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Sin respuesta para Cherice

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  Orlando Oramas  

Las bajas mortales de Estados Unidos en Iraq entraron en la cota de los 600 sin que se avizore el desenlace de una guerra cada vez más sangrienta, cuyo final depende de la movilización del pueblo norteamericano sometido hoy a una política de amedrentamiento.

Resulta significativo que la mayoría de esas muertes ocurrieron tras el primero de mayo del 2003, cuando en atuendo de combate, y desde la cubierta de un portaaviones bien protegido, el presidente George W. Bush proclamó el fin de la guerra en Iraq.

Fatal anuncio aquel, tan irreal como el pretexto esgrimido para lanzar la agresión y que a la postre también resultó falso. El régimen de Saddam Hussein no tenía armas de exterminio masivo -como trató de hacer creer Washington-, lo cual hace hoy injustificable la guerra y su secuela de muerte para ambos bandos.

Y lo que es peor. Ahora se sabe que la administración Bush se proponía el derrocamiento de Hussein incluso antes del 11 de septiembre del 2001, y sus objetivos de seguridad estuvieron errados desde mucho antes de esos atentados.

Mientras en la Casa Blanca ponían el ojo en el petróleo iraquí, la red Al Qaeda despertaba sus células durmientes y entrenaba en el propio territorio norteamericano a los pilotos suicidas que estrellaron los aviones contra las Torres Gemelas y el Pentágono.

Toda una historia sórdida que refleja una estrategia equivocada de enfrentamiento al terrorismo, la cual, al apostar por la fuerza, atiza la violancia, los odios y la revancha.

Sólo así se explica la repetición en Faluya de aquellos acontecimientos ocurridos hace más de una década en Somalia cuando pobladores de esa nación africana arrastraron por las calles de Mogadiscio los cuerpos sin vida de militares norteamericanos.

Esas imágenes dantescas estremecieron a la opinión pública estadounidense y determinaron la precipitada salida de las tropas de ocupación del Pentágono.

Ahora tales escenas vuelven a ocurrir en Iraq, aunque censuradas por las grandes cadenas de televisión incapaces de publicar aunque sea una sola de ellas, y se suman a la secuela sangrienta de una guerra injusta, y decidida sin la autorización de las Naciones Unidas.

El portavoz militar del Pentágono en Bagdad calificó de "atroz" tales sucesos, pero el calificativo bien puede ser aplicado a toda una política de agresión que ya ha costado al pueblo iraquí entre ocho mil y más de 10 mil muertes.

"Los iraquíes hoy disfrutan de la libertad". Es un slogan que Bush gusta repetir, aunque las acciones de la resistencia y la propia reacción popular ante esos ataques desmienten las bondades de la ocupación.

La población de ese país árabe no es la única víctima de la agresión. Los estadounidenses sufren también una guerra interna sustentada en la política de amedrentamiento, desinformación, manipulación y control ciudadano.

Los 600 muertos norteamericanos son velados y enterrados en silencio, fuera del lente de las cámaras de televisión, mientras se esconden las listas de mutilados, traumatizados física o mentalmente, los que mueren por actos suicidas o fallecen en hospitales militares a causa de sus heridas.

A falta de datos oficiales, el portal digital AntiWar.com estima en tres mil 439 los heridos de guerra del Pentágono, aunque la cifra puede cambiar en cuestión de horas.

William Winkenwerder, asistente para asuntos sanitarios del Secretario de Defensa, dijo ante el Congreso que hasta el 13 de marzo habían sido evacuados por razones médicas 18 mil cuatro soldados norteamericanos desde Iraq.

El cinco de febrero pasado, ante un panel de la Cámara de Representantes, el propio funcionario situó en 11 mil 200 los repatriados por tales motivos desde los campos de batalla.

Winkenwerder estuvo acompañado en el Capitolio por soldados y esposas de estos, quienes denunciaron mala atención médica, meses de espera para recibir tratamiento u operaciones quirúrgicas, y hasta falta de acceso a servicios que habrían evitado casos de suicidio entre quienes regresaron de Iraq.

Son voces que se levantan junto al incipiente movimiento antibélico que nace entre las tropas y sus familiares, y que estuvo presente en las manifestaciones del 20 de marzo pasado, en el primer aniversario de la agresión, junto a millones de estadounidenses en más de 200 ciudades de la Unión.

Ello no es ajeno al caso del sargento Camilo Mejía, considerado desertor tras negarse a regresar a Iraq, donde, aseveró, tiene lugar una "guerra criminal".

Cherice Johnson, la viuda del infante de marina Michael Vann Johnson, quien murió tras ser alcanzado por un mortero en los primeros días del conflicto, se preguntó recientemente: "¿Cuántas más personas deben morir sólo porque él (Bush) no pueda decir, ´Lo siento, he cometido un terrible error´?".

Ya suman 600 los estadounidenses muertos en Iraq. Sin embargo, la pregunta de Cherice continúa sin respuesta.

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Orlando Oramas León

Orlando Oramas León

Periodista cubano, subdirector del diario Granma.