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Consignas y conceptos: Una mirada desde la Historia

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Fidel pronuncia discurso en las honras fúnebres de las víctimas de la explosión del barco “La Coubre” donde pronuncia por primera vez la consigna de "Patria o Muerte", el 5 de marzo de 1960. Foto: Alberto Korda/ Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Dos años habían transcurrido del triunfo de la revolución de 1959 cuando el entonces Primer Ministro Fidel Castro pronunció por vez primera la consigna “Patria o Muerte”. Poco antes en los muelles de la bahía habanera un buque francés voló en pedazos, llevándose un centenar de vida, en su mayoría procedentes de sectores y capas pobres de la población. El sabotaje no sería el primero, tampoco el último. El líder de la revolución, quien en el transcurso de la lucha insurreccional suscribió la disyuntiva “libertad o muerte”, en los nuevos escenarios identificó la libertad como principio consustancial al ideal de un Estado soberano.

La disyuntiva no dejaba margen a dudas. El derecho a la vida, en y para la patria, devino orientación autóctona del gobierno revolucionario, presentada como derecho de autodeterminación, es decir, de ruptura de las relaciones convencionales mediadas por la injerencia de los Estados Unidos en la jurisdicción doméstica del Estado cubano, con el beneplácito, en mayor o menor medida expreso, de las esferas de poder en la Isla. En un contexto de revolución donde las presiones económicas y políticas foráneas asumen formas de constreñimiento a la soberanía nacional y no de aceptación voluntaria, otros debían ser los códigos lingüísticos en los que asentar el principio de soberanía nacional: “Desde que el pueblo manda hay que introducir un nuevo estilo”.(1) De tal suerte, los términos antiimperialismo, anticapitalismo, independencia, poder popular, etc., se incorporaron tempranamente al discurso de la revolución a modo de consagración de un vocabulario que legitimaba la condición anticolonial y antiinjerencista de la patria cubana, por la cual debía velarse como supremo deber patriótico.

Estos y otros términos, que rompían con las construcciones discursivas asociadas a las expectativas y voluntades de las elites capitalistas del medio siglo republicano, vendrían acompañados de nuevos modelos de comunicación expresiones del universo conceptual, así como las creencias, prácticas y valores compartidos de quienes lo creaban y empleaban, pero también de quienes los hacían suyos y recreaban desde la aceptación del proceso de cambios. De ahí que Fidel Castro tampoco tardara en asociar la perdurabilidad de la patria con el proceso popular triunfante, tal como lo advirtiera en sus Palabras a los intelectuales: “¿quién pudiera poner en duda ese derecho de un pueblo que ha dicho: PATRIA O MUERTE, es decir, la Revolución o la muerte?”.(2)

La patria se entendía aquí como proyecto colectivo donde el Estado es soberano, y como tal no se subordina en el derecho internacional a otros Estados, al mismo tiempo que dispone de un marco institucional favorable para que el pueblo ejerza sus derechos de autodeterminación. Ahora bien, el hecho de que la patria soberana en sus relaciones exteriores emerja de un proceso de trasformaciones revolucionarias radicales, garante, además, de la soberanía popular, explica la lógica del discurso político por la cual se consagraba también la muerte en defensa de la revolución. Era la “revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes”, y por ella, sentenciaba Fidel, “estamos dispuestos a dar la vida”.

La muerte, por tanto, no resultaba de la naturaleza del proyecto transformador, sino que se asumía como declaración de principios frente a un peligro que atentaba contra la revolución/patria. Como bien advirtiera Fernando Martínez Heredia, en medio de cambios extraordinarios en los patrones de vida cotidiana e igualmente en los códigos de relaciones entre grandes grupos sociales, la revolución se presentaba como una “conquista colectiva” que avizora “una felicidad que también sería fruto de las luchas colectivas”.(3)

Formas de luchas que, al eclosionar y desenvolverse en un sistema socialista, validarían la emergencia de otra consigna: “Socialismo o Muerte”, no por sustitución, sino como complemento. La nueva disyuntiva emergió a finales de la década de 1980, cuando, en escenarios de crisis y desmoronamiento del campo socialista, de incremento de las tensiones del gobierno cubano con la Casa Blanca, víspera de establecerse en el poder la administración republicana de George H. Busch (1989-1993), y de problemas administrativos y económicos internos que amenazaban con profundizarse, Fidel Castro declaró que “Socialismo o Muerte”, tenía la misma connotación política que la tradicional consigna “Patria o Muerte”.(4)

¿Qué significa vivir en la patria y asumir el deber de, en determinadas circunstancias, morir por ella?

El basamento conceptual de las posibles respuestas no surgió con la revolución de 1959. La obligación de morir por la patria alcanzó en el decurso de las gestas independentistas del siglo XIX su mayor concreción, quedando sellado el compromiso entre los abanderados del movimiento iniciado el 10 de octubre de 1868 con el himno del venerable Perucho: “morir por la patria es vivir”. Resurrección posible en tanto devenía resultado del sacrificio de los pobladores/hijos de la patria/madre, para quienes “vivir en cadenas” significaba vivir sumido en la afrenta y el oprobio. De ahí que la consigna “Independencia o Muerte” presidiera el discurso y la documentación del liderazgo independentista, sobre todo en la Guerra de 1895. Esta noción de muerte, José Martí la había concebido como posibilidad, no solo en el contexto de lucha armada contra la metrópoli, sino también en escenarios poscoloniales siempre que las cadenas y el oprobio persistieran. De pervivir la afrenta a los principios de justicia, independencia y soberanía: "Se morirá por la república [...] si es preciso, como se morirá por la independencia primero".(5)

Pero no fue esa visión la que hegemonizó el discurso político oficial tras la emergencia del estado nacional cubano en los albores del siglo XX. Convergían otros modos de pensar a Cuba y también diferentes conceptos de patria y patriotismo. Desde esas perspectivas, en modo alguno homogéneas, “la muerte” por la patria podía evitarse, siempre que la opción de vida transcurriera ajustada a los moldes del progreso y la modernidad destinados a los estados coloniales, semicoloniales y pobres del planeta. Era este el razonamiento sostenido por un editorial publicado en el periódico conservador La Lucha, cuando afirmaba que con la Enmienda Platt impuesta a la Constitución de 1901, la isla de Cuba alcanzaría su independencia, pero no toda la independencia, sino la única posible; aquella a la que podían aspirar los pequeños estados en el mundo moderno e interconectado. La condición para tener una patria independiente, según el periodista, consistía en mantener “un gobierno fuerte y estable, capaz de garantizar el orden, la vida y la hacienda de los ciudadanos” .(6) Mucho más incisivo se mostraba El Nuevo País, antiguo vocero de los intereses autonomistas:

Independientes son las tribus errantes del desierto de Sahara, independientes son Santo Domingo y Haití, independientes se dicen Venezuela, Colombia, Guatemala, Costa Rica y Ecuador. ¿Es esa la independencia que quieren los radicales? El derecho de asesinarnos recíprocamente en campos y poblados para elegir un déspota a quien llamen Presidente por eufemismo.(7)

El mismo razonamiento que presidiera la afirmación del secretario del Senado, Manuel Ramón Silva, cuando se opuso a la definición de patriotismo que enarbolara Manuel Sanguily, el “retardado Robespierre” durante las sesiones de debate del Tratado de Reciprocidad Comercial. Según Silva, el tribuno revolucionario sobredimensionaba “lo profundo del sentimiento” y no tenía en cuenta otras esferas de la vida: “allí donde hay riquezas, y allí donde hay edificios, y allí donde hay comercio”, el patriotismo debía tenerse en cuenta.(8) La interrogante quedaba planteada en términos precisos: ¿Hasta qué punto podía ceder el Estado cubano a las exigencias del mercado estadounidense sin perder su ya maltrecha soberanía? Para algunos exponentes del liberalismo más conservador, abanderados o cercanos de las corrientes anexionistas y del protectorado, no importaba mucho el desplazamiento de los márgenes hacia la dependencia siempre que se asegurara la salud del “cordón umbilical”, azucarero que había uncido a la colonia hispana con los Estados Unidos.(9)

Desde esa perspectiva, la patria era realizable allí donde la estabilidad económica fuera posible gracias a las relaciones “recíprocas” con la potencia vecina y las ventajas que de esta recibiera el decisivo renglón azucarero. En metáfora filial empleada por el naturalista y político Carlos de la Torre y Huerta, la patria era la madre que decidía asegurarle el futuro a su predilecto hijo (el azúcar), ante lo “exhausto del caudal de la familia”, sacrificando al resto de su prole (la industria no azucarera). Y preguntaba el legislador: “¿Puede tildarse, puede censurarse a esa madre porque vende aquella joya de familia por salvar a su hijo?”.(10) Era un problema de “cálculo familiar”. Así lo entendía un articulista de La Lucha: "La política moderna se hace sobre los números. Los pueblos no comen con los sentimientos (...) El que no posee oro no come ni viste, y para adquirir oro o plata hay que enterrar los sentimientos".(11)

Entre una y otra perspectiva conceptual histórica discurrieron propuestas con matices diferentes, incluidas las que apostaron por la conciliación entre los que apostaban por la soberanía de la patria, sin injerencias, y quienes potenciaban su inserción como destino inevitable en la órbita de las relaciones económicas internacionales, garantía del orden, la paz y el progreso, acorde con las doctrinas del evolucionismo positivo: “[...] si bien sigue [Cuba] en espíritu a Ariel necesita sacrificar algo a Mercurio para que la prosperidad material de la patria, unida a nuestro idealismo, nos permita seguir la marcha de la civilización universal. Somos idealistas y somos prácticos, somos soñadores y somos activos: la ponderación entre estas dos cualidades es la que nos hará grandes”.(12)

En el orden simbólico se trataba del contrapunteo entre el pan y los sentimientos, cuyas raíces podemos hallarlas en pleno proceso de formación nacional bajo los rótulos “cálculo y sentimiento”, cuando nos remitimos a la polémica sostenida entre El Lugareño y José Antonio Saco entorno a la anexión de Cuba a los Estados Unidos en la primera mitad del siglo XIX.

No obstante, los perfiles más radicales de ese pensamiento fundacional se remiten al ideario del presbítero Félix Varela Morales quien incorporó las lecciones de patriotismo a sus clases de filosofía en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Entre los grandes aciertos de su definición humanista estaba el de trascender la noción de patria circunscrita a una clase o sector social determinado, llegando a esclarecer las contradicciones entre los intereses de los exponentes de la aristocracia azucarera esclavista y la independencia de la patria cubana: “El hombre tiene contraída una obligación estrecha con su patria, cuyas leyes le han amparado, y debe defenderla; por tanto, es un absurdo decir que el hombre es un habitante del globo, y que no tiene más obligación respecto de un paraje que respecto de los demás”.(13) Una obligación que la entendía desligada de cualquier acuerdo que pusiera en riesgo la integridad patria; es decir, la independencia de la colonia debía proyectarse y encauzarse con el esfuerzo de sus propios habitantes. De ahí su visión providencial acerca de la importancia de que Cuba fuera independiente sin recurrir a la “invasión de tropas extranjeras” aliadas:

El pueblo de la isla de Cuba, en caso de ser independiente, debe constituirse ¿Y lo hará mientras pise el territorio un corto número de soldados a quienes se le dará el nombre de ejército extranjero? La Constitución se dirá que es hija de la fuerza, que está formada bajo el influjo extranjero.(14)

En esta misma línea, enriquecida en el decurso del ciclo independentista decimonónico, se afiliaron, al calor de otros presupuestos teóricos, en particular del marxismo, exponentes del pensamiento cubano del siglo XX, quienes, con sus matices, en plena crisis global del capitalismo y de un fenómeno social, también mundial, que Ortega y Gasset denominó “la rebelión de las masas”, tomaron partido entorno a lo que Raúl Roa, en su carta/polémica a Jorge Mañach, en el contexto de la Revolución del 30, llamó “el dilema”. Una disyuntiva que sintetizó con claridad meridiana: “o se toma un puesto junto a los oprimidos, que integran la única clase históricamente revolucionaria en la hora actual, o contra ellos y a favor de la reacción”. En la citada misiva el entonces miembro del Ala Izquierda Estudiantil subrayó el papel del intelectual revolucionario en esa encrucijada, cuando afirmó su obligación de hacer política, pero “política realista, de crítica y denuncia constantes, revolucionaria, sin compromisos ni alianzas, por transitorias que sean con el poder burgués, sometido en Cuba al imperialismo”.(15)

La “política realista” implicaba algo más que luchar por quitar del poder al dictador Machado. Requería que sus paladines estuvieran en condiciones de articular y presentar un programa alternativo coherente, para nada dogmático, que, en la misma línea ideológica de Roa, fuera “anticapitalista”, razón por la cual debía modificar sustantivamente la estructura histórica de Cuba, atendiendo a “la liberación nacional y social del país”. No sería casual la inserción activa del destacado intelectual en el proceso revolucionario de 1959, y que consecuentemente respaldara las posiciones de su liderazgo. Y es que la consigna fidelista “Patria o Muerte”, además de estar condicionada por una realidad concreta, respondía a una tradición de pensamiento político, de la que formaba parte Roa, mucho antes de que ejerciera como canciller del gobierno revolucionario.

Entre todas esas corrientes y tendencias, con plataformas diversas, pero con argumentos delineados según los campos de las tensiones políticas en que debían expresarse las ideologías, pueden apreciarse elementos que solían denominarse “patrioteros” en el siglo XX, y que el presbítero Varela, a la altura de su siglo, calificó de “cambia colores”, “traficantes de patriotismo” y “patriotas de nombre”. Al decir del presbítero, eran aquellos que “destruyen su patria, encendiendo en ella la discordia civil por aspirar a injustas prerrogativas”. No se trata en estos casos de formulaciones alternativas fundamentadas y coherentes de patria, tampoco de convicciones raigales en los disensos “contra” o en las aprobaciones “dentro” del sistema, por más desestabilizadoras o integradoras que se presenten.

Patriotas hay (de nombre) que no cesan de pedir la paga de su patriotismo, que le vociferan por todas partes, y dejan de ser patriotas cuando dejan de ser pagados. ¡Ojalá no hubiera tenido yo tantas ocasiones de observar a estos indecentes traficantes de patriotismo! ¡Cuánto cuidado debe oponerse para no confundirlos con los verdaderos patriotas! El patriotismo es una virtud cívica, que a semejanza de las morales, suele no tenerla el que dice que la tiene, y hay una hipocresía política mucho más baja que la religiosa.(16)

Desde el análisis histórico importa, eso sí, discernir las consignas (textos) siempre en sus con-textos, como parte de los modos de pensar a Cuba y sus posibles destinos en todos los órdenes: social, económico y político. Claro que, como hemos referido, en todas las épocas han pervivido opciones o proyectos alternativos, imposibles de obviar. De ahí la importancia de analizar los sustentos conceptuales y prácticos que aportan basamentos de rigor a los modos de pensar la patria en el crisol de las ideologías. Más que importantes, estos han sido necesarios en todos los escenarios de lucha de clases, en el esfuerzo fascinante por pensar, recrear y crear a la nación cubana. La estela de profundas polémicas y debates políticos, sociales, culturales y económicos, en el decurso de nuestra historia, así lo demuestra; contrapunteos enriquecedores, sin lugar a dudas, siempre que han trascendido el comodín retórico del “estar en contra de”, para aportar el alentador y siempre enriquecedor “transformar con y en beneficio de”.

Notas

  1. Discurso pronunciado por el comandante Fidel Castro Ruz, en la ciudad de Santa Clara, el 6 de enero de 1959. Versión Taquigráfica de las Oficinas del Primer Ministro.
  2. Fidel Castro Ruz: “Palabra a los intelectuales”, en Revolución, letras, artes, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1980
  3. Fernando Martínez Heredia: “La fuerza del pueblo”, en Magdel Sánchez Quiróz (ed.): Fernando Martínez Heredia. Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, CLACSO; Buenos Aires, 2018, p. 555.
  4. Fidel Castro Ruz: Discurso en conmemoración del XXX aniversario del triunfo de la Revolución, en Santiago de Cuba, 1º de enero de 1989, p. 29.
  5. Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1893.
  6. La Lucha, La Habana, 4 de julio de 1901.
  7. Citado por Rufino Pérez Landa: Vida pública de Martín Morúa Delgado, La Habana, 1957, pp. 163-164.
  8. República de Cuba. Senado: Diario de Sesiones, 6 de marzo de 1903.
  9. Rafael Fernández de Castro: "Discurso pronunciado en el teatro Tacón en la Asamblea del Comité de Propaganda Económica", 15 de abril de 1892, en R. Fernández de Castro: Para la historia de Cuba, Tipografía La Propaganda Literaria, La Habana, 1899, p. 261.
  10. República de Cuba. Cámara de Representantes: Diario de Sesiones, 26 de septiembre de 1902.
  11. La Lucha, La Habana, 13 de enero de 1903.
  12. Calixto Whitmarsh: Algo sobre Cuba, Santiago de Chile, 1923.
  13. Eduardo Torres-Cuevas et al (coord.): Félix Varela y Morales. Obras, t. 1, Imagen Contemporánea, La Habana, 2001, p. 276.
  14. Félix Varela: “Paralelo entre la revolución que puede formarse en la isla de Cuba por sus mismos habitantes, y la que se formará por la invasión de las tropas extranjeras”, en Ibídem., p. 199.
  15. Raúl Roa: “Carta a Jorge Mañach”, Hospital Militar de Columbia, 18 de noviembre de 1931, en Bufa subversiva, Ediciones La Memoria. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2006, p. 196.
  16. Félix Varela Morales. Obras, p. 281

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  • alexander dijo:

    Muy importante el artículo. Me uno a ese criterio sobre los que plantean un "contra a .." sin plantear alternativas coherentes, independentistas y realistas. Hasta ahora no he escuchado a un sólo opositor plantear una alternativa al camino que escogimos, que haga par con nuestro concepto de patria con justicia social. Y por supuesto que no lo tendrán, pues no existe. Por supuesto que hay que cuidarse en extremo de las consignas vacías y las tergiversadas. Por eso es tan importante atiborrar de Historia a todos. Pero no la Historia planteada para aprobar un exámen, sino como esta que nos cuenta en realidad de los vericuetos, las contradicciones y hasta las bajezas humanas que nos formaron como nación. Que se entienda que esa alternativa de Patria o Muerte no es obra de la casualidad, ni del deseo de nadie de morirse o mandar a morir a nadie, sino precisamente del deseo de vivir con patria, con derechos, con voz. Que son las alternativas que tuvimos y tenemos desde 1968. Y que seguiremos teniendo pues es la única manera de asegurar el futuro de nuestras próximas generaciones. Lo demás son ilusiones. Patria o Muerte!

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Yoel Cordoví Núñez

Yoel Cordoví Núñez

Doctor en Ciencias Históricas. Presidente del Instituto de Historia de Cuba.

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