Las dos vidas de “Siempre la muerte, su paso breve”
El que “habla” en un relato no es el que “escribe”, pero por su culpa, “por su grandísima culpa”, quien escribe hace que hablen todos y transmitan una fe, un conjunto de conocimientos y una serie de comportamientos sociales disponibles en un grupo y en una sociedad.
“Siempre la muerte, su paso breve”, escrita por Reynaldo González Zamora (Ciego de Ávila, 1940), fue publicada hace 45 años. Narrador, ensayista, periodista, Premio Nacional de Literatura, Premio Nacional de Periodismo Cultural y muchas veces Premio de la Crítica, Reynaldo es también el autor de “Al cielo sometidos”, “Miel sobre Hojuelas”; de los ensayos “Contradanzas y latigazos”, “El bello Habano”, “Lezama revisitado”, “Cine cubano, ese ojo que nos ve”, “Llorar es un placer”, “Caignet, el más humano de los autores” y de los testimonios “La fiesta de los tiburones” y “Conversación en Las Terrazas”. En la actualidad dirige la revista literaria “La Siempreviva” y es miembro de la Academia Cubana de la Lengua.
Reynaldo, editor en ejercicio, creó un anómalo suceso editorial hace unos años, gastando una broma a más de uno, con el libro “Caignet, el más humano de los autores”, porque al final no sabemos si estamos leyendo una revista de la década del 30 o del 40 o “hojeando” un documental.
Pero el que escribe y quienes hablan en un relato, recurren a un grupo de operaciones que se institucionalizan al convertirse en reglas de acción y de comportamiento de ciertos individuos que ya viven, a pesar de la historia que se narra, dentro y fuera de la misma; y es ese uno de los valores de “Siempre la muerte, su paso breve”.
Con esa novela Reynaldo González obtuvo en 1968 la primera mención del concurso Casa de las Américas, se publicó ese mismo año; pero le pasó algo al texto al inicio, quisieron mutilarlo; el lenguaje utilizado por el escritor, su riqueza estilística, su estatura y el tiempo la salvaron, le sucedió un poco como al mismísimo Sócrates, fue convincente porque las palabras contenían la fuerza erótica de la seducción.
Para un escritor cubano, “…la indigencia crítica que caracterizó el panorama literario de aquellos años no supo, (o no pudo, para ser indulgentes) … descubrir los excelentes valores de esta novela, que sí fue suficientemente valorada en el extranjero[i]; un suceso, una experimentación al combinar, entre otras cosas, el uso de varias personas en la narración, que pocos lograron, a pesar de que fue para muchos escritores del continente durante la época un intento repetido. Pero es que el libro ve la luz, también, en momentos de una generalizada homofobia literaria –porque las otras siguen existiendo-, y Reynaldo González eligió estar más allá de ambas[ii].
La sufrida primera edición de “Siempre la muerte…”, vio la luz en “pecado”, uno de los personajes, homosexual, que se va del país y el amigo, se debaten en la admiración del héroe y en la atracción física por el “pecador”. La novela contaba sobre “esas cosas” de una forma directa y su camino fue “largo y tortuoso” por eso pagó por años que le faltaran algunos “pedazos”.
La novela resultó un espacio de experimentación, escrita como el ensayo de una novela, en un mundo cerrado y parecido, al mismo tiempo, a una apertura[iii].
“Siempre la muerte,…” profana -para bien-, el uso de las voces narrativas, hace de ellas un concierto, donde por momentos no se sabe quién habla; un polimorfismo o polifonía de narradores que, hablando del héroe y de sus circunstancias, hacen que descubramos un universo extremadamente complejo[iv] y lo logra; quienes “hablan” se desdoblan constantemente, obligando al lector a comprender, para acercarse más en el desgarramiento del que escribe. En la dispersión narrativa hay una unidad que revela al que escribe y que invita al lector a disfrutar de las sorpresas del libro.
El uso de la muerte como artilugio para unir recuerdos de lo vivido, de lo logrado y de lo gozado, de la realidad y de la fábula que se unen en un espacio temporomodal, con humor, el mismo que se gasta el autor, que estructura la unidad del texto en una visión no de discurso, escapando del formalismo por la ventana, con autonomía e independencia.
El autor de “Siempre la muerte…” describe a “Ciego del Ánima”, donde ocurren los hechos, un mundo de costumbres, de cierto primitivismo[v], no exento de fantasmas redramatizados en la retórica del peligro, las convenciones estéticas de la violencia revolucionaria y el claroscuro de la vida social cubana durante los años inmediatamente anteriores al triunfo de la Revolución”[vi].
El tiempo pasa inexorablemente, a veces para bien y otras para mal, a “Siempre la muerte…” le sucedió ser para bien, porque vuelve a ver la luz esta vez en su versión prístina, en la realidad de “el Rubio”, “Silvestre”, “Moisés”, quienes saben que entre vida y muerte hay solo un paso, sutil, sublime, y que cuentan su historia, sin mayúsculas, la que hace de su sumatoria la Historia.
Reynaldo dio vida a una novela en 1968 y la restaura, 32 años después, sin traiciones[vii]. “Siempre la muerte…”, como contó el propio Reynaldo re-nace, “… definitivamente, (como) la novela que quise escribir”.
Una vez Reynaldo me contó que, vagando por la calles de Milán, y buscando una dirección, le preguntó a una señora muy mayor, en el italiano que escuchaba cantado en las óperas algo, que traducido al español hubiera sonado más o menos así: “Vieja Señora me puede decir dónde puedo encontrar esta dirección”, la Señora le soltó un improperio, a lo que Reynaldo, sin inmutarse le respondió, “Señora así no se le habla a un forastero”…. Ese es el Reynaldo burlón, de la muerte que vendrá como parte del usual ciclo de la vida, y de las cosas, a las que les podemos hacer un guiño, esquivando su paso, de vez en cuando, y leyendo.
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