Manolito
No recuerdo quién lo escribió, o tal vez, lo escuché por ahí: ante la muerte de otro siento mi propia muerte. Es terrible cuando alguien se nos muere a poquitos y no podemos evitarlo, pero es peor cuando la muerte llega sin previo aviso, cuando toma por sorpresa a un amigo y uno lo descubre en la reseña del periódico, entre los trajines de la casa y la lectura dominical, y no cree lo que ve, por más que lea dos y tres veces los mismos párrafos.
No podía aceptar que Manolito hubiera muerto, porque unas horas antes de la nota luctuosa en Juventud Rebelde estuvimos conversando largamente, entre bromas y complicidades, y lo último que podía esperar era que de alguien desbordado por los planes futuros y de desenfadado modo de mirar la vida, todavía con su voz retumbando en mis oídos, este diario dijera poco después de nuestra conversación que ya él no está.
Me llamó a la casa para que ayudara a un amigo común, y de ahí el diálogo tomó, como siempre ocurría con sus telefonazos, el rumbo de sus pasiones: la Revista Cuba Socialista, de la cual era su director, y su nuevo proyecto -siempre traía uno entre manos y lo mejor era que siempre lo hacía realidad-, otra publicación teórica que ayudara a difundir entre los comunistas cubanos lo mejor del pensamiento marxista internacional, particularmente el latinoamericano, "con los pies bien puestos en la realidad".
Se reía como un niño de sus propias travesuras, porque había descubierto casualmente por Internet, en una publicación canadiense nada sospechosa de izquierdismo, el asombro de un investigador ante un enjundioso análisis teológico, escrito por un cristiano cubano y publicado en Cuba Socialista -"tanto nos subestiman".
Luego, al final de uno de esos callejones en que se extravían las palabras, sacó a flote su vena filosófica y me habló de la palabra "humanidad", una abstracción que trata de englobar 6 000 millones de personas concretas. Él, comentó, borraría del diccionario esa palabra. "En esta humanidad que se supone es la nuestra hay un señor que se llama Bill Gates y un desgraciado que se está muriendo de hambre en una calle de Lima. ¿Tiene algo que ver el uno con el otro? ¿Tiene algún sentido decir que pertenecen a la misma humanidad?"
El periódico dijo este domingo que Manuel Menéndez Díaz murió repentinamente, y que dos días antes, tras un infarto, perdimos a otro querido compañero, Ramón Seijo, subdirector del semanario Trabajadores. Todavía sigo incrédula. La dificultad no es que nos falten palabras para nombrar la desaparición física de personas que forman la memoria de nuestras cosas y nuestras querencias, sino que no hay forma plena de entender la muerte. Y la razón es simple: como nos advertía Manolito, la humanidad no es una abstracción, sino algo concreto que nos duele y se duele a sí misma y por eso nos resistimos a aceptar que la muerte sea esto: que antes ellos estaban y ahora no están.
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