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Teoría del vaso

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Siempre que pienso en el optimismo, recuerdo aquella teoría que a veces suelen enunciarte los psicoanalistas de cómo ves un vaso con agua hasta la mitad, si medio lleno o medio vacío. Yo soy partidario de la primera variante, mi naturaleza latina y mi fe en el futuro de la humanidad así lo afirman en mi personalidad.

Cuando se acerca el fin de año muchos se dedican a sacar sus cálculos, no precisamente financieros, sino saldos de otra índole, por eso considero que por estos días pocos escapan a la teoría del vaso.

He residido en Estados Unidos por 22 años. No creo equivocarme al decir, que no he conocido una cultura más pesimista que la norteamericana.

Lo que se conoce como población anglosajona y de clase media, confronta los males sociales igual que quien espera las estaciones del año, que vienen y van como un proceso natural, enajenados en la espera de las fechas para desatar las metas consumistas sin preocuparse por lo que ocurre más allá del ámbito doméstico. En ese sentido, el vaso siempre estará vacío.

Ninguna frase refleja mejor la pobreza espiritual de las clases medias de Estados Unidos que la expresión "bullshit", usada en todos los contextos, pero en especial para hablar de la política. "Money talks, bullshilt walks", es el lema favorito del practicismo social e ideológico de la clase media norteamericana, que hoy se mueve más y más hacia el fascismo.

Hay que vivir en Estados Unidos, sin embargo, para entender a fondo que esta expresión vulgar, como casi la totalidad de las vulgaridades, es tan hija de la arrogancia como de un profundo sentimiento de impotencia o fatalidad.

Los acontecimientos de los últimos trece años han solidificado el sentir de impotencia política y social que, históricamente, ha caracterizado a las clases medias norteamericanas. El boom  especulativo del 1990-2000, fue seguido de un proceso de recesión que liquidó materialmente importantes sectores de esta capa social, incluyendo la compañías pequeñas y medianas asociadas a la revolución en la Internet.

Los llamados derechos de los accionistas resultaron ser una patraña inventada en las escuelas de derecho para ocultar la rapacidad de los bancos y especuladores de Wall Street.

Tal es el peso del fatalismo ideológico en las clases medias norteamericanas que hasta Kevin Phillips, autor de Wealth and Democracy, apenas habla hoy de la llamada rebelión de las clases medias en contra del mundo corporativo.

En su lugar, la prensa comercial del país nos dice que fue precisamente la clase media la que llevó en este 2003 al triunfo de Arnold Schwarzenegger. ¡Qué mayor reflejo del pesimismo que ese!, mientras que la guerra de Iraq ha venido a poner el último clavo en el ataúd de la rebelión de las clases medias de Estados Unidos, abriendo así el camino para el fatalismo neo-nazi.

A pesar de las gigantescas e históricas manifestaciones por la paz en San Francisco, Washington y Nueva York, la clase media norteamericana apoyó el esfuerzo bélico de Bush y las compañías petroleras, esperanzada en beneficiarse también del saqueo de los recursos de esa nación.

Pero hasta hoy no ha visto ni una rebaja en el precio de la gasolina o el gas natural. Por el contrario, el deterioro económico de Estados Unidos sigue a pasos arrolladores, a la par que las corporaciones penetran todas las ramas de la industria y el comercio de la Unión y cada vez son más los soldados que regresan en bolsas plásticas rememorando aquellas jornadas de Viet Nam.

El Presidente sigue otorgando concesiones multimillonarias a sus amigos, ya multimillonarios, elimina los pocos programas que facilitaban la sobrevivencia del pequeño y mediano capitalista y lanza su "optimismo" reeleccionario hacia el 2004.

Con tales truenos, ya algunos sectores tradicionalmente conservadores empiezan a sacar cuentas y les parece que respecto a lo que por estos lados anda ocurriendo el vaso está medio vacío.

Sin embargo, en abierto contraste con el crónico pesimismo de las clases medias norteamericanas e incluso de las organizaciones obreras tradicionales, está sin dudas una nueva generación de emigrantes, sus familiares y el férreo espíritu de lucha que traen a Estados Unidos. Basta con mirar a las principales luchas sindicales en los extremos oeste y este de la nación para apreciar los verdaderos rostros de la América Nuestra.

Al hablar de la clase obrera norteamericana, se piensa todavía de manera equívoca en las uniones anglosajonas acostumbradas, en sectores como la minería o la industria automovilística. Pero eso es hoy cuestión del pasado. De Nueva York a California, a este país lo mueven las minorías, que paradójicamente todavía se encuentran sumidas casi en su generalidad en una pobreza propia del Tercer Mundo.

Se trata de millones de seres humanos, en especial mujeres, con una carga social y económica inmensa, pues no solo proveen la fuerza de trabajo barata para la industria y los servicios, sino que acabada la jornada laboral se cambian de uniforme y van a servir a la misma clase media anglosajona que tanto les desprecia. Marchan de servidumbre en servidumbre, sin beneficios, sin seguro médico, sin vacaciones. Pero optimismo es lo que les sobra, en abierto desafío a la ideología del país.

Procedo de una familia de inmigrantes puertorriqueños, por eso sé que nuestra gente no es ajena a ese torrente subterráneo de optimismo que tanto asusta a las clases dominantes de Estados Unidos. Temor que pudiera significar cambios. Pensar en esto de cara al 2004 renueva en  mí la percepción de que el vaso casi, casi está lleno.

* El autor es abogado en Connecticut.

 

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Rafael Rodríguez Cruz

Rafael Rodríguez Cruz

Jurista y periodista puertorriqueño.