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Al compás del primer domingo (+ Audio y Video)

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Sexto Sentido: Arlety, Melvis, Yudekis y Eline (Foto: Silvio Rodríguez)

Sexto Sentido: Arlety, Melvis, Yudekis y Eline (Foto: Silvio Rodríguez)

Algo especial me trae este domingo de enero. Una especie de susto al borde del espacio en blanco; una conciencia, posiblemente exagerada, de estar acercándonos al final de la primera década de un nuevo siglo que es el primero de un nuevo milenio. Como decía aquel bolero que cantaba Rolando Laserie, son los años que no mienten. Siete décadas y media he vivido entrando y saliendo de una en otra como Pedro por su casa, sin pararme a pensar, como lo estoy haciendo ahora, en los afeites que bien podría haberle colocado al primer domingo del año final en cada una de ellas.

Paso por encima de los pesares y me atengo a la buena nueva que esta década le trajo a ese pedazo del alma más conocido como canción cubana, por el cual me he alegrado sin freno, a la altura de sus primas hermanas, las demás décadas vividas en el siglo pasado, cada vez que he percibido el aroma especial presente en la llegada al mundo de un nuevo rostro vuelto hacia ella y me reconozco en su pestañeo inquieto, en su pisada silenciosa, en su manera temblorosa de abrir el canto propio al oído de los demás.

Algunos de esos deslumbramientos quedaron envueltos para regalo y ni siquiera sus protagonistas conocen el alcance de esa primera impresión que adorna el arbolito imaginario de mi propiedad, intermitente -como casi todos- pero lleno de unas bolas relucientes y también sonoras. A veces las repaso y son como fotos de un álbum que nunca va a estar completo para quien  guarda siempre, como recomendara Mirta Aguirre, un poco de piel dulce / de durazno o de niño / limpia para el saludo.

Escuche "Canción Estudio", de Ñico Rojas, interpretada por Sexto Sentido

Este comienzo de siglo se ha ido volando y, así de súbitas, han resultado las apariciones de múltiples sucesos en nuestra vida musical, todos estremecedores y prometedores de larga vida, tantos que se atropellan, como hubiera dicho Sindo de nuevo si hubiera estado en mi lugar. Me rompo la cabeza y me obligo a quedarme con tan pocos como puedan contarse con los dedos de una mano y comienzo por la aparición del cuarteto vocal femenino que hemos conocido como Sexto sentido, en cuyo disco Mi feeling aparece una versión de Canción Estudio, de Ñico Rojas, verdaderamente fiel al pensamiento del autor; un caso digno de atención por tratarse de una canción de la década de los sesenta, acompañada por un elenco de músicos muy jóvenes, entre quienes figura el pianista Elder Rojas, nieto del compositor. El arte de Sexto sentido al abordar esta canción, se pone de manifiesto, muy especialmente, en la versión a capella registrada en el documental Decir con filin, de la cineasta Rebeca Chávez.

Descemer Bueno

Descemer Bueno

Más o menos en los primeros años de la década, ese poeta y estudioso de nuestra historia musical que es Sigfredo Ariel, me dio a conocer al fenómeno Descemer Bueno en una faceta que bastaría para dejar constancia de su poderosa naturaleza creadora. Se trataba del lanzamiento de esa visión nueva del bolero que el joven músico  ha delineado con un sentido especial, como quien viene  de regreso, y que él tuvo la feliz idea de encomendar a un Fernando Álvarez quien, ya a punto de marcharse de esta vida,  saca a relucir por última vez esa capacidad de convertir lo inédito en bandera, que le caracterizó al inicio de su carrera como solista. Nuevamente, un encuentro entre generaciones de cubanos muy distantes entre sí, en esa cuerda floja de la cual salen airosos el compositor, el intérprete y el bolero mismo, ahora en un nuevo contexto rítmico, entre otros valores formales que invitan al oído y a la mente a no vacilar en salirse de sus casillas.

Me tomo la libertad de resaltar, esta mañana de domingo, aquellas puntadas que fijaron en mi memoria la armazón de toda una década que ya toca a su fin. Sigo esforzándome, a partir de mi percepción personal, en un difícil arqueo que se limite a aquellas impresiones que puedan contarse con los dedos de una mano y, entonces, aparece, "sin desdorar" -como se decía en otros tiempos- Haydée Milanés.

Haydeé Milanés

Haydeé Milanés

Recuerdo que fue a comienzos de uno de estos años recientes cuando  la Casa de las Américas, marcando el paso -como de costumbre-en lo que a música pueda referirse, anunció dos conciertos muy próximos entre sí, donde podría apreciarse, respectivamente, a Descemer en sus  facetas como compositor, instrumentista, vocalista y arreglista, y a Haydée Milanés. Ambos se presentarían en el contexto de Interactivo, esa airosa manera de vivir en la música que nos ha tocado en suerte compartir a lo largo de estos años, de la cual  ha sido alma, cerebro y pasión  Robertico Carcassés (de casta le viene al galgo).

Descemer, pues, y Haydée (a quien ya comenzaba todo el mundo a quitarle el apellido, al igual que había sucedido  a partir de un momento con su padre, Pablito) en sendos conciertos. Para mí todo sería nuevo. Dejaba atrás  la bebé que saboreaba pétalos de flores cuando la dejaban coger el fresco y el solecito en la terraza, cerca del cantero: también a la niña ya crecidita, de ojos muy grandes, que coloreaba dibujos sentada en el piso. Una muchacha menuda, a quien no hubiera reconocido en la calle, vestida con sencillez hasta más no poder, lo mismo se sentaba al piano y se acompañaba una canción propia que avanzaba al micrófono y soltaba todos los secretos de su inapresable cantar, siempre en relación con alguien del grupo, jamás desligada del contexto instrumental, como disparando música y más música por encima de las cabezas, por debajo de los asientos y por entre los pasillos de una Sala Che Guevara colmada de espectadores comprometidos en grande con lo que, de antemano, muchos esperaban.  Un tiempo después, aparecía en el ambiente el disco de Haydée con canciones de Descemer, un verdadero documento donde se registra esa conjunción que, en la medida en que pase el tiempo, verá agrandado su valor.

Leonardo García

Leonardo García

Hablo de los signos vitales de nuestra música que han golpeado mi sensibilidad en lo que va de siglo; me limito a aquellos ejemplos que pueden contarse con los dedos de una mano y, en medio de la efervescencia mayor que haya mostrado la trova a lo largo de medio siglo, saco a relucir a Leonardo García, el trovador villaclareño cuyo lenguaje no cesa de impresionarme desde aquella noche en que, dormida frente al televisor, una voz delgada y una guitarra me despertaban con estas frases: A menudo, besarte detrás del tilo/ me desaparece en el árbol contigo. El cantor del charco / me mira y se pone a cantar / una parte del tango / que no me he aprendido. La historia de mis andanzas en busca de ese autor y su obra, arrojó nobles frutos: muy pronto, sus amigos me hicieron llegar el material suficiente como para reafirmarme en la suposición de haber encontrado a un gran poeta, guitarrista, compositor y sabio cantor de sus propias creaciones. Escucho a Leonardo una y otra vez y respiro hondo porque hay música de la buena en su canción. A veces el ambiente musical se ve asediado por  etiquetas y códigos que incluyen o excluyen, que incorporan o destierran expresiones verbales capaces de crear confusión, que van relegando hasta casi anularla, la noción de que una canción es música, música y letra pero no sólo letra, música, no me canso de recalcarlo. Una canción tiene que decir cosas pero decirlas cantando. Eso es lo difícil: cantando sin parecerse una canción a otra, y no se trata de enrarecer la música sino todo lo contrario. La historia de esta manifestación ha sido larga y hermosa por la entrega de quienes la han ido enarbolando. Una canción no es un revolico de palabras y mucho menos una tendedera sujeta por dos extremos incapaces de diferenciarse entre sus dos puntas para saber cuál es el principio y cuál el fin. Una canción tiene pies y cabeza y ese cuerpo quien lo arma es la música, la buena música en su inefable relación con la palabra.

Escuche "Bailando en la telaraña", de Leonardo García

Este primer domingo, les cuento que, para esperar el año, organicé un concierto en la sala de mi casa donde sonaron los acordes de Sexto sentido para que yo recordara a Ñico Rojas como Dios manda; me acerqué una vez más a esas dos conjunciones de Descemer: Sé feliz, en la voz de Fernando Álvarez, y Tanto amar, cantado por Haydée. Entonces me acerqué a Leonardo y opté por Entre la luna y yo, del disco que me sirvió para formular doce veces seguidas como las doce uvas de mi infancia y juventud -una por cada campanada de la medianoche- mi deseo de que, finalmente podamos verlo aparecer en 2010, puesto a disposición de todos.

Mucho insistí en limitarme a las impresiones que pudieran contarse con los dedos de una mano. Quedaba un puesto libre y yo, aunque me salga de los límites de la canción, decidí soltar una canita al aire y pedir salud para esa gracia que acompaña a Kelvis Ochoa en sus congas y, aunque una amiga muy querida afirme que son tristes, a mí se me abren las ganas de reír y de mirar hacia delante cada vez que pienso en Juana, la que tiene un novio.

Almendares, 3 de enero de 2010

Fernando Alvarez, canta "Sé feliz", de Descemer Bueno

Haydee Milanés canta "Tanto amar"

Kelvis Ochoa canta "La conga de Juana"

Se han publicado 1 comentarios



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  • aira dijo:

    Marta,
    Muchas gracias por tus articulos dominicales!!!! Es un placer leerlos y seguir aprendiendo de nuestra musica.
    Una pregunta, quiza por curiosidad:

    Noi crees que Yusa debiera estar incluida en la lista?

    Saludos Cordiales

    airam

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Marta Valdés

Marta Valdés

La Habana, 1934. Compositora, guitarrista e intérprete de sus obras. En 1955 se inició como compositora con su canción "Palabras". La autora ha basado sus creaciones en géneros como el bolero y la canción dentro del estilo "feeling". Entre los intérpretes de su obra se encuentran Elena Burke, Doris de la Torre, Bola de Nieve, Cheo Feliciano, Reneé Barrios y, más recientemente, prestigiosos artistas suramericanos y españoles que se han sumado a esta lista.

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