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Ignacio Agramonte: El héroe enamorado

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Ignacio Agramonte es admirado en todo el país. Foto: Archivo.

Dicen que medía más de seis pies, con ojos pardos y lánguidos, una piel limpia y pálida. Basta imaginarlo en las tertulias de Puerto Príncipe o La Habana, en los salones de baile, en los bufetes, en la manigua. Cualquier escenario es bueno para él. En todos sabe convertirse en centro de la atención, en ejemplo y en virtud. Sin embargo, pocos como el de la madrugada del 26 de mayo de 1869.

Como tantas otras veces libra un combate, pero ahora se trata de una escaramuza para burlar su ímpetu, para contener un impulso que lo reta como la infantería mejor entrenada. Está frente a una puerta de madera, frontera singular entre la felicidad y la incertidumbre que le llegan como un disparo, pero esta vez su enemigo es él mismo. Como delante de una ciudad tomada por sus tropas, quiere empujar la barrera y triunfar.

Ha llegado a todo galope desde el campamento mambí y no puede esperar, pero se contiene. El puño en el machete, las botas calzadas. En los bolsillos, papeles y órdenes militares. Una escarapela blanca, roja y azul le adorna el uniforme. Un destello de luz le recorre la mirada.

Del otro lado del umbral un grupo de mujeres descansa junto a Amalia, reposo vital luego de un parto adelantado. El honor del soldado no le permite entrar en la habitación y él decide esperar toda la madrugada.

Solo cuando Ana Betancourt —la patriota que hace un mes levantó su voz en Guáimaro— abre la puerta, Ignacio Agramonte desborda toda la fuerza que lo llena: “Levántense pronto y salgan, que aquí está un hombre desesperado por abrazar a su mujer y conocer a su hijo”.

***

Estatua al Mayor Ignacio Agramonte. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.

Aun faltan dos años para aquella noche de develo y él todavía no es El Mayor. Hace solo un mes Carlos Manuel de Céspedes llamó a los cubanos a las armas y comenzó una Revolución planificada en sucesivas reuniones entre terratenientes del Oriente y el Camagüey.

Ignacio no pudo estar en Las Clavellinas, el sitio escogido por sus coterráneos para sumarse a la contienda, pero ahora llegó a la reunión de Las Minas para salvar la honra de los suyos.

El terrible Conde de Valmaseda actúa en la región y se acerca a un grupo de hombres indecisos sobre el destino de la Revolución. Les promete acuerdos de paz y pequeñas reformas del poder español con la Isla, y encuentra los mejores oídos en Napoleón Arango, un rico hacendado azucarero. Ambos ya conversaron en Oriente y ahora le servirá de voz en Camagüey.

La reunión empezó tarde en la noche. De un lado, quienes pretendían asesinar la independencia. Del otro, varios patriotas encabezados por Salvador Cisneros Betancourt. Alrededor de ellos, casi 300 personas atentas al debate. Hablan unos y otros, mientras Ignacio escucha en silencio. Por fin le llega su turno y se pone de pie, imponente, preciso, casi con la voz de mando que luego le conocerán sus soldados.

“Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan” —dice como si quisiera zanjar por fin el asunto—. Luego, una convicción que lo acompañará siempre: “Cuba no tiene más camino que conquistar su redención, arrancándosela a España por la fuerza de las armas”.

Es la misma idea que lo impulsa en abril de 1869 mientras participa en la primera Asamblea Constituyente y toma parte en la redacción de la Carta Magna fundacional de la República en Armas.

Formado en un pensamiento liberal que mira siempre a la democracia, aspira allí a una separación entre los poderes civiles y militares que lo enfrenta con el frenesí de Céspedes por impulsar la libertad a través de un mando centralizado. Ambos llevan razón, aunque es inevitable una fricción que los marcará el resto de sus vidas.

“De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud” —dirá luego José Martí en un texto vibrante y hermoso—. Los dos conocen su valor y sobre todo el de la independencia.

En los meses siguientes llega la renuncia de Ignacio por sus discrepancias con el actuar del Gobierno y más tarde otra carta de Carlos Manuel solicitándole que reasuma el mando militar. Son dos hombres que salvan todas las discrepancias por el bien de la Patria.

Esa es la meta de Ignacio: la libertad. Por ella soporta penurias y sacrificios, ausencias y lejanías. Las recuerda todas a finales de 1871, cuando la situación en los campos se endurece todavía más y solo él tiene fuerzas para sostener la moral de sus tropas.

Entonces en algunos crece de nuevo la idea de deponer las armas, de abandonar la lluvia y el fango de los campos, la persecución, el hambre y la muerte por un proyecto que muchos creen fracasado.

“Con qué cuentas —le dicen— para continuar la guerra”. Las expediciones no llegan, su padre ha muerto y su madre está sola lejos de él, tampoco tiene a su Amalia, a veces solo come una guayaba compartida con la escolta, otras divide un boniato para alimentar también a su caballo.

Y en medio de todo, “¿con qué cuentas?” Agramonte se estremece con la pregunta, y como si estuviera al frente de la caballería descarga toda su voluntad de vencer: “¡Con la vergüenza!”

***

La historia de amor entre Ignacio y Amalia es una de las más bellas de la guerra.

Bohío “El Idilio”, 26 de mayo de 1870. Hace exactamente un año Ignacio pasó la madrugada en vela frente a la puerta de la habitación donde Amalia trajo al mundo al primogénito de ambos. Como ahora, aquel día hubo alegría en el lugar. Como entonces, hoy sostiene a su pequeño en brazos. “Parece que cuando uno tiene hijos —ha escrito— ama más la libertad”.

De pronto un aviso: una columna española avanza hacia el lugar. No queda tiempo ya para trasladarlos a todos hacia un lugar seguro. A Ignacio le cambia el rostro, pero no pierde un segundo. “Esto parece una traición” —dice mientras abraza a su familia—. Toma el machete y casi sale a hacerle frente al enemigo. “No te aflijas —le repite—; la esposa de un soldado debe ser valiente”.

Cuando regresa, lo que ve lo espanta. El bohío está saqueado, quemado y vacío. “Corrí al rancho por senderos extraviados —le escribe semanas después a Amalia— y sólo encontré despojos y efectos tuyos entre otros esparcidos: busqué en el monte y sólo encontré la seguridad de que el enemigo me había llevado mis tesoros únicos, mis tesoros adorados: mi adorada compañera y mi hijo. Qué desolación, amor mío. Todos, todos tus tormentos los he saboreado y cómo me atormenta”.

Con el dolor en un puño Ignacio sigue la pista de los soldados españoles y llega, solo y herido en el alma, casi al borde del campamento. Desde lejos divisa a varias familias mambisas, pero no ve a la suya. Siente rabia, ira, y en más de una ocasión pone la mano sobre el revólver, pero sabe que un disparo sería la condena de todos. Vive un dilema tristísimo del que él sabe el final.

Quizás en las mismas tiendas que Agramonte mira con devoción y espanto un oficial le dice a Amalia que envíe una carta a su esposo y lo invite a deponer las armas. Como si cumpliera el pedido de Ignacio antes de la despedida, ella apenas levanta la vista: “General —lo increpa—, primero me cortará usted la mano, antes que yo escribir a mi esposo que sea traidor”. Es su condena definitiva. No se verán nunca más.

Amalia es deportada y viaja a Nueva York. En su vientre lleva una niña, la hija que El Mayor nunca conocerá. A Ignacio le sobrevendrán decenas de sacrificios, incomprensiones, dolores, pero de todos saldrá victorioso y poco a poco se convertirá en ídolo para sus soldados. Una tarde se lanza en un ataque casi suicida y como un rayo rescata al brigadier Julio Sanguily; otra se llena de ternura y enseña a escribir a uno de sus ayudantes más humildes.

Es “un diamante con alma de beso”, como lo nombrara Martí. Arma la mejor y más organizada caballería del ejército mambí, crea talleres en la manigua, gana batallas, y en medio de todo eso escribe con frenesí. Su letra es menuda, inclinada hacia la derecha, ágil. La realidad le deja a Amalia a cientos de kilómetros, pero él se empeña en mantenerla cerca, corpórea. Es el guerrero enamorado.

“Mi pensamiento más constante en medio de tantos afanes es el de tu amor y el de mis hijos —le repite constantemente—. Pensando en ti, bien mío, paso mis horas mejores, y toda mi dicha futura la cifro en volver a tu lado después de libre Cuba. ¡Cuántos sueños de amor y de ventura, Amalia mía! Los únicos días felices de mi vida pasaron rápidamente a tu lado embriagado de tus miradas y tus sonrisas. Hoy no te veo, no te escucho, y sufro con esta ausencia que el deber me impone”.

En el exilio Amalia se suma a la colecta de ayuda para los mambises, pero el clima de Nueva York la afecta. Entonces se traslada a Mérida junto a sus dos hijos. Hasta allá llegan las cartas de El Mayor. “A Ernesto y Herminia háblales con frecuencia de su papá —le pide—, educa y forma sus corazones tiernos a semejanza del tuyo; que cuando encuentre en ellos tu retrato y tu alma mi cariño y mi satisfacción no tendrán límites”. Pero la esposa está inquieta.

Desde Cuba le llegan noticias de las acciones temerarias de su esposo y ella tiembla de miedo. A finales de abril de 1873 le escribe una extensa carta que Ignacio nunca leerá. En una parte la misiva parece una premonición, pero es también un ruego.

“Ah! tú no piensas mucho en tu Amalia, ni en nuestros dos ángeles queridos, cuando tan poco cuidas una vida que me es necesaria, y que debes también tratar de conservar para las dos inocentes criaturas que aún no conocen a su padre”.

La esposa le pide cautela por la familia, por sus hijos y por ella misma, y apela a su fibra más íntima. “Por interés de Cuba debes ser más prudente —le recuerda—, exponer menos un brazo y una inteligencia de que necesita tanto. Por Cuba, Ignacio mío, por ella también te ruego que te cuides más".

***

Ignacio cayó en los potreros de Jimaguayú. Foto: Oficina del Conservador de Camagüey.

Aun no amanece en el campamento mambí y ya hay movimiento entre las tropas del Mayor General Ignacio Agramonte. Un explorador anuncia la presencia de fuerzas españolas muy cerca de allí y él decide entablar combate.

No quiere destruir la fuerte columna enemiga, pero aspira a asestarle un golpe y evitar la persecución que hace días sostiene contra los suyos. Es 11 de mayo de 1873 y los potreros de Jimaguayú aguardan el combate final.

No es la primera vez que Ignacio pelea en esa llanura y confía en su plan. Pretende provocar a la vanguardia ibérica, atraerla hasta el fondo del terreno para luego atacarla. La estrategia que ya le ha dado resultados.

Uno de sus soldados lo describió aquel día como de una “apariencia militar perfecta”. Su piel estaba más oscura por el Sol y los rigores de la vida en el campo, el pelo continuaba negrísimo y fino, el rostro limpio, el bigote corto. Unas finas patillas le flanqueaban el rostro.

Un cambio en el orden combativo español lo trastoca todo. La vanguardia compuesta por la caballería no es la primera que entra en los potreros de Jimaguayú, como la había pensado Agramonte. En su lugar, la infantería choca de lleno con las tropas cubanas y se entabla el combate. Frente a un enemigo que casi lo dobla en número, Ignacio decide la retirada. De nada vale enfrascarse en una batalla enrevesada desde el inicio.

El Mayor se mueve de un lado a otro, imparte órdenes, arenga a los suyos. Y de pronto, sale con pocos hombres a cargar contra los españoles para facilitar la retirada. Terrible momento el de su caída, derribado por una bala contra la sien derecha. Los tiradores están ocultos en un pequeño monte de hierba y él no logra verlos. Cuando su cuerpo toca la llanura de Jimaguayú, ya Agramonte es inmortal. Solo tiene 31 años.

Como sucederá más de dos décadas después en San Pedro, hay desorden y miedo en sus tropas. Luego del combate Henry Reeve ordena recuperar el cuerpo, pero ya es imposible. Antes los españoles han capturado a un hombre con documentos saqueados al cadáver y descubren quién yace en el campo. Sin dilación mandan a traerlo. Cuando lo hacen, algún traidor también le ha asestado dos heridas en el cuello y en la cabeza.

Agramonte es un trofeo. Lo atan sobre el lomo de un caballo y lo tiran en la plaza de San Juan de Dios, en Puerto Príncipe. Quieren mostrar su prenda, vejarlo, pero de una esquina apareció el padre Fray Olallo y levantó al héroe. En camilla lo llevó al hospital, le lavó el rostro, protegió el cuerpo como hizo con tantos otros enfermos de su ciudad. Pero ese hombre sin vida aun causaba temor.

Casi en silencio llegó la orden de quemar su cuerpo y desaparecerlo. Las cenizas las esparcieron al viento; los huesos que las llamas no pudieron destruir descansan en alguna fosa común perdida hasta ahora en el tiempo.

Menos de un año después Céspedes —el otro gran pilar de los primeros años de la Revolución— caerá en San Lorenzo, las brasas también consumieron a una Amalia que vivirá hasta 1918 amando a su Ignacio. La guerra fracasará un lustro después.

Sin embargo, hay algo que el fuego y el miedo no pudieron destruir: la virtud de El Bayardo, el alma del Camagüey, la estirpe de un ser que “era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella”.

Se han publicado 40 comentarios



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  • madamemerle dijo:

    Hermosisimo texto

  • Otto123 dijo:

    Me estremecio el corazon la lectura de este articulo, si la historia que imparten en las escuelas de Cuba se pareciera a este relato lleno de valor, compromiso, VIRTUD, seria las clases mas valoradas. En momentos en que parece que la pérdida de valores en la juventud cubana es inevitable tenemos que remontar estas historias, difundirlas, recordar que no es solo ´´resistir´´, que podemos y debemos aspirar a ser como nuestros heroes y heroinas, que (con todos sus defectos) mostraban una capacidad de sacrificio increible

    • yuninho dijo:

      Muy de acuerdo con su escrito 100%

  • Ney dijo:

    Excelente trabajo periodístico. Me ha encantado.

  • Kil dijo:

    Excelente artículo. Grande entre los grandes Agramonte....muero de ganas por poder ver la película.

  • María de Jesús Sánchez Bouza dijo:

    La historia de Amalia y Ignacio es como la de Romeo y Julieta, unidos más allá de la muerte, pero más bella aún porque es una historia de patriotismo, dignidad, sacrificio sin límites por amor a la patria, fidelidad mutua no sólo a la pareja si no a la patria, que es sagrada. Los admiro profundamente, me conmueve mucho su historia, ni siquiera el mayor pudo conocer a su hija. Su ejemplo perdura para todas las generaciones porque hay hombres que llevan en sí todo el honor que les falta a otros. Espero ansiosa poder ver la película próximamente, que bueno que la hicieron porque es una historia nuestra, de nuestros héroes digna de contar.

  • Naturaleza dijo:

    Que historia admirable, he llorado al leer excelente narración.

  • Javier Bertrán dijo:

    MUY BUENO, MUY BUENO DE VERDAD QUE SI, OJALÁ HAGAN ALGO ASI CON OTROS MÁRTIRES DE LA PATRIA CONOCIDOS Y NO TAN CONOCIDOS

  • camagûeyana dijo:

    La lectura de este articulo me emociono. Comparto con Otto123 su comentario, pienso lo mismo. Trabajo frente al Parque que lleva su nombre, que en el centro está su Estatua. Por lo que lo admiro siempre. Y cuando estoy en dificultades, me digo: con que cuento. Con la "!Verguenza!"

  • @adriancamaguey dijo:

    Por eso, a enemigos y "rayadillos", ni tantico asi. Han cambiado los tiempos, los imperios, pero seguimos con la misma causa !

  • DR dijo:

    Hermoso, me encanto!!! Leer sobre esta inmortal pareja siempre me conmueve y emociona. Gracias.

  • Mamayí dijo:

    Hermoso articulo , tanto se habla sobre el Mayor y siempre es impresionante su figura. Siempre que conozco a alguien de Camagüey digo: de la tierra del Mayor y luego Silvio con su canción lo guardo en nuestros corazones para siempre.

  • Ebir González Cruz dijo:

    Haga un comentario ...Excelente lectura. Gracias miles por este trabajo, así es cómo debe ser contada esta historia. Gloria eterna a nuestros próceres, hombres, amantes, viriles, cubanos, dispuestos a sacrificios por la independencia.

  • Ricardo dijo:

    Bello texto dedicado a uno de nuestros más grandes héroes

  • JavierB dijo:

    Excelente artículo!!
    Extremece la historia patria, en especial la de Agramonte, su gallardía, su vergüenza, su amor a Amalia.

  • Marlen dijo:

    Que bien contada la historia, la he vivido

  • VCL dijo:

    Bello escrito. Gracias

  • Hilda dijo:

    Excelente narración!! Soy de Camagüey, orgullosamente Agramontina!! La educación cubana está necesitada de bellos relatos como este, para educar la nueva generación, en el amor y respeto hacia los grandes Hombres y Mujeres, que hicieron realidad la Revolución!!

  • Ileana García López dijo:

    Excelente artículo; gracias por compartirlo.
    Escrito con sentimiento, arte y pasión. Refleja la esencia de un héroe, pero también de un gran ser humano; padre y esposo amantísimo.

  • Regla dijo:

    Cuba tuvo un Agramonte, hijo del Camaguey que fue a combatir al monte a los soldados del rey, su cuerpo augusto quemaron en Camaguey porque el muerto daba susto a los soldados del rey....., hermoso artículo, tuvimos un héroe incalculable, con valores inigulables y ese amor fue precioso de verdad.

  • Lissette Reyes dijo:

    Me estremecio el leer estas líneas. y muy poco se hable de Agramonte. Bello y puro el amor entre él y su amalia.

  • Capitán Plin dijo:

    El Mayor fue también brillante como organizador de fuerzas, logística y estrategia militar secundado entre otros por un Henry Reeves valeroso. Sus principios libertarios y conocimientos de leyes y amor a la justicia fueron un gran ejemplo y claro estaba de las malas consecuencias del caudillismo, el regionalismo y la dirección autoritaria. Fue una gran pérdida joven para la Revolución naciente.
    Su ejemplaridad moral y familiar es de imitar en estos tiempos. Gloria a éste gran hombre del Camagüey.

  • Gabana dijo:

    Maravilloso artículo, deben enseñar de esta forma la historia. Tan valiente y humano, héroe y hombre. Gracias!

  • eltiguere dijo:

    Hermosa historia de este gran hombre , me conmueve mucho la gallardía en el , es por eso la herencia del cubano real , los jóvenes de hoy deberían estar al corriente de estos hechos con enorme profundidad para que nadie hozara venir a vislumbrar sus inocencias.

  • Krlos dijo:

    Excelente artículo!!

  • LQQD dijo:

    Muy romántico relato. Un patriota grande. Y no llega a más, desde mi punto de vista, por su papel decisivo en la deposición y posterior muerte de Céspedes. Que la historia demostró la razón del Padre de la Patria en su visión del mando de la Revolución y el error de los "demócratas civilistas".
    Cierto, una mancha donde hubo luz, pero fatal. Cómo la del traidor de Lagunas de Varona, un pichón de león que ahora aparece para algunos del tamaño del verdadero, su vecino, el de la estrella en la frente. No hay escasez de héroes en Cuba para tener que maquillar a algunos que históricamente no estuvieron a la altura necesaria.

    • Carlos Manuel dijo:

      Agramonte fue capaz hasta de superar esa mancha que usted le achaca. ¿Nunca ha oído hablar de la ocasión en que el Mayor paró en seco a quienes en su presencia denostaban al Presidente? Pues sí, sepa que Céspedes y Agramonte limaron sus asperezas (aún no he tenido el privilegio de ver la película, pero por el avance oficial, creo que esto que le cuento se ve reflejado). Incluso, al saber de la muerte de Agramonte, Céspedes tuvo la seguridad de su pronta destitución, porque hasta ese instante, la estatura moral y el prestigio de Agramonte habían sido un freno para los cabildeos de la Cámara.

  • Giraldo Mazola dijo:

    Yunier:
    Bello tu artículo.
    Desearía si lo deseas ofrecerte criterios diferentes sobre el combate final del Mayor en el potrero de Jimaguayú. Estoy a tu disposición en el 78368496. Giraldo Mazola

  • Del5 dijo:

    Bello y estremecedor artículo. Felicidades por tan linda redacción.

  • Ernesto Dalmau dijo:

    Gracias por recordarnos en tiempos difíciles que la mayor riqueza y esperanza con que contamos es la vergüenza. Así pensaba el mayor y debemos pensar ahora los cubanos.

  • Keilys M. dijo:

    Exelente trabajo, así se rescata la historia de Cuba y en particular la de este gran patriota, hombre, esposo y padre enamorado. Los cubanos admiramos con asombro cada una de sus azañas. Fidel dijo: Nuestros tanques deben ser como la caballería de Ignacio Agramonte en el rescate de Sanguily. refiriendose a su gran valor, organización y destreza en las acciones combativas.

  • Mily dijo:

    Excelente trabajo, la vida del Mayor me apasiona como digna Camagueyana

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Yunier Javier Sifonte Díaz

Yunier Javier Sifonte Díaz

Graduado de Periodismo en la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en el año 2016. Periodista de Telecubanacán. Colaborador de Cubadebate. En Twitter: @yunier_sifonte

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