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Etapa sin retroceso: La vuelta al tiempo perdido

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El último discurso de Bush contra Cuba fue atizado por los elementos del exilio histórico de Miami. Fueron ellos quienes concibieron y ejecutaron las maniobras fraudulentas que ayudaron a Bush a asaltar el poder presidencial. Son ellos quienes han mantenido la actividad terrorista que ha causado muchas víctimas en la isla. En su intención, la arremetida yanqui contra Cuba conduciría a  la restauración de un tiempo que terminó.

Impelidos por la añoranza los cubanos del exilio alimentaron  su sentido gregario creando grupos, asociaciones, colegios, clubes, sindicatos que son una reproducción de instituciones anteriormente existentes en Cuba. Al emigrar, los cubanos experimentaron una incómoda sensación de aislamiento y rechazo que paulatinamente fue sustituido por una creciente integración al nuevo medio, por un perseverante impulso hacia el dominio de las nuevas reglas del juego.
Los cubanos del exilio alimentaron  la existencia de una Cuba mítica, de una Arcadia a la que adornaron con todas las virtudes y ello los llevó a intentar en el exterior la reproducción física de la tierra que abandonaron. Por ello bautizaron  homónimamente los establecimientos e instituciones que fundaron en las nuevas tierras donde se establecieron, a la vez crearon una paradigmática causa de la restauración del "paraíso perdido".

Los cubanos mantuvieron sus pasatiempos, usos alimentarios, ritmo vital, uso del tiempo, maneras de esparcimiento, creencias religiosas y  su dinámica social. Generalmente han rechazado ser calificados como inmigrantes -tal como se hace con el resto de la colonia hispana de Estados Unidos-, sino que se autodenominaron exiliados, con lo cual subrayaban la hipotética índole transitoria de su permanencia en el exterior y el supuesto  carácter forzoso y político de su salida.
 Los cubanos inmigrantes fluctuaron entre memorias nítidas y vagas imágenes de un pasado impreciso, críptico, evasivo, que añoraron aun más porque era no reproducible. Hallaron una vida excesivamente rígida, metálica, escasa de ensueños y abundante en ansiedades. Para escapar de esa realidad ingrata idealizaron un período: la lamentada Cuba de ayer, una época de supuesta bonanza para la clase media y de opulencia para una parte de la  burguesía: la década del cincuenta.

 En la Cuba de ayer todo era exuberancia y feracidad, según ellos, así que los desheredados se inventaron un patrimonio y los plebeyos se adornaron con un linaje. En la Cuba de ayer, en su imaginación,  todos eran triunfadores, hidalgos y prósperos. Puesto que no podían modificar la realidad en su país de origen se empeñaron en cambiarla en su país de adopción, por eso edificaron un sistema homónimo: establecimientos comerciales e instituciones sociales reprodujeron los apelativos; una mimética toponimia invadió Miami. Lo único que no tuvieron en cuenta es que el tiempo perdido no tiene recuperación.
Veamos un sólido ejemplo histórico. Tras haber sido derrotado en la batalla de Leipzig  el fin de Napoléon se precipitó y fue condenado al destierro. Diez meses  después, desembarcó en Cannes y marchó hacia París donde llegó tras una marcha de veinte días. El recurso más inteligente usado por Napoleón fue proclamar que no venía a restaurar el poder imperial, ni la autoridad de su persona, sino que acudía  a devolver al pueblo su revolución frustrada. Napoleón pudo aliarse a los jacobinos, que aun tenían una base popular, y eso quizás le  habría proporcionado un considerable apoyo, pero rechazó ese vínculo azaroso.También pudo recabar el sostén de la clase media, pero esta temía el retorno a los extremismos de 1793 y lo rechazó. 

El gran error de Napoleón fue establecer un régimen que se parecía a la monarquía recién restaurada de Luis XVIII, quien tenía poco apoyo de las masas. El entusiasmo hacia su persona decayó  y lo que prevaleció fue el recuerdo de sus errores, de los millares de franceses sacrificados a su ambición. De no haber sido derrotado en Waterloo, lo que determinó su exilio definitivo en Santa Elena, Napoleón habría sido depuesto en poco tiempo porque ya el pueblo lo abominaba  y él no parecía percatarse de ello.

Los ciclos recurrentes en política han demostrado históricamente su imposibilidad. La restauración de la monarquía inglesa, tras Cromwell, solamente pudo ser posible porque Carlos II renunció a sus poderes omnímodos y reconoció que el Parlamento conduciría el gobierno futuro. Tras el desastre de la Primera Guerra Mundial desapareció para siempre el Imperio Austro-húngaro. La transición  Meiji en Japón marcó una modernización  que hizo imposible el regreso del Shogunato. Tras el invento de la electricidad ninguno volvió a usar velas y después del empleo  del telégrafo las palomas mensajeras quedaron en desuso.

En los tiempos que corren ya no es posible  contar con el poder de las burocracias como las vio Max Weber, ni con el de las élites tal como las concibió Vilfredo Pareto.  Ni las tecnocracias ni el empresariado pueden determinar los rumbos políticos. Solamente el pueblo, la voluntad suprema de las masas manifestando sus simpatías de acuerdo con sus intereses, que suelen coincidir con las aspiraciones del país, son determinantes en el proyecto nacional. Ningún retroceso nostálgico puede inclinar la balanza en los tiempos que vivimos.

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Lisandro Otero

Lisandro Otero

Novelista, diplomático y periodista. Ha publicado novelas y ensayos, traducidos a catorce idiomas. Falleció en La Habana en 2008.