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Cuando los muertos cuentan

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El presidente estadounidense, George W. Bush, aun disfruta de las "bondades" alcanzadas por la captura del ex presidente iraquí, Saddam Hussein, aunque éstas pudieran resultar transitorias, e incluso olvidadas ante el incremento de las bajas norteamericanas en la llamada cruzada global antiterrorista.

Claro que la detención de Hussein resultó una carta a favor de los propósitos reeleccionistas del mandatario norteamericano. Pero para los analistas siguen siendo un misterio las circunstancias en que el "ex hombre fuerte de Bagdad", quien según Washington llegó a ser una amenaza a la seguridad de Estados Unidos, cayó en manos de la infantería del Pentágono sin oponer resistencia.

Quizás de ello haya más de una respuesta en la foto difundida por el sitio web Military.com, que rápidamente la administración Bush, con recursos y presiones de censura obviadas olímpicamente por la Sociedad Interamericana de Prensa, la SIP, se encargó de retirar de la circulación.

La foto en cuestión mostraba a Hussein inerme en el suelo, con los ojos cerrados, rodeado y encimado por soldados norteamericanos posando para la cámara, en una imagen que corrobora la versión de que fue traicionado y drogado previo a su apresamiento.

Pero la realidad se encargó de desmentir los toques de trompeta lanzados por la Casa Blanca. Pocos días después una base estadounidense recibió el fuego graneado de morteros con saldo poco creíble de un muerto y 35 heridos. Luego siguió el derribo de dos helicópteros, a pesar de que los partes de guerra del Pentágono siempre apuntan a supuestas fallas mecánicas.

Lo cierto es que la guerra y ocupación del país árabe se ha convertido en la aventura bélica más costosa en vidas humanas para Estados Unidos después de Vietnam, a pesar del glosario en el cual se incluyen las agresiones a Granada, Panamá, Somalia, Bosnia, Kosovo y Afganistán.

En Iraq han perdido la vida más de 500 estadounidenses, y luego de la captura de Hussein Estados Unidos hace planes para prorrogar su presencia militar más allá de la planeada entrega formal del poder a autoridades provisionales, cual mentís a la alegada "pacificación".

La situación iraquí ha estado en los titulares de la llamada gran prensa, no así el tema afgano, con mucho menos suerte, lo cual bien pudiera ser una táctica premeditada.
Por estos días el Pentágono reconoció un centenar de bajas en el país asiático, donde la ocupación por Estados Unidos y fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte no impidieron el control de los señores de la guerra sobre ese territorio, hoy más que nunca campo fértil para el cultivo y tráfico del opio.

En Iraq y Afganistán suman 600 las pérdidas de efectivos militares norteamericanos, minimizadas por la prohibición expresa a las grandes cadenas televisivas y medios de prensa de difundir la llegada de los féretros o sepelios de los caídos en esos países.
El presidente Bush busca la reelección cuando encabeza dos frentes de guerra en el mundo que no sólo cuestan vidas al pueblo norteamericano, sino también afectan a los contribuyentes.

La Casa Blanca persiste en el campo económico en su rumbo que beneficia a las grandes empresas y negocios, mientras recorta los gastos sociales en un presupuesto criticado por sus números rojos hasta por el propio Fondo Monetario Internacional, del cual Washington es el mayor accionista.

Datos macroeconómicos oficiales indican que la economía estadounidense rebasó su período recesivo, pero tales estadísticas oficiales no pueden esconder la temporalidad y artificios de la vanagloria gubernamental.

Estados Unidos ostenta la mayor deuda externa del planeta y su débito incluso amenaza a la economía mundial, según la advertencia del FMI. Lejos de corregir la situación, la administración Bush adelanta un presupuesto aún más desbalanceado, con fuerte énfasis en emolumentos bélicos y de seguridad.

A esto se suma la debilidad expresa del dólar estadounidense, que en los últimos meses ha perdido el 25 por ciento del valor frente al euro. Tal vía monetarista abarata momentáneamente las exportaciones norteamericanas, pero al final recarga la cuenta a la endeudada economía de la mayor potencia planetaria.

Ni los propios estrategas económicos de la Casa Blanca aciertan a explicar cómo la aparente expansión económica no se corresponde con el crecimiento del empleo.
Baste decir que en diciembre, un mes de gran actividad por las compras y gastos del consumidor, en toda la Unión apenas se crearon mil puestos de trabajo, mientras crecieron los pedidos de subsidios por desempleo.

Pero en este año de comicios la administración aun puede sacar dividendos de la estrategia de vivir empeñado, sobre todo cuando existe el riesgo de que la guerra se convierta en un tema fundamental de la campaña electoral.

El aspirante demócrata Howard Dean, a estas alturas el favorito para enfrentar a Bush, se ha empeñado en erigirse en voz crítica dentro del sistema respecto a la guerra en Iraq y sus efectos sobre la seguridad de los estadounidenses.

En tal sentido falta por saber hasta cuándo los norteamericanos asistirán, prácticamente impávidos, al creciente número de pérdidas en Afganistán e Iraq, donde la ocupación no ha podido sofocar las acciones de resistencia.

Claro que en esta postergada reacción puede estar actuando la interesada atmósfera de miedo impuesta por la Casa Blanca a nombre de la cruzada antiterrorista, cuyas alertas multicolores y restricciones a los derechos civiles reprimen, cual antipatrióticos, los sentimientos pacifistas del pueblo norteamericano.

Nadie sabe la ecuación ni cuántas más bajas serán necesarias para sacudir a pueblos y comunidades, luego a ciudades y estados de la Unión, como sucedió antes en Vietnam.
Esto pudiera ocurrir antes del 2 de noviembre, fecha de las elecciones norteamericanas, las primeras desde que el presidente Bush llegara a la Casa Blanca a pesar de tener medio millón de votos menos que su rival demócrata. Quizás para entonces, los muertos cuenten

 

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Orlando Oramas León

Orlando Oramas León

Periodista cubano, subdirector del diario Granma.