Rey Montalvo

Artículos de Rey Montalvo

Cualquier pedacito de oro  »

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¿Qué lees, qué escuchas, qué verdad te acompaña? ¿Quién escribe, quién te habla desde sus frustraciones o esperanzas, quién te vende una realidad que no es la tuya? ¿Dónde encuentras el sueño, la paz, la ira, la tristeza o la decepción? Los periódicos siguen ahí, porque muchos prefieren el olor a tinta fresca, aunque no llegue de madrugada a los puestos o a tu portal como era antes.

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Es cómoda la posición de exigir y fiscalizar desde el sentido común. Vestirse de juez en las luchas contra la injusticia evidente y lo mal hecho es lucrativo al ego, porque siempre hay público para aplaudir al que dice "lo correcto" y seguidores para llorar al mártir de las causas sublimes.

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Esos son los imprescindibles de Brecht, los buenos niños crecidos de Martí, los que conocen el secreto del amor después del amor, los que no saben odiar. Quisiera escribir sus nombres, pero ahí está otra vez la virtud, trabajan sin descanso y tan humildemente entre nosotros, que nunca han podido presentarse.

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Las doce, pero no importa. Tantas veces has llegado a cruzar el medio día sin salir a la calle que ya es costumbre perderse la mañana. Afuera es igual, hay un calor insoportable y cientos de personas aburridas de amanecer en ese fuego que los especialistas llaman verano .Has pensado que tendrían que cambiar los horarios de reproducción de la vida cuando llega junio, que las consultas en los hospitales debieran abrir en la noche, al igual que las escuelas y los centros de trabajo.

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Pequeña serenata nocturna*

En Antofagasta no suena el cañonazo de las 9, ni las luces del Capitolio se ven desde la ventana. En Antofagasta no llueve, apenas las nubes esconden al sol, y la temperatura es lo mismo media que baja; sin embargo, uno siente que pudiera vivir en este invierno, todas las ciudades tienen encantos, todos los países son un nombre cualquiera y a la vez la propia energía de quién se siente parte.

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Leíamos La guerra y la paz sentados en los muros del preuniversitario, nos preguntábamos si era posible el amor en los tiempos del cólera mientras los primeros en la fila apartaban las mejores frituras y a nosotros, siempre los últimos, nos guardaban los ripios. Nos conformábamos con dormir la noche entera sin ninguna interrupción.

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Hombre que conocía el horror, pero no el odio; de carne y hueso como de acero y miel; un rostro acusador sereno ante el cual hacían reverencia los párpados. Sus ojos estaban tristes o cansados, sin embargo, allá en el fondo quedaba esa luz del optimismo, de la certeza de sus manos y sus ideas para llevar el horizonte en la espalda y la lucha en el pecho descamisado.

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Cuando no hay remedio ni receso, ¿cómo luce la esperanza? Despertar con la claridad de la ventana porque alguna incertidumbre no te deja dormir, preparar el café sin mucho polvo, encender la televisión para escuchar las noticias mientras te cepillas los dientes y darte cuenta que el espejo es el retrato de una persona desconocida; todos los días alguien distinto, a veces un poco feliz, otras desencajado, pero siempre más viejo.

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