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Cuba no volverá jamás al capitalismo

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Palabras del Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón de Quesada, en el Acto Solemne Conmemorativo del Aniversario 111 del Inicio de la Guerra Necesaria organizada por Martí. Tribuna Antiimperialista, 24 de Febrero de 2005

Comandante en Jefe
Fidel Castro Ruz
Compatriotas:

Un día como hoy, en 1895, frente a obstáculos que parecían insalvables, arrostrando la peor amenaza que José Martí supo denunciar en páginas imborrables, nuestro pueblo reanudó el combate que había iniciado el 10 de Octubre de 1868. Esta vez la contienda empezaría simultáneamente en todo el territorio nacional dirigida por un partido y un mando militar único que tratarían de lograr rápidamente la victoria para impedir la intervención del imperialismo norteamericano que durante un siglo afilaba sus garras en la sombra.

Pero nuestros abuelos no pelearon solamente por librarse del yugo colonial. Su lucha no buscaba sólo la independencia y la soberanía. Ese sólo objetivo era ya un desafío colosal a su brega solitaria, aislados del resto del Continente y enfrentando desde el principio la oposición abierta de quien siempre quiso avasallarnos.

Ellos se atrevieron a soñar y a pelear hasta morir por mucho más. Era "la bandera de la guerra por la justicia" la que se había levantado, según Antonio Maceo, el 10 de Octubre en la Demajagua.

Alcanzar "la perfecta igualdad" entre todos sus hijos era para Céspedes el objetivo de la Patria que él fundó ese día. A "conquistar toda la justicia" convocó Martí el 24 de febrero de 1895. Una Patria absolutamente libre e independiente, sustentada en la plena igualdad y solidaridad entre los hombres, fue siempre el ideal que movió a los cubanos, la fuerza que dio origen a la Nación y forjó al pueblo en el empeño por hacerla realidad.

Por conseguirlo fue necesario pagar un precio muy alto. Ríos de sangre fluyeron a lo largo del camino, fueron muchas las derrotas y las frustraciones. El dolor y la amargura lo acompañaron siempre pero el pueblo cubano perseveró en su marcha.

Frente a él como enemigo principal estuvo siempre el nuevo Imperio que desde su origen mismo se propuso aniquilar la Nación cubana. "Apoderarse de Cuba" era "el secreto de su política" advirtió Carlos Manuel de Céspedes cuando la Patria apenas daba sus primeros pasos. La lucha de nuestros antepasados fue sumamente dura porque el colonialismo contó en todo momento con el activo apoyo de Estados Unidos en todos los terrenos. Apoyaron materialmente al ejército español, impidieron la solidaridad internacional con nuestra causa, persiguieron a los patriotas emigrados y esperaron que Cuba, aislada en su lucha solitaria, se desangrara para intervenir en la Guerra y apropiarse del país. Actuaron siempre guiados por el cálculo cínico y la maldad más fría que denunciara a tiempo el Apóstol.

Nuestro pueblo combatió siempre en el terreno de la acción heroica  y en el de las ideas. Tuvimos que librar la lucha más prolongada, sangrienta y devastadora. Al mismo tiempo nuestros antecesores crearon instituciones y normas legales que regirían en los territorios liberados, se empeñaron por establecer, en medio de la guerra más cruel, un estado peculiar, la República de Cuba en armas, cuyas fronteras y funcionamiento sufrían las consecuencias que imponía el conflicto bélico, pero dentro de sus límites hicieron florecer la democracia con organización de la vida civil, un sistema de gobierno y legislaciones en muchos aspectos más avanzados que los que se conocían en el decadente imperio y en los países capitalistas.

Guaimaro, Baraguá, Jimaguayú y la Yaya, rincones sagrados de la Patria, son testimonio de las profundas raíces de un patriotismo que se esforzó en la búsqueda del consenso y en la incorporación real de de todos a la plenitud de los derechos ciudadanos y a la participación política  sin distingos de raza, credo o condición social.

Bayamo, nuestra primera capital, abolió completamente la esclavitud en 1868, convirtió en gobernantes a negros y trabajadores manuales y estableció un gobierno cuyos integrantes se reunían con el pueblo en la plaza pública a discutir abiertamente los principales problemas del momento. En ningún sitio del prepotente, racista y elitista mundo desarrollado de la época se admitía, siquiera en el plano teórico, la igualdad de derechos civiles y políticos entre todos los hombres. Esa aspiración que nuestros abuelos hicieron realidad es todavía hoy una quimera que parece inalcanzable para miles de millones de seres humanos en todo el mundo.

Nadie estudió como Martí las causas de la terrible derrota en la Guerra Grande y las dolorosas consecuencias de la división del movimiento patriótico. A restañar las heridas, a unir a todos, a los viejos combatientes y a los pinos nuevos y a enseñarles a unos y otros las razones del fracaso y los medios para remediarlo dedicó su vida entera. Una vida ejemplar, desdichadamente breve pero que nos dejó un tesoro de lecciones preciosas que hoy conservan tanta validez como en su tiempo. Ante todo la necesidad de la unión entre todos los patriotas y la clara comprensión de que nuestro pequeño país para ser libre tenía que vencer a un poderoso enemigo que él llamó por su nombre: el imperialismo norteamericano.

Para cumplir el supremo objetivo de su vida Martí fundó un partido, uno sólo, el partido de la Revolución, el partido de la Patria. Con el organizó, paciente y afanosamente la guerra necesaria, la guerra que quería breve, rápida, para evitar la intervención norteamericana, para impedir a tiempo que se apoderasen de Cuba los imperialistas y cayeran con esa fuerza más sobre nuestros pueblos de América.

Tras treinta años de corajuda y admirable pelea cuando ya España no podía sostener su dominio se produjo la invasión norteamericana. Los imperialistas consiguieron lo que se habían propuesto. Cuba quedó reducida a un apéndice infeliz del imperio brutal que siempre despreció la larga, noble y generosa lucha de nuestro pueblo.

Pero los cubanos no se sometieron a la nueva servidumbre ni renunciaron jamás a la búsqueda incesante de la libertad y la justicia, la independencia absoluta y la justicia toda.

El pueblo siguió luchando por esos ideales en medio de la tiranía, la corrupción y el dominio extranjero. Por eso hoy conmemoramos también otro glorioso aniversario. Hace exactamente medio siglo desde la invicta colina universitaria llegó el mensaje de aliento y esperanza de nuestra juventud. José Antonio, Fructuoso y sus compañeros anunciaban un día como hoy en 1956 la creación del Directorio Revolucionario, instrumento de unión y de combate que surgiría de la FEU para impulsar la lucha armada y la unidad de una nueva generación que seguiría levantando esa bandera, que no renunciaría a la pelea, que la continuaría hasta el final sumando a ella su sangre pura y generosa.

Finalmente llegó la aurora con la victoria de enero. Nos enfrascamos todos, sin descanso, en realizar los sueños, en hacer realidad la Patria que varias generaciones habían defendido durante tanto tiempo con torrentes de sacrificio.

Hace treinta años al promulgar nuestra Constitución Socialista, la Revolución entraba en una nueva fase en la que la dirección del estado sería ejercida por instituciones elegidas directamente por el pueblo. Se instauraba a escala nacional el sistema del poder popular que había sido establecido dos años antes en la provincia de Matanzas.

No fue un acto formal ni el resultado de la decisión tomada por un grupo de especialistas o por un cuerpo restringido de legisladores. Nuestra Constitución fue fruto de la acción colectiva real, conciente y libre del conjunto de la población. El anteproyecto había sido discutido en decenas de miles de reuniones a las que fueron convocados todos los ciudadanos y en las que participaron 6 216 000 personas que hicieron 16 mil proposiciones de cambios y modificaron 60 de los 141 artículos del texto original. Nunca antes habían conocido los cubanos semejante experiencia en el ejercicio de sus derechos ciudadanos, pocas veces se había practicado, antes o después, en cualquier parte del mundo, ejemplo parecido de democracia, manifestación tan cabal de soberanía popular. El documento así elaborado fue sometido a referendo el 15 de febrero de 1976 en el que votó el 98% de los electores y el 97,7% lo hizo a favor de la Constitución.

Ese proceso fue expresión de la madurez alcanzada por la Revolución en apenas 15 años.

Pudimos hacerlo porque habíamos creado las bases indispensables para un ordenamiento verdaderamente democrático cimentado en las profundas transformaciones que la Revolución había llevado a cabo y que permitían al pueblo por primera vez ser actor libre y responsable, participante real en la conducción de la sociedad.

Ya no vivíamos en un país de analfabetos y desempleados, de campesinos sin tierra, de niños abandonados, de negros y mujeres discriminados, de ancianos sin amparo. Habíamos conquistado la sociedad más justa y libre hasta entonces conocida. En un país que había alcanzado importantes logros en su desarrollo económico y admirables resultados en la salud pública, la educación y la cultura, el pueblo trabajador, artífice de esa obra, habría de ser protagonista principal en la creación del sistema institucional que la consolidaría y serviría de cauce a su constante perfeccionamiento.

En aquellos años iniciales habíamos conseguido también la más importante victoria de la nación cubana: la primera derrota militar del imperialismo en Playa Girón y habíamos frustrado sus constantes ataques mercenarios, sus sabotajes y la subversión y la guerra sucia que junto a la feroz guerra económica impuso a nuestro pueblo desde el primer día de enero de 1959 y habíamos vencido igualmente en el terreno diplomático frente a sus intentos de aislarnos con el auxilio de sus testaferros en muchos países del Continente y de su servil instrumento la llamada Organización de Estados Americanos.

Esa proeza se debió ante todo al heroísmo de nuestro pueblo y su invencible capacidad de resistencia y a la sabia, firme y consecuente dirección del compañero Fidel Castro Ruz. Contamos también con la solidaridad de los pueblos de América Latina y el Caribe, los del Tercer Mundo, de China y de la Unión Soviética, y otros países que entonces se identificaban con el socialismo.

Pero nuestra Constitución y el sistema político que ella consagraba eran enteramente nuestros, cubanos. No abandonamos los símbolos patrios, ni reprodujimos aquí concepciones o mecanismos foráneos. Sin abjurar del internacionalismo y el espíritu solidario o los principios universales del socialismo -que para nosotros como quería Mariategui no era "calco ni copia sino creación heroica"- diseñamos un sistema que reflejaba nuestra realidad, respondía a sus necesidades y sobre todo se fundaba en la rica trayectoria del movimiento revolucionario cubano. Un movimiento único que se inició hace 138 años como recuerdan esas banderas que hoy como ayer se alzan frente a la ignominia y la estúpida arrogancia, esas banderas que levantan la memoria siempre viva de una historia de lucha y sacrificios y también de sueños, virtudes y victorias.

La Constitución de 1976 es también una Constitución mambisa. Como las otras cuatro fue concebida, discutida y aprobada bajo el fuego enemigo, en medio del combate. Ese mismo año, el 6 de Octubre, el terrorismo promovido por Washington destruía en pleno vuelo un avión civil cerca de Barbados y asesinaba cobardemente a 73 seres humanos indefensos. Ellos no han sido ni serán jamás olvidados.

El infame crimen sigue sin castigo. Los asesinos disfrutan todavía de la protección y la impunidad que les da la camarilla corrupta, terrorista y torturadora instalada hoy en la Casa Blanca.

Este año se cumplen también treinta del asesinato de Orlando Letelier y de Ronnie Mofitt a plena luz del día en la capital norteamericana y de Santiago Mari Pesquera en Puerto Rico. Sus asesinos andan sueltos porque forman parte de la misma pandilla que permitió al señor Bush disfrazarse de presidente.

Mientras tanto siguen padeciendo injusta y cruel prisión Cinco valerosos hijos de esta tierra que supieron pelear y levantar esas banderas en las entrañas mismas del monstruo.

Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René son la mejor prueba de que este pueblo no será jamás derrotado, que este país jamás se rendirá, que para los cubanos cada día es y será siempre 10 de Octubre, 24 de Febrero, Baraguá.

Lo proclamamos en ejemplar ejercicio democrático mediante la firma pública y voluntaria de 8 198 237 electores y en la Ley de Reforma Constitucional aprobada por la Asamblea Nacional el 26 de junio de 2002.

"El socialismo y el sistema político y social revolucionario  establecido en esta Constitución, probado por años de heroica resistencia frente a las agresiones de todo tipo y la guerra económica de los gobiernos de la potencia imperialista más poderosa que ha existido y habiendo demostrado su capacidad de transformar el país y crear una sociedad enteramente nueva y justa, es irrevocable, y Cuba no volverá jamás al capitalismo".

Juremos a nuestros mártires que ni ellos, ni sus sacrificios, ni sus ideales serán olvidados jamás.

Si, Maestro, conquistaremos toda la justicia. Por conquistarla lucharemos hasta la Victoria siempre.

¡Viva Cuba libre!
¡Independencia o Muerte!
¡Viva la Patria!
¡Viva el Socialismo!

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Ricardo Alarcón de Quesada

Ricardo Alarcón de Quesada

Doctor en Filosofía y Letras, escritor y político cubano. Fue Embajador ante la ONU y Canciller de Cuba. Presidió durante 20 años la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba (Parlamento).

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