sus contactos en lo que perecía una consistente marcha hacía la normalización.

En los años ochenta, la llegada al poder de las administraciones conservadoras de Reagan y los Bush, que coincidieron con la crisis del socialismo y la desaparición de la Unión Soviética, plantearon escenarios completamente nuevos y más difíciles, tanto para la Nación como para la emigración. De eso les cuento.

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Jorge Gómez Barata

Jorge Gómez Barata

Periodista cubano, especializado en temas de política internacional.

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