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La derrota es didáctica

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Algunos argentinos lo sabemos por experiencia: es posible reconstruirse a partir de una derrota, a condición de que uno se pregunte honestamente de qué manera contribuyó a su propia derrota.

No vamos a insistir mucho con los errores del gobierno porque ya es una materia más trillada que el "campo", pero algo se debe haber hecho muy mal para que Julio César Cleto Cobos amanezca convertido en prócer.

Más importante que regodearse enumerando la alucinante colección de torpezas acumuladas en estos meses, es tratar -con humildad- de llamar a la reflexión a la Presidenta, para que pueda alcanzar, aunque sea parcialmente, lo que prometió y lo que una gran parte de la sociedad espera: la construcción de una Argentina más equitativa que esta que padecemos.

Si Cristina Fernández de Kirchner es capaz de admitir, en su fuero íntimo, en qué medida ella y Néstor Kirchner contribuyeron a erosionar su propia base de sustentación, encontrará las respuestas apropiadas para dejar atrás esta crisis y recuperar los apoyos sociales y políticos necesarios para encarar la tan mentada y ausente redistribución de la riqueza.

Esta no es una crisis terminal ni mucho menos. El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, sufrió dos derrotas ante el Parlamento y muchos fracasos electorales en una larga carrera política que lo ha convertido, sin embargo, en un líder insustituible. Lo decisivo no es una derrota circunstancial, sino el diagnóstico correcto de los errores que la produjeron.

Si el peso de la derrota se coloca exclusivamente en los otros, en la "maldad" de los oponentes o en la defección de los propios, se persistirá en el error y se profundizarán los efectos negativos del revés sufrido.

Obviamente, la admisión autocrítica no resuelve automáticamente el conflicto, pero es el primer paso imprescindible para recuperar la iniciativa perdida.

Existen también factores objetivos que encuadran la situación más allá de los errores subjetivos del gobierno. Existe un bloque de poder hegemónico que ha conseguido una vez más dividir al campo popular en su beneficio. Los sectores más concentrados de la economía han logrado nuevamente que las capas medias, urbanas y rurales, le sirvan de escudo y ariete contra el poder político, para impedir que les toquen la billetera.

Si por dos mil millones de dólares, una cifra que representa menos de un cuarto de la recaudación fiscal de un mes, lanzaron la guerra gaucha, es fácil imaginar lo que harían, por ejemplo, ante la posibilidad de una reforma agraria.

Y a eso podríamos agregar lo que promoverían otros componentes sectoriales del poder detrás del trono (minería, industria, finanzas, etc), si se tocaran sus rentas en una verdadera reforma impositiva, sin la cual resulta retórico hablar de una auténtica redistribución de la riqueza.

Con un gobierno debilitado y un campo popular dividido ésa y otras reformas parecen hoy una quimera. Y, sin embargo, constituyen la única posibilidad estratégica para reagrupar a los sectores populares y conformar un bloque social y político capaz de oponerse al bloque hegemónico.

La tarea, desde luego, excede al gobierno y compromete a todas las fuerzas progresistas hoy dispersas o incluso enfrentadas. No hay alternativa, salvo que nos resignemos al regreso y consolidación total de lo que solemos llamar "la derecha". Es decir, a la captura total del poder político por parte del poder económico.

El gobierno, jaqueado por sus propias contradicciones y concesiones a un poder real que no cejará en sus intentos de "ir por todo", puede ser protagonista o no de las grandes transformaciones sociales que el país necesita, pero tiene la responsabilidad básica de asegurar las condiciones de estabilidad que permitan la recomposición de las fuerzas que pueden protagonizar el cambio.

Y para eso debe retornar cuanto antes a las virtudes primigenias que le otorgaron un indudable respaldo en los primeros años de la gestión de Néstor Kirchner. Al vigor y la claridad que desplegó el ex presidente cuando convocó a la sociedad para reformar la Corte Suprema heredada del menemismo.

Debe recomponer el diálogo con los actores sociales y políticos. Convocar al Consejo Agropecuario Nacional para elaborar un plan que permita aprovechar las excepcionales condiciones del mercado internacional sin afectar al mercado interno. Crear el Consejo Económico y Social para generar un nuevo espacio donde se dirima la puja distributiva con el Estado como árbitro y no como contendiente.

Acaso la mejor decisión tomada en estos meses por la Presidenta fue enviar al Congreso la ratificación o rechazo de la resolución 125. Y este acierto no desmerece por la derrota sufrida en el Senado. Por el contrario. La revitalización de un poder del Estado, que alcanzó sus mejores expresiones en el rico debate que se dio en la Cámara de Diputados, regeneró en una medida apreciable la confianza de la sociedad en las instituciones.

Si la Presidenta avanzara en el sinceramiento de las estadísticas oficiales para contar con un diagnóstico creíble para frenar la inflación, daría otro paso de siete leguas en la recuperación de la confianza pública.

El gobierno debe airearse y renovarse en vez de encastillarse frente a los cacerolazos. Debe pasar a retiro a los funcionarios más desgastados e incorporar nuevos cuadros.

Debe escuchar y escuchar, con paciencia franciscana, los reclamos de los distintos actores sociales e incorporar nuevas voces a la comunicación con la Ley de Radiodifusión.

Pero debe, ante todo, terminar con ese resabio de la era menemista que son los subsidios a los capitalistas que no se arriesgan (como los concesionarios del ferrocarril) o a los oligopolios, como el de los comercializadores de granos y aceite de soja.

Si elimina, por ejemplo, el subsidio del 4 por ciento que le otorga a los Seis Grandes del aceite de soja, puede paliar -en parte- la merma fiscal que le ha producido el obligado regreso de las retenciones al esquema imperante antes de la resolución 125. Al fin y al cabo se trata de una agroindustria consolidada, que genera pocos puestos de trabajo y escaso valor agregado, pero se embolsa con esa prebenda oficial más de 800 millones de dólares.

La derrota es didáctica, hay que saber escucharla.
 

Tomado de

http://www.criticadigital.com.ar/index.php?secc=nota&nid=7702&pagina=1

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Miguel Bonasso

Miguel Bonasso

Escritor, político y periodista argentino. Autor de "Diario de un clandestino".