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Leemos menos cada día: ¿Existe una "prensa libre"?

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En tiempos del llamado socialismo real los periódicos adolecían de una rigidez que los hacía ilegibles. Estaban compuestos de partes oficiales, dogmas administrativos, partes triunfales de las secretarías de gobierno y arengas de funcionarios. El verdadero periodismo de investigación y exposición objetiva de hechos, ejercicio del criterio y expresión de opiniones no tenía un espacio dentro del orbe moldeado a la soviética. La prensa en los países capitalistas alardeaba, por su parte, de su imparcialidad y rectitud. Ellos eran los verdaderos campeones de la autonomía del pensamiento, decían.  En sus periódicos se divulgaba, según el lema de The New York Times, "todo lo que debe publicarse".

La guerra en Irak demostró que eso es puro embuste.  Los periódicos estadounidenses unidos a sus estaciones de radio y de televisión se  dedicaron a defender la verdad oficial del gobierno de Bush sin deslizar ni un átomo de hesitación en sus presentaciones. En el lenguaje de los locutores se hablaba constantemente de cómo las tropas han ido a Irak a restablecer la democracia, a luchar por la libertad del pueblo iraquí, a aplastar para siempre el terrorismo. En ninguna emisión se habla de las ambiciones de los grandes consorcios petroleros, ni se mencionan las evidentes  vinculaciones financieras de Bush, Cheney y Condoleezza con los carteles del hidrocarburo: Chevron, Texaco, Mobiloil, Shell. No se iba a las entrañas del fenómeno que el mundo está sufriendo: la voracidad imperialista de los grandes monopolios del capitalismo desarrollado.

El pueblo estadounidense se traga esa retórica e inflamado de patriotismo, cree realmente que combate por el rescate de un pueblo encadenado sin percatarse que está siendo usado como autómata para satisfacer el apetito de ganancias de las empresas petroleras. En las grandes capitales del mundo se desarrollan manifestaciones masivas de cientos de miles de personas contra la guerra pero las cadenas de televisión apenas dedican el uno por ciento de su espacio a reseñar esa inconformidad universal. Sin embargo hora tras hora nos atosigan con el poderío del armamento norteamericano, la eficacia de su  fuerza aérea, la infalibilidad de sus bombas teleguiadas, la pujanza de sus recios tanques, sus impenetrables blindajes, sus macizos cañones.  El objetivo de esa arremetida  verbal es convencernos de la inmunidad de las fuerzas norteamericanas y lo inútil que es ofrecer ningún tipo de resistencia.

Lo más grave es la perversión del lenguaje. La manera en que se están utilizando las palabras para enmascarar la verdad, para crear un espacio ficticio ajeno a los verdaderos acontecimientos. Unido a  todo ello va la guerra psicológica para propiciar una inminente rendición en todos los frentes. Los propagandistas del Pentágono están trabajando horas extras en esas y otras fabricaciones. Y todo ello encuentra un eco propicio  en la CNN,  la NBC, la CBS y en los grandes periódicos como The New York Times, Los Angeles Times, The Wall Street Journal y muchos otros. Ninguno de esos medios  osa lanzar la menor duda sobre los procedimientos encubridores del sistema. Ninguno se atreve a cuestionar los escamoteos y distorsiones, a pensar por cuenta propia, a alzar una voz independiente del régimen de Bush.

Edificar la opinión pública es  una función del periodismo  y solamente puede ejercerse cuando existe un fuerte vínculo entre   quienes  piensan y quienes actúan, cuando el emisor de opinión establece una conexión inteligente con las bases que  deciden, tal como sucede en las democracias modernas. La relación entre la palabra y el poder, entre los signos semánticos y las esferas decisorias, es uno de los fenómenos que ha definido a nuestra época.  Los periodistas nos consideramos depositarios del dinamismo social, de los resortes que actúan como impulsores de la marcha de la comunidad. De igual manera que debemos analizar, diagnosticar y exponer,  hay que supeditar nuestro oficio a un cometido moral que  le otorga una dimensión más elevada a la simple tarea de informar y opinar.

En la medida que las tecnologías se desarrollan vemos que el universo informático se adelgaza en profundidad. Los noticieros televisivos gana en adeptos y crecen en la atención pública, pero a la vez adelgazan la intensidad de la penetración Todo el texto difundido en un noticiero de televisión de media hora de duración no alcanza a llenar una sola página de un tabloide. Ello quiere decir que, para diferenciarse del facilismo televisivo,  el periódico impreso tiene su destino marcado como formador de opinión, como indagador en la esencia de los sucesos  contemporáneos,  como punto de observatorio y  examen. No puede competir con la inmediatez de la radio ni con la imagen en movimiento  que aporta la  televisión.  Hay apocalípticos que constatan que cada día se lee menos y se ve más; la cultura de la figuración reemplaza lentamente a la del entendimiento.

gotli2002@yahoo.com

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Lisandro Otero

Lisandro Otero

Novelista, diplomático y periodista. Ha publicado novelas y ensayos, traducidos a catorce idiomas. Falleció en La Habana en 2008.