Imprimir
Inicio »Opinión  »

¡AY, VENEZUELA!

| +

Caracas era una ciudad de miedo, cuando la conocí en 1997, con una lista de advertencias sobre el peligro de caminarla de día o de noche. "No se te ocurra salir del  hotel  ni a pie ni sola, esta es una de las capitales más violentas del mundo", me dijeron, como para despertarme de la fascinación tras el primer golpe de mirada sobre esa ciudad  donde los rascacielos encristalados rompen la imponente naturalidad de los cerros.

 

El aviso  venía de las estadísticas. Durante todo el siglo XX, Venezuela mantuvo tasas de homicidio solo comparables con las de países en guerra como El Salvador, Guatemala, Nicaragua o  Colombia. Y  en Caracas, concentración de todo lo bueno y lo malo del país, la inseguridad ciudadana era un hecho tan común  que… ningún medio escandalizaba por eso.

 

No quiero decir que no hablaran del tema. La verdad es que durante el gobierno de Rafael Caldera, se ensayaron muchos de los ataques actuales contra la gestión de Chávez, pero el veterano presidente, que venía de vuelta y se había salido oportunamente de COPEI, nunca fue una alternativa real a los desmoralizados partidos tradicionales.

 

La cúpula política y empresarial venezolana  tiene un rango de tolerancia cero para el más mínimo cuestionamiento al status quo de sus privilegios y Caldera se impuso y se sostuvo con un discurso crítico de los desequilibrios sociales sembrados por esa cúpula en una de las sociedades más injustas y desiguales del planeta.

 

Caldera no cambió un  ápice de esa injusticia, pero supo sacarle provecho desde la crítica,  a tal punto, que  muchos explicaron su  resurrección en las elecciones del 94  por el  oportuno discurso en el Congreso, tras la insurrección militar de febrero del 92, cuando marcó la gravísima situación social, y llegó a afirmar que "un pueblo con hambre no va a defender la democracia". Y tres años después, tuve la oportunidad de escucharle  en vivo y directo, atinados comentarios sobre el capitalismo salvaje y el elevado costo de las reformas neoliberales para su país y el continente.

 

Por eso me sorprende tanto lo que veo y escucho siete años después, al regresar a  Caracas. Los politiqueros de ayer y sus hijitos de hoy (más mediocres si cabe), se empeñan absurdamente en reinstaurar el pasado, hablando de que "una vez hubo un país de maravillas, pleno de armonía y progreso que Chávez convirtió en pobre, atrasado y violento".

 

Como si a todos  los venezolanos les hubieran castrado la memoria de lo que vivieron y sufrieron en 40 años de democracia puntofijista, que puso a Venezuela a la cabeza de todas las listas de violencia, corrupción y pobreza. Como si les hubieran conectado los cerebros a una telenovela rosa para hacerles olvidar que hasta el  señor Presidente que era en 1997, hablaba con horror e impotencia de un país real, donde cerca del 80 por ciento de las personas se consideraban pobres o indigentes, aunque su abundante petróleo enriqueciera hasta el asco al restante 20 por ciento.

 

Y me sorprende descubrir una marea de rostros nobles que jamás alcancé a distinguir en 1997, mientras el susto me enclaustraba tras los cristales de autos y edificios de barrios bien, desde los que apenas me señalaron las lucecitas de los cerros como quien muestra a los niños el Coco de los cuentos.

 

Ni antes ni ahora vi esos rostros, quemados por el sol y curtidos por el trabajo, en las televisoras que copian el estilo de sus pares hispanas de Estados Unidos. Esa Venezuela era invisible y en cierta medida lo sigue siendo, al menos para los infames megamedios, constructores de un mundo virtual y viejo, que solo parece hábil en denigrar y destruir todo lo que se levanta en el  mundo real y nuevo que va naciendo sin que ellos se enteren.

 

Lo que no me sorprende es que, a pesar de tener  en sus manos tanta riqueza y tantos medios, a pesar de la guerra tan desigual como indigna que la cúpula empresarial y politiquera libra hace cinco años, contra la Revolución de Chávez, ésta  haya renacido más saludable y hermosa, golpe tras golpe, paro tras paro, elección tras elección y se disponga a librar su batalla definitiva con una salud y una belleza impresionantes. Ay, Venezuela, pobre de los que no vean cómo vienes renaciendo. La verdad  les está pasando la cuenta.

 

 

Haga un comentario



Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.

Isabela Rodríguez

Isabela Rodríguez

Periodista venezolana, colaboradora de Cubadebate.