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La muchacha del tajo en el mentón

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Me perseguiría hasta el final, pensé.

Me perseguiría hasta el final, pensé.

[...]

9

Se acercaba el fin de año. Flavia llevaba un mes allí. La luna nació con los cuernos para arriba.
Lejos, no tan lejos,alguien se emputecía, alguien se rompía, alguien se volvía loco de soledad o de hambre. Se apretaba un botón:la máquina zumbaba, crepitaba, abría las mandíbulas de acero. Un hombre conseguía ver a su hijo preso después de mucho tiempo, a través de una reja, y lo reconocía solamente por los zapatos marrones que él le había regalado.

-Deciles a esos perros que se callen.

Flavia era culpable de comer caliente dos veces al día y tener abrigo en invierno, y libertad, y me dijo:

-Deciles a esos perros que se callen. Si se callan, me quedo.

10

Nos dormimos tarde y me desperté solo.
Me serví ginebra. La mano me temblaba. Apreté el vaso. Lo estrujé, Lo rompí. La mano me sangró.

11

Como al mes, llegó Carrizo. Le costó decírmelo. No quise detalles. No quise guardar de ella la memoria de una muerte repugnante. Así que me negué a saber si la habían asfixiado con una bolsa de plástico o en la pileta de agua y mierda o si le habían reventado el hígado a patadas.
Pensé en lo poco que le había durado la alegría de llamarse Mariana.

12

Decidí irme con Carrizo, al amanecer.
El viejo Matías, que era baqueano, nos preparó los caballos. El nos iba a acompañar.
Me esperaron al otro lado del arroyo. Yo fui a despedirme del Capitán.

-¿No me vá a dejar darle un abrazo?

El Capitán estaba de espaldas. Oyó mis explicaciones. Abrió la ventana, investigó el cielo, olió la brisa. Era buen día para navegar.
Calentó agua, parsimonioso, para el mate. No decía nada y seguía dándome la espalda. Yo tosí.

-Andate- me dijo, ronco, por fin-. Andate de una vez.

-Te vamos a quemar la casa-me dijo- y todo lo tuyo.

Monté y me quedé esperando, sin decidirme.
Entones él salió y pegó un rebencazo en el anca del caballo.

13

Ibamos al trote largo y pensé en ese cuerpo tierno y violento. Me perseguiría hasta el final, pensé. Cuando abra la puerta voy a querer encontrar algún mensaje de ella, y cuando me desplome para dormir en algún suelo o cama voy a escuchar y contar los pasos en la escalera, uno por uno, o el crujido del ascensor, piso por piso, no por miedo a los milicos sino por las ganas locas de que ella esté viva y vuelva. La confundiré con otras. Le buscaré el nombre y la voz y la cara. Le sentiré el olor en la calle. Me voy a emborrachar y no me servirá de nada, pensé y supe, como no sea con saliva o lágrimas de esa mujer.

(Tomado de Vagamundo y otros relatos)

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Eduardo Galeano

Eduardo Galeano

Escritor y periodista uruguayo. Es el autor del libro "Las venas abiertas de América Latina".

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